Una crisis en todos los niveles

Sofía G. León
11 min readApr 7, 2020

María Sofía G. León Olea

-¿Por qué nos hemos quedado ciegos? […]

- Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos.

Ciegos que ven. Ciegos que, viendo, no ven.

José Saramago, Ensayo sobre la ceguera.[1]

Un día las escuelas cerraron, los supermercados se vaciaron y el pánico inundó las calles tras un bombardeo de noticias que anunciaba la llegada de una crisis sanitaria global a nuestro país. Escuchábamos el coronavirus como algo lejano. En tono sarcástico, como de costumbre mexicana, nos reímos de la tragedia, nos burlamos de que una “sopa de murciélago” (aunque no quede claro si ese es el origen real del virus) estaba ocasionando escasez de papel higiénico en Estados Unidos. A medida que se acercaba la pandemia a nosotros, el tono cambió a uno de preocupación. Poco a poco, nos dimos cuenta que la crisis recién llegada iba a alterar nuestra vida cotidiana más de lo que hubiéramos podido imaginar. Aún seguimos tratando de asimilar sus alcances. Esta pandemia ha venido a ponernos a prueba como seres humanos, como comunidades, como localidades, como naciones, como Estados y como mundo. Pareciera imposible imaginar que un escenario de crisis como éste pudiera traer oportunidades de mejora, pero la pandemia nos ha cegado. Hace falta detenernos a mirar un poco más y a emprender una búsqueda más profunda al interior y al exterior de nosotros para darnos cuenta de las posibilidades que esta pandemia trae consigo.

“[…] Como si acabara de inventarlo, me dijo: El mundo avanza”, escribió Gabriel García Márquez en Memoria de mis putas tristes.[2] En este momento, todos tratamos de descubrir quién es el inventor del cambio que estamos viviendo. De repente el mundo nos parece desconocido porque avanza más rápido de lo que somos capaces de asimilar. En medio de una década que acaba, el cierre de ciclo está moviendo el piso para todas y todos. No está haciendo distinciones de nacionalidad, edad o sexo. En estas circunstancias, es predecible que el coronavirus quede en la memoria colectiva, como ha sucedido con otras crisis (no necesariamente sanitarias) en el pasado. Nuestra generación hablará de este momento con las que están por venir (si el planeta nos permite llegar ahí) y los hechos actuales se van a relatar en libros de historia y en novelas al estilo de Saramago.

Esta pandemia está siendo una experiencia tan caótica que a veces se nos figura como una guerra, cuya tregua traerá el fin del mundo. Sin embargo, no es así. El objetivo no es atacar o destruir un país o una población, el fin es encontrar la cura a un virus desconocido. No peleamos entre Estados nación, enfrentamos un reto como humanidad. En ese sentido, la crisis que provoca el coronavirus es una oportunidad. En el pasado, algunos Estados utilizaron la estrategia del “enemigo común” para lograr la aprobación de su población para participar en un conflicto bélico. El objetivo estatal era presentar al enemigo que pretendía atacar como una amenaza para la nación en su totalidad. En esta ocasión, el COVID-19 no es un riesgo para una sola nación, sino para el género humano en su totalidad. Hasta ahora, hay pocos países en el mundo (alrededor de 16, según la Universidad Johns Hopkins)[3] que no han reportado casos de individuos portadores de esta enfermedad. Sí, la cifra es alarmante. Y el panorama es similar al de una guerra porque es necesario formar alianzas para combatir al enemigo. Los arreglos de los que hablo no deben construirse sólo entre países, sino también entre comunidades y entre individuos. Es posible que una estrategia así pueda traer beneficios para solucionar otro tipo de problemas globales en el futuro.

En La condición humana, Hannah Arendt dice que el mundo nos vincula y nos separa simultáneamente como seres humanos, pero es sólo la experiencia de compartirlo con otros la que nos permite ver la realidad desde distintas perspectivas. Esto nos da una mirada de mayor alcance y nos ayuda a desarrollar un sentido de comunidad.[4] En este momento, retomar ese sentido del que habla Arendt es más necesario que nunca. Durante el siglo XIX, la impresión masiva de textos permitió que poco a poco el individuo se imaginara como parte de un conglomerado varias veces más grande del que podía observar. Ahora tenemos una variedad infinita de formas para conectarnos con otros y para sabernos parte de una nación, de una región y de un mundo. Esta comunicación con otros es importante porque nos hace conscientes de que la crisis que estamos viviendo no es una experiencia individual, sino una de la comunidad internacional. Lo que sentimos, pensamos y cuestionamos a partir del contexto de pandemia es, probablemente, algo que también sienten, piensan y cuestionan otros en lugares distantes. Si empezamos a asumirnos como una colectividad, esta crisis puede abrir posibilidades de mejora en todos los niveles: para organismos internacionales, para Estados, para sociedades y para individuos.

La propagación mundial de una enfermedad hace un llamado de responsabilidad y de acción colectiva y continua por parte de los actores del sistema internacional. En los últimos meses, ha sido notable el papel que han desempeñado algunos organismos internacionales. Estos actores proveen datos e información actualizada, generan certidumbre y propician espacios (aunque sea virtuales) de diálogo y de búsqueda de soluciones. No obstante, una experiencia pandémica como ésta representa un reto adicional para las organizaciones internacionales de todo tipo. Su capacidad para incidir en la acción de gobiernos y de sociedades enteras pone a prueba su funcionamiento interno; el coronavirus llama a una modernización de sus burocracias y a un replanteamiento de sus procesos políticos. Si estos actores utilizan las condiciones actuales a su favor pueden llegar a tomar un papel aún más relevante en discusiones posteriores. Es una oportunidad para recuperar legitimidad o reforzarla.

La interconexión entre el nivel internacional y el nivel estatal también ha de ser revisada con cautela. En esta crisis necesitamos gobiernos atentos, estadistas empáticos y dispuestos, más que nunca, a promover relaciones exteriores sanas de cooperación y de solidaridad. Propiciar una comunicación constante con instituciones y con estructuras de otros países que han, o siguen, sobrellevado la experiencia pandémica, no es sólo beneficioso para el Estado, sino que es indispensable. Con esto no pretendo afirmar que todos los actores estatales deben seguir exactamente las mismas estrategias frente a la pandemia; decir eso sería utópico e inútil porque cada sociedad diverge con otras en sus condiciones y problemas. El papel de los gobiernos, en cambio, es buscar las soluciones que mejor se adapten a las realidades de su población para enfrentar la crisis actual, pero sin olvidar la invitación a fortalecer esa búsqueda del bienestar en conjunto con otros actores. La retroalimentación de información con el exterior puede ayudar a ampliar la gama de herramientas que los gobiernos pueden utilizar para afrontar la experiencia pandémica.

En el nivel estatal es donde la crisis sanitaria más retos ha venido a traer. La pandemia ha puesto a tambalear instituciones y hasta la estructura orgánica del Estado al llevarlas al límite de sus capacidades; desde las burocracias hasta la comunicación intergubernamental, desde el rol del Ejecutivo hasta el de las Secretarías encargadas de sobrellevar la pandemia. El Estado en su conjunto se ve obligado a reconocer problemas sociales que antes no parecían estar entre sus prioridades. Los quehaceres desatendidos en el pasado, ahora revelan con más fuerza la ineficiencia estatal para cubrir las necesidades más básicas de la población, en este caso, el acceso a un servicio de salud pública de calidad.

El reto estatal mexicano en materia de salud se vincula, inevitablemente, con otro de los mayores problemas que enfrenta este país: la desigualdad económica. ¿A quién está dirigida la estrategia de quedarse en casa? A familias con ahorros que pueden solventar sus gastos básicos por meses sin necesidad de ir a trabajar o a individuos que pueden trabajar desde casa. Esta realidad es la de muy pocos. Según el INEGI, en 2018, el sector informal dio empleo a más de la mitad (57%) de la población ocupada.[5] El aislamiento social es una política de privilegio que excluye a ése sector y a otros grupos vulnerables ¿Y qué hace el gobierno? Repetir que “por favor, no salgamos”. Es grave que los funcionarios reiteren una estrategia que está dirigida a unos cuantos privilegiados. Una vez más, la mayoría está desatendida. La diferencia es que ahora es más visible.

El día que vinieron a censar mi casa llevaba ya una semana la política de aislamiento. Le pregunté a la trabajadora que si le estaban dando cuidados especiales por el coronavirus. Me contestó: “no nos dan gel ni tapabocas porque dicen que con el sol se muere la bacteria”. Éste es sólo uno de tantos ejemplos que pueden ayudar a entender que la población vulnerable no son sólo el grupo de la tercera edad y los que padecen de otras enfermedades de riesgo; la mayor parte de la población mexicana no puede parar su vida cotidiana ni dejar de exponerse si no hay un gobierno activo que sea capaz de voltearla a ver.

Aunque es cierto que hay equipos de gobierno que están trabajando sin descanso por mantener actualizada, en la medida de lo posible, a la población, tienen que darse cuenta de que sus esfuerzos deben ir más allá de las sesiones informativas diarias. Si el Estado mexicano no toma decisiones inmediatas que den cuenta de la importancia que amerita esta emergencia sanitaria, es posible que en poco tiempo sea absolutamente incapaz de atenderla. Empezará a dejar morir a sus ciudadanos y su ineficiencia e incapacidad de ser el Estado para “el pueblo” que pretendía ser en discurso, se pondrá en tela de juicio con mucho más intensidad que desde el inicio del sexenio.

La crisis a nivel estatal no se queda ahí. Hay consecuencias secundarias que se agudizan. Uno de estos retos es el que representa el cierre obligatorio de escuelas públicas y privadas durante la pandemia. El sistema educativo se ve en la necesidad de buscar alternativas para cubrir meses de clases no presenciales y para tratar de cumplir con las funciones que normalmente asume la escuela, y que permiten que las familias mexicanas puedan funcionar. Dentro del reto que representa la difusión del aprendizaje y su desvinculación de la institución escolar, está también la realidad que viven niñas y niños en sus hogares. Para muchos de ellos, la escuela no sólo es un espacio más propicio para aprender, sino también un refugio de la violencia doméstica. El encierro provoca que un número considerable de niñas y niños corran más peligro. Éstas son sólo algunas consecuencias indirectas de la crisis actual, las cuales, visibilizan los grandes huecos que el Estado ha dejado vacíos desde mucho antes de que el coronavirus se empezara a propagar en China central.

La pandemia, entonces, trae consigo la posibilidad de abrir el debate a nivel nacional sobre el tipo de gobierno que necesitamos y las alternativas que debe buscar para atender las necesidades más apremiantes de la población mexicana. Esas necesidades están vinculadas a la crisis sanitaria, pero también estarán presentes en el escenario post-coronavirus. Iniciativas redistributivas, un cambio de prioridades en el gasto, la inversión en servicios públicos básicos, la atención a problemas de género y de violencia doméstica, son algunos de los temas que deben volver a la discusión pública y a posicionarse con mayor fuerza que antes. La crisis del COVID-19 es una oportunidad para una reflexión profunda y para un replanteamiento, a corto y largo plazo, de la política gubernamental.

Por otro lado, dejar tantas interrogantes sólo en manos del Estado significa olvidarnos de la existencia de una sociedad activa e informada. En el nivel de agrupación social, hoy es cuando más se necesita fortalecer una pluralidad de voces que den cuenta de las problemáticas que no estamos mirando y que debemos atender. La fuerza de una sociedad que no se cansa de exigir está en la influencia que puede llegar a ejercer en la priorización de temas en la agenda pública. Aunque es obvio, esto no es un reto menor: ¿cómo fortalecer una ciudadanía si está encerrada su casa y si tiene un presidente que demerita su valor y sus capacidades? Por ahora, tenemos la discusión en redes y otras plataformas que pueden ser aprovechadas. Después debemos regresar a ocupar el espacio público con más iniciativas. Pero no olvidemos que este tiempo es también oportuno para el diálogo al interior de nuestras casas, el cual puede servir para la reflexión y para la politización.

En el nivel nuclear e individual, la pandemia ha llegado a desequilibrar la vida de las familias y de las personas. La disrupción repentina de nuestra cotidianidad nos hace sentirnos en una simulación desconcertante, en momentos aplastante y desmotivadora. La intensificación de relaciones con quienes compartimos hogar nos pone a prueba. Reaprendemos a ser hijas o hijos, hermanas o hermanos, mamás o papás, amigas o amigos de tiempo completo. Y de vez en vez, el silencio y la soledad nos obliga a mirarnos a nosotros mismos y a replantearnos viejos cuestionamientos. Si decidimos tomar ventaja de la situación, una versión más auténtica de nosotros puede salir de esta pandemia.

Decía García Márquez en Cien años de soledad que “dentro de poco, el hombre podrá ver lo que ocurre en cualquier lugar de la tierra sin moverse de su casa”.[6] Así fue. Diariamente nos informamos de realidades que no observamos desde donde estamos. Sin embargo, el bombardeo de noticias aporta menos a la certidumbre y a la tranquilidad, y añade más razones para intensificar la confusión y la angustia. Día con día, el aislamiento social está cambiando nuestra forma de percibir y de entender la situación actual. Sin saberlo, hay procesos internos que nos llevan a cuestionar nuestras acciones y nuestra posición en el mundo actual. En La condición humana, Arendt relata que, desde la Antigüedad, el hombre lidia con una frustración derivada de una característica implícita de la acción: la imprevisibilidad de su resultado.[7] Las personas queremos saber si nuestra actividad cotidiana está, de alguna forma, siendo relevante en un mundo en el que cada día hay una noticia peor o una cifra más alarmante.

La crisis a nivel individual, además, es complicada porque las formas impersonales de asociarnos se intensifican y hacen difícil dar cuenta de que nuestras actividades realmente son importantes. En el afán de la acción en medio del caos, nos olvidamos del descanso y nos cuesta trabajo crear una rutina distinta. No obstante, pasar más tiempo en casa nos puede servir para desarrollar otro tipo de habilidades y para educarnos en tareas del afecto, de la paciencia, del cuidado, de la reconciliación y de la escucha. La pandemia en este nivel nos ofrece la oportunidad de asimilar el presente con resiliencia y de entender que la situación actual no durará para siempre. El presente es ese momento que tenemos para aprender algunas cosas, para desaprender otras y para reaprender otras tantas. Borges dice en su poema “Nostalgia del presente”:

“En aquel preciso momento el hombre se dijo:

Qué no daría yo por la dicha de estar a tu lado en Islandia […]

En aquel preciso momento

el hombre estaba junto a ella en Islandia”.[8]

Hoy es una posibilidad real detenernos a mirar a quien tenemos al lado y replantearnos nuestra manera de estar en el mundo. La ceguera o la falta de empatía no deben guiar nuestras interacciones con otros. En tiempos de pandemia también hay espacios para la espera y para la reflexión, en los cuales es inevitable que nuevas interrogantes sigan apareciendo, y es posible que no haya respuesta única para cada una de ellas.

Esta crisis trae consigo la oportunidad de replantear acciones en todos los niveles. El organismo internacional puede modernizarse; el Estado puede construir mejores relaciones con otros actores del sistema internacional y puede voltear a ver las necesidades diferenciadas de su población con más detenimiento; la sociedad puede participar más, y con sus respectivas posibilidades, influir en su contexto local; el individuo puede aprender a interactuar de otras maneras en sus núcleos cercanos y a saberse parte de una colectividad. Asumirnos como humanidad es el inicio para una transformación de nuestras relaciones interpersonales y con la naturaleza. Esa unión representa la posibilidad de generar soluciones más completas y exhaustivas a problemas globales en los próximos años.

En TW: @Sofi_Leon98

[1] José Saramago, Ensayo sobre la ceguera, trad. Basilio Losada, México, Santillana Ediciones Generales, 2015, pp. 329.

[2] Programa Editorial del Gobierno de la República. Gabriel García Márquez. De la letra a la memoria, México, Biblioteca Mexicana del Conocimiento, 2014.

[3] Consulta aquí para ver el número de casos actualizados de COVID-19 en el mundo: https://www.arcgis.com/apps/opsdashboard/index.html#/bda7594740fd40299423467b48e9ecf6

[4] Hannah Arendt, The Human Condition, London, The University of Chicago Press, 2018.

[5] Consultado en: https://www.inegi.org.mx/contenidos/saladeprensa/boletines/2019/StmaCntaNal/MEI2018.pdf

[6] Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1971.

[7] Arendt, Op.cit, pp. 220–230.

[8] Jorge Luis Borges, Poesía completa, México, Debolsillo, 2015. p. 552.

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