Mucubají: la pequeña suiza venezolana y el reino de la trucha (día 6)

Silvia Cobo
6 min readAug 7, 2015

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Laguna Mucubaji

Dicen que cuando los españoles estaban cruzando los Andes, al llegar a Venezuela, vieron un azul en el horizonte y creyeron ver el mar de fondo, pero era en realidad era La llanura venezolana de Los Llanos.

Llegamos hace dos días a Barinas, capital del estado del mismo nombre, al sur del país, después de unas 7 horas de coche por una más que correcta autopista. Nuestro experimentado chófer superaba los 160 km por hora y parecía que no éramos los únicos a esa velocidad. Pregunté cuál era la velocidad máxima permitida en Venezuela, el chófer me dijo que “cuando las agujas empieza a temblar”. Mientras conducía iba atendiendo al móvil. y no debaja de repetir en cada llamada: “Tres cincuenta”. Además de conductor profesional se dedica a vender coches, motos y casas. Esta vez era una moto. Poca gente he conocido que no tenga varias ocupaciones en Venezuela. Todos tratan de complementar sus sueldos para esquivar un inflación desbocada.

Estamos en época de lluvia a la que llaman “Invierno”, la que va de mayo a julio. El viaje transcurre entre valles verdes tropicales y llanuras. Cruzamos varios estados y al llegar a Los Llanos todo se vuelve plano y de un brillo muy intenso. No es difícil imaginar porque aquellos españoles creyeron ver un mar, porque Los Llanos nos ofrecen un mar de árboles de un verde azulado. Esta es una tierra fértil para el cultivo y de fuerte tradición ganadera.

Los llaneros tienen fama de ser gente afable. El más famoso llanero es Hugo Chávez.

En nuestro viaje en coche encontramos casi una decena de controles policiales de la Guardia Bolivariana más interesados en parar camiones con mercancías que en los coches particulares. Pensé que en la carretera de la Guajira, madre del cordero bachaquero (la economía del contrabando) no vimos presencia policial.

subiendo al paramo vista hacia Barinas

Un espectáculo visual y térmico

Barinas tiene una más que oportuna geografía: en menos de 70 km uno se planta en el páramo andino. Se fundó justo a los pies de los Andes y al inicio de la llanura. En poco más de una hora de coche uno asiste al espectáculo de cambiar de la vegetación de la llanura, a una montaña tropical, para finalmente llegar al árido inicio de los Andes. Es sin duda un espectáculo visual y térmico: la diferencia de grados es de más de 15. No en vano se pasa de los 150 metros de altura de Barinas a los 3.600 a la laguna de Mucubají en el páramo.
Los barinenses suben a la laguna para “agarrar un poco de fresquito”, dado que las temperaturas en Barinas están entre los 25 y los 35 grados con una humedad alta del 80–90%.
En cuanto empezamos a remontar por la carretera de Barinas a Mérida -capital del Estado homónimo de la parte andina de Venezuela-, la propia carretera se convierte en un espectáculo de vistas a las montañas tropicales, con una frondosa vegetación y largas cascadas que caen en las montañas en el lado opuesto al de la carretera, ente las que destaca la larguísima Velo de la Novia.

En el camino encontramos muchas casas de los habitantes de la zona que se adaptan a la orografía del terreno, se enganchan al tendido eléctrico y que suelen estar pintadas con llamativos colores. Son casas de un solo piso, tremendamente sencillas pero a las que no falta su antena parabólica de la televisión por cable Direct Tv. Muchas de ellas aprovechan su pequeño porche para la venta informal de productos de sus propios cultivos y artesanía. En las fachadas de algunas casa también veo pintadas de apoyo a Chávez de las elecciones de 2012.

Esta ha sido una ruta típica del turismo nacional. Los habitantes de la calurosa llanura subían a veranear al páramo andino. Me cuentan que la zona ha perdido su esplendor de antaño, en parte por la recesión que vive el país.

Hacemos una parada técnica en El Palacio de la Trucha, un pequeño local en la carretera con un pretencioso nombre. En la entrada hay una trucha gigante con ruedas con la que los turistas se fotografían. La trucha es una parte importante de la economía de la zona aunque no es autóctono de la zona: en los años 30 del siglo pasado fue introducida aquí por europeos y norteamericanos. Numerosos viveros de truchas, las llamadas trucherías, son el modus vivendi de los habitantes de la zona junto a la agricultura y el turismo. Degustamos un pastel de trucha y queso azul, combinación rara pero bastante buena.

Mientras nos comemos esa especialidad de la zona, aparecen numerosos turistas locales ataviados con sombreros de punto y bufanda. Hace fresquito, pero claramente tampoco es para tanto. Debe ser de las pocas ocasiones que un venezolano puede desempolvar esas prendas. La relación de los venezolanos no el frío y el calor es particular. Me da para otro artículo…

El paisaje del páramo empieza a ganar terreno y con él desaparecen los árboles y en su lugar nacen los frailejones, una planta con las hojas recubiertas de una especie de suave fieltro blanco rellenas de agua. “De eso sí que no hay escasez”, bromean los venezolanos que nos acompañan. Es lo único que crece a 3.000 metros.

Al llegar a la Laguna de Mucubaji, aunque con algo de niebla, me parece estar en una estampa Suiza: un lago, montañas alrededor, autobuses de turistas gentes haciéndose fotos y algunos puestos donde beber chocolate caliente o comprar artesanía andina. Lo único que cambia es que estamos en los Andes y el color de la montaña ya no es azul sino más marrón y árido.

Después de la parada de rigor en la laguna, seguimos al siguiente pueblo, Apartaderos, donde podemos ya otear en el horizonte el Observatorio Astronómico Llano del Hato. El brillo de las colinas es intenso y ya cuesta respirar a semejante altura. Hacemos una parada en Embutidos El águila, regentado por “españoles”, un paraíso para cualquier vegetariano: chorizos, morcillas y mil pedazos de carne que ni sé identificar. Los venezolanos compran aquí alguna carne que resulta difícil encontrar llanura abajo, a pesar que Los Llanos es una zona tradicionalmente ganadera.

De bajada comemos en la Trucha Azul, una especie de resort de montaña donde la carta es prácticamente temática: ensalada de trucha, crep de trucha, lasaña de trucha… Y por supuesto 15 maneras diferentes de comerse una trucha. Me siento abrumada ante tanta variedad y me decanto por la trucha Thai.

A todo esto eran ya las 6 de la tarde y en Venezuela a las 7 de la tarde ya es de noche. Al volver por la carretera serpenteada valle abajo, cae la anunciada tormenta y la débiles iluminaciones de las casas nos marcan el camino en medio de la oscuridad. Por suerte algunos tramos están marcados pero por lo que he visto en los últimos días, con frecuencia el alumbrado publico no funciona -aunque fue pintado de rojo en su día para entonar con el gobierno- y escasean las advertencias de obras en marcha.

A las ocho estábamos de vuelta a Barinas. Al día siguiente íbamos a conocer la quinta esencia llanera.

Pero eso, es ya otra temperatura…

Crónica 4: Milagro en el Hato

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