Hace no muchos años atrás tuve la oportunidad — siendo aún estudiante de Diseño en la UNLP — de entrar como pasante a un Centro de Salud Mental de mi ciudad. Es raro que personas que no tienen vinculación estrecha con la medicina y/o con la psicología se sumen a este tipo de pasantías. Pero yo me sumé. En ese momento también formaba parte de un Colectivo de Salud Mental en donde me encargaba de la parte de diseño y organización de eventos (si, organizábamos altos eventos en relación a Salud Mental y Arte, que son muy bien recordados en la Ciudad de las Diagonales).
Entre tantxs psicólogxs y psiquiatras, con una compañera de la pasantía propusimos, en una de las reuniones semanales, hacer un taller de arte para lxs usuarixs del centro. El objetivo principal del taller era romper con la monotonía del día a día y permitirles habitar un espacio en donde pudieran experimentar y jugar. Porque si hay algo que no me canso de remarcar es que el juego y la experimentación, aún siendo adultxs, es algo que deberíamos nutrir diariamente (es mi lema de vida, alimentar a mi niñx interior).
Fue bastante difícil empezar el taller, porque el arte a veces es muy subestimado en algunos espacios de salud. Pero después de un par de meses lo pudimos arrancar. Duró 5 meses, en donde las producciones que hacían lxs usuarixs terminaron formando 6 fanzines (en esa época también hacía fanzines) con fotos y una pequeña explicación sobre la técnica y los materiales que usábamos para desarrollar los encuentros.
Empezamos con tinta china y fuimos más allá de la plastilina; en actividades donde imaginábamos mundos nuevos y donde fomentábamos el reconocimiento de quién teníamos al lado, observando y buscando sus características más particulares para así lograr armar a la persona en plastilina. Es decir, reconocer que hay otrxs.
Años más tarde y estando ya lejos del mundo de la salud mental, hice mi Proyecto de Graduación en una cátedra compuesta por un grupo de profesorxs-mentorxs maravillosxs. Ahí aprendí muchas cosas, pero una de las que creo fue más importante, o donde pude vincular mis experiencias pasadas en salud mental, fue el significado de lo que es UX (acrónimo de la expresión User Experience, que significa “experiencia de usuario”) una metodología de diseño que se centra en lxs usuarixs, sus deseos, emociones, frustraciones y metas; y que por suerte hoy en día es mas oído y buscado al momento de desarrollar productos y servicios. Es decir, reconocer que hay otrxs.
Lo fabuloso de todo esto no termina ahí. Otra maravilla que conocí junto con el diseño UX, es lo que se conoce como UX Writing.
Emilia Alegre en su texto de Medium la define como “una disciplina que se enfoca en la redacción de contenido para interfaces digitales. Tiene como objetivo principal la creación de textos humanos y personalizados (…) que ayudan a que un producto o servicio sea útil, claro y fácil de usar.”
Esta disciplina también pone mucho énfasis en cómo decimos lo que queremos comunicar, que palabras usamos y a quién le vamos a hablar. Es decir, reconocer que hay otrxs.
En la propia experiencia como persona que se autopercibe no-binaria, ver que se da lugar al debate y a la discusión de cómo hablamos, qué términos y tonos usamos es muy gratificante *llora internamente*. Porque esto da lugar a que día a día se hagan visibles otras formas de ser y sentir; entendiendo que esas formas (no tan nuevas pero si muy invisibilizadas durante años) están bien, ya sea en el uso de una app móvil que deja de lado las maneras binarias de hablarle a sus usuarixs (por ejemplo al reemplazar el “Bienvenido” o “Bienvenida” por una frase que no refiera a ningún género en particular) o en el diálogo con otra persona cuando te la cruzas en el ascensor de tu edificio (por ejemplo que te saluden diciendo “Hola” sin agregar un “querido” o “querida”).
Es decir, reconocemos que hay otrx, otrx diferente a nosotrxs. Porque si bien somos todxs diferentes, antes que nada somos personas.
