Salomón Reyes
5 min readMay 11, 2020
Portada del Podcast Historias del Litoral.

Horacio Quiroga el Ciclista

En el Salto Oriental nació uno de los grandes escritores del Uruguay, Horacio Quiroga, que además, es reconocido en el mundo entero por ser un precursor de la literatura fantástica y el terror. Escribió grandes historias, pero su propia vida es, en sí mismo, una aventura y fuente de historias misteriosas, como la que ahora les compartiré.

Horacio Quiroga era un joven intrépido que entre otras cosas, tenía una afición muy particular; conquistar muchachas con un recurso de película, andando en bicicleta. Para finales del siglo XIX no era común que alguien tuviera bicicleta en una ciudad tan pequeña como Salto pero como Horacio provenía de una familia dedicada a la construcción de barcos, podía permitirse algún privilegio. Así que Horacio se paseaba por las casas de las chicas que le interesaban para digamos… llamar la atención.

Pero su afición por la bicicleta era algo que él se tomaba muy en serio. Así que en 1897 Horacio realizó, junto con algunos amigos, lo que podría considerarse una de las primeras proezas ciclistas del Uruguay. Unir, a través de su máquina de dos ruedas, las ciudades de Salto y Paysandú.

La distancia entre la ciudad de Paysandú y Salto es en la actualidad unos 120 kilómetros. Parece cerca y alguien, con cierto nivel de entrenamiento, podría hacer el recorrido en bicicleta, digamos en 3 o 4 horitas sin mayor problema. Pero en esa época era muy distinto porque ni siquiera había lo que se llamaría una ruta como tal y además había algo peor; no en todos los ríos o arroyos había puentes para cruzarlos. Así que pueden imaginar que el proyecto de unir Salto con Paysandú en bicicleta, en esa época, era por decir lo menos, una pequeña locura.

Más de uno se debe preguntar entonces cómo se viajaba. Los más intrépidos podían intentar por algunos caminos de tierra que cruzaban la plenillanura uruguaya pero en general, lo que se usaba en ese tiempo, era el barco, con el que se viajaba a través del Río Uruguay. Salto tenía algunos de los astilleros más prestigiosos de la región y un contacto frecuente con varias ciudades del litoral. Era más fácil ir a ver una obra de teatro a Buenos Aires que viajar a la capital del país, Montevideo.

Quiroga y sus amigos decidieron partir de Salto un viernes 27 de noviembre de 1897 a eso de las 3:40 de la madrugada en un momento en que, según narra el propio Quiroga, había una semiluz peligrosa que confunde mucho a la vista. Es decir, era difícil ver el camino.

En menos de una hora llegaron al cruce del Río Dayman, a unos 10 kilómetros y ahí, gracias a la buena voluntad de un paisano con lancha, lograron cruzar el primer gran río del recorrido.

Pero el viaje apenas comenzaba y muy pronto se encontraron con más dificultades. Cabe recordar que las bicicletas del grupete de Horacio estaban muy lejos de parecerse a las actuales. Aquellas eran pesadas y con dificultades para maniobrar en terrenos sinuosos y llenos de pedregullo. Además de estos contratiempos, cuando llevaban unos 30 kilómetros recorridos, se les presentó una gran tormenta que rápidamente derivó en tromba y a punto estuvo de arrastrarlos con todo y bicicletas.

Para guarecerse de la lluvia torrencial, el grupo se detuvo en un pequeñísimo puente en el arroyo Carpinchurí, muy cerca de lo que ahora se conoce como Chapicuy. Cuenta el escritor que el agua era tan fuerte que les obligaba a doblar el cuerpo y a bajar completamente la cabeza mientras resistían el viento y la lluvia.

En ese punto se encontraban, cuando Horacio levantó un poco la mirada y divisó en medio de la cortina de agua, una figura oscura que levantaba los brazos como si le estuviera saludando. Al principio Horacio pensó que se trataba de alguno de los muchachos del grupo que se había quedado rezagado y contestó el saludo agitando una de sus manos. Pero al mirar con atención, se dio cuenta que los 6 expedicionarios que habían salido de Salto, estaban ahí, junto a él, resistiendo el agua con la cabeza abajo y sus bicicletas en el suelo. No faltaba nadie. Horacio le gritó a los compañeros que se fijaran en el hombre vestido de negro que levantaba los brazos pero sólo Pedro Toscano le hizo caso, miró hacía donde Horacio le señalaba y no entendió nada. No sabía a qué se refería.

-¡Ahí, ahí hay un hombre que se está mojando!

Alfredo, otro de los amigos, le dijo que ahí no había nadie y agregó bromeando que probablemente el mate de la madrugada le había sentado mal. Todos se echaron a reír.

En ese momento el hombre de la figura oscura bajó los brazos y caminó de espaldas para alejarse y perderse dentro de la cortina de agua que producía el aguacero. A pesar del esfuerzo que hizo Quiroga por seguirlo con la mirada, el hombre se había esfumado.

Cuando el agua cedió, Horacio salió de debajo del puente y se dirigió al punto donde según él, había visto aquel misterioso hombre de negro. No había rastro de aquella visión.

Lo compañeros que se seguían burlando de Horacio, comenzaron a preparar las bicicletas para continuar el viaje pero cuando estaban a punto de retomar la caravana, Pedro señaló a un costado del camino. Ahí, en medio de la yerba crecida, justo donde Horacio descubrió al hombre de la lluvia, divisaron una pequeña cruz de madera despintada y sujeta con unos listones descoloridos. El grupo completo se acercó y ahí, no sin dificultad, pudieron leer la inscripción borrosa que aparecía en la cruz.

“A la memoria de Heliodoro Huerta que falleció ahogado un 27 de noviembre de 1885 en una noche de tormenta”.

Se hizo un grave silencio y nadie se animó a comentar nada hasta que esa tarde, después de atravesar alambrados, ríos y campos desnivelados, el pelotón de bicicletas por fin llegó a Paysandú, cumpliendo la misión que se habían propuesto.

Salomón Reyes

NOTA: Este texto pertenece al Episodio 1 del Podcast ‘Historias del Litoral’ del mismo autor y que se puede escuchar en: https://mx.ivoox.com/es/horacio-quiroga-ciclista-audios-mp3_rf_50444131_1.html