El canal de los caxcanes

Revista Tlajtoli
2 min readFeb 7, 2019

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Ilustración de Marisol de la Torre

Capítulo 1

Nonato

Si nacía niño le darían el nombre de Antonio, como el santo de Padua que, aunque era portugués, adoraban con fervor las damas en las iglesias españolas, ya que obraba milagros en los feligreses temerosos de Dios que habitaban la provincia de Guadalajara, España.

Francisca Pacheco rezaba a San Antonio de Padua por la salud del pequeño que cargaba en el vientre, mientras sus otros pequeños, Luis y María, observaban con curiosidad el abultado vientre de su madre. Iñigo López de Mendoza y Quiñones, segundo conde Tendilla, primer marqués de Mondéjar, estaba orgulloso de su descendencia. Estaba de acuerdo con su esposa de llamarle Antonio al pequeño y tenía la esperanza de que éste (si era niño), alcanzara un importante escaño en la corte, donde él mismo se había labrado una reputación excelente.

Además, Iñigo era muy querido por todos ya que, incluso antes de saber que otro pequeño llegaría, había encargado al arquitecto Lorenzo Vázquez que comenzara la construcción del convento de San Antonio, donde podrían tomar el hábito aquellas mujeres que quisieran ser esposas de Cristo.

Tendría el nombre de Antonio, como el santo de Padua, pero nació muerto. Cuando los gritos de Francisca cesaron en la alcoba, Iñigo esperaba tranquilo, sentado afuera, los gritos del pequeño que no llegaron. La matrona salió con un bulto sangrante en los brazos, envuelto en una manta. Se lo mostró al conde quien, al verlo muerto, apartó la vista y ordenó que se le enterrara como la Santa Iglesia lo mandaba. Así, el pequeño fue enterrado en los cimientos del convento de San Antonio y fue olvidado por la Historia, que acostumbra a narrar las hazañas de los grandes hombres de España.

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