Por amor a la vocación

Sofía De León Guedes
7 min readJul 16, 2023

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Joseph Bellacera (2008). Fields of Light #2.

La ‹‹cuestión agraria›› ha suscitado ríos de tinta en América Latina, y no es para menos. No puede haber (ni habido) poco para decir de la región que más produce alimentos en el mundo hoy, más un tercio de los alimentos que consume su principal socio comercial, China. Y por más que a nadie pueda sorprenderle lo poco que conocemos de la visión de los protagonistas al respecto — es decir, los agricultores, peones y campesinos- también es una cuestión controversial por qué los técnicos participan tan poco de la discusión pública y aportan tan poca divulgación sobre sistemas alimentarios y la consolidación de una imagen país asociada a la producción.

En ‹‹El arte de amar››, Erich Fromm decía que amar era un arte que se aprendía como quien aprende a pintar un cuadro o cualquier técnica. Una técnica que requería dominar práctica y teoría. Hablaba de la realización máxima del ser humano en su capacidad de proveer, es decir, de dar amor. Cuando decidí que entender las bases de proveer alimentos a mis semejantes iba a ocupar el resto de mis días, no tenía idea de lo que estaba haciendo era en esencia -ni más ni menos- un compromiso de amor. Mucho menos sabía las consecuencias que eso iba a tener en mi cosmovisión.

Este autor también describía el estado de separatidad que provoca el individualismo en la cultura occidental, de la desvalidez ante las fuerzas de la naturaleza. Quién plantea a sí mismo como vocación vivir de la relación entre el hombre y la naturaleza -es decir, de lo que produce el campo- accede a una forma de relacionarse con el trabajo que subsana la alienación que a menudo existe en las urbes con el producto de su trabajo, donde las personas producen mercancías o servicios en una cadena que no suelen ser del todo tangibles. Tal separatidad es fuente de angustia, es alienante, frustrante, deprimente. La dicha de contar con una vocación tan desprovista de semejante martirio es inconmensurable (sin aseverar que esto tenga relación alguna con el nivel de sacrificio y sufrimiento que existe para todo tipo de trabajadores en el medio rural).

La vocación como tal ha estado siempre inmiscuida de nociones beatas que nos aportan significado, a través de las cuales buscamos salvarnos, dar sentido a nuestro rol en la comunidad. El vínculo espiritual con el trabajo ha existido en el ser humano desde siempre, sin dudas mucho antes del capitalismo. Weber decía que la ética protestante quiso utilizar este vínculo espiritual para justificar la acumulación de riqueza del capital. Así es que quizá lo monetario y lo ético terminen teniendo para mí una línea difusa.

La pequeña niña que esperaba ansiosa la hora del taller de ciencias, hacía experimentos en casa y se obsesionaba con la forma de la copa de los árboles al punto que los dibujaba una y otra vez (en paredes y muebles), que llenó la casa de plantas o semillas por todas partes y que quería usarlas para acabar con el hambre en el mundo no podría jamás anticipar que la realidad de los aprendizajes y el camino transitado iba a superar cualquier sueño de verse realizada a través de su trabajo. Entender lo importante de esta vocación y sus responsabilidades inherentes viene siendo uno de los principales desafíos.

No tengo preámbulos en decir que la producción de alimentos sea quizá la forma máxima de proveer. Y bajo la premisa de que toda riqueza es generada por el trabajo, la producción de riqueza primaria es el fruto del trabajo más formidable que puede existir en una sociedad (la primera fuente de riqueza según Marx). No es porque sí que este eslabón de la cadena productiva desparrama interminablemente toneladas de poesía, música, pintura, inspira espectáculos de toda índole y formas de representación de las más diversas.

Pero es momento de decir que los técnicos del área, especialmente los ingenieros agrónomos, guardan un profundo silencio a la hora de contribuir a la conciencia agropecuaria que necesita nuestro país. Se limitan a participar en paneles endógamos, en círculos cerrados y como bien sabemos, en la disputa de poder y en la hegemonía del discurso los espacios vacíos siempre se llenan. Me he cansado de ver paneles, mesas redondas, exposiciones sobre producción y demás temas que nos competen pero con nosotros ausentes. Muchas veces participan técnicos de áreas asociadas pero no directas o en el mejor y más afortunado de los casos ingenieros agrónomos más especializados en la parte social que en la productiva. No obstante, he visto a estos técnicos especializados en producción hacer catarsis en diversas formas sobre como padecen la brecha discursiva campo ciudad o lamentarse de los prejuicios y falsas acusaciones, pero rara vez intentan organizadamente vencer esos muros.

Aunque debo conceder que este es un fenómeno que comprende a la ciencia en general. La formación por la cual los contribuyentes invirtieron tanto dinero no le pertenece únicamente al individuo instruido en una institución pública, muy especialmente si el mismo se incorpora a la academia. Tenemos el deber de aportar al rumbo de las instituciones y al debate público.

Mario Bunge atendía específicamente el problema de la ausencia de científicos y técnicos en los planes de desarrollo y de como estos -más que excluidos por la burocracia o las instituciones- son omisos voluntarios a su responsabilidad de informar, divulgar conocimiento empírico a toda la sociedad y cómo no, formar su propia opinión.

Es imprescindible resistir a la tentación de importar modelos alóctonos para la construcción de soberanía. El mencionado filósofo argentino decía que “un desarrollo debe ser endógeno para ser eficaz” y sobre este que “es más lento al comienzo pero el único que nos conviene”, siendo imposible de llevarse a cabo sin el involucramiento directo de quienes se dedican a diseñar esas soluciones en el sector público y privado. Pero los técnicos a menudo están reticentes a involucrarse en política, considerándola banal, sucia y poco objetiva, como si el mundo profesional y académico estuviera libre de tales motivaciones espurias.

A pesar de que en buena parte de la sociedad es de relativo consenso la importancia de invertir y de tener científicos para el desarrollo nacional y nadie discute la pertinencia de contar con opiniones formadas, encontramos una paradoja en un sector clave como es el agro; resulta que lo que hacen y piensan los científicos y técnicos allegados a las ciencias agrarias es prácticamente un misterio en este país. Esto es realmente un problema cuando nos damos cuenta que es quizá el área de desarrollo nacional con más polémicas recurrentes en la agenda pública y también la que genera de forma indirecta un cuarto del producto bruto nacional, esto último novedad para nadie pero relevante a la hora de pensar por qué las opiniones sobre desarrollo agropecuario son siempre de parte de quienes representan intereses económicos, políticos o de la sociedad civil, más casi nunca de parte de sus trabajadores profesionales.

Cuando me refiero a participación en el debate público, me refiero a una participación integral y no únicamente “cuando les llaman” o por iniciativas loables y necesarias de la sociedad civil como pueden ser la agroecología, la sostenibilidad ambiental o la legislación. Las agrupaciones de profesionales y la academia tienen que poder sistematizar la toma de posición sobre asuntos, con datos empíricos sobre los temas donde no hay conocimiento público. Por ejemplo, sobre temas relacionados al vínculo de la producción con la sequía, los usos de cultivares genéticamente modificados, agroquímicos u otros tantos.

El modelo anglófilo ha instalado la idea de que la producción de alimentos tiene la culpa del cambio climático. Ante ello, los técnicos y científicos del país receptor del legado de Hernandarias no han logrado defender ante la sociedad la idea de que nuestro ganado cumple un rol ecosistémico con importancia social y cultural que es fundamental para el mencionado desarrollo endógeno, por poner un ejemplo. Si la sociedad uruguaya importa el modelo de análisis extranjero y empieza a oponerse a la producción sabemos que los productores y trabajadores del medio rural van a reaccionar negativamente. Pero ¿Cuál va a ser la reacción de quienes se dedican a estudiar sus procesos? Si la respuesta es pasividad, silencio y resignación, pues entonces es posible que el conflicto no pueda dirimirse en el mejor interés del pueblo.

Soy profundamente optimista de que la acción política colectiva de divulgación de conciencia agropecuaria va a instalarse satisfactoriamente en este país, acorde a un esfuerzo que vienen haciendo varias partes desde la década pasada hasta el presente al menos. En ese camino han sido pioneras personas con conciencia y sentido de la vocación. Estas personas transforman la vida a sus pares colegas jóvenes y se me ocurre que con un poco de iniciativa podrían tener aún más impacto en el resto de la sociedad. Recuerdo a uno de mis amigos decirle a la docente que más nos impactó en nuestro camino que “de ser por él, le dedicaría una página entera de agradecimientos en la tesis” y coincidir profundamente, en el más humano de los planos. O la organización de mis compañeros -juntada de firmas mediante- no para reclamar nada en beneficio propio, si no para solicitar que las nuevas generaciones pudiesen seguir teniendo apoyo de los docentes más emblemáticos y destacados de la carrera. No creo que sea coincidencia tampoco que varias de las personas que más me agradan y que más admiro en este mundo, en su tenacidad, visión del mundo y también sentido del humor, sean futuros colegas.

Por amor a la vocación es que necesitamos retribuir a quienes nos dieron la oportunidad de formarnos, entendiendo lo que hacemos y por qué lo hacemos. Hemos accedido a replicar y entender procesos maravillosos de la naturaleza que debemos salvaguardar y también divulgar. El mundo que tenemos por delante es uno donde los sistemas productivos serán puestos al límite, más no solo en un plano de demanda de recursos (lo cual ya podría ser catastrófico), sino también en términos sociales y políticos. Quizá queramos plantearnos nuestra proactividad durante ese proceso.

Artículo en inglés aquí

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Sofía De León Guedes

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