¿Por qué debemos escribir los jóvenes?

Sofía De León Guedes
6 min readJul 17, 2023

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Kari Sagal Allgire (2011). A portrait of Tuna writing.

Hoy en día todos somos creadores de contenido. En la sociedad del espectáculo, todo el mundo tiene muchísimo para expresar. Pero lo cierto es que encontrar contenido planificado en su objetivo, dotado de significado y pensado para aportar al resto -más que para monetizarse o buscar validación- empieza a resultar como encontrar una aguja en un pajar. Paralelamente muchísimos jóvenes creen que su opinión ante lo que sucede en el mundo no le importa a nadie, que nadie los entiende o que el encuentro con los demás y la reflexión conjunta carecen de sentido.

Durante años fui la única testigo de lo que producía con el teclado de la compu o la lapicera agarrada con fuerza. Necesitaba organizar todas las ideas que habían en mi cabeza y la única manera de sistematizarlo y bajar la ansiedad que me producía no entender lo que pensaba era a través de la escritura. Hoy asumo esta forma de ordenarme como una parte de mí misma (algo así como ‹‹something different bloomed / writing in my room››). A menudo sigo dando vueltas a si tiene caso exponerlo ante un mundo que cada vez tiene menos tiempo para atender al otro.

Luis Alberto Spinetta escribió cuando era adolescente sobre la fuerza del proceso creativo:

Si no canto lo que siento / me voy a morir por dentro / he de gritarle a los vientos hasta reventar / aunque sólo quede tiempo en mi lugar / si quiero me toco el alma / pues mi carne ya no es nada / he de fusionar mi resto con el despertar / aunque se pudra mi boca por callar.

Cuando una pulsión creativa es demasiado fuerte no hay nada que pueda detenerla. No canalizarla puede tener consecuencias catastróficas. Decir lo que uno cree, crear una idea, investigar o formular una pregunta sustancial es lo que fusiona al ser humano con lo trascendental. Los tiempos que corren han atentado contra nuestra capacidad mental de permitirnos esto, minando nuestra capacidad de atención y bombardeándonos con contenido banal que disipa nuestro tiempo de reflexión, necesarios para esa nueva síntesis dialéctica que es la creación.

Pero como dijo el Flaco, mi carne ya no es nada. El individuo es perecedero. Creer en lo trascendental como un acto individualista, de búsqueda narcisista de visualización, aprobación y mérito es un profundo error. Si lo que queremos es validación, debemos acudir únicamente a las personas que nos aman y conocen. Los aportes mediante inventos, las discusiones, las preguntas y el progreso mismo pertenecen a la humanidad toda, y los nombres de quienes hicieron la inmensa mayoría de estos aportes son o serán olvidados en algún momento, aunque sea importante el ritual de homenajearlos y hacerlos perdurar en la memoria colectiva. Charly García dice que la música no le pertenece a nadie, más que a la música misma. Sea música o cualquier aporte, todo lo que queda es el avance en sí mismo.

Carl Sagan describía en Un punto azul pálido nuestra pequeñez ante la vastedad del universo. Decía que estudiar astronomía es una lección de humildad y de carácter:

“…Piensa en las interminables crueldades cometidas por los habitantes de un lugar del punto sobre los apenas distinguibles habitantes de alguna otra parte del punto. Cuán frecuentes sus malentendidos, cuán ávidos están de matarse los unos a los otros, cómo de fervientes son sus odios. Nuestros posicionamientos, nuestra supuesta importancia, el espejismo de que ocupamos una posición privilegiada en el universo … Todo eso lo pone en cuestión ese punto de luz pálida. Nuestro planeta es un solitario grano de polvo en la gran penumbra cósmica que todo lo envuelve…”

¿Cuantos han creído ser el único repositorio de verdad en los pocos instantes que llevamos en el sistema solar? Si creemos que aportar granitos de arena al desarrollo de la humanidad nos va a laurear, quizá no estemos entendiendo del todo el lugar de un único individuo ante la historia. Una inmensidad ocurrió antes de nosotros y otra inmensidad ocurrirá después. La efervescencia de la vanidad o la codicia podrá parecer motivadora de acciones canónicas, pero al final del día estamos solos en la inmensidad y solo cooperando entre nosotros podremos aplazar nuestra extinción el mayor tiempo posible.

Esto no puede traducirse en una actitud nihilista, sino todo lo contrario. Nos debe motivar a la acción para salvarnos. Me encontré muchísimas veces creyendo que determinado asunto era crucial para la humanidad y que había que atenderlo. Pero pensaba que al ser tan importante, mucha gente iba a estar hablando de eso y demandando información de calidad al respecto. A menudo eso no pasaba, entonces me enojaba. Después, tenía la esperanza de que al ser un tema tan importante, había un enorme grupo de expertos a la orden del día dispuestos a decir las cosas mucho mejor de lo que yo podría expresarlas. Pero al final, esos expertos apenas se posicionaban públicamente al respecto, y cuando lo hacían, había poca espalda detrás para hacer perdurar sus ideas.

Luego conocí personalmente a ‹‹los expertos››. Siempre están ocupados, muchas veces con justificadas ambiciones, otras veces sobrepasados por la vida misma. Vale aclarar que estos expertos no son solo del ámbito académico, sino que pueden ser experimentados trabajadores, militantes, creadores, etcétera. En charlas coloquiales ellos pueden expresar cosas que a veces quedan en el aire. Me desesperaba por apuntar sus ideas en mi cabeza para poder transmitirlas, ya que sentía que el mundo retenía poco de esos pensamientos tan trascendentes.

Definitivamente los jóvenes, por cuestiones cronológicas y biológicas, no somos expertos en nada. Existen, por supuesto, algunos seres iluminados que constituyen excepciones a esta regla (algunos de ellos amigos míos, debo decir). Pero la mayoría de nosotros está en una incipiente constitución de su visión sobre las cosas que le interesan y la porción del mundo que pueden ver. Bajo esta premisa es que muchas veces creí que tenía que guardar silencio porque todos los demás estaban más preparados que yo para intervenir y opinar. Al final resultó que aunque esto pueda ser cierto, la autocensura no conduce a ninguna parte. Cuando un cuestionamiento es sólido, debe sistematizarse el análisis que haga una síntesis de las principales variables que pueden abordarlo. Si la pertinencia de ese análisis es el mejor del mundo se verá con el tiempo. Pero el ejercicio es fundamental.

La filósofa argentina Roxana Kreimer decía en una entrevista que es necesario construir un criterio propio en base a lo que una (quizá equivocadamente) considera verídico más allá de lo que las cosmovisiones hegemónicas imponen como casilleros del pensamiento a la hora de hallar tal cosa como la verdad (sí, la verdad existe aunque no seamos dueños de ella). Relataba como era atacada por las mismas personas que hacía cinco minutos la aplaudían por lo que estaba diciendo, cuando se daban cuenta que coincidían en una cosa que ella planteaba y en otra no. Les enfurece no poder cancelar a una persona en todo lo que la constituye, ya que estamos acostumbrados a un mundo que encasilla enemigos más que ocuparse en reflexionar soluciones. Esto podría ser considerado mero eclecticismo, ambigüedad o en vez de ello, simple independencia de criterio.

Finalmente podemos preguntar, ¿Por qué deben escribir los jóvenes? Creo que es porque en tiempos difíciles, donde los desafíos abundan y los compatriotas sufren, es necesario pensar las soluciones de parte de quienes más vivirán para afrontar sus consecuencias. En el libro El arte de la guerra, Sun Tzu acota:

‹‹Ver la victoria cuando está a la vista de todos no tiene nada de extraordinario. Vencer en una batalla y ser proclamado “experto” por todos no tiene nada de extraordinario, porque levantar la pelusa de otoño no requiere mucha fuerza; distinguir entre sol y luna no es una prueba de sagacidad; escuchar el ruido del trueno no demuestra agudeza auditiva››.

Porque en la disputa por un mundo mejor el resultado no es predecible y tampoco las cuestiones evidentes o aparentemente dirimidas son las que marcarán el rumbo. Debemos enfocarnos en forma avocada en discutir aquellas cuestiones irresueltas, aunque no seamos expertos y la corramos de atrás. Lo extraordinario está en presentar batalla ante lo impredecible, decididos a una vida más digna.

Sólo hablar no es suficiente. Atender lo que escribe el otro y utilizarlo en una síntesis que motive a la transformación en clave colectiva es necesario. Contamos con que los jóvenes tomen las enseñanzas de siempre pero las adapten y creen nuevas para superar los desafíos de hoy. En un mundo donde la información abunda y las herramientas para la calidad son cada vez más y mejores, no alcanza con crear algo bueno; lo único que hace que una creación sea inspiradora es su autenticidad. Las buenas ideas siempre son escasas y tardan en llegar. Más vale que intentemos todo para encontrarlas.

Artículo en inglés aquí

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Sofía De León Guedes

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