Pensamientos de F. Nietzsche sobre los prejuicios morales. (Aurora-Reseña)

CESAR DAVID RINCON GODOY
6 min readJun 1, 2019

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Friedrich Nietzsche en el libro primero de su obra Aurora, pensamientos sobre los prejuicios morales (1881), comienza diciendo que todas las cosas que viven mucho tiempo se han impregnado paulatinamente tanto de razón que parece inverosímil pensar que su procedencia sea insensata. Sin embargo, las personas con muchos estudios se han prejuiciado, pensando que la época correspondiente a su tiempo es la que sabe mejor lo que es bueno o lo malvado, lo que debería alabarse o censurarse.

Nietzsche afirma que el hombre de su época ha atribuido a todo lo que existe una conexión con lo moral, cargando sobre los hombros del mundo un significado ético. Tal mundo posee en sí mismo una armonía; además, la humanidad ya no está sometida al temor de los animales salvajes, seres primitivos, fuerzas sobre humanas ó de los propios sueños. La ciencia nos invita a abandonar la creencia de que existe una causalidad sencilla allí donde todo aparece tan fácilmente comprensible y somos burlados por las apariencias.

Aun cuando el mundo posea un significado ético, la situación que Nietzsche plantea es la de un tiempo muy inmoral.El poder de la costumbre se ha debilitado de manera tan sorprendente y el sentido de la moralidad se ha vuelto tan sutil y se ha elevado a una sublimidad tal que casi se podría decir que se ha evaporado”[1]. El filósofo alemán entiende por moralidad la obediencia a las costumbres, y éstas las define, cómo la forma convencional de evaluar y actuar. De ahí que afirme que el hombre libre es inmoral, porque quiere depender de sí mismo en todo y no de una tradición, aquella autoridad superior, a la que se obedece, pero no porque nos ordene algo útil, sino porque simplemente lo ordena.

El hombre más moral es, por un lado, quien cumple la ley más a menudo, llevando consigo la conciencia de la ley siempre y en cualquier situación, por fugaz que sea, hasta el punto de que su espíritu se las ingenia constantemente para descubrir nuevas ocasiones de cumplir la ley. El hombre más moral también es el que cumple la moral en las situaciones más difíciles, sacrificándose por la costumbre; y es que es exigencia de la moral de las costumbres sacrificarse. Quien no se sacrifica por la moral de las costumbres y es considerado inmoral, trae sobre él y sobre su comunidad el “castigo divino”. Sin embargo, bajo el dominio de la moral de las costumbres, toda suerte de originalidad ha provocado mala conciencia.

Nietzsche plantea que “en la medida en que el sentido de la causalidad aumenta, disminuye la extensión del reino de la moralidad”[2]; esto quiere decir, según lo explica el pensador alemán, que siempre que se han comprendido los efectos necesario y se ha aprendido a pensar eliminando todo lo accidental y todas las consecuencias ocasionales, se ha destruido un gran número de causalidades fantásticas, en las que hasta ahora se había creído como fundamento de las costumbres, y cada vez que ha desaparecido del mundo un fragmento de desasosiego y de respeto a la autoridad de la costumbre, ha sido el ámbito total de la moralidad quien ha sufrido las consecuencias.

Además, Nietzsche señala una “moral popular”que consiste en añadir, por parte de los hombres, nuevos ejemplos que afirmen la relación existente entre: la causa y el efecto, entre la falta y el castigo, para, de este modo, contribuir a corroborar su creencia. Otros realizan nuevas observaciones sobre las acciones y las consecuencias y sacan de ahí conclusiones y leyes. Sin embargo, estas actividades son burdas y no-científicas, por lo que la “moral popular” se convierte en una seudociencia peligrosa, y se ha de vencer con la propuesta de una nueva educación del género humano.

En otro orden de ideas, el filósofo alemán escribe sobre la “moral del sufrimiento voluntario”. La crueldad es una de las más antiguas alegrías festivas de la humanidad. De ahí que se piense que también los dioses se animan y se alegran cuando se los ofrece el espectáculo -sacrificios- de la crueldad. De este modo se introduce en el mundo la idea de que el sufrimiento voluntario, el martirio que uno mismo libremente acepta, tiene un alto sentido y valor. Poco a poco la costumbre en la comunidad da forma a una práctica acorde con esta idea, volviéndose uno más desconfiado frente a toda arrebatadora satisfacción, y más confiado con respecto a todos los estados gravemente dolorosos. Por lo cual, “todos los conductores espirituales de pueblos que consiguieron hacer que fluyese el fango estancado y terrible de las costumbres necesitaron, para que se creyera en ellos, no sólo de la locura, sino también del martirio voluntario, y, principalmente, de la fe en sí mismos”[3]. Cuanto más rectamente se introducía su espíritu por nuevos caminos, atormentado por remordimientos y temores, más cruelmente luchaba ese espíritu con su propia carne, con sus propios deseos y su propia salud, con la finalidad de ofrecer a la divinidad en compensación una alegría al irritarse viendo que las costumbres eran incumplidas u olvidadas y que tales hombres se ponían nuevos fines.

La moralidad se opone a que se realicen nuevas experiencias y a corregir costumbres, esto es, se opone a la formación de nuevas y mejores costumbres, es decir, embrutece. A todo el que ha derribado una ley moral establecida se la ha considerado en un primer momento un hombre malo; pero sí, como sucede, dicha ley no se puede restablecer más tarde y este hecho se acepta, el calificativo se modificará progresivamente.

Nietzsche afirma que “ni el saber ni la fe más esperanzada pueden conferir fuerza o habilidad para la acción. No pueden sustituir a la práctica de ese mecanismo sutil y complejo que hay que poner en marcha para que algo pueda traducirse de una representación a una acción. ¡Ante todo y sobre todo las obras! Esto significa: ¡práctica, práctica y más práctica! La fe pertinente se nos dará por añadidura”[4].

El cristianismo atribuye a la vida una peligrosidad completamente nueva, ajena a los límites, y con ello, al mismo tiempo, ha creado certidumbres, goces, deleites completamente nuevos y nuevas valoraciones de las cosas, influyendo en las más nobles artes y filosofías, aun cuando el temor del cristianismo por su salvación eterna se ha perdido, según Nietzsche.

También procedente del cristianismo se deja oír una gran protesta popular contra la filosofía: “la razón de los sabios antiguos había apartado a los hombres de los afectos; el cristianismo quiere devolvérselos. Con este fin, niega todo valor moral a la virtud, tal como la entendían los filósofos — esto es, como una victoria de la razón sobre los afectos –; es decir, condena, en términos generales, toda forma de sentido común, e incita a los afectos a que se manifiesten en su mayor grado de fuerza y de esplendor como amor de Dios, temor de Dios, fe fanática de Dios, esperanza ciega en Dios”[5].

Nieztche nos muestra su crítica al cristianismo, através de la imagen de San Pablo, como una de las almas más ambiciosas e impacientes, una cabeza supersticiosa como ladina, sin el cual no existiría ninguna cristiandad, sólo se habría oído hablar de una oscura secta judía cuyo maestro fue crucificado. Dice el filósofo alemán: “Bien es cierto que si se hubiera entendido a tiempo dicha historia, si se hubiesen leído realmente los escritos de San Pablo, pero no como revelaciones del Espíritu Santo, sino como un espíritu propio, recto y libre, sin pensar en todas nuestras miserias personales […], el cristianismo hubiese desaparecido desde hace tiempo”[6]. Incapaz de cumplir la ley judía, San Pablo encontró en Jesucristo al aniquilador de dicha ley, por eso se convirtió a él, haciéndolo el más feliz de los hombres, el maestro de la destrucción de la ley. “Morir para el mal equivalía a morir por la ley; vivir según la carne a vivir según la ley. Ser uno con Cristo equivalía a convertirse, como él, en destructor de la ley; morir en Cristo suponía morir también para la ley”[7]. San Pablo, afirma Nietzsche, es el primer cristiano, el inventor del cristianismo; antes de él, sólo existían algunos judíos sectarios.

Bibliografía

[1] Friedrich Nietzsche, Aurora. Pensamientos sobre los prejuicios morales, Germán Cano (trad.), Madrid, Biblioteca Nueva, 2000, p. 67.

[2] Ibídem, p. 69.

[3] Ibídem, p. 74.

[4] Ibídem, p. 77.

[5] Ibídem, p. 96.

[6] Ibídem, p. 100.

[7] Ibídem, p. 102

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CESAR DAVID RINCON GODOY

Neuro-Coach and Consultant in Innovation & Strategic Management, Human Talent, Open Government, Public Affairs, Oil & Gas Supply Projects and Poet of Caribbean.