Mi año leyendo a mujeres.

Clara
4 min readOct 17, 2016

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“[The history of most women is] hidden either by silence, or by flourishes and ornaments that amount to silence.” Virginia Woolf

Teniendo quince años, y tras decirle a alguien que quería ser escritora, me pidieron enumerar mis escritores favoritos y me percaté por primera vez de que no había nombrado a una sola mujer. El efecto de este descubrimiento se cocinó a fuego lento. No fui consciente de él hasta hace poco, cuando aprendí las palabras necesarias para formular mi desazón, el regusto metálico que me quedó en la boca. En este aprendizaje, que todavía dura y espero que dure el resto de mi vida, he vuelto a considerar la literatura como refugio y escuela, y también, por primera vez, como fuente de aliadas. No en vano he aprendido que no estoy sola.

En mi elección de leer sólo a mujeres este año, he leído a premios Nobel de las que nunca había oído hablar. He leído los contextos y luchas de los distintos feminismos en distintas épocas a través de su exploración por protagonistas de ficción y no ficción. He leído historias sobre frustración, júbilo, compasión, envidia, odio, indiferencia… Sentidas y contadas por personas como yo, cercanas a mí incluso a traves de 200 años, bajo las mismas presiones externas y la misma perplejidad, en ocasiones seguida de acatamiento y en otras de rabia, ante las mismas. He releído libros que habían desaparecido de mi memoria, y en esos reencuentros he descubierto nuevas significancia e importancia. He oído resonar más voces femeninas en mi cabeza que nunca antes en mi vida, y me he dado cuenta de lo ausentes que han estado esas voces en todas mis realidades: la educacional, la artística, la cultural, la política, la social. ¿Dónde han estado las mujeres? ¿Por qué he tardado tanto en encontrarlas, en darme cuenta de la falta que me hacían?

He vuelto a leer. He vuelto a leer como cuando era una niña y leía todo lo que caía en mis manos. He vuelto a sacar el libro en el metro, mientras espero a mis amigos, y a volver a casa con paso acelerado para adelantar el momento de seguir leyendo. He vuelto a hablar de libros con un entusiasmo verborreico difícil de contener.

He vuelto a escribir. He vuelto a escribir como no me atrevía a hacerlo desde los quince años, desde aquel día en el que fui incapaz de poner nombre a escritoras ejemplares y lo interpreté como corroboración de que mis ambiciones estaban en otra liga, una liga inferior, al igual que lo hubieran estado en deportes, música, academia. Mis referentes eran inalcanzables. Me miraban desde su palco con desprecio, a veces patente, a veces disfrazado de paternalismo. Ese desprecio se hizo evidente en todas mis nuevas lecturas, en las que empecé a entrever la misoginia en tener que buscar a las mujeres escondidas entre los bastidores de las narrativas, ya fuera entre las cortinas de las casas de las que eran dueñas figuradas o entre las sábanas donde eran utilizadas para la gratificación del protagonista. Dejé de buscarlas, porque dejé de leer. Y dejé de escribir, porque sentía que nada que pudiera poner en papel sería relevante o despertaría ningún interés.

Me equivoqué. Me dejé convencer por una evidencia sesgada de que mi perspectiva es menos digna de ser plasmada, mis historias de ser contadas. Me dejé convencer de que las escritoras a las que conocía eran inferiores o no existían, como si no hubiera leído títulos y títulos de Christine Nöstlinger, Judy Blume, Elvira Lindo, Rosa Montero, Alejandra Vallejo-Nágera, JK Rowling, Madeleine l’Engle y me hubiera formado con ellas durante toda mi infancia y adolescencia. No era capaz de recordar sus nombres, y no era capaz de reconocer su trabajo ni su influencia en mí. Estaban desaparecidas de los libros y revistas de literatura, de las recomendaciones de la biblioteca, y nadie hablaba de sus obras con admiración. Acepté con naturalidad la noción de que las mujeres no somos relevantes como autoras, que no escribimos clásicos ni en cada siglo, ni en cada década, ni cada año, constantemente. Acepté con naturalidad mi derrota, sin reconocerla siquiera como tal.

Y ahora, en 2016, un redescubrimiento. Una colección de libros excelentes que crece cada día, que absorbe recomendaciones de amigas y desconocidas, que se nutre de nuestras voces y las amplifica. Un entusiasmo nuevo. Una reivindicación consciente de nuestra significancia y relevancia. Justo lo que necesitaba, sin darme cuenta de cuánto lo necesitaba.

Seguiré leyendo principalmente a mujeres durante muchos años más; tengo mucho tiempo de lectura que recuperar. Entre tanto, le daré oportunidades a autores masculinos, aunque anticipo que en la mayoría de las ocasiones con un entusiasmo templado. He descubierto una nueva excelencia, y pienso deleitarme en ella.

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Clara

Farmacéutica especializándose en educación sexual y justicia reproductiva. Me gusta verbalizar.