“La Iglesia Católica ama a los homosexuales” pero no a la diversidad sexual: discursos en reacción a las iniciativas de reforma mexicanas pro-LGBT+ de 2016
Esta entrada es una síntesis de la investigación que presenté y validé ante jurado este 2018 como parte de la maestría en Estudios de Género y Acciones Ligadas a la Igualdad en la Sociedad de la Université Lumière Lyon II.
A mediados de 2016, inmediatamente después de que Enrique Peña Nieto anunciara su voluntad de reconocer el matrimonio entre personas del mismo sexo, al igual que facilitar el reconocimiento civil de las personas trans* en todo el país, la jerarquía católica emitió una serie de discursos para oponerse a estas iniciativas de reforma. Estos discursos se dieron hasta que la iniciativas fueran rechazadas por el Congreso de la Unión a principios de noviembre del mismo año.
El objetivo de mi trabajo fue entender las ideas que quisieron transmitir estos discursos, y sobre todo por qué podían dar la impresión de no ser discriminatorios, permitiendo así que fueran adoptados y difundidos por una parte importante de la población mexicana. No ignoramos, por supuesto, el nacimiento en el mismo contexto del Frente Nacional por la Familia, que logró reunir a miles de personas en todo el país durante las manifestaciones de septiembre de 2016.
Para esta investigación, consulté alrededor de 70 documentos provenientes de la jerarquía católica o que relataban sus discursos: cartas abiertas por parte de (arz)obispos, artículos periodísticos confiables sobre alguna declaración pública que hicieron, y varios números del semanario de la Arquidiócesis de México, Desde la Fe. De este conjunto, hice una selección de los 20 textos que me parecieron tener mayor relevancia política e ideológica para un análisis profundo.
Resultados
Un discurso de poder para llevar una cruzada moral
Una de las características principales del discurso que la Iglesia Católica manejó fue el uso constante de implícitos. Muchas de sus afirmaciones y lógicas argumentativas son apenas justificadas, como en este comunicado de prensa de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM):
“México ha seguido desde el año 2009 un camino jurisprudencial y también legislativo en el que atendiendo criterios jurídicos de instancias internacionales ha reconocido como discriminatoria cualquier ley que impida a las parejas de personas del mismo sexo acceder al matrimonio civil. Frente a ello, debe afirmarse que «no existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia” (AL 251).”
Los sociólogos Bourdieu y Boltanski señalaban ya en 1976 que los “discursos del poder” no necesitan pruebas para respaldar sus afirmaciones, pues van dirigidos a personas que ya creen en las ideas que los fundamentan, y el objetivo es hacer que éstas se movilicen al creer en la necesidad y la legitimidad de su acción. No se trata realmente de convencer a nadie que esté en desacuerdo, sino de crear una coherencia de grupo.
México es un país donde alrededor del 80% de la población es católica, pero como señala R. Blancarte (2013), la mayoría separa política de creencias religiosas y sólo una minoría (~30%) asiste regularmente a misa, por ejemplo. El poder del clérigo para manipular a la población es entonces cuestionable. Sin embargo, podemos argumentar que la fuerza de estos discursos en particular para motivar a miles de personas a marchar “por la familia natural” proviene no tanto de las creencias religiosas del país sino de sus creencias negativas acerca de las personas LGBT+. Para ello, la ENADIS de 2010, que mostró que sólo el 42% de la población aceptaría completamente que una lesbiana o gay viviese en su hogar, es muestra de la LGBT+fobia de la sociedad mexicana.
Recapitulando: los discursos de la Iglesia Católica pudieron ahorrarse afirmaciones “evidentemente” discriminatorias porque estaban destinados a personas que ya creían que la homosexualidad y las transidentidades son ilegítimas. Su objetivo fue crear y/o fomentar un movimiento ciudadano que, en conjunto o como parte del Frente Nacional por la Familia (el cual la CEM respaldó en un comunicado oficial), pudiese ejercer presión política donde la Iglesia ya no tiene derecho, por ser México un Estado laico. Esto coincide con los análisis de las “cruzadas morales” que conceptualizan H. S. Becker (1985) y L. Mathieu (2005).
Un discurso actualizado acerca de la diversidad sexual
Cuando se investiga sobre los orígenes de la condena de la homosexualidad en Occidente, es muy sencillo encontrar referencias a la doctrina católica (véase por ejemplo Borrillo, 2001), pues introdujo en la sociedad el ideal de abstinencia. Es así que, si bien en la Antigua Grecia la homosexualidad era muy común, ésta fue prohibida por ser infértil, y fue considerada como “pecado anti-natura”. Los sodomitas fueron torturados y condenados a muerte durante siglos.
Hoy en día aún podemos encontrar este tipo de discursos, pero por lo general la Iglesia Católica es más prudente. En especial, ha dejado de justificar su rechazo haciendo únicamente referencia a lo teológico: prefiere basarse en afirmaciones aparentemente científicas, especialmente “antropológicas, biológicas y psicológicas”.
Esto la hace parecer más racional y objetiva, lo cual le permitiría seguir teniendo voz en una sociedad laica y democrática. Esta estrategia la identificó también É. Fassin (2010), subrayando cómo es necesario para este tipo de discursos justificarse con razones externas a la política, pues son fundamentalmente anti-democráticos (no quieren la igualdad de derechos para todas las personas). Cabe señalar que los argumentos “científicos” de la Iglesia son falsos: en ninguna de las disciplinas mencionadas existe consenso académico que valide su ideología, según la cual nuestros genitales determinarían nuestra identidad de género y la única sexualidad legítima sería la reproductiva. (Véase la bibliografía al final de este ensayo).
¿Una postura “gay-friendly”?
La Iglesia Católica repite regularmente que respeta los derechos de todas las personas y, también, que “ama a los homosexuales”, en acuerdo con los ideales de Cristo de acudir a la humanidad entera. Una frase muy representativa aquí es “Dios odia el pecado pero ama al pecador”.
De la misma forma, los discursos analizados cuidan la distinción entre el acto y las personas. La manera en la que los sacerdotes conciben el amor es la siguiente: como Madre y Maestra, la Iglesia debe encaminar a cada ser humano hacia la salvación, a una vida plenamente libre y feliz. Eso es amor: guiar con su sabiduría. Ella define lo que es una “buena vida” y cómo salvarnos. Por ende, si eso implica que seamos personas heterosexuales y cisgénero, impedir otras formas de vida no es más ni menos que un acto de amor, “por nuestro propio bien”.
Y es así como llegamos a discursos aparentemente bien intencionados que pueden traducirse en prácticas sumamente destructivas como las terapias de conversión y otros esfuerzos para “corregir” la orientación sexual y la identidad de género (ECOSIG). El peligro es justamente ése: que porque parece que la intención es amorosa y científicamente fundada, estas prácticas son aprobadas por la sociedad, y perpetuadas por familias y “profesionales” de la salud.
El origen de la discriminación por parte de la jerarquía católica
Muchas personas suelen culpar a la religión por el tratamiento distinto que le asignan a las personas de la diversidad sexual; los propios sacerdotes consideran que no hacen más que ejercer sus libertades religiosa y de expresión, porque simplemente “difunden la palabra del Señor”, hacen su trabajo como ministros de culto.
Sin adentrarnos en discusiones teológicas profundas, cabe decir que la interpretación que tiene la jerarquía católica de los escritos sagrados es cuestionable. Por una parte, como lo ha señalado Juan Carlos H. Meijueiro, varios de los versos sobre los cuales se basan los sacerdotes LGBT+fóbicos han sido alterados a través de sus traducciones y una falta de consideración de sus contextos. Por otra parte, existen teologías de la liberación, feministas, y queer que ofrecen otras interpretaciones del mismo material, pero esta vez favorables a la aceptación de la diversidad sexual y a la igualdad de género (Portier, 2013).
Otra referencia usada por la jerarquía católica es aquella a los papas y a los santos. Sin embargo, aquí ya se hace referencia a figuras (más) humanas, y, como varias personas LGBT+ que se identifican como católicas o cristianas me hicieron notar durante entrevistas, éstas no son infalibles: basta con pensar en todos los casos de pedofilia dentro del clero para hacer una distinción entre lo humano y lo divino. Estas personas, siendo humanas, pueden equivocarse e incluso ser malintencionadas.
Si el problema no viene de la religión, ¿cómo entender, entonces, la visión que tiene la Iglesia acerca de la diversidad sexual?
Una cultura hetero-cis-sexista
Los discursos de la jerarquía sostienen, de manera más o menos explícita, las ideas siguientes:
- La heterosexualidad es la mejor de las sexualidades, y en algunos casos, la única aceptable. Específicamente aquella que sea reproductiva en el marco de un matrimonio monógamo: “La Iglesia considera que la relación sexual es una expresión de amor entre un hombre y una mujer […]. Dicha entrega debe ser sostenida por Dios, que le da a los esposos la gracia de […] ser fieles y mantenerse unidos hasta que la muerte los separe […] en una entrega mutua abierta a la vida.” (Desde la Fe nº1014, p. 7)
- Las características sexuales definen la identidad (de género) de una persona; es decir que a partir del cuerpo se asigna a las personas en las categorías “hombre” o “mujer”, las cuales conllevan expectativas acerca de sus comportamientos y actitudes. Las personas cisgénero (que se identifican con el género que les fue asignado al nacer) serían las únicas con una identidad sana, natural: “Padilla señala que todos los seres humanos nacemos hombre o mujer, lo cual está presente en el cromosoma 23 […] [Padilla explica] una analogía entre la persona y la morfología de una cebolla, donde el núcleo central es el ser mismo, con su sexo biológico” (Sitio web de Desde la Fe, “La nociva ideología de género”, 28 de agosto de 2016).
- Hombres y mujeres son intrínsecamente diferentes debido a su sexo, lo cual repercute no sólo en su “cuerpo, sino [en] muchas de las emociones y aspectos que configuran la personalidad de cada ser” (ibidem). Es decir, que se opera una distinción entre dos grupos de personas que, más allá de una simple descripción de sus características físicas, tendría implicaciones sobre sus personalidades y comportamientos.
Las primeras dos ideas muestran claramente un pensamiento jerárquico (ser heterosexual y cisgénero es lo ideal, contrastado a ser alguien LGBT+), mientras que la última constituye un pensamiento diferencialista (considera que hombres y mujeres son distintxs en su esencia, lo cual como señala Delphy [1995], es una de las principales bases para la desigualdad de género). La Ley Federal para Prevenir y Erradicar la Discriminación define lo siguiente:
“Discriminación: […] toda distinción, exclusión, restricción o preferencia que, por acción u omisión, con intención o sin ella, no sea objetiva, racional ni proporcional y tenga por objeto o resultado obstaculizar, restringir, impedir, menoscabar o anular el reconocimiento, goce o ejercicio de los derechos humanos y libertades, cuando se base en uno o más de los siguientes motivos: […] el sexo, el género, […] las preferencias sexuales”
Podemos entonces hablar de un tratamiento discriminatorio hetero-cis-sexista. Estos discursos en particular, tuvieron por objeto impedir el reconocimiento de los derechos de las personas LGBT+ que proponían las iniciativas de ley de EPN en 2016 — y en efecto, no fueron votadas favorablemente por el Congreso.
Éste esfuerzo corresponde a una estructura social que posiciona a los hombres viriles en el poder — político, económico, militar, religioso, familiar, conyugal–– por encima de las personas no-viriles, como lo son las mujeres y las personas LGBT+ (Connell, 2014; Molinier y Welzer-Lang, 2007). Se trata de un sistema socialmente estructurado y estructurante (Bourdieu, 1979), en el sentido en el que se reproduce a través de las instituciones, de las normas sociales, y de parte importante de la población, cuya cultura y educación las impulsa a actuar en este sentido (aunque sea de forma inconsciente e involuntaria).
Podemos concluir que quienes pertenecen a la jerarquía católica podrán tener intenciones “divinamente inocentes y amorosas”, pero, conscientemente o no, contribuyeron a través de estos discursos a la perpetuación de las desigualdades de género y sexuales. De acuerdo a lo que demuestra Ruiz (2011), alimentar una imagen despectiva de las personas que viven fuera del modelo ideal pintado por la Iglesia fomenta la violencia psicológica, física, verbal, económica, y sexual hacia las personas LGBT+.
Bonus: ¿cuál es el interés de “defender a la familia”?
Como lo señala la socióloga D. Hervieu-Léger (citada por Fassin, 2010), la familia representa un refugio para las ideologías que justifican las jerarquías bajo un argumento “natural”, en una sociedad en progresiva democratización. Siendo un espacio “privado”, es más difícil intervenir políticamente en él, y la Iglesia lo aprovecha para su propia agenda. Como ya lo mencionamos, si bien los sacerdotes han sido limitados en sus poderes políticos, llamar a sus fieles a ocupar los espacios públicos (como ocurrió con el Frente, pero también en otros países como la Manif pour Tous en Francia 2013) es una estrategia de incidencia.
Pero más allá de la instrumentalización de las familias para las manifestaciones, y retomando la afirmación de Hervieu-Léger, “la familia” es a la vez el emblema y el medio para el mantenimiento del orden político: “la noción de familia […] es una categoría de clasificación que permite excluir formas de vivir, de sentir y de pensar […]. Ya que las definiciones de la familia y las representaciones que le son asociadas son construcciones sociales consagradas por el Estado, que tiene el poder de hacerlas pasar a los ‘hechos’, particularmente gracias a los medios jurídicos de los cuales dispone” (Lenoir, 2001). Commaille y Martin (2001) rematan:
“… la familia tradicional era concebida como un orden familiar que era simultáneamente un orden político (la jerarquía al interior de la familia legitimaba, al naturalizarla, aquella en la base de una sociedad política autoritaria y desigualitaria: el padre, el jefe de Estado, lxs sujetos…)”
La familia está entonces fuertemente ligada al orden político, en el sentido en que lo representa y lo perpetúa. El modelo de la “familia tradicional” promovido por la Iglesia es a la vez cisheteronormativo y patriarcal, lo que permitiría mantener una sociedad a su imagen.
Bibliografía
Acerca de la visión académica respecto a la diversidad sexual:
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Publicaciones citadas:
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