Las muchas venezuelas: una mañana en El Moján (#dia4)

Silvia Cobo
6 min readAug 2, 2015

--

La diana sonó a las 3 de la mañana. Teníamos un vuelo a las 6 para ir de Caracas a Maracaibo, capital del estado de Zulia (frontera con Colombia). Anoche estuvimos por la tarde con unos amigos en una zona de clase media alta llamada La Castellana en un local de moda, con cervezas, pizzas y pasteles de zanahoria. Podría haber sido Madrid, podría haber sido Barcelona. Era Caracas. Se nos hizo tarde y apenas dormimos 4 horas.

En semejante estado llegamos a Maiquetía para tomar nuestro vuelo. Sorprende lo relajado que son con los vuelos internos. Esta vez no había preguntas ni importaba qué llevábamos en las mochilas.

En el aeropuerto de Maracaibo nos esperaba la dicharachera Inés, una maracucha de unos 50 años que iba a ser nuestra intrépida chofer y sherpa en la localidad de San Rafael de El Moján, en la región de Guajira, a 40 kilómetros de Maracaibo.

La península de la Guajira es una región muy pobre que está entre Colombia y Venezuela. Bordeada por el mar del Caribe, su clima es muy árido, con temperaturas que harían recordar las peores olas de calor africano que hemos vivido en Barcelona… Pero peor. Su población indígena, los guajiros, de piel muy oscura, tienen la doble nacionalidad y pueden moverse con libertad entre los dos países. Una cuarta parte de la Guajira es territorio venezolano.

Inés nos amenizó la hora de coche con su particular selección de música popular venezolana, salsa, bachatas, vallenatos y qué sé yo. Andrea le hacia de duo mientras yo trataba te mirar por la ventana y ver qué vida había en esa gran carretera. Entre canción y canción de amores atormentados tratábamos de preguntarle sobre la situación política y social de la región.

Si ayer estábamos en un barrio bien de Caracas, la realidad nos pegó un golpetazo en toda la cara al mostrarnos una Venezuela radicalmente distinta.

En el camino a San Rafael del Moján encontramos kilómetros y kilómetros de sencillas casas de ladrillo de cemento de un solo piso rodeadas de un pequeño pedazo de tierra, que hacían pensar en que ellos mismos han construidos sus casa en medio del campo. La gente se tira a la carretera no solo como vía de comunicación sino como arteria de vida: venta ambulante estratégicamente colocada en los obstáculos que obligan a disminuir la velocidad de los coches, tiendas improvisadas con fruta y algunas verduras, productos para los coches, o gente que espera a las tradicionales «camionetas» que recogen a los pasajeros en medio de la carretera a merced de la demanda.

Los vecinos también sacan la mesa y la bebida a la carretera simplemente para ver el ruidoso espectáculo que se monta delante. Huelga decir que es una carretera de dos carriles por sentido pero si hace falta aparece un tercer carril -donde caben dos caben tres- y donde las leyes de tráfico brillan por su ausencia. Inés se mostró como una insuperable conductora: «Yo soy muy briosa manejando, yo no me acoquino». Soy testigo.

Después de semejante espectáculo llegamos a San Rafael de El Moján. Son las 9 de la mañana y el calor es ya abrasador. La localidad es pequeña, de calles estrechas y de sencillas de casas de un solo piso. Buscamos un colegio de monjas. Nos miran. Parece que no están muy acostumbrados a los forasteros. Comprobamos enseguida que monjas, solo hay unas en el pueblo, así que nos limitamos a preguntar por «las monjas».

Ni café, ni leche

Necesitamos café. Nos vamos a desayunar. Comemos unos tequeños en un pequeño y muy austero local únicamente animado por unos coloridos y kitch cupcakes. No hay café. ¿Dónde podemos encontar? No sabe. Nos asomamos a una panadería. Tampoco allí hay pan. Nos rendimos y vamos a ver a las monjas que regentan un colegio. De 5 hermanas, 4 son españolas. Les comentamos lo del café. «¡Qué quieres en este país!» es la respuesta. La escasez es real. Leche tampoco se consigue fácilmente como ayer comprobé en Caracas.

Al llegar al colegio nos damos cuenta que estamos ante el sitio más bonito del pueblo. Un enorme jardín que es a la vez el patio de colegio lleno de flores y plantas junto a decoración hecha por los niños con materiales de deshecho. A nuestra derecha, un largo pasillo bajo un porche deja que se intuya al fondo el lago de Maracaibo y unas palmeras. Es verdaderamente un pequeño oasis.

El Bachaqueo

Gemma es una joven religiosa natural de Sabadell que lleva más de 10 años en Venezuela, y 20 en Latinoamérica. Es fácil darse cuenta porqué están allí. Es una región muy pobre con un clima infernal. Parece mentira que ayer estábamos en ese barrio de Caracas, pero lo es más aún que solo están a una hora de la rica capital de Maracaibo, donde la industria petrolera descubrió sus primeros pozos. ¿De qué viven en El Moján? Del «bachaqueo», me dice la hermana, del contrabando de gasolina y otros productos que venden en Colombia. Si bien siempre en la región había mucho contrabando por su proximidad a Colombia, la crisis económica que pasa Venezuela, ha hecho que la actividad se haya intensificado.

De hecho por el camino Inés nos mostró las largas colas en un gasolinera que no hemos visto en Caracas. Bajé la ventanilla para hacer una foto con el móvil y un hombre se percató de mi interés. Gritó al verme e Inés me alertó de que no era buena idea… Esa carretera a diario está lleno de bachaqueros de gasolina: deben ir muy rápido para hacer tantos viajes entre las dos fronteras como puedan para que les rinda el día. La gasolina venezolana es ridículamente barata mientras que en Colombia es muy cara. Según me cuentan un bachaquero de gasolina puede hacer al día 20.000 bolívares con apenas dos viajes. El sueldo mínimo en Venezuela son 7.000b.

Gema me cuenta que hay otros problemas en la localidad que afectan a los niños. Las familias están fuertemente desestructuradas y eso genera mucho sufrimiento en los críos. La violencia -muchos adultos llevan armas encima- y la inseguridad es además habitual en la población. Cuando pregunto si son perseguidos los delitos, a Gemma se le escapa un gesto de desesperación e impotencia.

Es mediodía y el calor se hace insoportable. Es un verdadero infierno. Huimos hacia la carretera y volvemos a Maracaibo pensando de nuevo que hemos conocido otro mundo, otra Venezuela. En una hora nos parece haber estado en otro planeta.

Crónica 3: Mucubají, la suiza venezolana, o el reino de la Trucha

--

--