La hipocresía del periodista de Internet

Hago todo lo posible por venderte, y lo lamento.

Vanessa Wilbat
8 min readJul 1, 2015

Ha sido difícil ganarse la vida como periodista en el siglo XXI, pero se ha hecho más fácil en los últimos años gracias al modelo de negocios más reciente y más lucrativo del mundo: la vigilancia extensa y profunda. Las páginas web de sitios de noticias te siguen a solicitud de docenas de compañías: firmas publicitarias, servicios de redes sociales, revendedores de información, firmas de análisis estadístico. Las usamos todas. Y ellas a nosotros.

Durante años, como escritora habitual de Wired, vi con intranquilidad cómo maduraba este sistema. Vi que más compañías insertaban cookies y secuencias de comandos de rastreo en cada uno de los artículos que escribía. A medida que mi carrera progresaba, esa lista se hacía más larga. A diferencia de la mayoría de la gente con la que trabajaba en Wired, yo comprendía las consecuencias de lo que estábamos haciendo. Muchos periodistas no saben qué tan extenso es el sistema al que le venden sus lectores, pero yo no cuento con tal excusa. Mucho antes de ser periodista — en los albores de la era de la web — , trabajé en el campo de la mercadotecnia de bases de datos, lo que ahora se conoce como «analítica».

Yo me metí por el lado de Internet, pero para aquellos comercializadores que construían bases de datos de información del consumidor, la web fue amor a primera vista. La inserción del cookie en el buscador fue un momento trascendental para la recopilación de información: fue como cuando un niño en Hogwarts utiliza su varita por primera vez. Sabías que era importante, pero ¿qué tan importante? Solo me restaba decir: «Esto será más grande de lo que me puedo imaginar ahora». Y eso es lo que le dije a la gente.

Tuve una carrera brillante frente a mí. Ya no era necesario hacer un rastreo demográfico de la gente; podíamos rastrearlo todo. Podía construir tu vida individualmente en la base de datos; podía usar todo lo que hacías para darle forma a un mensaje que pudiera trascender, con el solo hecho de despertar tu interés. Para empezar, estaba en una compañía pequeña y horrible, pero empecé a recibir llamadas de grandes corporaciones y el interés de compañías en la Avenida Madison. Y luego reventé. No podía soportar lo que estaba a punto de hacerle al mundo.

Seis meses después, trabajaba de mesera en Florida. Estaba quebrada, pero no me odiaba a mí misma. Veinte años y varias carreras más tarde, me pregunto si debería hacerlo.

El caso es el siguiente: renuncié, pero nadie más lo hizo. Siguieron tejiendo esta gran red y atrapando a todos en ella.

En 1996, abandoné el campo de la tecnología y de Internet del todo por unos años. Solía decirle a la gente: «Sabemos qué desayunaste y qué vas a querer almorzar». Les explicaba qué tan extenso era el seguimiento que se les hacía, pero nadie me creía. La gente me desestimaba y creía rara, pero yo misma había hecho ese trabajo. Yo había estado recopilando su información. La información obtenida por medio de la vigilancia en ese entonces es sólo unas cuantas gotas en el océano de hoy.

A principios de la década de 2000, intentando sobrellevar lo que estaba pasando, decidí creer que podíamos vivir sin privacidad; que la trasparencia extrema era preferible a la silenciosa violencia de la vigilancia perfecta. Eso tampoco funcionó. Era mejor que la vigilancia inconsciente, pero no solucionaba el problema de control.

La red era una metáfora perfecta para lo que construíamos. La red define el alcance de tus acciones.

Esta es la verdad sobre mi carrea en los 90 y de la creación de sistemas de vigilancia y control en línea: Descubrí que era muy buena para hacerlo. Tan buena que hasta me prometí a mí misma dejar de pensar en ello, y no hacerlo jamás. En ocasiones pensé en la vida que llevaría haciendo ese trabajo, pero sé que el remordimiento me hubiera consumido si seguía en esa industria.

De todos modos, participé en su creación.

Vox ejecuta dieciséis secuencias de comandos cuando la primera página se carga, e implanta doce rastreadores en tu computador.

Yo uso un complemento de buscador llamado Noscript, y otro llamado Ghostery. No los recomiendo: no porque no sean buenos, sino porque convierten el navegar en Internet en un trabajo de medio tiempo. Nadie tiene tiempo para lidiar con estas cosas. Para evitar ser rastreado, tienes que poner atención constante a lo que cada página está haciendo. Con el pasar de los años en Wired, vi crecer la lista de cookies y de secuencias de comandos de terceros en mi pequeña ventana de Noscript. Y no era sólo Wired, ni más faltaba: todos los medios de comunicación se convirtieron lentamente en una especie de ancla para la vigilancia por Internet por orden de anunciantes y almacenadores de información, quienes se convertirían en la única salida para la supervivencia de la industria de las noticias en el siglo XXI.

De vez en cuando la revisaba y pensaba en lo que podía hacer con esa información; información que yo sabía estaba al alcance.

La portada de The Daily Beast ejecuta «scripts» de trece dominios diferentes en tu computador.

Podía crear un expediente sobre ti. Tendrías un identificador único enlazado a datos demográficos interesantes sobre ti, a los que puedo acceder de manera individual o en masa. Te tenía aunque cambiaras tu número de identificación o tu nombre, gracias a rastros y a comportamientos que permanecían iguales: el mismo computador, el mismo rostro, el mismo estilo de escritura. Algo te delataría y podría volver a enlazarte. Es sorprenderte lo fácil que es desanonimizar información anónima. Yo seguía construyendo un mapa tuyo. Podía crear un panorama de tu vida muy completo al correlacionar información con otras bases de datos, información de tarjetas de crédito (la cual ha estado a la venta por décadas, por si no lo sabías), registros públicos, información del votante y miles de pequeñas bases de datos a las que ignorabas que pertenecías, el cual me permite conocerte mejor que tu familia, y hasta mejor que tú mismo. Podía diagnosticarte una enfermedad mental con exactitud, por ejemplo; comportamientos que se correlacionan con el trastorno bipolar, la depresión, la adicción, etc. Podía entenderte mejor que cualquier amante haya podido, y nunca sabrías que yo estaba ahí. Mientras que puedo extraerte de una base de datos, lo realmente mágico es no tener la necesidad de hacerlo. Dejaba que los algoritmos hicieran el trabajo de entenderte, procesarte, seguirte, y yo no tenía que conocerte en lo más mínimo. Serías seguido y descrito por miles de bots que jamás podrías ver.

Pero esto no es lo más increíble de mis habilidades de vigilancia. Lo que hacía a continuación era crear un mundo para que lo habitaras que no reflejara tu gusto, pero que con el tiempo, lo creaba. Modificaba poco a poco los mensajes de los anunciantes que veías y, en muchos casos, hasta el mismo contenido, recreando tu mundo de manera predecible y confiable. Podía darte un empujoncito, miles o millones, para que fueras un poco diferente, una y otra vez. Automatizaba sistemas de análisis para la creación de gustos que se enfrentaban entre sí, pruebas A/B para la creación de gustos, e iteraba, construyendo así una máquina capaz de moldear la opinión cada vez más perfecta. Pero me retiré antes de que se tornara realmente interesante. Así que no estoy completamente segura de que es esto lo que se está haciendo con esa vasta información sobre ti que está siendo recopilada, pero había mucha gente inteligente en ese negocio, algunas de las mentes más creativas e innovadora que he conocido.

Tu experiencia en Internet no es el resultado principal de los algoritmos construidos con base en la información de vigilancia; eres tú. Los humanos son maravillosamente plásticos e incesantemente adaptables, y con el tiempo, los anunciantes hacen uso de ese hecho para convertirte en lo que sea que fueron contratados para convertirte. Todavía me dan escalofríos cuando pienso en ello. Hay una vocecilla maligna dentro de mí que susurra «Los humanos son los mejores juguetes de todos».

Esto no fue lo que hice. En lugar de ello, por muchos años, sólo permití que otros lo hicieran, como para aliviar mi conciencia. De hecho, me forjé una carrera explicando en qué consisten la vigilancia y la seguridad, lo que la red estaba haciendo y cómo, pero sobre plataformas que estaban violando a mis lectores en la medida de lo técnicamente posible.

Para ser honesta, no sé qué hacer al respecto de todo esto. Aún si pudiera ganarme la vida entera a través del financiamiento colectivo, las únicas plataformas con el alcance social para informarle a la gente sobre la vigilancia y el control son las mismas que lo están permitiendo. Y pues, estoy atrapada en la red contigo, mientras sigo construyendo la máquina de la cual traté de escapar hace veinte años.

En 1894, Tolstoi sugirió que aquellos que no podían renunciar a su hipocresía, deberían admitirla, reconocerla ante al mundo. Parece buena idea, así que aquí va.

Quiero ayudar a mis lectores; quiero crear un mundo mejor y más saludable. Pero los vendo para poder ganarme la vida y lograr mi objetivo. Los estoy vendiendo a cientos de corporaciones y docenas de gobiernos. Estoy vendiendo a sus familias y también a sus comunidades, vendo a todo aquel a quien tocan; y no sólo con el fin de seguirlos, sino de controlarlos. Los vendo a personas que construirán una pequeña jaula de la realidad que nunca verán, pero que afectará sus mundos por el resto de sus días.

Registrarse en un sitio no previene que seas seguido o vendido; es simplemente el modo de hacer las cosas de hoy.

Y voy a seguir vendiéndolos, porque no me queda otra manera de alcanzarlos. He pensado mucho al respecto, y en verdad no la tengo. Sigo amando la idea de la red: sigo creyendo que convierte a cada individuo en un superhéroe. Dejarla sería como dejar de creer en el mundo, y no quiero dejar de creer en él. Sigo creyendo que es la mejor herramienta para salir de esta trampa, si aprendemos a usarla mejor, a entender cuáles son sus ventajas y limitaciones. Nosotros mismos podemos convertirnos en hechiceros; un mundo de hechiceros no sujeto a los antiguos poderes que ahora nos controlan. Pero se va a requerir un gran esfuerzo. Todos tenemos mucho que aprender: los periodistas, los lectores, la siguiente generación. Luego tendremos que poner resistencia a aquellos que nos observan y tratan de controlar quienes somos.

Mientras tanto, por favor sigan cuidando sus jardines secretos y mundos de fantasía. Escriban cosas sobre papel cada tanto. Sientan curiosidad sobre la red en la que viven: el alfabetismo digital es nuestra mejor oportunidad de alcanzar la libertad verdadera. Véanse cara a cara sin sus teléfonos con regularidad. Hagan que su tiempo sea valioso cuando no estén conectados. Lean libros viejos. Amen sin vergüenza y tómense el tiempo para reflexionar sobre quiénes son cuando están apartados de todo aquello que les dice quiénes deben ser.

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Vanessa Wilbat

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