El pasto siempre es más verde en casa: Uruguay está defendiendo sus sistemas pastoriles

Sofía De León Guedes
7 min readJul 16, 2023

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José Cúneo (1950). Rodeo y teros.

Quien ha tenido la oportunidad de conocer algunos rincones de este hermoso país sabe que la identidad de nuestra nación respira a través de la ganadería de base pastoril. Ninguna imposición globalista ni posmoderna podrá llevarse puesta consigo la identidad de un pueblo que vive y lucha a través de preservar su invaluable bioma de pastizal -del que nunca se sabe suficiente- y subsistir a través de él. La ciencia y la política de Estado están apuntando a preservar este estilo de vida. No obstante, como comenté en otra nota, creo que no hemos logrado difundir suficiente las proezas.

Hace muy poco, llevé a una niña de ocho años al Planetario Municipal a ver un brevísimo documental sobre el cambio climático y el deterioro de los ecosistemas en todo el planeta. La embajada auspiciante de la actividad y el discurso hegemónico imperante podían spoilearme lo que me iba a encontrar, pero no deja de decepcionarme. Para explicarle a los pequeños que el planeta está rumbo a la catástrofe, le dicen únicamente que la disputa por tierra cultivable está conduciendo a la deforestación, que el uso de la misma es mayoritariamente para ganado y no para alimentar a los seres humanos, perpetuando una falsa dicotomía. Finalmente, los que han conducido al mundo al caos con niveles de consumo inviables para los límites físicos del planeta le explican a los niños y niñas del tercer mundo -mientras estos miran absortos- que reduciendo su consumo de carne y lácteos pueden ayudar al planeta. Y reciclando, por supuesto.

Otro día, hace algún tiempo más, me paré en una actividad fantástica que un apicultor hacía para niños sobre las abejas. Su esfuerzo era increíble y el despliegue artístico que hizo para explicar el rol de las abejas era simplemente maravilloso, los niños estaban embelesados. Sin embargo, el apicultor decidió apoyarse en algunos recursos audiovisuales para explicar algunas cuestiones. En uno de los videos que expuso, una animación desarrollaba las cosas que sucederían en un mundo sin abejas: el protagonista del video terminaba desnudo y con su casa vacía por todas las materias primas que dejarían de producirse en el proceso, y a golpe de puño en medio de una crisis social por la escasez de mercancías y trabajo. Había visto casos de educación ambiental atemorizante antes, pero este me superó. Luego de semejante vaticinio, proponía como solución poner macetas con flores, dejar de usar spray para matar insectos, comprar alimentos orgánicos, etcétera. De nuevo la solución individualista, con el componente de ecofobia necesario para neutralizar cualquier acción colectiva pensada desde las condiciones territoriales.

No me interesa en estos casos analizar exhaustivamente todo lo que falla en ese discurso. Lo que sí lamento es que no exista una política de Estado que defina las bases de educación ambiental que se quieren para las condiciones nacionales y combata esta catarata de falacias que vienen del mundo desarrollado. Los pequeños saldrán de la exposición pensando que aquí se talan bosques para poner vacas, que la frontera agrícola se maneja igual que en la Amazonia u otras partes del mundo. No podremos hablar con ellos de la importancia del ganado para procesar derivados de la industria que de otra manera serían desechados ni de todos los errores al pensar linealmente sobre el uso de tierra cultivable para forraje. Tampoco podremos atender el problema de la mortandad de abejas u otros seres vivos desde una perspectiva integral, viendo las mayores acciones antrópicas que originan el fenómeno, la necesidad de la legislación y de contar con financiamiento de tecnologías que sustituyan las prácticas nocivas. Tampoco de como los sistemas silvopastoriles son aliados importantísimos de la apicultura para nuestras condiciones. Pedagógicamente cerramos la cortina y con los adultos no termina siendo distinto.

Mientras el uso de combustibles fósiles representa producción neta de gases de efecto invernadero, los sistemas ganaderos participan en el reciclaje de las emisiones que generan, en la dinámica del ciclo del carbono. A su vez, proporcionan arraigo territorial y cultural, con habitantes que salvaguardan los paisajes y sus recursos intrínsecos. Esto lo saben bien las personas que viven y trabajan acá. Recuerdo a un asesor del Ministerio contar que recibió a una delegación de la Unión Europea que no podía entender como en Uruguay no talaban árboles para tener vacas porque si en la Amazonia lo hacían…potato, potatoe.

Como explica Mónica Bruckerman, existe una lógica de dominación en lo que la explicación del norte calla sobre las causas de la crisis climática, lo que deriva en la importancia de que América Latina y el Caribe estén conscientes de sus implicancias en geopolítica ambiental. Al no sostenerse el argumento que explica la crisis, las soluciones del mundo desarrollado son simplistas, no se ajustan a nuestra realidad y por sobre todas las cosas, están fallando.

Un estudio publicado recientemente por la revista Nature atiende que las políticas conservacionistas de la UE tienden a reducir los rendimientos; obligan a importar alimentos para suplir esa demanda, aumentando el uso de la tierra e impactando en más sistemas lejanos de escaso control. Prácticas que recientemente han desatado polémica como el rewilding son iniciativas conservacionistas de los extranjeros con poder que a menudo tienen críticas válidas desde el enfoque científico. Los lobbys más grandes de producción de alimentos en Europa están detrás de las políticas ambientales que favorecen sus intereses, por encima de la protección medioambiental integral y terminando como los principales beneficiarios de los subsidios conservacionistas de Europa.

Este enfoque está desfasando el acople necesario entre ciencia y política necesario para llevar a cabo una transición ecológica justa y efectiva. El artículo continúa incursionando en varios aspectos, inclusive en la manera en la cual renunciar a maximizar los rendimientos mediante la adopción de sistemas de producción netamente orgánicos -libres de agroquímicos de cualquier tipo- puede ser nefasto para la sostenibilidad, incrementando el uso de tierra cultivable que desplaza a los ecosistemas naturales.

Ante todo esto, nuestros compatriotas trabajan de manera que me enorgullece. Hemos investigado con escasísimos recursos e inversión, logrando un excelentísimo nivel para plantear soluciones propias a los problemas que enfrentamos.

El proyecto Ganadería y Clima llevado adelante por el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca es una política de Estado brillante cuya importancia no valoraremos quizá hasta los próximos años. El mismo posee el objetivo de “promover el aumento sostenible de la productividad y el ingreso neto en los sistemas ganaderos familiares y medianos, y contribuir a mitigar el cambio climático, restaurar tierras degradadas y mejorar la resiliencia en los sistemas a través de un proceso de coinnovación”. El proyecto aporta en el proceso de dejar de sobreestimar la incidencia de las distintas variables ambientales que impactan los sistemas de nuestro país por utilizar coeficientes y marcos de análisis extranjeros, creados para otros sistemas. Utilizando coeficientes nacionales podemos medir el impacto ambiental de forma no solo más precisa sino más justa para con nuestros modelos productivos, planeando estratégicamente su adaptación.

La información nacional viene apuntando en varias direcciones para atender esta temática. Para nombrar algunos ejemplos, proponiendo manejar las distintas dinámicas que hacen a la degradación del metano, el gas con mayor capacidad de efecto invernadero y la más perjudicial de las emisiones de la ganadería, con varias variables que inciden en la tendencia denominada “producción de carne carbono neutro”. Puede ser incrementando su capacidad de mitigación a través de la utilización de pasturas de alto valor nutritivo, incrementando los porcentajes de preñez o mediante la mejora genética de las razas, por nombrar algunas.

Por el lado de la calidad alimentaria, se están analizando las vías que explican la distinta composición de ácidos grasos en la carne según la alimentación del ganado, concluyendo en parte que la carne a base de pastura (incluso terminada a corral) es la que menor oxidación de ácidos grasos posee y mejor calidad de los mismos, constituyéndose una alternativa más saludable que la carne de sistema feedlot.

En cuanto a la fijación de carbono, el investigador Fernando Lattanzi explica que las pasturas captan carbono del suelo y lo fijan mediante sus raíces y estas a su vez protegen el suelo de la erosión.

¿Se imaginan que el interés y arraigo identitario por nuestro ecosistema de pradera representara para todos los uruguayos un ápice de lo que representan los glaciares en la cultura inuit, la meseta andina para los quechuas o la selva amazónica para los cientos de pueblos originarios que allí viven? Nuestros niños (urbanos) conocen quizá más de otras regiones ecológicas que de la nuestra propia.

La investigación nacional es un verdadero caballo de batalla para presentar ante el mundo. Si en algún momento del futuro comprendemos que no hay política climática posible en un país de estas dimensiones sin hacer política internacional, como bien entendieron los países insulares, podremos reclamar a las grandes potencias que estamos sufriendo los efectos de un crecimiento inviable del que no participamos y a su vez defender nuestra propia manera de vincularnos a los recursos naturales no solo de calumnias, sino plantearla como una alternativa posible y replicable.

Y como concluye brillantemente el columnista Leo Lagos en una vieja nota donde se dedica a derribar mitos sobre la ganadería: “Si yo fuera el community manager de ONU estaría agregando ya mismo que una hamburguesa de carne de vaca criada a pasto en Uruguay es menos dañina para el planeta que una hamburguesa de soja.”

Artículo en inglés aquí

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Sofía De León Guedes

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