Sal en la herida

Sofía De León Guedes
8 min readJul 11, 2023

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Dinie Boogaart (2015). Waterdrager.

Los uruguayos estamos viviendo un doble flagelo con la crisis que afecta a la mitad de la población; además de la distopía hecha realidad de no tener agua potable con una inmensa reserva de agua dulce bajo nuestros pies, nos encuentra desprovistos de ideas propias, capacidad de crítica y deja muy poco clara una esperanza de que las crisis que vienen nos encuentren mucho mejor parados.

Las causas que provocaron que esta crisis de abastecimiento nos encuentre así son claras: la infraestructura de la toma de agua es incapaz de resistir disminuciones de caudal de estas características. La pregunta siguiente es: ¿Sabíamos que esto podía ocurrir? La respuesta es que sí. Por ello habían denuncias de vecinos de la zona, informes y advertencias de múltiples actores (que el archivo nos deja bien en claro), así como iniciativas de proyectos e informes gubernamentales al respecto que juntaron polvo los últimos años. Pero no es ni en las causas ni en los tecnicismos de las soluciones posibles donde radica mi preocupación por poder afrontar esto a largo plazo.

Hemos atendido al menos dos grupos claros de negacionistas que quieren desviar la atención de lo que ocurre; los que defienden la negligencia del gobierno actual a capa y espada y quienes pretenden poner a las todas las empresas que usufructúan el agua en la misma bolsa bajo la consigna del “saqueo”, sin importar quienes sean y desviando la discusión sobre las responsabilidades políticas gubernamentales -actuales y anteriores- en el manejo de la cuenca en cuestión del lugar principal.

Los defensores del actual gobierno han hecho malabares por difundir información poco clara sin atender el nivel de exposición que vive la población. Su habitual obstinación ideológica les ha impedido actuar a tiempo y poniendo a los principales perjudicados en el centro. No existe autocrítica alguna sobre el recorte masivo de recursos a OSE en sequía o las inmensas pérdidas por déficit de infraestructura. Luego de múltiples advertencias de la academia, los trabajadores y los técnicos de lo que iba a suceder, primero a nivel agropecuario y luego con el abastecimiento de agua potable, el gobierno eligió dilatar las medidas.

Que los gobernantes enfrentan desafíos sin precedentes como consecuencia del cambio climático no es ninguna novedad. Pero la estrategia de esperar que la tendencia climatológica circunstancial se revierta no puede conformar una retórica de excusas que los uruguayos podamos admitir, poniendo a los gobernantes en lugar de víctimas en lugar de exigirles planes de contingencia a la altura de los tiempos que corren.

Por otro lado, hay algunos que con su prédica contestataria e infantilista dejan en claro que prefieren que no atribuyamos tanto las responsabilidades a la falta de políticas de Estado y la negligencia del gobierno, sino que han decidido arbitrariamente priorizar sus quejas sobre el uso de agua en cuencas que no están vinculadas a la cuenca del Santa Lucía ni suponen peligro de abastecimiento para las localidades cuyas respectivas tomas abastecen. El uso de sistemas riego para producir -cuya falta de implementación se le reclamaba a los productores para atender la emergencia agropecuaria durante el verano pasado- pasó a considerarse despilfarro inmoral y hasta el uso de cultivares transgénicos terminaron mencionados como causantes de la sequía en una línea argumentativa que aún no termino de reconstruir.

De nuevo, se considera la dinámica del uso y el ciclo del agua como si fuera un balde gigante o una cuenta bancaria. En la vorágine, se trae el problema de la contaminación y la calidad del agua de todo el país cómo si la eutrofización, la contaminación por agroquímicos y sus múltiples causas tuvieran relación alguna con la falta de capacidad del Estado de suministrar agua potable al área metropolitana. Como si el uso de riego para agricultura en embalses fuera de la cuenca del Santa Lucía fueran en detrimento directo del abastecimiento de agua en Montevideo. Cómo si el agua sobrante en una cuenca pudiese trasladarse de un sitio a otro así como así, cómo si los acueductos se hiciesen de la noche a la mañana o todo fuese cuestión de sacar de un balde y tirar a otro lado con la misma facilidad con la que se opina.

También creo que paradójicamente la crítica al embolso extraordinario de ganancias que ha percibido la industria de las embotelladoras y la recaudación impositiva del gobierno con el aumento del consumo de agua embotellada pasaron a un segundo plano en la hecatombe de no hacer una crítica prudente y diferenciada a la responsabilidad empresarial sobre el uso del agua. Los únicos empresarios beneficiados de esta crisis son los que venden agua embotellada y no considero que haya sitio más urgente que ese en el cual poner objeciones sobre la privatización del agua en Uruguay.

Una sensibilidad plural sobre conciencia agropecuaria, la producción de alimentos, el concepto de soberanía alimentaria y el rumbo del país que queremos nos permitiría discutir con mayor claridad sin necesidad de ser expertos. Se puede entender la diferencia entre la producción que hace uso de nuestros recursos naturales favoreciendo el interés nacional y una que simplemente hace todo lo contrario, con todos los matices y contradicciones que puedan hallarse en el camino de consenso para definir esto. Pero nos encontramos dandole la espalda a los sistemas agroalimentarios y su funcionamiento a cada paso que damos.

Esto no quita la enorme importancia de penalizar la contaminación local y regional por distintas fuentes químicas artificiales, de combatir las causas de afectación antrópica del abastecimiento que pueden ocurrir en una toma de agua -superficial o subterránea- en todo el país y sin dudas tampoco evita discutir de forma seria sobre las implicancias de un posible cánon por el uso del agua. Pero no puede afrontarse una crisis nacional con una desesperación frenética donde todas las aristas de un tema se mezclan y vomitan en una plataforma reivindicativa con el afán de generar una consigna simple, replicable y que enfrente a como de lugar al sistema político y a la matriz productiva nacional en contra de su pueblo en una óptica de análisis que no plantea -al menos no de forma clara- esta dicotomía bajo un argumento de intereses de clase necesariamente.

En el país de los hijos varones pródigos y los apellidos repetidos, la prédica de ciertos individuos aislados parece contener las únicas ideas reproducibles de los simpatizantes de izquierda a la hora de cerrar filas por el reclamo popular, a pesar de su retórica fundamentalista. Hace algunos años, dejamos a sectores reaccionarios de la sociedad conspirar contra el desarrollo nacional intentando boicotear la actualización de la ley de riego, de consenso unánime en el sistema político. Más allá de que la ley planteara cambios que no lograron el impacto positivo que prometían, hoy nadie se hace cargo de los agravios o predicciones que hicieron sobre sus supuestos efectos negativos. Tampoco hay fuerza progresista con plataforma propia que suplante con masa crítica a estos movimientos a la hora de defender el derecho popular de acceder al agua y conceder su uso de forma sostenible.

Existen algunas entrevistas -surgidas por iniciativas puntuales del periodismo- a determinados académicos o algunas consultas hechas desde el gobierno nacional o el departamental. Sin embargo, a nadie le ha resultado rentable conformar un análisis público de expertos del tema desde múltiples disciplinas y áreas de estudio. Ni los expertos académicos ni los colectivos sociales dialogan realmente entre sí. He visto algunas mesas de académicos, más ninguna con más de dos o tres patas.

Entender que el país posee diferentes cuencas separadas por distancia, orografía, realidades, agroecosistemas, conflictos ambientales y poblaciones distintas a pesar de cercanía y similitudes podría creerse una comprensión básica de geografía, pero resultó ser un nudo irresoluble para buena parte del progresismo local, incapaz de seguir un hilo conductor y separar la paja del trigo a la hora de analizar la crisis ambiental que hoy vivimos en forma de sequía.

Es importante que entendamos que por mucho que impresione y den ganas de retuitear indignado la cantidad de ceros a la derecha que tienen los metros cúbicos para riego que utiliza la mayor sociedad anónima arrocera de este país, esa agua no es transportable de la noche a la mañana al área metropolitana, ni frenar su uso puede resolver el problema de que no podemos tomar ni distribuir el agua potable de manera viable en la capital del país.

No he hecho más indignarme con los términos en los que la supuesta prensa independiente plantea esta discusión, pero esto debe mirarse en un contexto global. La prensa occidental está sumergida bajo la lógica del clickbait por sobre todas las cosas. En el afán de subsistencia, no pueden evitar proveer sesgos de confirmación amarillistas a su público objetivo para que estos hagan clic y se pueda monetizar el consumo de noticias, lo cual no suele depender de la línea editorial. Los portales periodísticos no dejan de ser organizaciones con fines de lucro que necesitan sostenerse y subsistir. Esto no es una crítica moral ni pretende vilipendiar la seriedad del trabajo periodístico que pueda encontrarse (y se encuentra), pero se entiende que la lógica de la rentabilidad -que no es más que la del capital- atenta contra la calidad y la pertinencia de la información, especialmente en tiempos de crisis.

La celeridad con la que se necesita una nota periodística en un momento como este termina siendo contraria a construir la misma con fundamentos y sensatez. Podrán haber unas cuantas iniciativas para paliar este fenómeno, pero a menudo terminan siendo meramente voluntaristas. Lo cierto es que en un titular se busca impactar. Para ello el lector necesita sentirse atraído y lo hará con aquello más viralizable, que le confirme lo que cree saber. Las distintas líneas editoriales que defienden sus nichos de mercado (según la bandera del consumidor de noticias) terminan alimentando discursos voraces plagados de sesgos, enemistados de forma fútil y teniendo al interés nacional como rehén.

Y así, discutiremos divididos, sesgando la realidad desde múltiples partes; que no hay responsables dado la sequía no tiene precedentes y por lo tanto que solo queda rezar que llueva, o que la culpa la tienen los compatriotas que producen a escala considerable, sin distinción de cuenca hidrográfica, rubro, historia o forma de producción. Mientras tanto, los omisos de siempre salen airosos, libres de toda responsabilidad y los más vulnerables sufren las consecuencias.

El cambio climático no hará más que recrudecer el suplicio sistemático a los pobres del mundo a menos que el sur global reclame el justo financiamiento de parte de los responsables para afrontar las consecuencias de un desarrollo industrial del que poco participaron. Esto significa que los productores latinoamericanos de materias primas puedan contar con la tecnología para producir de manera menos extractiva, sostenible y también regenerativa de los sistemas de los que el planeta se viene abasteciendo a bajo precio. Son otros los que ganan mientras nosotros nos apuntamos con el dedo.

Artículo en inglés aquí

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Sofía De León Guedes

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