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12 min readJan 24, 2019

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A los diez años iba con mi madre en la ruta 32 del microbús al mercado Castillo tielmans. Ella me jaloneo brusco cuando trate de sentarme a lado de una muchacha de pelo largo y ojos profundos con un moretón en el cuello. Mi madre dijo muy enojada al instante: No te sientes a lado de esa puta, te puede contagiar de algo, seguro vive en la zona norte, con todos los malditos indios, nosotros somos diferentes. Repetía en voz alta con una mirada acusadora y repleta de asco. La voz de mi madre fue asiéndose polvo en el trayecto del microbús y en mi vida, nunca creí en sus acusaciones, nunca me interesó creer en sus palabras. Pero tampoco pude borrar de mi mente los ojos profundos y desolados de aquella mujer vestida de azul tristeza, que miraba por el espejo de la ventana del camión los postes de luz buscando respuestas.

En el radio anunciaban en la noticia de las dos de la tarde que la zona norte de San Cristóbal era llamada zona de conflicto, ahí vivían los inadaptados y marginales, los indios sin tierra que estorbaban. La zona se dividía por nombres de hormigas; estaba en conflicto por el transito migratorio indígena y por el escozor que esto le producía al mundo coleto, siempre estuvo presente en las platicas del comedor de mi familia. Mi abuelo soñaba con planear un genocidio en la zona norte, los indios solo sirven para servir -decía-, mientras se reía y comía un plato de sopa de pan.

Desde niño, la zona norte me cautivaba por sus misterioso y seductor nombre de insecto. Cuando tenía dieciocho, transité conscientemente su laberinto de miradas; sus trincheras primitivas y su caos, pues había conocido a un hombre que era como un perro negro furioso de mercado, que en su cuerpo fuerte que me seducía; agonizaba la mirada de un cachorro maltratado. Cuando conocí a Genaro entendí que el cuerpo es una forma de resistencia y el deseo algo que nos transforma.

Genaro. La hormiga. San Cristóbal de las Casas, Chiapas. 2019

A Genaro lo conocí porque era uno de los weyes que atendían el puestos de películas piratas en donde conseguía pelis porno de diez pesos o de tres por quince en bolsitas de celofán transparente, sin culpa y sin tramites. Yo iba en la preparatoria, tenía un corte de punk-wannabe y una profunda necesidad de afecto.

Cada que llegaba de curioso buscando películas nuevas, siempre había algo que me causaba emoción y vértigo. Ese martes en la tarde, iba en busca de otro tipo de porno, en aquel entonces, tenía mucho deseo por los cuerpos voluminosos de mujeres y por los cuerpos de los weyes fortachones que trabajaban en la vulcanizadora de la casa y a los que observaba por un rendija de madera que daba a mi cuarto. Tenía atracción mutua y desenfrenada por ambas cosas. Era perturbador y delicioso al mismo tiempo el excitarme con ambas cosas.

¡A huevo, rayar te hace imaginar cosas bien vergas, te alucina!

Genaro, grafiteaba en sus ratos libres, tenía un cuaderno en donde hacia grafittis y dibujos con plumones permanentes en su puesto, ese día antes de preguntarle si tenía pelis nuevas, le hice platica y le dije que a mi también me gustaba un chingo el dibujo y el grafiti, me dijo con un carcajada en voz alta: A huevo, rayar te hace imaginar cosas bien vergas, te alucina.

Me senté a su lado, casi por instinto y me enseño todos sus cuadernos repletos de rayas. Sospechaba que el tenía unos ocho años más que yo y eso me atrajo un chingo.

Él tenía el hombro tatuado con tribales y códigos, los bíceps muy fuertes, provocativos, de esos de erecciones instantáneas; tanto como su inteligencia por dibujar mujeres desnudas encima de carros envueltas en llamas como la estampa del anima sola que tenía mi abuelita en su altar. También dibujaba calaveras fumando porros.

No sabía que él me ubicaba perfectamente hasta que me dijo, ¿Tú eres el morro que viene seguido por porno verdad? ¡ya te ubico wey!, ya me sé hasta tus gustos wey!, ¡jajaja! Me dijo bromeando mientras hojeaba el cuaderno número tres de sus dibujos, le dije: ¡Simón, me llamo Diego! ¡Jajajaja!. He de confesar que me hizo sentir pena, morbo y confianza de una calidez instantánea al mismo tiempo.

El chus. La hormiga. San Cristóbal de las Casas, Chiapas. 2019

Ese martes iba en busca de películas porno bisexuales, tenía muchos deseos recurrentes y quería finiquitarlos a escondidas; Genaro me pregunto que si yo era ‘bicicleto’, y con pena y entre húmedas mentiras le dije que aun no sabía. Sólo quiero experimentar de todo por el momento wey, le dije bien cagado de la risa, y él me contestó: Yo tampoco sé, carnal, jajaja ¡Qué decías! jajajaja. ¡Pura pinche broma, wey! ¡eh! Mientras se frotaba el paquete en unas bermudas bien flojas, me daba la trilogía de películas tituladas ‘Threesome bisexual interracial Miami’

El Sebas. La hormiga. San Cristóbal de las Casas, Chiapas. 2019.

Me dijo: Ponte cómodo verga, ahorita te enseño películas. Siempre estuve cómodo a su lado. Puso una peli que se llamaba ‘La Verganza’. Aquí todos se dan contra todos, como te gusta cabrón –me dijo-.

Le deje mi número de celular, para que me avisara cuando hubieran novedades. El había quedado de mantenerme al tanto de las nuevas adquisiciones para un morro de casi diecinueve.

Rumbo a casa cargado con mis bolsitas de celofán sin culpa, en la esquina del mercado casi frente a un puesto de frutas; vi con emoción un grafiti nuevo muy grande en puro aerosol en tonos negro y naranja con un tigre rugiendo, que decía: ‘Aquí todos los hombres somos bestias’. AK. Sentí un alivio al pensar que alguien por fin de alguna forma me había hecho sentir en cierta forma cálidamente comprendido.

El Alex. La hormiga. San Cristóbal de las Casas, Chiapas. 2019.

Con los ahorros de mis domingos que me daba mi abuelita había podido comprar mi primer celular en la vida, era un Sony Erickson gris con naranja. Había pasado en el ciber todo el disco ‘Mucho Barato’ de control machete, era mi favorito. Tenía Comprendes Méndez de tono de llamada y de mensajes. Los jueves, entraba tarde a la preparatoria y al salir de la casa me llego un mensaje de Genaro invitándome a ver las nuevas películas que le habían llegado. En el mensaje me decía que vivía en la zona norte y que, podía verme en el puente de Tlaxcala a las 5 pm para llevarme a su cantón, ya que estaba un poco escondido y no entraba cualquiera. Me sentí excitado con tan solo imaginar que veríamos porno juntos. Volví a tomar la ruta 32, estaba muy nervioso y emocionado; en el trayecto iba calculando su estatura y el porque hablaba algo raro, a veces combinando mucho el inglés con el español. Cuando llegué él estaba allí, vestía una bermuda volcom de mezclilla y una gorra que decía Osiris. Empezó la travesía por el barrio con nombre de insecto que tanto me cautivaba de morrito.

Wey, ¿Porqué crees que esta madre se llama la hormiga?, ¿es obvio, no? Pero tu no eres un intruso, tú eres mi camarada…

Para llegar a su pinche casa, teníamos que caminar como quince minutos después del puente. Vivía cerca de una iglesia cristiana llamada ‘Alas de águila’, mientras caminábamos, sentía las miradas vigilantes del asfalto, de las paredes. Le contaba que me gustaba mucho el nombre de su colonia; que un día en la peluquería había leído en la revista insólito que hay determinadas especies de hormigas, que utilizan a sus hormigas obreras como barrera de entrada a la colonia… esto es, que utilizan su cabeza para tapar herméticamente la entrada de la madriguera, para evitar que pasen intrusos. Genaro me dijo cagado de la risa: Wey, ¿Porqué crees que esta madre se llama la hormiga?, ¿es obvio, no? Pero tu no eres un intruso, tú eres mi camarada…

El ToroLoco (díptico) La hormiga. San Cristóbal de las Casas, Chiapas. 2019.

A mi los vatos no me gustan, pero desde que te vi me diste morbo, tu tienes algo, tienes una pancita rica y eres chido, no sé que pedo wey.

Llegamos a su casa, subimos a su cuarto, su cama tenia una cobija san marcos con un tigre de bengala. Y mucha ropa sucia, todo estaba desordenado. Tenía cajas repletas de películas y un DVD nuevo. Me dijo: Ponte cómodo verga, ahorita te enseño películas. Siempre estuve cómodo a su lado. Puso una peli que se llamaba ‘La Verganza’. Aquí todos se dan contra todos, como te gusta cabrón –me dijo-. Presentía cosas raras. De pronto solo se escuchaban los gemidos de la televisión y su mano que le recorría la entrepierna; me veía seductor, me dijo al odio: A mi los vatos no me gustan, pero desde que te vi me diste morbo, tu tienes algo, tienes una pancita rica y eres chido, no sé que pedo wey. Me miró fijo y se acerco a mis labios.

Pepe. La hormiga. San Cristóbal de las Casas, Chiapas. 2019.

La cama se había convertido en aquel entonces en un set de peli porno en el que era protagonista con alguien que deseaba hace tiempo. Le quiete la playera y vi su cuerpo, era o como el cadejo, el guardián del inframundo, ese perro fuerte que parecía pitbull, que si estiraba los brazos, los hombros se le hacían roca. Era perfecto, tenía en la espalda tatuado una mujer con sombrero de charro que decía ‘Mi raza’. Mis dedos que se ahogaban de tacto, estaban apunto de desmoronarse.

Después de lo que lo hicimos construimos una complicidad y un secreto invaluable. Nadie supo lo que fuimos nunca. Nos masajeábamos casi todos los días, siempre le decía lo caliente que estaba y lo rico que le hacia todo, mientras lo tenía encima de mí. En la preparatoria empezaban a pasarme porno por infrarrojo al celular, me volví emo y quería ser skate, siempre mi maldita necesidad por mezclar las cosas, por generar una imagen habitable de mi mismo.

Estados Unidos es una pinche farsa y una puta porquería, uno va creyendo que estando allá será the King of the fucking world y pura verga. Hablar en inglés me caga, me recuerda a lo mal que la pase en el gabacho, pero se me sale un chingo.

Volví a ver a Genaro un tres de Enero, el puente de Tlaxcala era nuestro punto de encuentro ya llevábamos casi siete encuentros. Ese día fue especial; me había enseñado trucos para grafitear como los grandes. Me confesó que el había aprendido a rayar en el gabacho, cuando tenía veinte. Le dije eufórico: ¡No mames! ¿Viviste en Estados Unidos? A lo que me contesto: ¡Simón, pero me fue muy culero! Me contó que el huyo de su padre porque lo golpeaba mucho y no quería que estudiara. Se fue con un primo a Tijuana, pero su primo había muerto en el desierto. Estuvo refugiado en Arizona por dos meses hasta que empezó a trabajar en un carwash, vivía en la calle cerca de un supermercado. Su voz se quebró y me dijo despacito: Estados Unidos es una pinche farsa y una puta porquería, uno va creyendo que estando allá será the King of the fucking world y pura verga. Hablar en inglés me caga, me recuerda a lo mal que la pase en el gabacho, pero se me sale un chingo. Cuando estaba allá tuve un amigo que tatuaba, le pedí que me tatuara a mi jefa y le pusiera Mi raza, pues la extrañaba un chingo, los gringos son bien cueleros. Lo abrace y lloro un poco, era como si de pronto Genaro fuera un bote de aerosol que estaba tapado con residuos y nuestra platica había sido como un agitador inmediato para sacar todo lo que guardaba. A veces un abrazo lo cambia todo.

Mi raza. La hormiga. San Cristóbal de las Casas, Chiapas. 2019.

Cuando estaba allá tuve un amigo que tatuaba, le pedí que me tatuara a mi jefa y le pusiera Mi raza, pues la extrañaba un chingo, los gringos son bien cueleros.

Ese día también me regalo una gorra Osiris, me dijo que el traía mercancía del Estado de México, que en el negocio de la piratería le iba poca madre, que pronto iba a cambiar su bochito por algo más verga. Me había tatuado por primera vez y fue en la muñeca. Había decidido tatuar el nombre de mi abuelita, me dijo que mi tatuaje era de maricón, y se rio mientras me abrazaba.

No podía olvidar el cuerpo de Genaro a todas horas, ni sus contornos. Sin saberlo había volado sobre otro cuerpo sin retorno; uno furioso y delicado cuerpo de vato vende porno que era frágil y fuerte como el asfalto de su colonia, como los cerros desgajados de la periferia de la hormiga y pensar todo el tiempo el desear comerse con los ojos el cuerpo del otro, ser comido por la mirada del otro. El delirio de hacerlo tangible.

Papito. La hormiga. San Cristóbal de las Casas, Chiapas. 2019.

Comprendí que los amantes se miran en el final de los ojos, como la mezcla inminente entre la tristeza y la sensualidad. La sexualidad en mi adolescencia funciono como un fondo de nostalgia, como si buscara de alguna forma la manera de capturar el amor y la perdida, el deseo y la aprehensión; nunca aprendí a grafitear ni a dibujar como los grandes, por eso decidí tomar fotografías. Siempre pienso en lo cercano y en lo de afuera, en el instinto y en los otros. Genaro se mudo a mediados de año a Tuxtla porque había decidido ser narcomenudista y pronto también se había vuelto adicto a la cocaína, yo había empezado conocer a Chus, un skate que era también rapero en lengua Maya y deje de tratarlo.

“Recuerda que también estamos hechos de deseo”

Pensé que había muerto hasta que me lo tope en una pagina de ligue. Decidi buscarlo para encontrarnos y fotografiarlo. Ahora era profesor de inglés y daba clases de Karate, estaba más tatuado, pero ya sonreía igual. Hubo más silencio que nostalgia cuando nos volvimos a encontrar.

Para recordar a Genaro, siempre soñé con hacer un graffiti cerca de la casa que dijera sin pudor: Recuerda que también estamos hechos de deseo.

Diego Moreno

Diego Moreno.San Cristóbal de las Casas, Chiapas. 1992.

Ganador del Lens Culture Emerging Talent Award 2018. Seleccionado en 2018 para representar a Latinoamérica en la quinta bienal de fotografía Africana en Etiopia. En 2017 Seleccionado por Foam Ámsterdam como joven talento mexicano y en 2016 Nombrado como uno de los fotógrafos emergentes a seguir en el mundo por The British Journal Of Photography en su emisión de talento en Londres, Reino unido.

Ha sido acreedor al Premio de adquisición de la X Bienal Puebla de los Ángeles 2015 en México y a la Beca Jóvenes Creadores del FONCA en 2015 y 2017.

Su obra se ha exhibido en América, Latinoamérica, Europa, Asia y África

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