El ego es un don divino

entrevista al cineasta, escritor, psicoterapeuta (etc, etc) Alejandro Jodorowsky

Sander De Vaan
8 min readJul 5, 2014

Entrevista anteriormente publicada en Holanda, México (periódico Excelsior) y Colombia (revista Número)

Actor, dramaturgo, director de cine, compositor, novelista, poeta, cuentista, autor de cómics, discípulo de Zen, gurú, masajista, psicoterapeuta, maestro del Tarot: pluriempleo es una descripción que tiende al eufemismo, cuando se trata de definir la carrera de Alejandro Jodorowsky (1930). Y lo más curioso del caso es que este chileno, afincado desde hace años en Paris, ha tenido éxito con prácticamente todo lo que ha hecho. Jodorowsky concedió la siguiente entrevista exclusiva a Excelsior en la ciudad de Rotterdam, donde asistió como invitado de honor al Festival Latinoamericano de Cine y Literatura.

Sr. Jodorowsky, ¿se podría definir su extensa labor artística como una búsqueda de si mismo?

Fue y es una búsqueda de mi mismo. Pero no solamente se trata de quién es, sino también de quién busca.

¿Y ya sabe quién está buscando?

Tengo mis sospechas (risas). Estoy investigando como un detective, pero no he llegado todavía. Y si llego a saberlo algún día, ya no haría nada más.

¿Tiene alguna preferencia por un género artístico?

Quizás el que más me gusta sea la novela, porque socialmente es el más fácil; no dependes de socios ni de productores. Pero en cierto modo también es el más difícil, porque estás tremendamente solo ante una página vacía.

Usted ha dirigido varias películas controvertidas. Al rodar La montaña sagrada, incluso tuvo serios problemas con las autoridades mexicanas. ¿Qué pasó?

Me querían matar. Dos mil personas desfilaron queriendo mi muerte, me compararon con el asesino Charles Manson. Yo tuve permiso para filmar delante de la Basílica de Guadalupe, y hay una escena en la película donde se ve a unos soldados, mientras que por la calle pasa un camión lleno de muertos ensangrentados. Con esa pequeña imagen yo dije todo sobre las matanzas que habían ocurrido allí. Para filmarlo, había que desnudar a 50 hombres y mujeres, y pintarles la sangre con una brocha. Esto lo hicimos delante de la Basílica de Guadalupe. Luego los metimos en el camión y filmé, pero después los periódicos dijeron que había hecho una misa negra en la Basílica de Guadalupe y atacado a la Virgen nacional.

¿Qué ocurrió después?

Ahí empezó una gran persecución. Filmé seis meses perseguido por la policía. Me iba por ejemplo al mercado, siempre sin permiso, armaba mi escena, filmaba y salía arrancando, antes de que vinieran a prohibirlo. Así lo filmé todo.

Su obra cinematográfica tiene mucho de Fellini..

Fellini tiene mucho de mí (risas). No, en serio, conocí a Fellini porque a él le gustó mucho Santa sangre, y me invitó a ir a verlo, cuando él estaba filmando La voce de la luna. Llegué a un campo extenso en que sólo había un letrero luminoso. Fellini me vio llegar, abrió los brazos y dijo:

- ¡Jodorowsky! —

Entonces yo abrí los brazos y le dije:

- ¡Papá! — , y nos abrazamos. Pero cuando nos abrazamos cayó una lluvia torrencial y corrimos todos a escondernos. Esas dos palabras fue todo el encuentro con Fellini, pero fue importante, porque cuando empezó a agonizar dejó en su testamento que yo dirigiera un cómic que él había escrito, llamado El viaje a Tulum, y me puso dentro como personaje.

Una diferencia con el cine de Fellini es que en sus películas hay mucha violencia. La sangre corre a chorros…

Es que me encanta… Veo todos los días dos películas de acción de Hong Kong. Me gustan mucho, es una violencia artística, exótica, sin límites. La gente vuela, es pura magia.

Pero tanta violencia, ¿tiene algún sentido?

La violencia es esencial para el arte. En el mundo hay mucha violencia, pero la gente no puede atacar al mundo en sí, y entonces va al cine y critica el contenido violento de las películas. No entienden que la violencia del cine es una catarsis de la violencia mundial, y que si el arte no es fuerte, no es arte. Y hay otra cosa: no hay que confundir la violencia con la fuerza del universo.

¿A qué se refiere?

Parir, morir, comer, el nacimiento de una estrella, todo eso es fuerte, proviene de una fuerza universal, pero no es violencia.

Pero dar una puñalada, en la vida real o en una película, sí lo es.

Hay muchos prejuicios contra la violencia. Todo depende de cómo se mire. La cirugía es pura violencia, pero si un cirujano no es fuerte, no hace cirugía. La gente confunde la violencia con lo que ve en la tele, pero eso es arte, dar puñetazos en una película es casi cómico.

¿Qué es entonces violencia para usted?

La muerte de Lady Di es violenta, sobre todo porque ilustra el deterioro de nuestra época. Santificar una mujer vulgar es violento, y también la Guerra del Golfo, la polución ambiental…

Pero volviendo al cine, hay muchas películas en que la violencia se presenta casi de una forma demencial.

Hay películas enfermizas, pero por ejemplo Mad dogs y Once upon a time in China son obras de arte geniales. El público tiene que ser artista también. ¡Si el arte no puede ser violento, eliminaríamos toda la vida! Picasso, con su Guernica, el Greco, todo quedaría fuera. Terminaríamos como curas…

La Biblia tampoco está exenta de violencia.

Efectivamente, terminaríamos como curas castrados, no haríamos nada. Estoy realmente cansado de tanta hipocresía. Comer un Big Mac o un pollo es muchísimo más violento que la película Casino de Scorsese. ¡En el mundo hay violencia por todos lados, y el cine lo denuncia! El cine es un arte angelical.

Una de sus últimas novelas, Donde mejor canta un pájaro, que ha sido editada en España por Seix Barral, es la saga de su propia familia judía, desde la época sefardí en España, hasta principios del siglo XX. ¿Por qué la escribió?

El objetivo principal era llevar la historia de mi familia al mito. Fue una curación para mí, buscar los valores y los problemas en el árbol genealógico. Me sirvió para obtener otro punto de vista distinto.

Pero usted mismo, a los 23 años, cortó el árbol, quemó todas las fotos de su familia y abandonó su país natal.

Sí, por eso quise recuperar a la familia. Corté el árbol y no me sirvió de nada. En cada árbol genealógico hay de todo, miserias, problemas, encantos, pero sirve para entender mejor a si mismo. Por eso hay que cuidarlo y recuperarlo.

En la novela hay leones que hablan hebreo, y del semen de su abuelo salen mariposas blancas, ¿dónde está la frontera entre la realidad y la ficción?

¿No te pareció estupendo? Es una realidad mezclada con ficción, pero todo eso es mi realidad. Mis mentiras son mis verdades, tus mentiras son tus verdades.

¿Y el episodio en que su tío, durante una inundación, sube a un armario de madera para salvarse, y se hunde por el peso de los tomos del Talmud?

Ocurrió de verdad. Subió al armario y se hundió. Hay cierta maldición sobre mi familia.

Los personajes, algunos de ellos muy llamativos, como por ejemplo la abuela Teresa, ¿corresponden a los de su árbol genealógico?

Todo coincide. Tuve la suerte de llegar muy lejos, hasta la época sefardí. Mi padre vive, tiene 92 años, me dio mucha información sobre mi familia. Y además, siempre puedes hablar con los mormones, tienen la base de datos más grande del mundo.

¿Se puede considerar la novela como un homenaje a su familia?

Un homenaje… Hay putas, comunistas, ladrones, no es propio de un homenaje. Es más la exaltación mítica de un retrato de familia.

Una interpretación podría ser que el hombre sin patria ni religión debe acogerse a su árbol genealógico.

Sí, sin eso no hay nada. La única patria de un nómada son sus zapatos. Por eso precisamente, mi abuelo, que no tenía nada más, se hizo zapatero.

Usted tiene muchos ‘adeptos’, que le definen como un ‘superdotado’. ¿Se considera así a si mismo?

¿Pero cómo quieres que hable bien de mi mismo?

Modestia aparte, si se mira de lejos, ¿qué piensa?

Bueno, entonces debo decir que en cierto modo sería superdotado, ya que hago muchísimo más que la mayoría de los seres humanos. En estos momentos estoy trabajando en 20 libros a la vez: novelas, cómics, libros de terapias, guiones de cine, hago Zen, leo el Tarot. En ese aspecto diría que sí soy diferente.

¿Duerme alguna vez?

Seis o siete horas al día, y tengo muchos sueños. Pero hago aún más cosas, tengo una escuela de masaje, una de psicoanálisis, tengo hijos, y empiezo una nueva relación (risas).

¿Por qué esa actividad frenética?

El fruto de todo eso es que ahora me quiero un poco a mi mismo. Me ha costado mucho, pero ya me quiero un poquito.

¿En qué consisten sus terapias?

Hago de todo. En París, cada miércoles a las 21.00 horas, doy una consulta en grupo, gratuitamente, en un café. Acuden unas treinta personas, leo el Tarot y miramos el árbol genealógico. Además hago ‘psicomagia’, he escrito un libro con el mismo título, que es muy conocido en Italia. Hace poco estuve en un congreso de psiquiatras en Bilbao, y curé en diez días a un autista que habián traído.

¿En sólo diez días?

Sí, le hice de todo. Le di una lista con palabras que él no conocía, y le dije que las escribiese en la piel de su cuerpo con pintura. Después moví con mi cuerpo contra el suyo, tuve manchas de la pintura en mi ropa, y al final metí mis dedos en su paladar y le saqué la tristeza.

¿Así, nomás?

El resultado fue impresionante. Tuve a 170 psiquiatras como testigos.

En los años setenta usted ya era considerado un ‘gurú’. Incluso John Lennon acudió a usted.

No me siento gurú, pero por alguna razón siempre me han considerado así.

¿Cuál es su secreto?

Descubrí amar a la humanidad y conseguir un sentimiento extraño: contentarse con lo que tiene el otro. Desde entonces, todo mi trabajo está dedicado a ayudar a la humanidad, no cambiarla, sino ayudarla para que empiece a cambiarse.

¿En qué consiste este trabajo?

Cualquier actividad debe ser profunda, incluso tomar un café con alguien. Hay tres tipos de personas: los más simples hablan solamente de si mismos, los intermedios hablan también de temas corrientes, como Lady Di, y los terceros conversan sobre asuntos profundos. Intento llevar a la gente a un nivel aún más profundo.

¿Cómo lo hace?

Hay unas preguntas fundamentales. ¿Quién eres? ¿O eres lo que quieren los demás? ¿Cómo amas? ¿Qué deseas? ¿Qué necesitas? La síntesis de todo esto es: ¿sabes vivir? La respuesta no importa demasiado, lo que importa es buscar la respuesta. Por supuesto no me siento en una mesa y digo — ¿Quién eres? Lo hago de una forma más sutil. De todas formas, intento que la gente empiece a cambiarse ella misma.

La idea de que no podemos cambiar a nadie, sino a nosotros mismos, también la expresaba el pensador indio Krishnamurti.

Tiene algo en común. Lo conocí, me pareció un hombre libre, honesto. Pero cuando profundizas en sus ideas, resulta que no hay apenas esperanzas. Es un poco frustrante, abnegar al ‘yo’, como lo hacen también en el budismo. Muchos de los que dicen que no hay ‘yo’, empiezan a insultar al ego, pero el ego es un don divino. Somos una consciencia única y hay que cuidarla.

¿Con vistas a lo que hay después de la muerte?

Hay otra dimensión, el ego es el aporte a la dimensión divina. Creo que en los próximos siglos vamos a desarrollar mucho más la ciencia y nuestra forma de vida. Quizás lleguemos algún día a ese nivel divino.

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