Rabiosas, calmadas y políticas: sobre la “escritura femenina”

Rosa Berbel
3 min readJul 15, 2019

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“Roses Tremieres”, Berthe Morisot

Hace unos días, Aixa de la Cruz publicaba en twitter una breve reflexión a partir de la crítica que Woolf efectuó en Una habitación propia a algunos fragmentos de Jane Eyre. Lo que Virginia Woolf censuraba de Brontë era lo que entendía como fruto de una escritura en cólera, vuelta hacia sí misma, una especie de escritura a sacudidas que implicaba la desestabilización de sus novelas. La indignación y la ignorancia, decía, acababan por desviar la trayectoria de su imaginación y, en última instancia, todo el artefacto narrativo.

Si uno las lee [estas páginas] con cuidado, observando estas sacudidas, esta indignación, comprende que el genio de esta mujer nunca logrará manifestarse completo e intacto. En sus libros habrá deformaciones, desviaciones. Escribirá con furia en lugar de escribir con calma. Escribirá alocadamente en lugar de escribir con sensatez. Hablará de sí misma en lugar de hablar de sus personajes. Está en guerra contra su suerte.

De forma curiosa, por paralelística, también leía estos días Cosas que no quiero saber, la primera parte de la autobiografía en construcción de Déborah Levy, en la que se rescata, afirma e, inevitablemente, también resignifica la cita de Woolf a través de la negación — existencial y creativa— de la claridad. Pensar la vida con excesiva claridad implica escribir con rabia, entendiendo esta opción en el sentido en que se le afeaba a Brontë: pensar con claridad en las carencias, propias y colectivas, ser conscientes (meridianamente conscientes, de hecho) de lo que nos falta. Siguiendo el hilo de la argumentación, la calma y el sosiego de las novelas de Austen, por su parte, estribaban en el carácter mismo de la autora, que “no solía desear lo que no tenía”.

En esta encrucijada, Aixa de la Cruz venía a enarbolar “la vehemencia desordenada” de Brontë como una herramienta contrahegemónica. Lejos de presuponernos a nosotras mismas la necesidad de producir obras coherentes, en la línea recta y falsamente neutral del modelo masculino de la tradición, Aixa defendía la cólera como una forma de horadar, fracturar, dinamitar las estructuras patriarcales impuestas en la misma institución de la novela.

Nunca me he considerado una persona rabiosa. Mientras leía las palabras de Woolf traídas de nuevo a mi mesa por Levy, no podía evitar estar de acuerdo con ellas: además de mi fervor por Austen, no he entendido nunca la escritura como un ejercicio violento o visceral. Me inquieta la claridad de pensamiento. Y no vinculo el proceso creativo con la paz ni la satisfacción, desde luego, pero al menos sí con una cierta voluntad restauradora. Sin embargo, me era imposible desdecir a Aixa porque su reflexión era justa y acertada: la idea de calma de la que habla Woolf tiene, cuando menos, una naturaleza acrítica, y cuando más, está explícitamente al servicio del poder. ¿Es posible, pues, pensar, al mismo tiempo, la escritura como una tarea colérica y serena, vehemente y sosegada?

Quiero creer que nuestro concepto de “escritura femenina” (sea lo que sea; cuestión compleja) es capaz de sobrepasar esta antinomia clásica. Más allá de la rabia y de la calma, que aun en su dimensión más colectiva hacen las veces de “estados del alma” de la autora en cuestión, pienso más bien en la idea de politización como categoría reactiva y dinámica propia de esta escritura a contrapelo. Una politización que lejos está de la autoindulgencia masculina y de cierta idea patriarcal de lo político, y que funciona aquí como herramienta emancipatoria. El proceso de politización no es uno ni reconocible, bien al contrario tiene sus vaivenes, contradicciones, fallas; pero quizá solo en él puedan tener cabida y feliz convivencia tanto la rabia en su sentido más político (como virulencia en la palabra y en la idea) como la calma en su sentido más político (aplomo, serenidad, entereza). Escribimos rabiosas, escribimos tranquilas y venimos a politizarnos.

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Rosa Berbel

Barroca y despeinada. Tengo un libro: "Las niñas siempre dicen la verdad" (Hiperión, 2018).