Sandalias con medias

Sofía De León Guedes
4 min readJan 13, 2024

--

Tenía diecinueve años, un montón de confusiones, un novio ideal y un gato de mascota cuando descubrí el concepto de vernalización. Fluían ecuaciones y conceptos en el curso de agrometeorología, que atendíamos después del almuerzo. Tenía ganas de dormir la siesta, los repartidos con teórico y ejercicios me duplicaban la edad y las ciencias de la atmósfera se me antojaban de lo más intrincadas y ajenas. El curso en sí y su vínculo con la biología (mi verdadera pasión) me parecía como desenredar una madeja vieja en el fondo de un cajón para tejer medias en medio del verano. No las iba a necesitar en ese momento, volverían al mismo cajón pero con otra forma, y eventualmente cuando llegase el invierno seguro encontraba un mejor par, más calentito y tejido por alguien que supiera. ¿Para qué lo iba a hacer yo?

A los veinte años seguía confundida, mi novio ya no me parecía tan ideal y mi gato se enfermaba muy seguido. Estábamos estudiando la fisiología de los árboles frutales de hoja caduca. Los que pierden las hojas en otoño y luego las recuperan en la primavera, atravesando un invierno de despojo y aparente abulia. Volví a encontrarme con las ecuaciones sobre vernalización, pero ya no eran lana vieja, sino que las vi describir las bases de un campo de manzanos en flor. La humanidad ha descrito al invierno como hambre, crudeza y muerte. Los artistas sitúan en esta estación la más fulminante de las analogías con la naturaleza.

Antes se creía que las plantas hibernaban. Esto es, sencillamente, ralentizar la vida para sobrevivir. Casi un siglo atrás, los soviéticos descubrieron que no solo no “sobreviven”: en algunas plantas, el invierno es necesario para su desarrollo y utilizan el frío para regularse, acumular reservas y poder florecer, y así lograr que la fructificación se dé correctamente. Hace veinte años, los estadounidenses lograron dar con el gen que impide a las flores abrirse antes de que las condiciones sean adecuadas. En muchísimas especies no hay fruta fresca, dulce y carnosa, sin noches gélidas y severas. Las mejores cervezas del mundo surgen de cultivos de cebada que estuvieron semanas bajo la nieve.

El concepto de vernalización plantea una antítesis que nos sitúa filosóficamente en otro sitio: el frío —la adversidad, la oscuridad, el terror de la inanición y la parálisis— como fase imprescindible para la vida. Sin duda que no aplica a todos los ecosistemas, pero en este mundo globalizado estas especies vegetales se han hecho imprescindibles en nuestra vida diaria y necesitan del frío para existir.

A mis veintiún años, comencé el otoño varada en tierras costeras del Atlántico Sur. Había una pandemia mundial, no podía volver a casa, mi novio me parecía más lejano que los kilómetros que nos separaban y las fotos de WhatsApp que me llegaban de mi gato no eran muy alentadoras. La vida estaba en modo hibernante, al parecer.

Algunos artistas sí que se dieron cuenta de lo que el frío puede lograr. Un día abrió la librería, así que fui con mi tapabocas a perderme en sus títulos y así continuar mi existencia a través de la imaginación. Así fue como conocí al poeta peruano José Watanabe. Él osó dedicar 66 poemas a los efectos del invierno en la naturaleza. En la penumbra de sus versos fue como comencé a perder mis hojas. Retumbaban por mi cabeza mientras iba templándome por primera vez con gas de cañería, conociendo los beneficios de las calzas térmicas y sintiendo el calor del vino mendocino por mis venas a la vez que sonaba un DJ de casa a través de una transmisión en Instagram.

A mis veintidós años, ya no tenía ni novio ni gato. Llegó el invierno pero yo no había tejido mis medias y las que creía que estaban mejor tejidas, creo que no eran de mi talle. No hiberné como mis parientes mamíferos. Acumulé el frío más desolador que pudiese imaginar. Así fue que finalmente pude florecer.

Quizá algún profesional aburrido me quiera destruir el hilo de esta historia diciéndome que hemos seleccionado especies que no necesitan de la vernalización. O que si el cambio climático termina de arrasar, quizá podamos vivir a maíz (si es que queda con qué regarlo y plantarlo).

Hay quienes denostan el invierno y huyen de cualquier adversidad. Suelen autodenominarse personas alegres o poco conflictivas, confiriéndose sin ningún preámbulo cualidades personales y una vida más feliz al resto. Lejos de serlo, el pseudohedonismo que rechaza cualquier tipo de introspección al saberse infortunado o conflictuado solo se conduce a sí mismo a florecer muy pronto o no hacerlo. Flores que no cuajan, frutos pequeños, frutos inviables. Esos que pasas de largo en la feria, esos astringentes o simplemente olvidables.

Ahora que llegó el verano, la lana nueva y la lana vieja tiene que ordenarse en el cajón y prepararse para el invierno. No sería a pesar del invierno, sino gracias a él que estaremos nutriendo al mundo.

Además, todos los que me conocen saben que a mí me gusta usar medias largas en verano.

Artículo en inglés aquí

--

--

Sofía De León Guedes

English here: https://sofiadeleoneng.medium.com/ Sistemas agroalimentarios, ambiente y desarrollo. Siempre más preguntas que respuestas.