Elena Ferrante y el gineceo literario.

Clara
5 min readOct 3, 2016

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Cuando por fin cogí un libro de Elena Ferrante, colmada de expectativas, me descubrí a mí misma sin poder soltarlo. Era al menos tan bueno como me habían prometido, y decididamente mejor de lo que había anticipado. La narrativa de «Una amiga estupenda» me atrapó de tal manera que leí la mitad del volumen de un tirón, algo insólito desde que empecé a leer en internet con asiduidad. Al terminarlo, sin descansar, continué con el siguiente volumen, Un mal nombre. Enfebrecida, leí las cuatro Novelas Napolitanas en cuatro días consecutivos. Acababa de prestarle mi vida a una completa desconocida, a su tejido de personajes e historias, para que me la devolviera cambiada. Acababa de experimentar una obra maestra.

Nada más salir del Nápoles de sus páginas empecé a pensar en el Nápoles actual; a elucubrar, inevitablemente, sobre la identidad de la misteriosa autora, y a reflexionar sobre la posibilidad de que la Elena del cuento fuera la misma Elena que firmaba, o un reflejo de ésta, u otra distinta completamente. ¿Es Lila una persona de carne y hueso, alguien con quien podría cruzarme por la calle mañana?

Nunca sabremos si sus últimas publicaciones, tan ricas y vívidas, tan reales, son autobiográficas. No deberíamos saberlo. Esa ambigüedad crea en sus historias una dimensión sin límites en la que perderse. Y se agradece. Como declara la misma Ferrante: «El vacío creado por mi ausencia lo llena la escritura en sí misma.» La sinceridad de esta determinación, y su autoconsciencia, son palpables en esas novelas. Todo lo que hay que saber sobre la autora está publicado en sus páginas. No nos debe nada.

Ya ha habido otros autores anónimos bajo pseudónimo, reclusos, –Pynchon, Salinger– cuya aura de misterio forma parte de sus creaciones. El caso de Ferrante se diferencia en dos aspectos clave: tanto la temática de sus obras como el nombre con el que las firma son marcadamente femeninos, y su pseudónimo no busca crear una mitología sobre la autora sino apartarla por completo de la trayectoria de sus obras.

«No he elegido el anonimato. Mis obras están firmadas. He decidido renunciar a los rituales que los escritores se ven obligados a realizar para promocionar su libro a través del préstamo de su imagen como autores. Y está funcionando bastante bien por ahora. Mis libros continúan demostrando su independencia de mí, así que no veo razones para cambiar mi postura. Sería incongruente.»

Muy pronto surgieron voces que atribuyeron esta obra magna a un hombre, o incluso un grupo de ellos. Era inevitable. Tradicionalmente, las creaciones de las mujeres han sido rechazadas, vilipendiadas, o admiradas siempre como secundarias. Ante una calidad superior tan innegable como la de esta saga nos encontramos con una disonancia cognitiva cuya resolución más fácil es asignarle una autoría masculina, universal. ¿Cómo va a hablar una mujer de sus experiencias con tanta destreza? ¿O peor aún, crear ficción con tal maestría? Ferrante conoce bien esta actitud y sus ramificaciones. «¿Alguna vez has oído hablar de un libro firmado por un autor masculino que sea en realidad fruto del trabajo de un grupo de mujeres?» le pregunta a una entrevistadora en su cadena de mails. «Se tiende a encerrar a las escritoras en un gineceo literario. Es difícil encontrar un comentario que rastree la influencia de una mujer en la obra literaria de un hombre.»

«Nos enfrentamos a gigantes. La tradición literaria masculina es milenaria, sumamente rica con obras extraordinarias, y tiene su propia forma de plantear todas las posibilidades. Quien quiera escribir debe conocer esta tradición a fondo y debe aprender a replantearla forzándola según sean sus necesidades. Como mujeres la batalla contra la materia bruta de nuestra experiencia exige ante todo capacidad. Además, debemos combatir la aprensión y buscar una genealogía literaria propia con descaro, hasta con soberbia.»

Elena Ferrante ha escapado del gineceo aislando su identidad de la existencia de sus obras, haciendo del anonimato la posibilidad de que un género u otro sea el autor de las palabras, abriendo así paso a un reconocimiento completo. Ha explicado una y mil veces el por qué de su pseudónimo, el por qué de su privacidad celosa, con una generosidad y claridad apabullantes. Desde 1992 ha utilizado su nombre elegido y ha publicado obras magníficas bajo sus propias condiciones.

Esto es, hasta el pasado domingo.

El 2 de octubre de 2016, el, vamos a llamarlo así, periodista Claudio Gatti anunció haber descubierto la «verdadera identidad» de la aclamada autora rastreando las finanzas y lazos económicos de su editorial. Publicó estas pesquisas en cuatro medios y cuatro idiomas simultáneamente, buscando sin vergüenza alguna revuelo y notoriedad a costa del trabajo de otras. «Es decididamente una figura pública. Sus lectores tienen derecho a saber quién es» afirma este señor que, en su texto de revelación, poco menos culpa a la autora de su «desenmascaramiento» –no haber tenido tanto éxito– y considera su propio criterio superior al de la creadora que ha elegido desvincularse de sus obras una vez completadas. A este texto se le suma un perfil completo no sólo de la supuesta identidad de Ferrante, sino de su familia y orígenes. Una invasión total de la vida de alguien que su perpetrador exhibe con tremendo orgullo.

Violar este deseo de anonimato y privacidad, de refugio en una era en la que las mujeres son torpedeadas incesantemente, es un insulto a la inmensa inteligencia de esta escritora, que usa su anonimato no como una treta para ganar popularidad, sino todo lo contrario: para rechazarla de forma radical y completa. ¿Cómo se atreve una mujer –debemos asegurarnos de que sea una mujer para saber en qué estantería colocarla– a fijar las condiciones de su vida y su oficio? A la débil mente de Claudio Gatti le resultó del todo intolerable. Qué atrevimiento.

Alguien que escribe exclusivamente sobre el universo femenino de una forma tan honesta y descarnada que te atraviesa y te vuelve del revés, alguien que conociendo las entrañas de la carcundia literaria y editorial se inventa un pseudónimo musical que sigue siendo un nombre de mujer, porque si su género es limitante se asegurará de que su identidad no lo sea, creando una obra de una calidad tan excepcional que prevalezca ante todos los prejuicios y gineceos; alguien que elige las portadas de sus libros para que sean feas, vulgares, y recuerden a la literatura apartada y categorizada con desdén como «femenina». Alguien que se burla con tal maestría del canon, de la crítica, de los preceptos varoniles de la literatura universal y nuestra sociedad patriarcal, merece ser nombrada como a ella le dé la mismísima gana.

Ferrante: tu identidad sólo importa a quienes quieren limitarte. He leído el que se supone que es tu nombre, pero ya lo he olvidado. Para mí siempre serás maestra creadora de una realidad paralela a la mía en una Italia que nunca conoceré, y tu nombre es Elena Ferrante, escritora experta sin más perfil que las obras que nos has regalado, que son de una inmensidad incontenible.

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Clara

Farmacéutica especializándose en educación sexual y justicia reproductiva. Me gusta verbalizar.