¿El lenguaje es sexista? ¿Qué podemos hacer al respecto?

Sofía J. Poiré
12 min readDec 4, 2018

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Uno de los temas favoritos últimamente en redes sociales, en relación al sexismo y al feminismo, es el lenguaje. ¿Qué es eso de las “x”? ¿Las “e”? ¿Para qué sirven? ¿Cómo se pronuncian? ¿Se está destruyendo la lengua española? ¿Estamos ingresando al mundo que Orwell describe en 1984 con la Neolengua? ¿Las feminazis– ejem, feministas han llegado demasiado lejos?

Comencemos por el principio.

¿El castellano es discriminatorio? Aquí cómo lo razono yo:

Muchas personas nos dimos cuenta temprano de algo curioso: cuando tenemos un grupo de 99 niñas, hablamos de “ellas”, pero en cuanto agregamos a un niño, tenemos que hablar en masculino, de “ellos”. La inversa no aplica: para un grupo de 99 niños, se dice “ellos”, y si se agrega una niña, se sigue diciendo “ellos”.

Esta falta de simetría está justificada por el “masculino neutro y universal”. Los grupos de hombres se designan al masculino, los grupos de mujeres al femenino, y los grupos mixtos al masculino, porque es “neutro”, o sea que no tiene connotación de un lado o del otro; por lo mismo es “universal”, porque sirve para designar a cualquiera.

Hagamos una analogía sobre lo “neutro y universal”. Tengo entendido que cuando se juega un partido de fútbol, digamos, entre un equipo colombiano y un equipo venezolano, no se considera justo poner un árbitro de cualquiera de esas dos nacionalidades. ¿Por qué? Porque no podemos confiar en su neutralidad, ni en su universalidad: este árbitro tendrá probablemente preferencia por el partido de su país, y no es un árbitro que represente a la humanidad entera, o sea que pueda sustituir a cualquier otro árbitro.

Creo que la gente vería como injusto que se diga que un árbitro colombiano es apto para dicho partido porque sí es “neutro y universal”, pero no se pueda decir lo mismo de un árbitro venezolano; o a la inversa.

¿Por qué el masculino gramatical es “neutro y universal” y el femenino no? ¿Por qué lo masculino puede designar a las mujeres, incluirlas, pero lo femenino no sirve para hablar de hombres? Hay claramente un desequilibrio que le da preferencia a lo masculino.

¿Este desequilibrio cómo se justifica? En las muchas charlas que he tenido con defensores y defensoras de las reglas tradicionales del castellano, nadie me dice o se atreve a decirme por qué el masculino gramatical predomina. Sólo que “así es y siempre ha sido y así debe seguir siendo”. Bueno, si les da curiosidad, sé que para el francés (que opera igual), quienes instituyeron esa regla — o sea, el equivalente de la Real Academia Española, l’Académie française — lo justificaron diciendo que el masculino es “el género más noble” (fuente). Si alguien sabe cómo ocurrió con el castellano, soy toda oídos.

Fuera de cómo se justifique, creo que podemos reconocer que esta regla hace que, gramáticamente, lo masculino sea superior a lo femenino. Y esto coincide muy bien con el sistema social sexista donde los hombres y lo masculino dominan sobre las mujeres y lo femenino (y cualquier realidad no-binaria) (escribiré otro ensayo al respecto, mientras tanto les reenvío para más detalles a esto). En fin, podemos considerar que es una regla sexista.

Bueno, y ¿qué nos importa si es sexista?

A mí me importa por tres razones: por principio (1), por sus consecuencias (2), y porque no tiene por qué seguir siendo así (3).

  1. Me parece que las reglas a partir de las cuales actuamos, las que nos guían, sobre todo si son obligatorias, deberían estar debidamente justificadas. No veo una razón justa para que lo masculino predomine sobre lo femenino. ¿Por qué seguir ese principio?
  2. No podemos pensar sin el lenguaje. El vocabulario y la gramática son herramientas para enriquecer y estructurar nuestras reflexiones; suscribo a la hipótesis de Sapir-Whorf (por cierto, Arrival trata de esto, échenle un ojo). La manera en la que pensamos influye, evidentemente, en la manera en la que actuamos: cómo percibimos una situación o un problema determina qué acción tomaremos al respecto. Por ejemplo, me parece que una de las razones por las cuales nos “incomoda” pensar (ver, hablar de…) una persona andrógina es porque el castellano nos obliga a hablar de esa persona al masculino o al femenino. “¿Es hombre o mujer? ¿Es ella o él? ¿Digo que es flaca o flaco? ¿En qué categoría meto a esta persona?”. El principio de la división de la humanidad en dos categorías estrictas –“hombre o mujer”– es uno de los fundamentos del sexismo, pues insistir en la diferencia es necesario para jerarquizar (también escribiré un ensayo al respecto, mientras tanto refiero a Wittig (1992) y Borrillo (2001)).
    En fin, una gramática donde sólo se admiten dos géneros y donde el masculino es superior al femenino, sirve para reforzar una sociedad sexista. Un ejemplo concreto es la invisibilización de las mujeres y de las niñas en los grupos mixtos. Cuando se dice “los científicos mandaron astronautas a la luna”, no sabemos si hubo mujeres involucradas, y es importante, pues es una frase que habla de quién tiene el poder y la legitimidad para mandar gente al espacio exterior (¿qué gente, por cierto? Tampoco es cualquiera). También cuando se dice “los migrantes fueron torturados y desaparecidos en la frontera”, seguido no se nos ocurre que hubo mujeres en esa situación. Y lo queramos o no, por el momento, las realidades de hombres y de mujeres en la ciencia, en las instituciones, en situaciones precarias y de violación de derechos humanos no son las mismas. Cuando hablamos de “ellos”, omitimos que “ellas” también existen y que, frecuentemente, confrontan problemas en cierta medida distintos. En la ciencia, por ejemplo, ellas tienen más problemas para ascender en la pirámide institucional. En la migración precaria, ellas son particularmente víctimas de violencia sexual y corren mayor riesgo de ser secuestradas, prostituidas, traficadas (véase por ejemplo: 1 y 2). Y esto importa, porque los problemas que no se ven no se pueden resolver.
  3. Reconociendo que las reglas que rigen el lenguaje son construcciones sociales (creadas por seres humanos en contextos específicos), y por ende no son “divinas”, no tienen por qué preservarse así para siempre. Es más, nunca lo han hecho. El castellano, así como el francés, el italiano, el rumano, y el portugués, son todos idiomas que son transformaciones del latín. Y si esa evolución lingüistica se siente muy lejana, no olvidemos cómo hoy es muy común hablar con palabras que no se dicen en otros países hispanos (“chido” vs. “chévere” vs. “guay”…) o con palabras que la gente hace treinta años no decía (“twittear, googlear”) y pocas personas se están arrancando los pelos al respecto.

Entonces: no hay por qué seguir reglas injustificadas (1), hay un interés social en cambiarlas (2), y es completamente posible y legítimo transformarlas (3).

Pero, ¿qué alternativas hay?

En español, he identificado cinco alternativas principales, sabiendo que pueden mezclarse entre sí:

1. La menos “alarmante”: hablar de “las y los…”

Muchas instituciones han optado por esta alternativa, sin duda porque es la menos transgresora. Si no me equivoco Enrique Peña Nieto la ha empleado, por ejemplo.

Es una alternativa relativamente sencilla, porque es clara en su pronunciación y en su sentido. La frase entera se construye por proximidad: “las y los niños mexicanos regresaron a clase”. Sí se visibilizan las niñas con el artículo “las”, pero como “los” se dijo después, casi la totalidad de la frase queda al masculino. Es como si hubiésemos pospuesto tantito el problema original.

Ahora, bajo esta regla, muy fácilmente se puede decir también: “los y las niñas mexicanas regresaron a clase”. Pero es mucho menos común y suena algo raro porque, nuevamente, el femenino predomina y no lo concebimos como neutro y universal.

Una tercera sub-alternativa: “las niñas mexicanas y los niños mexicanos regresaron a clase”… pero es una frase que se vuelve larga y se siente redundante.

2. Otra solución poco llamativa pero que suele ser insuficiente: usar términos epicenos

“Epiceno” significa que designa por igual a individuos de cualquier género. Esta es una técnica que personalmente uso la mayoría del tiempo, y quizá lo notaron en este ensayo: hablo de personas, de gente, de individuos.

Esta solución generalmente requiere cierto ejercicio al frasear las cosas porque sí es inhabitual. Donde yo tenía la costumbre de decir “los mexicanos que viven en el extranjero”, ahora digo “las personas mexicanas que viven en el extranjero”. Si la gente se acuerda de qué grupo estoy hablando, inclusive puedo seguir todo un rato hablando en femenino, conservando validez:

Las personas mexicanas que viven en el extranjero confrontan diversos problemas, no sólo como extranjeras, sino como mexicanas específicamente. Por ejemplo, si están acostumbradas a llegar tarde, les pueden reprochar su impuntualidad.”

Pero una cosa es hacer eso por escrito, cuando quien lee puede regresarse en caso de incomprensión, y otra por vía oral, donde tenemos que hablar más “a corto plazo”. Además, llegan momentos donde el discurso se vuelve demasiado pesado, largo, o complicado con tal de usar esta técnica.

3. Invertir las reglas: usar un femenino “neutro y universal”

La primera persona que conocí que hace esto (y una de las pocas hasta la fecha) es Omar Ojeda, quien se especializa en la lucha contra la discriminación. Es muy interesante como técnica, porque cuando un hombre la usa y dice algo como “nosotras hicimos este proyecto”, se entiende que el grupo al que está designando es mixto.

Una variante de esto es el feminino “mayoritario” que vi usar a Genaro Lozano, en uno de sus programas donde se encontraba rodeado por cuatro mujeres y dijo que prefería hablar de “nosotras” para designar al grupo, porque estaba compuesto principalmente por mujeres.

Sin embargo, tenemos que reconocer que esta técnica, por un lado, no nos da claridad acerca del grupo al que estamos designando y quienes lo componen; aunque su mérito es que revierte el masculino. Por otro lado, cuando la usamos mujeres, generalmente quienes nos escuchen tendrán la costumbre de considerar que estamos usando el femenino particular (por llamarlo de alguna manera); es decir, si yo digo “nosotras fuimos al evento”, se entenderá que estoy hablando de un grupo compuesto exclusivamente por mujeres. Y esto nuevamente tiene repercusiones sobre cómo vemos y pensamos la realidad.

4. El uso de carácteres escritos: @, x, (a), /a…

Llegamos al fin a una de las técnicas más polémicas. Recuerdo que en los 2000s era común ver textos que usaban el arroba, como “¡Amiguit@! ¡Ven a festejar tu cumpleaños en [salón de fiestas]!”. Yo crecí viendo eso, se me hacía lógico y no me escandalizaba. Y tampoco veía a la gente debatiéndolo, ni en persona ni en redes sociales (que aún no se usaban tanto).

Desconozco la razón, pero el arroba fue cayendo en desuso. También hay que reconocer que no se utilizaba como hoy en día veo usarse las “x”: generalmente es para textos que designan a un individuo más o menos desconocido, pero que podría ser de cualquier género, entonces hay que atender los dos. Por ejemplo: “se busca meser@”, “estimad@ cliente”. De hecho, para ambas frases, se usa más frecuentemente “mesero(a)” o “estimado/a”, como una alternativa más elegante. Esto sigue siendo muy común y generalmente no se pelea.

Así como nadie lee “meser-arroba” ni “mesero abre paréntesis a cierra paréntesis”, la “x” surge como otra propuesta no-sonora. Tiene varias ventajas:

  • Es un solo carácter, pudiendo reemplazar hasta cuatro con el ejemplo de “o(a)”;
  • No prioriza ni el femenino ni el masculino, ya que no pone ninguna de esas terminaciones como un aparte final (/) ni entre paréntesis, como si fuese secundaria;
  • Puede designar a personas no-binarias, es decir que como terminación, la“x” no se limita a lo femenino y masculino.

Entonces, ¿cómo se lee? En mi opinión, de dos maneras.

Si se escribe “lxs niñxs”, la opción uno es “los y las niñas” o algo similar a la primer técnica aquí explicada. En este caso, la “x” funciona como un atajo escrito, al igual que las otras fórmulas similares, y permite ahorrar caracteres, como cuando se escribe “123 km” en lugar de “ciento veintitrés kilómetros”.

La segunda opción es pronunciándola como…

5. La “e”: una alternativa escrita y sonora pero tampoco infalible

La “e” se ha vuelto posiblemente más polémica que la “x”, a juzgar por la cantidad de comentarios burlones y de memes que han surgido para denostarla. Sin embargo, parece ser la opción más verdaderamente neutra (no es ni “a” ni “o”, por ende puede designar a personas femeninas, masculinas y no-binarias), y económica (generalmente es un solo carácter/sonido).

Conlleva, sin embargo, algunos defectos. Primero, algunas palabras terminan con “e” para designar algo masculino, como “los profesores”. Otras palabras requieren más cambios a su forma escrita para conservar su fonética original, como en el caso de “amigos” (“amigues”). Y por supuesto, está el hecho de que prácticamente nadie conoce ni reconoce este uso de la letra como una alternativa epicena legítima, entonces puede enfrentar mucha incomprensión y falta de respeto.

Hemos visto que la gramática tradicional del castellano se puede considerar sexista, pero se puede transformar a través de varias técnicas. Los debates al respecto, sin embargo, también abordan otros puntos. Sin pretender ser exhaustiva, aquí van algunos:

  • “La Real Academia Española es la máxima autoridad sobre el tema y lo que diga es ley”: la autoridad es algo que se reconoce, no que se impone. Me parece que el chiste de tener una lengua unificada por una institución es que tengamos un conjunto de reglas compartidas que nos permitan entendernos. Las alternativas gramaticales no-sexistas ponen mínimamente en riesgo esa comprensión. Además, la RAE no está conformada por entes “objetivos y neutros”, son personas con posturas políticas con las que podemos no estar de acuerdo.
  • “La ‘x’ y la ‘e’ tampoco nombran a las mujeres”: pues, no directamente. Pero sí son opciones más neutras que el “masculino neutro y universal”, y por ende a mí sí me parecen alternativas económicas para no discriminarnos. Aparte, creo que es necesario cuestionarnos en qué medida es útil/necesario hacer la distinción de género cuando hablamos, ya que como mencioné antes, insistir en la diferencia puede contribuir al sexismo. Pero, cuidado: visibilizar la diferencia también puede ayudar a combatirlo, como igual ya expliqué. En todo caso me parecen atractivos los idiomas donde la distinción de género está menos marcada, como el inglés — donde puedo decir “Sam is a lucky kid” sin saber el género del sujeto, cosa imposible de traducir tal cual con las reglas tradicionales del castellano. Pensar fuera del binarismo hombre-mujer también nos permite reconocer la diversidad de identidades.
  • “No hay que preocuparnos por la forma del lenguaje, sino por su contenido”: ¿por qué no los dos? (ya expliqué por qué sí tiene importancia la estructura gramatical).
  • “La lucha por el cambio del lenguaje sólo concierne a las clases altas del feminismo, hay causas más importantes”: por un lado, he conocido a feministas muy diversas, de distintos países, clases sociales y etnias usar un lenguaje no-sexista. No digo que las conozco a todas, evidentemente, pero me gustaría tener alguna prueba de que efectivamente no concierne a las clases bajas. Por otro lado, no se trata de una competencia. Podemos usar un lenguaje no-sexista mientras luchamos por toda una diversidad de causas, como el reconocimiento del trabajo doméstico, la legalización del aborto, la lucha contra las uniones tempranas, el fin del acoso sexual, etc. De hecho, eso hacemos.
  • ¿Qué es eso de ‘cuerpa’ o ‘cuerpx’? ¿por qué feminizan todo?”: personalmente no estoy muy familiarizada con esos términos, así que busqué un poco en internet, y encontré a una feminista escribir esto: “Utilizo el término “Cuerpa” como una apropiación de mi cuerpo ante todo ese lenguaje que homogeniza y le otorga un solo significado a ese aparato que nos permite transitar por el mundo.” Entiendo entonces que cualquier otro término similar busca apropiar y especificar. (Y si eso molesta, hay que preguntarse por qué.)
  • No necesitamos lenguaje incluyente, la gramática tradicional ya incluye a las mujeres”: en efecto, a mí no me gusta la expresión “lenguaje inclusivo/incluyente” porque claro que ya estamos incluidas bajo el “masculino neutro y universal”. Sólo estamos invisibilizadas, y por ende, discriminadas.

Sin duda se pueden decir más cosas acerca de este tema, pero detendré mi ensayo aquí, con la posibilidad de agregar algunos elementos en respuesta a los eventuales comentarios. Para concluir, diría que el lenguaje no-sexista surge como una herramienta para pensar y designar al mundo de manera más precisa y justa. Varias instituciones, como el Conapred y la CNDH en México, o la UNESCO, impulsan alternativas a las reglas tradicionales a través de guías que también suelen conllevar justificaciones y consideraciones (que recomiendo consultar además de las que aquí escribí). Sin embargo, estamos lejos de que se vuelva una imposición o de que haya un riesgo como la “destrucción del castellano” — como nos dijo mi profesor especialista en gramática Y. Chevalier, para “destruir” una lengua habría que dejar cero rastros de personas que la hablen o de documentos que la representen. El español es el segundo idioma más hablado en el mundo, no hay de qué angustiarse. Más bien, lo que a mí me preocupa son las razones detrás de las reacciones tan agresivas ante el lenguaje no-sexista…

P.D. (24/12/18): Encontré esta entrevista a la escritora ecuatoriana Raquel Rodas que precisamente habla de desobediencia lingüística.

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Sofía J. Poiré

Socióloga especialista en discriminación hacia mujeres y personas LGBT+. Feminismo interseccional, activismo, defensa de derechos humanos. CDMX