“No sabía qué era maricón”, dice Orlando Mondragón, ganador del premio de poesía joven Alejandro Aura

Sergio Briceño
4 min readNov 23, 2017

Qué hacer si de pronto te toca darle un baño a tu padre. Y has de desnudarlo y verle la verga y tallársela y jabonarlo entre las nalgas. Qué harías si eres buga, qué si eres homosexual. Diversas coordenadas alojan cuestionamientos semejantes, contenidos, entre varios más, en las páginas de “Epicedio al padre”, libro con el que Orlando Mondragón obtuvo este año el Premio de Poesía Joven “Alejandro Aura”. En la presentación en El Hijo del Cuervo, ese legendario bar que fundó en vida el propio Aura, vimos a María Cortina, rubia de pelo lacio y acento monacal, repartiendo comentarios sobre el extinto Alejandro, quien fue “gran amante y promotor de la ciudad de México”. Al cerrar, María lo hizo así: “¡Va por ti, que estás afuera Alejandro!” Y seguramente con frío, en una noche que ya apuntaba hacia los 4 grados centígrados.

En su mayoría eran chavos, chaquetas de cuero, minifaldas sobre leggins negros, playeras con leyendas literarias o rockeras. Mesas bullentes de charla y carcajadas. Una hilera más o menos larga de sillas y enfrente el letrero de reservado. Orlando me saludó caluroso y abierto, como siempre, como en los días del taller con Pura López Colomé. También lo hizo César Cañedo, el poeta sinaloense que acaba de ganar el Francisco Cervantes Vidal con su “Loca”, un título que explora, en rijoso y agudo verso dionisíaco, la demencia asociada al VIH. Fue él quien, ya en el estrado, contó las anécdotas que llevaron a Mondragón a ganar el premio: las correcciones, la elección del título, los engargolados, y todo al grito telefónico de “mana esto, mana lo otro, oye mana”.

Es “mi hermana de leche”, reveló Cañedo al referirse a Orlando. Luego reconoció en el volumen “contundencia, franqueza, fuerza expresiva” y dijo que cuando vio el borrador, se dio cuenta de que “tenía un chingo de poesía”. Entre las influencias, mencionó a la Sharon Odds de “Satan says” y a buena parte de la obra de A.E. Quintero, a quien el libro está dedicado “en homenaje”. Finalizó diciendo que “la masculinidad es la jaula”, por lo que “Epicedio…” es un “simbólico ajuste de cuentas con el padre”.

Cuando Mondragón escuchó por vez primera que le llamaron maricón, no sabía el significado de la palabra. Tampoco la de joto, menos la de mayate. Las risas no alcanzaban a interrumpir su intervención, tampoco la de César. Se llevaron la noche. Era necesario que lo hicieran, que equilibraran la solemnidad de Carmen Boullosa, que había leído un larguísimo texto antes, en el que dijo que era un “importante y extraordinario libro”, además de contar que Agustín Monsreal “le prestó (a Aura) el traje para casarse con Elsa Cross”. Más adelante auguró que Orlando “es un escritor que tendrá muchos lectores”, además de calificar su pieza poética como una “bienvenida al padre” y un “acercamiento”, que “busca la paternal gravitación”, mediante una “desnuda narración de la relación padre-hijo”. Es, dijo, un libro “breve e intenso”.

Con pancita de varios meses de embarazo subió María, la hija de Aura, a leer un sólido poema de su padre, acerca de aquellos que después de mucho publicar poesía, dejan de hacerlo, aunque les quedan los paseos por la ciudad y los amigos, la bohemia y el derecho a habitar y cantar la urbe. “Este es un templo donde se oficia el culto a Aura”, dijo en su turno el también poeta y secretario de Cultura de la CDMX, Eduardo Vázquez. Y remató un largo elogio a Mondragón puntualizando que el suyo “es un libro tremendo”.

Orlando fue breve al tomar el micrófono y empezó diciendo eso, que “la primera vez que me dijeron maricón no sabía qué significaba, pero sentí todo el peso del estigma”, porque “no se escuchaban malas palabras en la casa”. Médico egresado y a punto de estudiar una especialidad, Mondragón confesó que con el tiempo fue descubriendo las palabras “homosexual” y “gay”. Admitió que el suyo es “un libro de denuncia”, además de un “acto de rebeldía”, aunque “también un poema de amor al padre y hacia mí mismo”.

Y leyó estos versos:

¿Cómo dejarse desnudar por su hijo maricón?

Su hijo

que deseaba los cuerpos de los muchachos

en las canchas de futbol y las piscinas

que sentía placer adivinando la apretada hinchazón

de las braguetas.

¿Cómo dejarlo acercarse a él sin sentir todos los cuerpos

de los hombres tocados con lujuria,

todas sus manos?

¿Cómo taparle los ojos

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