Un año sin alcohol (400/365), o la próxima performance

9 de septiembre, 2023

Un año sin alcohol
6 min readSep 9, 2023

Entre el 11 de abril de 1980 y el 11 de abril de 1981, Sam Hsieh marcó una tarjeta de control de personal, una vez por hora, a las :00 de cada hora del día, todos los días. Después de hacerlo, se sacaba una foto junto al reloj. Al final del día cada tarjeta era firmada por él y por su amigo y colaborador David Milne. Todo el proceso, a su vez, fue certificado por un abogado.

Cada una de las (pocas, muy pocas) veces que Hsieh se quedó dormido o llegó tarde, escribió la hora y la razón en color rojo en la columna de notas de la tarjeta.

El resultado material de la performance son trescientas sesenta y cinco tarjetas fichadas y anotadas, con un conjunto de alrededor de ocho mil setescientas fotos, una para cada hora marcada, excluyendo las (pocas, muy pocas) oportunidades en las que el cuerpo del artista no pudo cumplir con las condiciones extremas a las que él mismo se había sometido.

Todas las fotos son iguales. El encuadre, la iluminación, el mameluco gris con su apellido bordado sobre el corazón que le permitió ungirse como Trabajador de la Demencia, la postura del cuerpo, la seriedad estoica de los artistas y de los orientales. Todo es igual, pero él cambia.

Lo más evidente es el pelo, de un rapado militar a una mata negra que va perdiendo el control mientras él todavía se desgarra por mantenerlo, un flequillo beatle que ocasionalmente llega a taparle los ojos hasta que decide peinarlo hacia los costados de la cara.

Pero recorriendo los veinte o treinta metros de pared que componen el registro de la obra, viendo la progresión de fotos no en detalle sino de lejos, a la manera que los impresionistas querían que se observaran sus cuadros, se nota el cambio más profundo, la transformación en la mirada de Hsieh que, creo, permiten acceder al corazón de la obra. Esos ojos fríos, misteriosos, forzosamente inexpresivos de las primeras fotos, esos ojos que le dicen al espectador “yo estoy haciendo esto, esto es en serio y vos estás presenciando una obra de arte” pasan rápidamente (o todo lo contrario, hora por hora, semana tras semana) a decir “esto es en serio y estas son las consecuencias” a decir “esto es en serio”, a finalmente no decir nada. A medida que la deprivación del sueño y la monotonía enfermante se van apoderando del cuerpo del artista, sus ojos pasan a perder toda intención de comunicar un sentido, se vacían por completo, como los ojos de los personajes de Gorillaz, como uno puede imaginar que se ven los ojos de la muerte. Lo único que queda hacia el final es la pura disciplina, el rigor profesional de un artista poniendo su cuerpo a disposición de su proyecto.

Vimos el registro de esta obra en el Neue Nationalgalerie de Berlín. Leí la descripción que puse en la primera imagen y me pareció demente y graciosa, me la tomé un poco en broma como mucha gente (con algo de razón) se toma al arte contemporáneo en general y al arte performativo en particular. Pero en solo 10 segundos adentro de la sala sentí que estaba ante un proyecto serio y en cinco minutos recorriendo las paredes me sentí profundamente conmovido, con la sensación de estar asistiendo a un evento extraordinario, aunque el evento en sí mismo ya había ocurrido doce años antes de que yo naciera.

No soy muy conocedor del arte performativo, pero las pocas veces que participé como espectador de obras o documentos de obras me decepcionó la necesidad de remarcar que lo que se está observando es una obra de arte. Algo parecido me pasó leyendo la descripción de la obra de Hsieh, viendo el mameluco bordado, pasando por las fotos de los primeros días. Pero con el paso del tiempo, con la evidente pérdida del sentido en sus ojos, sentí que estaba frente a un artista que logra, con un costo posiblemente irreparable para su vida, convertir el significado de la obra en puro significante.

Tres días antes de ver la obra en Berlín, en nuestro primer día en París, con Coni nos abrazamos al Estatuto del Turista, compramos una baguette, queso y fiambre y bajamos a la orilla del Sena a cenar viendo el atardecer. Ahí, sentado en una ciudad artificialmente preciosa, con el amor de mi vida en el viaje más ambicioso y bello que hicimos, rodeado de gente linda y bien vestida tomando vinos de todos los colores, ahí, sin esperarlo, me encontré en el momento de mayor deseo de tomar alcohol desde que tenía memoria, posiblemente al nivel de los primeros días de mi propio proyecto de un año.

La sensación fue frustrante y triste, porque me agarró desprevenido, porque me “arruinó” un momento bonito (aunque duró media hora y todo volvió a la normalidad), porque sabía que tomar alcohol no era una alternativa feliz, porque sabía que nada muy bueno podía salir de esa decisión pero tampoco podía sacarme el deseo de encima, porque me estaba costando más que de costumbre, pero sobre todo porque ya sentía que el asunto estaba cerrado para mí. “No tomo alcohol porque hacerlo me haría daño pero también porque no me dan ganas”, sentía, hasta que las ganas volvieron a entrar por la ventana, otra vez, como un marido golpeador, pero esta vez no tenía el recurso de mi proyecto para escudarme, no tenía un propósito tan claro para traerme sentido en los momentos en los que el sentido se diluye ante el poder maniático y arrollador de la manija.

El proyecto de Un año sin alcohol terminó, y aunque no fue artístico, y aunque gané salud en lugar de perderla, y aunque gané sentido en lugar de perderlo, la performance está cerrada como tal, y me toca encontrar otra razón para no tomar alcohol en el mediano y largo plazo.

El único artista performativo que conocí en la vida real coincidentemente era asiático como Sam Hsieh, pero chino y no taiwanés. Me alojó en un Airbnb en Nueva York hace (¡siete!) años y me invitó a ver una obra suya. La obra en sí no me gustó nada pero me gustó el racional que tenía detrás, me cayó bien él y sobre todo me gustó que todas sus obras se llamaban igual: Next Performance.

Mis queridísimos Cuatro Lectores: los extraño en la vida real y extraño este vínculo espectral que teníamos. Estoy contento porque ni esa tarde en París ni ningún otro día en este viaje me dejé llevar por ese deseo, estoy contento porque la pasé excelente en todos lados sin tomar, estoy contento porque hoy cumplo 400 días sin alcohol y estoy en búsqueda de mi próxima performance.

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Un año sin alcohol

Diario de abstinencia. Ni moralista, ni apologético. I am cringe, but I am free.