Xabier Añua, precursor de oro
Sus padres le dejaron jugar a baloncesto porque no sabían qué deporte era aquel. Años después dirigía en Europa al Kas de Vitoria delante de 30.000 griegos. Más tarde llegó un maravilloso viaje a EEUU, el Barça y el Olympique D’Antibes. Añua recibirá en este 2017 una merecida medalla de oro de la Asociación Española de Entrenadores de Baloncesto.
¿Qué le apetece tomar Don Javier Añúa, un sólo de basket?
Soy más de cortado y de varios además. En cuanto al baloncesto, no te creas, me quiso fichar el Deportivo Alavés. Sin embargo, con buen criterio, en casa me advirtieron que dar patadas a un balón estaba muy bien pero que había que estudiar.
Pero a baloncesto sí que le dejaron…
Porque no sabían lo que era. No había ni una sola canasta en todo Vitoria. Las primeras las vi poner en mi colegio Corazonistas. Así que no me podían prohibir algo que no conocían que existía.
¿Jugón?
¡Qué va! Era muy malo. Yo era muy bajito y nada dotado para el basket. ¡No metía una! Los balones tampoco ayudaban. Eran de cuero y cuando llovía se hinchaban de tal manera que no cabían por el aro. Eso ayudaba definitivamente a mantener mi escasa reputación como anotador.
Entonces fue la química fue la que le empujo a los banquillos.
Y Francia. Porque fui hasta allá, siguiendo los encarecidos consejos de mi madre, para estudiar económicas. Aterricé en Pau donde ya conocían el basket y bastante bien además.
¿Los franceses le enseñaron a ser entrenador?
No, no. Yo ya llegué entrenado y entrenando: Primer entrenador del Phillips
¿Milano?
No, Corazonistas de Vitoria con patrocinador incluido. El alma de mi familia se conforma a partes iguales por el basket, el jazz y los equipos de alta fidelidad.
¿Sintonizó con los franceses?
Conocí a mucha gente. Me acuerdo especialmente de Jose Luis López Zubero. El padre de Martín López Zubero, el nadador. Era un gran pívot. Por aquel entonces jugaba en Zaragoza. Con él aprendí los primeros movimientos para los interiores. Un día un jugador americano nos dijo que en Estados Unidos necesitaban médicos. José Luis estaba estudiando medicina y al finalizar la carrera se fue a Nueva York y de ahí a Florida. Es un reputado oftalmólogo y creo que ha escrito un libro sobre su vida.
¿Aprendió francés?
¡Qué bien me vino! Cuando acabé mis estudios en Francia me volví a Vitoria para entrenar con el veneno del baloncesto eternamente dentro.
Con el Phillips ¿no?
Sí y no. En Vitoria ya había mucha afición. En la ciudad se quería un equipo que estuviera en categorías superiores así que los tres equipos más fuertes nos unimos para intentar llegar a jugar división de Honor.
Un honor conseguirlo.
¡Hombre, por supuesto! No fue flor de un día, tardamos 6 años y las pasamos de todos los colores. Eramos, nos llamábamos, el Club Deportivo Vitoria y teníamos un buen nivel de juego para el año 1962. A la gente le gustaba venir a vernos al Frontón Vitoriano. Sin embargo un año decidieron derribarlo para reconstruirlo. Nos quedamos sin cancha reglamentaria. Imagínate, el equipo en pleno despegue y sin campo de juego. Lo intentamos todo y la única solución era jugar en el Estadio, una cancha con adoquines y al aire libre al lado de campo de fútbol de Mendozorroza. Todos los días de partido cruzábamos los dedos porque si durante el choque sucedía cualquier inclemencia climatológica que obligara a suspenderlo perdías el partido. Aquel año ni llovió, ni heló, ni se suspendió ni un solo partido. Incluso se recaudaron 3.500 pesetas frente al Deportivo de Bilbao invicto hasta que se presentó en Vitoria.
¿Que no hizo malo en Vitoria? ¡Anda ya!
Que sí!… Bueno… Alguna vez… El partido contra el Sniace de Torrelavega no se veía casi de canasta a canasta por la niebla. Nadie vino al partido. 160 pesetas de recaudación.
¿Por qué reformaron el Frontón Vitoriano? ¿Requisito Euroliga?
Se caía a trozos. Un ejemplo. Un día estábamos entrenando y uno de los jugadores salió del vestuario. Los cambiadores estaban en el primer piso. De repente, oímos un enorme crujido. Al pobre se le hundió el suelo y se le quedó medio cuerpo colgando al piso de abajo.
¡Vaya por Dios!
Pero reformado también tenía sus cosas. La anchura del campo no era reglamentaria ni de lejos. Aprovechamos nuestras virtudes baloncestistas pero también nos beneficiamos de esos factores externos. En aquella cancha hicimos de todo para conseguir nuestro objetivo. Fuimos tramposos y fantasmones.
Venga, desembuche…
Cuando el Kas de Vitoria estaba en Segunda División la mesa cronometraba el partido a mano. Aquel año jugábamos con dos americanos Williams y Mathis más Laso, Serrano y Lázaro que al año siguiente fueron internacionales. Total, un equipo que no perdió un solo partido.
Vale, eran buenos pero necesito un buen guión de televisión…
Muy bien. No era suficiente con ganarles a todos. Manu Moreno, rival por entonces, te puede contar cuál era la consigna. Antes de cada partido se oía por todo el Frontón Vitoriano un runrún: “Queremos cien, queremos cien”. Y si lo pedía la grada había que cumplirlo. Había que meter 100 puntos y hasta no sobrepasar la cifra, el partido no terminaba. Vamos, que el partido tenía una duración variable.
Pensaba que habría algo más escabroso…
Ya te he dicho que la anchura del campo no era reglamentaria y que teníamos una pared pegada a la banda. Aquello era un frontón. Con un solo árbitro, jugando en casa y un base muy listo y muy bueno no resultaba difícil hacer alguna ilegalidad para llegar a la mágica cifra lo más rápidamente posible.
Intuyo que me va a decir cómo…
Cuando Pepe Laso atacaba por esa banda se aprovechaba de la pared para rebotar el balón y superar al defensor. ¡Se iba siempre!
¿Y el árbitro no veía nada?
¡Qué va! Pero esa no es la mejor. En el equipo teníamos otro madrileño, Ángel Serrano, muy castizo él, que solía salir al contraataque con Pepe Laso. Pepe, lanzaba el balón contra el tablero. Los rivales saltaban a ponerle tapón. Pero como el balón no iba al aro sino donde Pepe lo ponía, no tenía nada más que capturar su propio rebote y anotar. En ocasiones, acto seguido, Serrano aprovechando la confusión cogía el balón sacaba de fondo como si fuera un contrario y se la pasaba de nuevo a Laso que la volvía a meter. Cuatro puntos en un periquete.
¿Cómo?
Los contrarios se subían por las paredes. Se quejaban amargamente porque el árbitro daba la canasta cada vez. Y el colmo de aquello es que Serrano acudía al tumulto para hablar con el colegiado y decirle: “No les hagas caso, que estos no saben perder”.
“Angelito” Serrano y “demonio” Pepe Laso.
Es que Pepe Laso como jugador era un prodigio de ingenio. Sus años en el Real Madrid no fueron memorables porque por entonces tenían muy buenos bases. Fue en Vitoria dónde se destapó. Era pura alegría jugando. Se divertía. Saportista acérrimo y del Madrid hasta las cachas. ¡Nadie es perfecto!
Equipo bueno, listo e implicado. Los Knörr estarían contentos…
Mérito de los jugadores. Los Luquero, Lázaro, Beneyto y Moncho Monsalve.
Hombre, Monsalve en aquella época era un crack…
Y un personaje fuera y dentro de la cancha. Por ejemplo. Moncho llamaba a Beneyto “maestro”. Beneyto un jugador madrileño pegado a un traje de luces quería ser torero. Tras jugar en Sevilla le picó el veneno de la tauromaquia y decidimos darle la alternativa. Le encerramos en la plaza de toros con seis novillos. Lo pasó tan mal para matar al primero, más toreado que ni sé, que se lo tuvo que llevar Monsalve a casa con una paliza en el cuerpo de mucho cuidado. Menos mal que vivía a 100 metros de la plaza.
¿Que hacía un campeón de Europa en una plaza de toros de Vitoria y jugando en un frontón?
Se lo quitamos a Pedro Ferrándiz. Monsalve era un atleta. La primera vez que le vi fue en unos sanfermines. Estábamos Antonio Díaz Miguel y yo y le vimos correr un encierro. Destacaba entre todos los mozos. Dos metros y 17 años. Antonio le paró y le convenció para jugar a baloncesto. Después resultó becado en aquella primera operación altura, le fichó el Madrid y nosotros, que quede claro, se lo quitamos a Ferrándiz.
Pero ¿ustedes ya estaban en primera?
¿Qué crees después de lo que te he contado del Frontón Vitoriano? Jugábamos ya en Europa.
¡No!, ¿Si?
Conseguimos llegar a la final de Copa del Rey. Era la edición de 1967 y contra el todopoderoso Real Madrid. Llegábamos después de vencer al Joventut en semifinales.
¿Y ganaron? Mire que no me suena en el palmarés…
¡Qué va! Fuimos subcampeones. Perdimos por 5 pero como el Madrid ganó la liga, el Kas fue directo a la Recopa. Pasamos una ronda frente a unos portugueses y nos toco el AEK. ¡Vaya equipazo, no sé porque no ganaron su liga! El primer partido lo jugamos en el frontón Vitoriano ante unas 2500 personas y ganamos por 10. Monsalve hizo 35 puntos y pudimos parar al mejor de ellos Giorgios Amerikanos, sobre todo porque se tuvo que ir por faltas.
Amerikanos, el pre Nikos Gallis. Así que, ¿ya se veían en la siguiente ronda?
Yo, no tanto, en el equipo sí. Cuando llegamos al estadio olímpico, el Panathianiko, todo de mármol blanco, vi la dificultad que entrañaba aquello. La cancha ocupaba un cuarto de la totalidad de aquella centenaria construcción. La pista era lo único iluminado por lo que sí que tres cuartos del estadio olímpico estaban en la penumbra. A pesar de aquel frío y espantoso día de enero casi 30.000 tíos estaban allá sentados.
El famoso infierno griego
Antes de salir le digo a Chema Capetillo: “Chema hoy el 10, Amerikanos no mete una, ¿vale?”. Así que pusimos a Capetillo a fondo sobre Amerikanos. El entrenador griego decidió que la eliminatoria pasaba por Amerikanos. Todos los balones iban para él y el griego quería meter todo y el árbitro no estaba por la labor de impedírselo. Si le tocabas te señalaba dos faltas.
Capetillo le puso fino el tiempo que pudo estar pero aquel jugador enchufaba y enchufaba. Recuerdo que en un ataque de Amerikanos, Chema le arreó tal golpe para que no metiera que los griegos interpretaron que aquello era una agresión en toda regla. De repente , todos empezaron a correr detrás de él. Capetillo, viendo que aquel podría ser el último partido de baloncesto de su vida, empezó a correr tanto como pudo hacia la parte oscura del estadio olímpico. Allí entre las sombras se pudo poner a salvo mientras se oía a lo lejos “¡Socorro!”. Detrás de todos los griegos, iba Monsalve gritando como un poseso: “Dejadme que esto lo arreglo yo”
¿Y lo arregló?
Por poco lo arreglan a él.
¿Y quedaron eliminados no?
Perdimos por 20 y Amerikanos nos metió 41. Por cierto, que el AEK ganó la Recopa de ese año.
Con el récord de asistencia de la historia del basket. 65.000 espectadores y 20.000 en las afueras del Olímpico escuchándolo por la radio. En la página del AEK dicen, tiran por lo alto, que fueron 80.000 y 40.000 respectivamente. Fue el 4 de abril de 1968.
¿Sabes donde estaba yo ese día?
Ni idea
Tumbado en el suelo de un taxi de Nueva York.
Por partes, señor Añua, que aún no le han destituido del Kas y eso que lo llevaba bastante bien.
Kas tenía un equipo ciclista muy potente y le iba muy bien. Así que se atrevió a patrocinar al baloncesto. Incluso para los desplazamientos nos prestaba su autobús que tenía los asientos de madera para que el culo de los ciclistas se fuera haciendo. El director del equipo Dalmacio Langarica, que era un crack del ciclismo pero ni idea de baloncesto, convenció al patrón de Kas, Luis Knörr, de que un amigo en Bilbao, Vicente Gallego, podía hacerlo mejor que yo y se llevaron el equipo.
Vamos que pensaron que tenía que ganar al AEK ¡Polémica!
Este se decía entrenador de baloncesto. Quizá un buen entrenador podría haberlo hecho mejor que yo pero este tipo, de ningún modo.
Así que, al paro a principios de 1968…
No lo entendió nadie. De hecho uno de los locutores más importantes de la ciudad, Javier Cameno, animaba a los vitorianos a dejar de consumir Kas en los bares por esta injusticia.
¿Y?
Que cundió la iniciativa
Y usted henchido de razón ¿no?
Yo sólo pensaba que no podía pararme. Que valía para entrenar y que sólo había un sitio dónde podría aprender de los mejores. Así que llamé a Johnny Mathis, el americano que jugó con nosotros y que por entonces jugaba en la ABA. Me largué a Nueva York.
PD. Si te ha gustado, compártela. Si conseguimos muchos seguiremos con el segundo capítulo de la entrevista a Xabier Añua: Nueva York