Un boxeador con raqueta de tenis
Si, como dice Alejandro Zambra, leer es cubrirse la cara y escribir es mostrarla, lo que hizo Andre Agassi en Open, su autobiografía, fue todavía mucho más allá. En las casi 500 páginas de esta obra extraordinaria, el tenista se desnuda completamente. No solo muestra su cara, sino sus huesos, sus dolores, sus miedos, sus miserias, sus victorias, pero sobre todo sus derrotas, sus ganas de entenderse, de saber quién es, qué quiere y por qué le dedicó su vida a un deporte que odia. Ya desde las primeras páginas lo confiesa: “Odio el tenis, lo detesto con una oscura y secreta pasión y sin embargo sigo jugando porque no tengo alternativa. Y ese abismo, esa contradicción entre lo hago y lo que quiero hacer y lo que de hecho hago, es la esencia de mi vida”. Esta confesión temprana nos hace inferir que no estamos ante la típica biografía de un deportista exitoso; todo lo contrario. Estamos ante un hombre que terminó cumpliendo un mandato paterno, un sueño ajeno. Mike Agassi, un iracundo inmigrante iraní, ex representante olímpico de box, determinó que uno de sus cuatro hijos sería número uno en el tenis y el elegido fue Andre. Durante su infancia lo martirizó con “el dragón”, una máquina lanzapelotas que construyó con sus propias manos. “Negro como la noche, montado sobre unas grandes ruedas de goma y con la palabra Prince pintada en letras de imprenta blancas sobre la base, el dragón, a primera vista, se parece a todas las máquinas lanzapelotas de todos los clubes, pero es, en realidad, un ser vivo que respira, recién salido de uno de mis cómics. El dragón tiene cerebro, voluntad propia, un corazón negro y una voz espantosa”. El temido dragón escupía en la cara de Andre pelotas que alcanzaban los 180 kilómetros por hora. Su padre lo obligaba a pasar 2.500 pelotas por día, 17.500 por semana, casi un millón por año. “Los números no engañan. Un niño que devuelva un millón de pelotas al año será invencible”, le decía Mike a Andre para incentivarlo. En tiempos en que los padres solo quieren que sus hijos sean felices, la exigencia a la que Andre fue expuesto nos hace pensar qué tipo de educación es más apropiada para desarrollar el talento de un pequeño genio. ¿Vale la pena someter a un niño a un régimen tan estricto? ¿Cuál es el precio que se paga por no tener infancia? Lo cierto es que la tiranía paterna es la que acaba marcando el destino de muchos chicos talentosos. “Mi padre me convirtió en un boxeador con raqueta de tenis”, confesó Andre.
Además de la jugosa vida del ex número uno del mundo, lo que termina de hacer que Open sea un libro hipnotizante es la calidad de la prosa con que está escrito. El responsable de llevar a cabo esa tarea fue el Pulitzer J.R. Moehringer. El periodista trabajó junto a Agassi durante tres años y desgrabó más de 250 horas de conversaciones. Hay que agradecerle a él que en ningún momento coloque su pluma por encima del hombre que se desnuda. De hecho, muchos tramos del libro son transcripciones fidedignas y textuales. Se podría decir que en Open, Agassi nos revela centenares de anécdotas íntimas y datos de color. Nos cuenta por ejemplo que durante su primera final de Roland Garros estaba más preocupado porque no se le volara el peluquín que por el partido o que en 1997 consumió metanfetaminas y le mintió a la ATP para no ser sancionado. Pero lo que hace de Open un libro imprescindible es que a través de sus páginas nos invita a pensar y a entender qué hay en la cabeza de estos héroes contemporáneos que vemos a través de la pantalla.
Publicada originalmente en el Suplemento de Cultura de Tiempo Argentino.