El radicalismo se puso de moda(?)

tuQmano
Política&Elecciones
7 min readMar 13, 2015

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La convención radical se dará cita mañana en Entre Ríos. Todos los ojos de la política están sobre ese conclave, del cual se espera se perfilen con más claridad las campañas de todas las fuerzas políticas que compiten para suceder a la Presidenta de la Nación.

La expectativa sobre la reunión de boinas blancas nos trajo consigo muchas lecturas que interesa acá compartir:

Carlos Pagni, en la Tribuna de Doctrina, destaca como “la convención de la UCR, es clave para el proceso electoral”; Pagni cita a Andrés Malamud, quien sostiene que “el radicalismo sigue siendo patovica en la puerta de la política nacional”; esto último es retomado por María Esperanza Casullo quien acuerda con que “en gran medida, define quien de la oposición “entra” al nivel nacional y quien no gracias a su estructura, pero el dato innegable es que la UCR define quien entra, pero el público paga la entrada para ver a otro”.

Como frutilla del postre, tras esta introducción del reverdecer de la ensalada de radicheta, comparto ahora un artíuclo de Martín Reydó que ya en 2012 linkeabamos a propósito del incipiente trabajo que operadores políticos tejían para establcer un vínculo PRO-UCR/UCR-PRO.

Los huerfanos adoptados, por Martín Reydó.

“La pérdida progresiva de votos de la UCR contrasta con la mayor fidelidad del electorado del PJ.”

El argumento de Juan Carlos Torre (2003) es potente, además de cierto:
la crisis de representación que estalló en las elecciones de 1999, 2001 y 2003, y que se expresó en su momento en el voto bronca y la apatía política, pero que es remontable hacia mediados de los noventas, no afectó por igual a todos los partidos. Esta crisis se ensañó particularmente con los candidatos
de la Unión Cívica Radical, que fueron perdiendo un creciente caudal de votos ya desde 1989 (ver cuadro) mientras los votantes del peronismo permanecían comparativamente mucho más fieles a su partido.

Las dos familias políticas que componen el sistema político argentino, peronistas y radicales, exceden a las estructuras partidarias que supuestamente las contienen. Ser peronista o no serlo (que aquí homologaremos a ser radical, siguiendo los lineamientos sugeridos por Torre) es otra cosa a votar por la etiqueta partidaria o no hacerlo. Se trata en rigor de dos sub-culturas políticas distintas con códigos y valores divergentes. Para los radicales, una identidad forjada en torno a las luchas cívicas por la libertad del sufragio contra el régimen conservador, y para los peronistas una marca de nacimiento construida en la coyuntura crítica que permitió “el acceso de los trabajadores a los derechos sociales por obra de un liderazgo plebiscitario” (p.663). La peronista tradicionalmente con preponderancia de sectores populares en sus filas, y la radical con fuerte arraigo en las clases medias.

Los huérfanos de la política de partidos eran, siempre de acuerdo a Torre, fundamentalmente reclutados en las clases medias y medias-altas de los grandes centros urbanos. “Tienen comparativamente un alto nivel de educación e información política, cuentan con un fluido acceso a los medios de comunicación y, finalmente, responden al perfil del votante independiente…”(p. 658)

Sostendremos aquí que los huérfanos de partidos, es decir, los hijos de la familia no peronista que presentaban alta volatilidad en el voto y descreimiento de la política son cada vez menos. Lo que intentaremos demostrar es que esos votantes se acercaron crecientemente de 2003 para acá, a las distintas variantes de peronismo existentes, engrosando considerablemente su caudal de votos, y ensanchando las huestes de la familia política más populosa que tiene el país. Los huérfanos, en definitiva, fueron adoptados. Adoptados por la tumultuosa familia peronista.

Lo Mismo: esa gran familia

Partamos de una evidencia. El sistema de partidos resultante de las elecciones del 2011 es peronista: hay peronismos de izquierda, de derechas, y peronismos peronistas, que pivotean con uno y otro, lo cual es una novedad desde la irrupción de este fenómeno en el 2001 que se mantuvo a lo largo
de estos diez años. Por supuesto, el grueso está coalicionado con el FPV que gobierna exitosamente desde 2003 y que se apresta a inaugurar un tercer mandato consecutivo.

En su origen, tal como recuerda Torre, el peronismo le sustrajo el séquito de votantes de los sectores populares al radicalismo, al socialismo y a los partidos conservadores del interior. Más tarde, en los noventa, el menemismo hizo lo propio con los votantes de clases altas que lo abrazaron tardíamente, domesticado ahora por la ola neoliberal. Ahora, a partir de 2003, el kirchnerismo terminó de completar el trabajo y le arrebató a fuerza de políticas, convencimiento militante y discurso el séquito de las clases medias, último bastión de la resistencia no peronista. Esta expansión por sobre las constituencies tradicionalmente no peronistas la logró sin perder ni un voto de sus constituencies populares.

Quizá el ejemplo más claro para dar cuenta de este fenómeno es que la peronización de la centroizquierda (aquella que se expresara partidariamente en el PI en los tempranos ochentas, en el FREPASO en la segunda mitad de los noventa, y luego en el ARI del 2003) no implicó el fenómeno de “frazada corta” en tanto que el peronismo no perdió su constituency de derecha, conquistada al calor de las políticas menemistas de los noventas. En concreto: lo que el peronismo ganó recientemente por izquierda no lo perdió por derecha. O permaneció dentro de la coalición kirchnerista o (sus sectores más recalcitrantes) presentaron alternativas partidarias distintas, pero siempre dentro de la misma familia política.

Las primeras dos décadas de vida democrática tuvieron en el polo no peronista el factor variable de la ecuación. En palabras de Torre: “la dinámica de la competencia en la política electoral nacional entre 1983 y 1999 se explica, fundamentalmente, por el comportamiento del polo no peronista y dentro de él por las opciones electorales del centro-derecha y del centro-izquierda. Es allí donde está la fuente principal de la volatilidad del voto y también de los cambios en las coaliciones electorales.” (p. 652) Un tercio del electorado que pivoteaba de izquierda a derecha explicabalas derrotas o la victoria de la UCR (Alfonsín y De la Rúa) y el PJ (Menem I y II) en las elecciones presidenciales.

A partir de la crisis de 2001–2002, sin embargo, la dinámica de la competencia política nacional pasó a orbitar pura y exclusivamente en el polo peronista, que fue agrandándose en el tiempo. Si todo es peronismo, las internas de familias tienden a resolverse sólo en la general, de manera abrupta en 2003, y como se intentó evitar con el diseño de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias, pero sin lograr el efecto deseado.

Repasemos. En el 2003 hubo tres candidatos peronistas. En 2007, dos. Y en 2011 tres, otra vez. La diferencia es que esta última vez el grueso del aparato fue disciplinado por la figura de CFK que reunió casi 12 millones de votos tras ella. La familia peronista ahora aparece más ordenada que en su peor momento (2001–2003) pero lejos todavía de un encolumnamiento
total como en los noventas. Lo que sí resulta definitorio es que la suerte del sistema político argentino in toto depende de lo que pase dentro de esas internas familiares.

Y a los otros les tocará acomodarse, en el mejor de los casos, a lo que allí pase.

Los Otros: los no peronistas

¿Quién representa hoy día a la oposición no peronista? Aunque lejos de los niveles de institucionalización de la década de los ochentas, donde hegemonizaba el espacio, todavía es el radicalismo, y por dos razones: a) es el único partido no peronista con presencia nacional; b) y es la primera minoría no peronista con presencia institucional (bloque opositor más importante en Diputados y Senado, cientos de intendentes, aunque tan solo una gobernación).

¿Qué debería hacer el radicalismo opositor? Afianzarse en los territorios que domina (su garantía de supervivencia) y coaligarse, como lo hizo en 1997/1999, con un actor de la familia no peronista que le aporte lo que hoy le falta: un presidencial atractivo. La UCR en algún aspecto se parece al PMDB y quizás debería actuar como el partido brasilero viene haciendo desde hace un tiempo. Dejar de presentarse en soledad a las elecciones nacionales, hacerse fuerte en sus bastiones y desde allí, y a través de su presencia clave en el
Congreso nacional, presionar/negociar/coalicionarse para conseguir eventualmente llegar a la primera magistratura (situación que en última instancia no dependerá por entero de él sino de cómo administre la familia peronista sus diferencias internas y la sucesión en 2015).

La estrategia, como muestra el Gráfico en el antecedente de la Alianza, pasa por mejorar algún formato similar al del Acuerdo Cívico y Social, no la UCR como etiqueta partidaria sola. Será más cívico (una variante con el jefe de Gobierno Mauricio Macri) o más social (con el ex gobernador de Santa Fe, Binner) según cómo midan estos líderes y cuál sea el posicionamiento político ideológico más redituable. La opción Macri es una que recientemente ha sido puesta a consideración del partido: mucho más “vendible” en el interior, donde la UCR tiene efectivamente presencia electoral y traducción institucional, que en las ciudades principales. Amén que le permitiría a Macri sortear su mini-juego-imposible distrital: hacerse de un partido con proyección nacional para sostener su candidatura presidencial y evitar a la vez alienarse en esa proyección a su propia constituency porteña tradicionalmente resistente al peronismo y sus formas.

A diez años del momento cúlmine de la descomposición de la mitad no peronista del sistema de partidos, el sistema político argentino encuentra una base mucho más sólida sobre la cual organizarse. El peronismo, como lo hiciera en 1989, pero esta vez bajo otro ropaje ideológico, vino, una vez más,
a sacar las papas del fuego y a demostrar de una vez por todas que ocupa el centro del sistema político, y que él es, en definitiva, el sistema político argentino.

La diferencia con el momento menemista es que esta vez la familia peronista es cada vez más grande, cada vez más fuerte, suma hijos por izquierda, sin abandonarlos por derecha, y va, en su versión kirchnerista, por un récord en la democracia argentina: gobernar bajo un mismo proyecto político por doce años.

Martín Reydó

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tuQmano
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Politólogo. Nacido en Freiburg im Breisgaü. Criado como tuQmano. Educado como porteño. 4 años de chilango. De regreso. www.tuqmano.com