Sueño en el desierto
Santiago Campana
De pronto, Juan encontró en el medio del desierto qatarí una lámpara. La pudo divisar con sus ojos por el brillo que reflejaba el sol. Él recordaba mucho de su infancia las historias sobre Aladino, pero pensaba que eran solo leyendas reapropiadas por Disney. Por lo tanto, cuando vio este objeto en medio de la arena pensó que era simplemente una extraña coincidencia. Lo sorprendente fue lo que pasó cuando la tomó con sus manos: la lámpara se puso al rojo vivo y de adentro emanó la figura de un ser desconocido.
Juan se encontraba en Qatar para presenciar la Copa del Mundo. Era toda una experiencia nueva y excitante para él. Nunca había viajado más allá de países limítrofes de la Argentina, pero en medio de la pandemia del Covid había tomado la decisión de ir a ver el Mundial. Pudo ahorrar un dinero y, ante la posibilidad de que sea la última Copa del Mundo que jugase su ídolo, Lionel Messi, había empezado a tomar forma en su cabeza la idea de usar todos sus ahorros en irse un mes a Qatar. La emoción post Copa América 2021 lo había terminado de convencer. Sin embargo, ninguno de sus amigos y amigas más cercanas, por razones económicas, pudieron seguirlo en sus pasos, por lo que terminó encarando la aventura en solitario.
Llegó a Qatar dos días antes de que empiece el torneo. Por eso, decidió usar ese tiempo para hacer un poco de turismo. Después, todo el tiempo y la energía se le demandaría el fútbol. Contrató en una agencia de viajes, de dudosas credenciales pero más barata que el resto, una excursión para conocer el desierto qatarí. Cuando llegaron al medio de las dunas, Juan decidió irse a pasar un rato solo. Suponía que no habría problema en volver con otras de las camionetas 4x4 que hacían ese camino. Lo aburría y hasta fastidiaba la estructura que tenían esas excursiones: una hora de viaje, quince minutos en el desierto, treinta minutos en la tienda de regalos, otra hora de viaje de vuelta. Para él, en cambio, esos momentos de disfrute no podían estar cronometrados. Ya iba a estar las próximas semanas mirando un reloj y pidiendo la hora. Ahora quería disfrutar. Por eso caminó un largo rato solo, se sentó en el medio de la arena y se puso a disfrutar de la monumental vista.
Fue en ese contexto donde divisó la lámpara. El ser que salió de adentro, cuando la tomó en sus manos, era nuevo para él. No era ese genio azulado que conocía de las películas animadas que tanto veía cuando era un niño. En cambio, tenía forma humana pero con una amplia barba, un turbante en la cabeza y alas en su espalda. Más que un bromista parecía alguien culto y sabio. No entendía si era un ángel o un demonio. No entendía si estaba soñando o estaba despierto. De pronto, comenzó a hablar en un idioma que Juan desconocía. Suponía que era árabe.
— Disculpame, solo hablo español… o un poco de inglés — atino a aclarar Juan.
— Te pido disculpas, empecemos de nuevo. ¿Cómo te llamas? ¿De dónde venís a visitarme? — interrogó en un perfecto español que asombró a Juan.
— Me… me llamo Juan y soy de Argentina — respondió dubitativo — . ¿Vos quien sos? ¿Sos el genio de la lámpara? ¿Hablás todos los idiomas?
El genio sonrió.
— Para vos que venís de una cultura occidental, vamos a responder en tus términos: sí, soy el genio de la lámpara. Y no, no hablo todos los idiomas pero la mayoría. La cuestión de estar encerrado en un objeto me otorga muchísimo tiempo para aprender diferentes cosas — el genio hablaba con mucha seguridad, elegancia y cordialidad — . Me imaginó que ya conocerás los procedimientos del asunto: vos tenés que pedir tres deseos que salgan de lo más profundo de tu corazón, y yo te los voy a cumplir. De esa forma, nos beneficiamos mutuamente, vos serás feliz con tus deseos realizados, y yo me liberó de esta lámpara.
Juan no daba lugar a lo que estaba viviendo. ¿Era real que podía cumplirle cualquier deseo? ¿Era real que estaba conversando con el genio de la lámpara? Desconfiaba de que los efectos de un posible golpe de calor ocasionado por las condiciones extremas del desierto estuvieran causándole alucinaciones. Comenzó a arrepentirse de haber abandonado la excursión y caminar por cuenta propia. ¿Y si no podía volver? Los nervios comenzaron a apoderarse de todo su cuerpo. El genio notó que algo andaba mal.
— Entiendo que estés con miedo y creas que todo esto no es real. Pero si te lo ponés a pensar, hay pueblos que creen en cosas aún más absurdas y la gente lo sigue sin dudarlo — argumentaba el genio — . ¿Por qué un genio en una lámpara no puede existir? ¿Acaso creés que las películas animadas inventaron todo de la nada? Todavía nos deben mucho dinero por usar nuestra imagen… aunque nosotros no usamos dinero… En fin, realmente necesito que me digas tus tres deseos para ser libre, así que no estés nervioso y contame qué es lo que sale de tu corazón
— Si tuviera que pedir un deseo, pediría que Argentina salga campeón del mundo — respondió Juan, esbozando su primera sonrisa desde que apareció el genio.
— Ahh… ¿Así que por eso estás acá, no? Me imaginé que podría llegar a tener un visitante mundialista. Perfecto, primer deseo concedido: el próximo 18 de diciembre, Argentina será campeón de la Copa del Mundo. Te quedan dos.
— Para, para, ¿ya está? ¿Así de fácil? ¿Argentina va a ser campeón del mundo?
— Exacto, ese fue tu primer deseo. Te quedan dos — respondió el genio, un poco impaciente.
— No, ya está, con eso me conformó. Lo demás no me importa — respondió Juan.
— No quiero sonar rudo, pero no funciona así. Tienen que ser tres — explicaba el genio — . Si no, no se va a cumplir lo que estás pidiendo. Pensá, no sé, en cómo querés que se den los partidos
— ¿Vos me estás diciendo que puedo diseñar absolutamente cómo va a ser el mundial que juega Argentina?
— Exacto: te lo cuento como un gran deseo. Hoy me encontraste de buen humor, así que te lo hago pasar como uno, y además te quedaría otro. Me imagino que desearás que Argentina gane todos los partidos por muchos goles, gozando y sin sufrir, ¿no?
La sonrisa ya se había instalado definitivamente en el rostro de Juan. Sus ojos brillaban. El miedo y los nervios habían comenzado a desaparecer de su cuerpo, para entregarse de lleno a la situación fortuita que le tocaba vivir.
— Sin sufrir no se puede gozar — señaló Juan — . Así que voy a desear un mundial muy diferente a ese. Tiene que ser realmente perfecto, como si estuviera guionado para una película o una serie. Dejame pensar un poco, ¿dale?
— Tenés todo el tiempo del mundo, aunque te recomiendo que te decidas de acá a un par de días que ya empieza el mundial. Todavía no tengo el poder de modificar el pasado — respondió el genio.
Juan se tomó algunos minutos para pensar
— Ya tengo pensada toda la fase de grupos. Primero, vamos a perder el partido inaugural, con Arabia Saudita — exclamó Juan.
El pedido sorprendio al genio.
— No quiero contradecirte, ¿pero estás seguro? ¿No preferís ganar todos los partidos? — interrogó el genio.
— No, justamente. Venimos muy arriba, con mucha confianza, ya nos sentimos campeones de antemano — explicaba Juan — . Por eso necesitamos complicar las cosas, para después disfrutarlo más. Que aparezcan las dudas. Que los periodistas vuelvan a criticar. Que se bajen los que se tengan que bajar. Vamos a perder el primer partido.
— “Vamos”… ¿por qué hablás en la primera persona del plural? ¿Acaso sos jugador de la selección? Hubieras arrancado por ahí.
— No, pero los hinchas también jugamos. Eso no te lo pedí porque no es necesario: a lo largo de todo el torneo se va a llenar de argentinos y argentinas que van a hacer sentir a los jugadores que cada partido se juega en Argentina.
El genio se mostraba cómodo con la situación. Hasta la disfrutaba. Solían pedirle cosas que él encontraba superficiales, como mucho dinero o enamorar a una persona. Si bien no tenía la misma pasión por el fútbol que Juan, podía empatizar su sentimiento. Nunca nadie le había pedido los tres deseos con tanta ilusión en los ojos.
— ¿Y cómo querés que se dé ese primer partido?
— Que Argentina arranque ganando, rápido, en los primeros minutos. Que la gente crea que todo va según lo imaginado: un partido fácil con goleada contra un equipo inferior. Pero que la cosa se empiece a complicar. Que nos anulen goles insólitos, que los gritos de gol no lleven a ningún lado — Juan relataba cada detalle como si estuviera escribiendo un cuento futbolístico imaginario — . Entonces ahí arranca la debacle: cuando empieza el segundo tiempo, Arabia Saudita en un abrir y cerrar de ojos nos mete dos goles. Nos patea al arco dos veces, dos veces la vamos a buscar adentro. Y el equipo no puede responder. El técnico mete cambios pero no dan resultados. Ellos se meten bien atrás y terminan cerrando el partido. Todo es bronca y dudas, el fútbol esperado no apareció, la condición física de algunos jugadores deja bastante que desear.
— Ya anoté todo en mi cabeza — prosiguió el genio, antes de preguntarle — . ¿Vos te das cuenta de que todo esto pone a tu selección a un simple paso de quedar eliminada?
— Por supuesto, esa es la idea: que los octavos arranquen antes. En vez de fase de grupos y cuatro partidos de eliminación directa, que sean seis finales. Así la gente lo vive más intensamente y me aseguro que ningún argentino y argentina se olvidarán de este mundial.
— Creo que voy entendiendo tu lógica. Decime, ¿cómo seguimos?
— Ahí es cuando aparece el liderazgo del 10. Que tire alguna frase que la gente pueda resignificar después, que con el correr de los partidos tome sentido.
— ¿Cómo cuál?
— Algo como, no sé… “Que la gente confíe, que este grupo no los va a dejar tirados”.
— Perfecto. Segundo partido, con México, ¿cómo sale?.
De golpe Juan salió de su fantasía mundialista y miró sorprendido al genio
— ¿Te sabés de memoria el fixture?
— Por supuesto. Como te dije, tengo mucho tiempo libre para aprender cosas. Y además quería prepararme por si algún fanático extranjero venía a pedirme algún deseo relacionado con el mundial. Volviendo a lo nuestro, ¿cómo sigue tu mundial perfecto?
— El partido con México tiene que ser puro nervio, durísimo. Ya en la previa los medios e hinchas mexicanos tienen que chicanearnos…
— ¿Chicanearnos? — interrumpió el genio — esa palabra no la conozco.
— Eh… No sé cómo explicarlo. Que hablen de más para insultarnos, que nos digan que nos van a sacar del mundial, que Messi no vino a jugar el torneo, cosas así.
— Voy entendiendo, seguí
— En el partido va a estar siempre presente esa sensación de que si te hacen un gol estás quedando fuera del mundial. Argentina esta al borde del precicipio, sabiendo que puede perderlo todo en pocos minutos ¿Sabés las cargadas eternas que sería quedar eliminado con México en un segundo partido? ¿Sabes lo catastrófico que sería jugar un tercer partido del mundial pero ya eliminado? — describió Juan — . El primer tiempo que sea cerrado, con pocas chances. Y que nuestro 9 titular, Lautaro Martínez, esté peleado con el arco. Pero en el segundo ya se tiene que empezar a ver el fútbol que le gusta a la gente. Que entren los más pibes y hagan jugar bien al equipo
— Te pido que seas un poco más preciso, ¿quiénes serían “los más pibes”?
— Enzo Fernández, Mac Allister, Julián Álvarez… que se hagan cargo del equipo
— ¿El gol lo hacen ellos?
— El primero no: que el partido se abra con un gol de Messi. Uno de los característicos suyos, esos zurdazos desde afuera del área imparables. Que desde ahí domine todo Argentina, para cerrarlo con otro golazo de algunos de los jugadores más jóvenes del plantel, como Enzo Fernández. 2–0, partido ganado, seguimos en carrera
— Perfecto, tercer partido, contra Polonia, ¿cómo sale?
— En este tenemos que hacer un gran partido ya desde el comienzo. Dominar de principio a fin. Que ellos ni siquiera nos pateen al arco
— ¿Arrancan ganando rápido?
— No, vamos a seguir con el dramatismo: que el buen juego no se convierta en goles. Incluso que le atajen un penal a Messi
— ¿Los vas a hacer sufrir absolutamente todos los minutos de todos los partidos? ¿No te parece mucho?
— Tenés razón — respondió Juan entre risas — que el segundo tiempo contra Polonia sea simple y puramente para disfrutar. Hagamos el gol apenas salimos del vestuario, controlemos el partido y cerremos 2–0. Y que los más pibes hagan los goles
— ¿Otra vez Enzo Fernández?
— No, esta vez que le toque a otro — respondió Juan — . A Mac Allister, por ejemplo. Ah, y obviamente uno de Julian Álvarez. Es mi 9 favorito y quiero verlo hacer varios goles en este mundial. Dos ganados, seis puntos, y más allá de la sorpresa inicial, cerramos como punteros del grupo.
— Perfecto, ¿cómo seguimos? En octavos tocaría jugar contra el que quede segundo del grupo de Francia, Australia, Dinamarca y Túnez.
— ¿También te sabés de memoria todos los grupos del mundial? — se sorprendió Juan.
— Por supuesto, ya te dije que estudié el asunto. Elegí rival — respondió el genio.
— La lógica diría que el segundo de ese grupo es Australia o Dinamarca… medio que me da lo mismo… pero contra europeos seguro jugamos en las instancias finales, así que sea Australia.
— Listo, Argentina contra Australia en octavos de final. ¿Cómo querés que salga?
— Mmm… que arranque peleado, luchado, pero que se abra con algún golazo de Messi. Y que a partir de ahí Argentina controle el partido a su antojo. Incluso que extienda la distancia en el marcador con otro gol de Julian Álvarez. Pero cuando el partido parecía liquidado, Australia tenía que meter un gol. De carambola, de rebote, que sea insólito. Y que a partir de ahí empiece la incertidumbre y los nervios. Argentina va a atacar por todos lados pero nos vamos a perder goles imposibles. Y en la última pelota ellos tienen que tener un mano a mano en el área chica, de esos que te tapás los ojos porque ya sabés que es gol. Ahí va a aparecer nuestro arquero, el Dibu Martínez. De a poco se tiene que ir convirtiendo en una de nuestras principales figuras y en el mejor arquero del mundial. 2–1, festejo con la gente y a cuartos.
— Anotado, nos quedan tres partidos. ¿Contra quién querés jugar en cuartos de final?
— Yo también me sé el fixture de memoria: si sigue la lógica, tocaría Holanda.
— ¿Holanda? Querrás decir Países Bajos — lo corrigió el genio.
— Como sea que se llamen ahora. Los de naranja. Quiero empezar a jugar con rivales de más renombre.
— Tendrá renombre pero nunca salió campeón mundial, según lo que sé — señaló el genio.
— Ya sé, ya sé. Pero son durísimos. Justamente tiene que ser una gran batalla. Un partido épico. Que tenga todos los condimentos para que sea inolvidable. Por ejemplo, en la previa ellos tienen que chicanearnos, a nosotros y a Messi. Eso se tiene que trasladar a la cancha. Tiene que ser un partido muy disputado desde lo físico, esos en que se arman tumultos entre los jugadores y que el árbitro tiene que sacar muchas amarillas.
— Definí muchas: ¿tres? ¿cinco?
— Sí, cinco, seis, pero por equipo. Que el número final sea alrededor de 12, 13 amarillas.
— Me estás hablando de todo menos de fútbol. ¿Cómo querés que sea el transcurso del partido?
— Bueno, tenés razón — reconoció Juan — , el partido se tiene que abrir con una de esas jugadas impresionantes de Messi, que deja apilados a toda la defensa contraria para habilitar a un compañero con un pase genial. Que el gol lo haga alguien que todavía no haya convertido, como, no sé, Molina. A partir de ahí Argentina tiene que dominar y se tiene que poner 2–0 arriba, con un gol de Messi. Que se lo dedique a Van Gaal, el técnico de ellos, que me cae para el culo. Y que sea de penal, para sacarse la mala suerte del penal que erró contra Polonia.
— Que vos decidiste que erre, querrás decir — señalo irónico el genio.
— Bueno, vos me entendés. No me distraigas, genio. Escuchame, 2–0 ganando un partido de cuartos de final, es obvio que el equipo que va perdiendo se la tiene que jugar y decide poner muchos jugadores ofensivos. Así lograrán descontar y ponerle suspenso al partido. Eso, suspenso. Con el partido ganando 2–1, el árbitro tiene que agregar 10 minutos.
— ¿10 minutos? Mira que aprendí mucho de fútbol, pero tanto no se suele añadir.
— Ya sé, ahí está la gracia. Toda la gente puteando pidiendo la hora, y que en la última bola ellos nos hagan un gol. Un baldazo de agua fría, quilombo, quejas. 2 a 2 y nos vamos al alargue. Ahí de vuelta tenemos que demostrar nuestra superioridad y tener muchas chances de gol, pero que de alguna manera no entren: por un rebote, por una atajada, por un palo. Que parezca que no es la noche y que toque ir a los penales.
— ¿Cómo querés que sea la tanda de penales?
— Obviamente la figura tiene que ser el Dibu Martínez, tapando un par de penales, haciendo de las suyas, hablando con los rivales, bailando, gesticulando… pero que cuando parezca que ya está ganado, nosotros erramos un penal y tengamos que esperar hasta el último penal. Ese lo va a patear Lautaro Martínez, se lo merece: en el medio de las dudas por no estar haciendo goles, tiene que patear de la manera más perfecta el penal definitorio. Pasamos a semis, y como siempre, lo festejan con la gente. Ah, y toda la pica que se arme con los holandeses se tiene que plasmar en algo. Una imagen, una declaración, algo así. Por ejemplo, Messi con su dialecto rosarino insultando holandeses. De esos momentos icónicos que quedan para la posterioridad.
— Bueno, es el deseo más largo que me pidieron jamás, pero estoy entretenido — admitió el genio — . Llegamos a las semis, ¿contra quién toca?
— Ahí nos tiene que esperar Brasil, es lo que toca según la lógica — respondió con seguridad Juan.
Juan notó al genio dubitativo. Cómo si quisiera decir
— ¿Pasa algo malo? — se animó a preguntar Juan.
— Mira, no me gusta meterme en los deseos de mis interlocutores, pero me pregunto si la mejor decisión es Brasil. Entiendo que, por lo que sé, es el clásico rival. Pero vienen de ganarle la final de la Copa América, que fue el fin de la sequía de títulos de la selección y el triunfo más esperado por Messi. ¿No creés que es meterse con ese recuerdo? Dejen que el partido histórico con Brasil sea el propio Maracanazo. Acá podés elegir cualquiera de los otros rivales.
Juan se quedó completamente sorprendido con la intervención del genio. Después de mirarlo unos segundos, se dio cuenta de que tenía razón
— Más que aprender, ya sos un futbolista experto. Tenés razón, que no sea Brasil, ¿pero a quien elijo?
— Alguna selección que te hayas quedado con las ganas de ganarle.
Después de pensarlo, la idea atravesó como una flecha los pensamientos de Juan
— Lo tengo: tiene que ser Croacia.
— ¿Croacia? Esa sí que no la esperaba. ¿Tenés bronca con Croacia? ¿Tenés familia en los Balcanes? Si no, no se explica.
— Es por el mundial pasado. Nos ganaron 3–0 y lo viví como una humillación. Tiene que ser la revancha. Es la demostración de que somos superiores a los que antes nos ganaban.
— Perfecto, Croacia pues. ¿Cómo querés que sea el resultado? ¿Nuevamente con sufrimiento, tiempo de descuento, alargue, penales y todo el paquete dramático?
Esta vez, Juan no tuvo que pensarlo ni un segundo.
— No, justamente no: tiene que ser 3–0. Justicia poética, el mismo resultado que en Rusia 2018 pero esta vez lo ganamos nosotros. Con goles de Messi y Julián Álvarez. Pero que, por lo menos un par, sean golazos dignos de ser recordados. Incluso uno que venga de otras de esas jugadas maradonianas, o messísticas, que solo pueden salir de los pies de Messi. Que sea un baile, un paseo, que los croatas no tengan la menor chance. Incluso que nuestro técnico tenga la chance de hacer ingresar a todos los jugadores de campo que no habían entrado hasta ese momento. Pitazo final, y estamos en la final de una nueva Copa del Mundo.
— Bueno, vamos terminando. Nos queda el último partido. ¿Contra quién querés jugarlo?.
Juan nuevamente se tomó unos momentos para pensarlo.
— Que sea contra Inglaterra, que está del otro lado de la llave. Justamente para el Diego que lo mira desde el cielo y para todos los pibes que pelearon en Malvinas, hay que volver a ganarle a los ingleses.
Por segunda vez, Juan notó que al genio algo no le convencía.
— Por las razones que me das, ese partido que querés jugar contra Inglaterra ya pasó y fue en 1986 — señaló con una notable agudeza el genio — . Si queres lo cumplo, pero como te dije que no hay que tocar el recuerdo del Maracanazo del año pasado y no jugar con Brasil, tampoco le volvería a ganar a los ingleses. Messi, Scaloni y este grupo tienen que buscarse un nuevo antagonista, uno propio. Inglaterra fue el de Maradona. ¿Cuál te parece que puede ser el villano de Messi?
Por enésima vez, Juan quedó asombrado ante las palabras del genio. Ya ni se animaba a cuestionar tanta sabiduría.
— Lo que vos digas, que sos el que tiene más experiencia en cumplir deseos. Por lo que me estás diciendo, prácticamente me mencionaste las características de Francia: es el campeón del mundo, fue la que nos eliminó en el último mundial de Rusia, tiene a Mbappe que va camino a convertirse en el jugador más dominante del planeta cuando se retire Messi, y libra por libra ninguna selección se le asemeja… Sí, tenés razón. Como si fuera boxeo, tenemos que sacarle la corona al campeón, tenemos que ganarle la final del mundo a Francia.
— Sabía que te iba a gustar la idea. Decime, ¿Cómo sale la final? ¿3–2 en homenaje a la final de 1986? ¿4–3, y hacés lo que hiciste con Croacia, das vuelta el resultado adverso del 2018?
— No, tenemos que demostrar la superioridad. No tienen que quedar dudas que somos la mejor selección del mundo. Además, bastante ya sufrieron los hinchas, la final la tienen que disfrutar. Tiene que ser un baile, con un Messi brillante y un Di María nuevamente intratable en una final. Es más, que cada uno de ellos haga un gol. Ahí está, partido 2–0, que ellos ni pateen al arco, directamente los sacamos de la cancha. No puedo pedir más…
En ese momento, Juan se quedó dudando. Había algo en su deseo que le hacía duda, que no le cerraba. El genio buscó indagar en lo que pasaba.
— ¿Pasó algo? ¿Por qué dudas? ¿Le falta dramatismo a tu final?
— Yo sé que, sea como sea, ningún argentino o argentina se olvidará de la final del mundial en la que Messi levantó la Copa del Mundo — aclaró Juan, antes de proseguir — . El tema son los hinchas del resto de los países. Tiene que ser la mejor final de la historia, que nadie en ningún rincón de la tierra se la olvide. Y para eso tiene que haber muchos goles, alargue y penales.
— Está bien, pero yo ya anoté tu baile y 2–0, goles de Messi y Di Maria. Con ese deseo no podes ir atrás — replicó el genio.
— No vayas atrás, que sean dos partidos en uno. Argentina va a jugar un partidazo pero de la nada, en un par de minutos, Francia se lo va a empatar. Y ahí arrancamos de vuelta: 2–2, palo y palo, situaciones de gol para ambas selecciones, así todos se sienten a punto de ganar. Y que en el alargue pase lo mismo, que en el segundo tiempo extra Argentina se ponga arriba de nuevo pero que Francia lo empate. Que ellos tengan un mano a mano en el último minuto para ganar el mundial, y ahí increíblemente el Dibu lo ataja. Que Argentina también tenga las chances de ganarlo pero que no se den. 3–3 y a penales.
— ¿3 a 3 una final de la Copa del Mundo? ¿No te parece que alguien va a dudar de que hiciste algún tipo de pacto secreto para armar el guión del Mundial? Me preocupa la preservación de mi oficio — explicó el genio, inquieto.
— En un punto tenés razón, pero esto es fútbol, la gracia es que en cualquier momento puede pasar cualquier cosa — dijo entre sonrisas Juan.
— Lo que vos digas. Contame, ¿Cómo querés que sean los penales? Me imagino que con todo el dramatismo que te caracteriza ¿Hasta el último penal con dudas? ¿Que Francia esté a punto de ganarlo y que se dé vuelta la historia?
Juan nuevamente se tomó unos momentos para pensar.
— No, no es necesario. No me quiero hacer cargo de la salud cardíaca de mis compatriotas. Que el Dibu ataje uno rápido, que ellos erren otro y que nosotros metamos cada uno que pateamos. Que el último penal lo convierta algún defensor que haya tenido algo que ver en algún gol de Francia, así se saca la bronca.
— Perfecto, si ellos erran dos y Argentina convierte todos, la serie finalizaría 4–2 — señaló para confirmar el genio — . Felicitaciones por adelantado, sos campeón del mundo.
Al escuchar esas palabras nuevamente, Juan no lograba que la sonrisa quepa en su rostro. Sin embargo, al terminar su largo relato mundialista, se dio cuenta de que estaba en el medio del desierto sin saber cómo volver a la civilización
— Bueno genio, fue un placer, pero se me va a hacer tarde para volver — se despidió Juan, encarando la vuelta. Pero el genio lo frenó.
— No te olvidés que te falta un deseo más. Si no completás los tres deseos, ni vos ni yo lograremos nuestro cometido.
Juan lo miró con esa sonrisa que no se le borraba del rostro y, ya sintiéndose entre amigos, pidió su tercer y último deseo
— Te pido que todo esto no haya sido un sueño.
Apenas terminó con esas últimas palabras, el genio, sin despedirse, se esfumó; y la lámpara se desvaneció en cientos de pedazos. En ese instante, Juan se percató nuevamente de la realidad que lo rodeaba. La sonrisa abandonó su rostro. Se encontraba en el medio de la nada, en un ambiente hostil, con un calor agobiante y sin posibilidades de retornar a la ciudad que lo hospedaba. Todas condiciones que estaban presentes durante su charla con el genio y que habían repercutido sobre su cuerpo, pero él no se había dado cuenta. Con la última energía que le quedaba, subió a una duna pero no logró divisar por ningún lado la camioneta que lo trajo. No se sabe si fue la sed o el golpe de calor el causante, pero finalmente Juan se desmayó en las arenas del desierto qatarí.
Dos días después, Juan abrió los ojos en la sala de un hospital. Logró comunicarse en su precario inglés con los médicos. Se entero que la empresa turística había comenzado un operativo para encontrarlo cuando se dieron cuenta que uno de sus pasajeros se había extraviado. Lo encontraron inconsciente y deshidratado. Por suerte lo llevaron a tiempo al hospital, y lentamente los análisis médicos retomaban los valores normales.
De pronto, Juan recordó todo. No solamente su conversación con el genio –que a esta altura suponía que había sido una alucinación en el medio del desierto, derivada de su cuadro clínico general–, sino que estaba allí para ver un mundial de fútbol. Miró su reloj y se dio cuenta de que eran las 15 horas del 22 de noviembre. Argentina ya había jugado su primer partido, y él, que contaba con entrada para verlo en el estadio y se había gastado los ahorros de su vida en este viaje, se lo había perdido. Insultó a más no poder, pero rápidamente quiso saber cómo había salido el partido. Su celular no tenía batería y el cargador había quedado en el hotel. No tenía manera de informarse. Desesperado logró encender la televisión de la habitación del hospital, pero no entendía nada de lo que decían los periodistas y menos las palabras en árabe que figuraban en los zócalos. Sin embargo, de repente mostraron los resultados de los partidos con un idioma mucho más universal: las banderas de cada país con el número de goles que habían convertido. No podía creer, por motivos diferentes, lo que estaban viendo sus ojos. Arabia Saudita había vencido a Argentina por 2 a 1.