Olvidos

Ricardo Corea
4 min readSep 29, 2023

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La semana ha estado rara, en el mejor sentido de la palabra. Quedé de escribir una carta abierta para ACB, pero la verdad es que eso, la semana ha estado rara, y aquel correo que comencé a redactar en mi cabeza en medio del insomnio se fue para siempre. Y las ideas, que más o menos siguen estando ahí, no se han materializado.

Así que aquí otra promesa incumplida: no voy a publicar la carta que dije que iba a publicar. En lugar de eso, voy a ejercitar el músculo, tener la pluma caliente, agarrar oficio. Escribir.

La semana estuvo rara porque he salido de la rutina. El viejo vino al país y eso trastoca la dinámica habitual de la vida. No es queja, para nada. Raro no quiere decir malo.

Esto he estado viviendo: entre chistes, risas, referencias que poco a poco he comenzado a entender, el viejo se ha estado reuniendo con amigos del colegio; hombres y mujeres que se conocieron hace casi cuatro décadas. Cuatro décadas es una década más de las que tengo de vida. Es mucho tiempo. Es demasiado tiempo. Me parece todavía difícil de dimensionar.

Creo que ellos tampoco lo dimensionan del todo. Por ratos, ni parece que están hablando de cosas que pasaron hace casi medio siglo. Me sorprende el nivel de detalle con el que recuerdan. Claro que cuatro décadas se notan. Veo sus fotos de cuando estudiaban y claro que se notan, pero en la memoria de ellos apenas ha pasado el tiempo.

Chistes, lugares, nombres y anécdotas. Los detalles están ahí. He escuchado cosas específicas, increíblemente específicas, de personas y situaciones que están ya muy lejos. Tan lejos que hasta podrían ser paja.

Más que si voy a vivir tanto; más que si voy a llegar a esa edad con ese vigor, me he cuestionado en estos días si voy a llegar a esa edad con esa memoria. Honestamente, no parece el caso.

El olvido que me manejo, la mala memoria, como llamó Heberto Padilla a su autobiografía, la tengo demasiado enraizada. No pude evitar sentir un poco de temor al pensar en la cantidad de cosas que he olvidado en tan poco tiempo de vida. Rostros, nombres, historias, y hasta libros y películas. Aunque también pienso que esta memoria que me tocó no es mala, es mucho peor que eso: es caprichosa.

En el momento menos oportuno, en las circunstancias más random, me da por recordar detalles innecesarios, gestos, miradas o sonrisas extrañas. Tengo almacenados datos que no sirven de nada y, en cambio, olvido cosas importantes de gente a la que de verdad aprecio. No son ganas de joder, solo pasa. Supongo que es también falta de disciplina: recordar requiere de cierta constancia que, sinceramente, me da hueva.

Y aunque la memoria y el olvido son tópicos habituales en la narrativa y la poesía, y por lo mismo, muy romantizados (veáse títulos tan chulos como El olvido que seremos, de Abad Faciolince), la verdad es que para la vida diaria es un problema bien serio. Yo sí o sí necesito anotar los compromisos y las actividades por hacer. Las cuestiones apremiantes del día a día las llevo agendadas, no porque me guste controlar todo, sino porque no podría funcionar de otra forma.

El olvido a largo plazo lo combato de otra forma: con diarios personales que hasta el 2020 llevaba escritos a mano. Pero la pandemia me puso frente a otra perspectiva, en un montón de sentidos, y comencé a llevar mis diarios personales en digital. Es más fácil y cómodo revisitarlos.

Ahí trato de escribir todos los días, pero cuando no se puede, sí trato de dejar algunas líneas siempre que me ha sucedido algo. Ha sido un ejercicio muy recompensante. No solo siento que me ha dado elasticidad en la escritura, sino también me ha permitido resguardar emociones que ciertas cosas me han producido, buenas o malas. Porque luego de escribirlas puedo comenzar a liberarme de ellas, y poco a poco se van convirtiendo en una pieza de un museo, que entiendo a nivel racional, pero ya no producen respuestas emocionales.

Dudo mucho que en 20 o 30 años más pueda sentarme a platicar con los pocos amigos del colegio que me quedan y revivir con nitidez tantos detalles; tantos nombres o apodos; tantas emociones; tantas travesuras juveniles. Me cuesta incluso recordar cosas de la época universitaria, a pesar de que no ha pasado tanto tiempo.

Aunque también dudo llegar a esa edad con esa lucidez, con cualquier lucidez. Mientras tanto, he descubierto un placer que no sabía que existía: que otros me cuenten mis propias anécdotas, casi nunca sé bien qué tan ciertas son, pero casi siempre son divertidas.

De todas formas, la vida no es la que uno vivió sino la que se recuerda y cómo la recuerda para contarla, como sentenció el Gabo.

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