Más allá del discurso de Gabriel Rufián

Anna Peña i Aso
5 min readNov 4, 2016

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El discurso de Gabriel Rufián en la segunda votación para la investidura de Mariano Rajoy ha desatado una tormenta política. Duro en la formas y certero en el contenido, lo cierto es que ha puesto al Partido Socialista Obrero Español frente al espejo en uno de los momentos más duros de su historia. Y la reacción no se ha hecho esperar. Pese al revuelo formado, es bueno poner una cierta distancia para analizar todo lo que rodea esta investidura, la situación del PSOE y la del Estado Español en general. Vamos allá:

El pasado 23 de octubre se consumó la abstención del PSOE al gobierno de Mariano Rajoy. Dos elecciones, y la “incapacidad” de formar un gobierno alternativo dejaron a los socialistas entre la abstención y la pared de unas terceras elecciones. Pero esta dicotomía era falsa y el cisma más profundo: el modelo de estado.

“Catalunya es una nación”. afirmó Pedro Sánchez en su resurección televisiva, en prime time, después de su dimisión como secretario general del PSOE. 10 años después de la aprobación de la reforma del Estatuto de Catalunya que acabó en una sentencia del Tribunal Constitucional que supone el inicio del proceso independentista, Sánchez, liberado de la presión, puso sobre la mesa una salida para Catalunya dentro de España con una reforma constitucional. Imposible con la actual correlación de fuerzas políticas, imposible de digerir para su propio partido.

En la misma línea se lleva pronunciando estos diez años el PSC, con cuatro escisiones favorables al derecho a decidir y casi afónico de reclamar una salida federal a la crisis territorial para evitar un choque entre las partes. Pero ya se sabe, para federarse hacen falta dos y en su partido de momento ni están ni se les espera como ya demostraron en el proceso de reforma del estatuto (y su correspondiente cepillado by Alfonso Guerra). Y mientras tanto, el PSC espera la sentencia de su propio Tribunal Constitucional: la sanción de la comisión gestora por no respetar la disciplina de voto en la investidura mientras crecen las voces de aquellos que piden revisar la relación entre PSC y PSOE. Un síntoma más.

Un síntoma del miedo atávico en el PSOE a incluso hablar con los independentistas catalanes. Un miedo propio de los que juegan en un marco político e ideológico que les es ajeno y que alegramente han hecho propio: el de marginar de la normalidad política formaciones políticas que piensan diferente. ¿Porqué no se puede hablar con los independentistas? ¿No habíamos quedado que se podía hablar de todo en ausencia de violencia?

No es descabellado pensar que la nueva mayoría política española formada por el PP, PSOE y C’s cambie el marco discursivo a medida que se vayan desarrollando los acontecimientos en Catalunya. De independentistas a separatistas, de separatistas a sediciosos. De la marginación en la dinámica de pactos a un Pacto de Estado por la Unidad de España. Y es conocido el formato de estos pactos: o conmigo o contra mi: ¿Qué camino escogerán los del medio?

Vista la nueva conformación del Gobierno de España, la posición respecto al proceso independentista no tiene visos de variar. En lugar de abrir un proceso negociador hacia un referéndum vinculante como ha ocurrido con Escocia, escogen llevar a cabo un imposible: prohibir un problema. Al mismo tiempo que conocíamos a los nuevos ministros y ministras (un gobierno no paritario, por cierto), el Tribunal Constitucional hacía pública una resolución en la que se avala la reforma del propio tribunal y que permite apartar políticos que no acaten sus decisiones. Otro síntoma de anormalidad democrática.

Llama mucho la atención el silencio sobre esta decisión entre las formaciones políticas españolas. Mientras Montesquieu y su separación de poderes viven horas bajas, se empiezan a vivir atropellos democráticos como la posible inhabilitación de la presidenta del Parlament o la detención de una alcaldesa por mantener una estelada en un balcón durante la jornada electoral. Más muestras de un Estado volcado en prohibir un problema en lugar de solucionarlo. Unas acciones, como las escuchas de Fernández Díaz que revelan la acción de su ministerio contra fuerzas políticas catalanas, que son propias de un país, que aunque publicitada como modélica, aún tiene pendiente una verdadera transición.

De momento, el PSOE ha escogido bando en la crisis institucional más grave de la democracia española. Antes asumir una abstención dolorosa, contraria a sus principios y a su tradicional papel en el sistema de partidos, que intentar un gobierno alternativo que propicie un referéndum (condición indispensable tanto de Esquerra Republicana como del PDC) o una reforma del modelo de estado y de la Constitución Española. Antes contribuir a mantener el régimen del 78 en el que tan cómodamente han vivido que liderar un nuevo consenso.

Frente a la reforma imposible de la Constitución Española, convertida en una suerte de tablas de la ley (a no ser que exista mandato de los poderes económicos europeos, que entonces se cambia en una tarde), la independencia de Catalunya puede ser el punto de inicio de un proceso constituyente español. Es obvio que la España de las Autonomías y el sistema de financiación autonómica no puede sobrevivir a la pérdida de Catalunya (y no sólo emocionalmente, sinó básicamente por el PIB que aporta), de manera que el proceso de reforma del Estado se haría imprescindible.

En lugar de verlo como una oportunidad, sorprende la reacción de una parte de la izquierda española, criticando al portavoz de Esquerra Republicana, que hizo un relato en poco más de 3 minutos de la España que el PSOE había decidido mantener. El argumento: la hipocresia de hacer un discurso de izquierdas y criticar que el PSOE deje gobernar a la derecha para sostener el régimen del 78, cuando en Catalunya Esquerra Republicana gobierna con la antigua Convergència en Junts pel Sí.

Hemos analizado anteriormente como la decisión del PSOE se basaba en la decisión de mantener en pie el régimen del 78. El fundamento de Junts pel Sí es el contrario: la proclamación de la República Catalana y por definición la ruptura de este régimen. El matiz es importante, y es bastante común que los procesos de autodeterminación sean en su composición transvesales: con todas las contradiciones que eso conlleva, que no son pocas.

Con la crítica, enfatizada por Pablo Iglesias y Alberto Garzón, queda pendiente la resolución de la posición propia. De momento la aritmética no permite la reforma del Estado Español que proponen. En el choque de legitimidades entre Catalunya y España que previsiblemente se producirá en breve: ¿Qué posición tomarán? ¿La defensa de la España constitucional y monárquica o la ruptura?. Y como en todas las decisiones trascendentes, los costes de una decisión o otra pueden ser altísimos.

Gabriel Rufián hizo patente en su discurso la España que queda después del acuerdo entre PP, C’s y PSOE. Puso el enroque del régimen del 78 delante del espejo con toda su crudeza. Y al final era más fácil liarse a patadas contra el espejo que asumir horrorizado su reflejo.

ACTUALIZACIÓN: Por su interés incluyo en enlace al artículo del propio Gabriel Rufián sobre las reacciones al discurso

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Anna Peña i Aso

València (1986). Periodista especialitzada en noves narratives i xarxes socials. Vaig ser una (entre tants) de l’equip fundador d’ @apunt_media