Donald Trump y el marketing “políticamente incorrecto”

Vicente Quintero
9 min readAug 25, 2019

En la política, el lenguaje y el simbolismo juegan un importante papel. Hay que saber leer más allá de las palabras: detrás del discurso y las formas, existe una intención. No se trata únicamente de lo que decimos, sino también de nuestro estilo, intenciones y expectativas. La política, al igual que las comunicaciones, e incluso la economía, forma parte de ese rico y complejo universo que conocemos como cultura. El lenguaje tiene el poder de crear realidades y funcionar de sustento para aquello que Hannah Arendt definía como “ficciones ideológicas”.

“I got a feeling about political correctness. I hate it. It causes us to lie silently instead of saying what we think.”

En términos de popularidad, el desempeño del empresario Donald Trump como dirigente político ha sido mucho mejor del esperado inicialmente. Durante la pasada campaña presidencial, la incertidumbre sobre su candidatura fue alta; no fueron pocos los que cuestionaron su particular estilo de hacer política. Si bien no obtuvo la mayoría de los votos, lo cierto es que al menos estos fueron los suficientes para hacerse con la presidencia del país más poderoso del mundo.

A lo largo de su gestión como presidente de los Estados Unidos, los índices de popularidad de Donald Trump se han mantenido estables. De hecho, algunos analistas políticos han sugerido que es muy posible que Trump gane las elecciones del 2020 y repita la presidencia. Las principales causas que se le atribuyen a este fenómeno son las siguientes: la positiva situación económica nacional; el conservadurismo político e ideológico; la reivindicación de los principios nacionalistas en Estados Unidos; la contundente respuesta al proceso de “hispanización” que ha experimentado de forma sostenida el país desde décadas, el cual ha implicado que ahora los latinoamericanos sean tomados como un grupo social de importancia y no una minoría más; la reafirmación mediática del rol geoestratégico de Estados Unidos como la única superpotencia mundial; los firmes controles sobre la población extranjera que reside legal o ilegalmente en los Estados Unidos; etcétera.

Durante su campaña presidencial, Donald Trump criticó a Arabia Saudita por considerar a este país el primer financista mundial del terrorismo. Si bien es cierto que la acusación de Donald Trump no está aislada de los hechos y tiene su base en investigaciones realizadas, la evaluación que hoy puede hacerse de su gestión presidencial, después de varios años, evidencia que existe una brecha entre el Trump mediático y el Trump práctico — y ciertamente la situación en Irán limita su margen de maniobra con Arabia Saudita — . Visto entonces como un outsider del sistema político estadounidense, Donald Trump supo cuándo y cómo decir las cosas que otros dirigentes políticos callaban, de manera directa, firme, y sobre todo, muy frontal.

Aunque existe una tendencia a considerar que el apoyo al presidente Donald Trump se ha fundamentado en los sectores de la población estadounidense tradicionalmente asociadas e identificadas al conservadurismo, lo cierto es que su popularidad también ha tenido otra causa, a la que a veces no se le hace suficiente mención: el marketing de lo políticamente incorrecto. Según los investigadores Lucian Gideon Conway, Meredith A. Repke y Shannon C. Houck, existe una relación entre el rechazo a las normas de corrección política y el apoyo al presidente Trump.

Donald Trump ha declarado que el problema de Estados Unidos es su corrección política y que él iba a ser el remedio de la situación: uno de los objetivos de su presidencia era destruir ese nuevo elemento de la cultura estadounidense. Y más allá de rechazar el uso del lenguaje “correcto”, Trump ha sobrepasado la barrera al comentar que los mexicanos en Estados Unidos son asesinos y violadores; dar a entender que la ocurrencia de violaciones sexuales en el ejército es algo normal, que por más frecuente que sea y tenga bases biológicas tampoco debe ser normalizado; burlarse de mujeres que no son, en función de su criterio personal, lo suficientemente agraciadas físicamente; afirmar que los judíos que votan por los demócratas no son leales a la causa de Israel; sus declaraciones de afecto al jefe de Estado de Corea de Norte; etcétera. A muchos les puede parecer que Trump es racista, grosero, prepotente y hasta misógino, pero la realidad es que detrás del discurso del magnate existe todo un equipo de asesores que trabaja activamente y que Trump no ha dejado de ser un líder popular.

El marketing político y las preferencias electorales de una población son cuestiones sumamente complejas de estudiar. El sujeto que vota no es perfectamente racional; una serie de factores de índole cultural y subjetiva influyen en su percepción del mundo. Y más que subjetividad, también hay una fuerte dosis de irracionalismo en esa conexión que entre dirigentes políticos y ciudadanos existe. Aunque no fue en términos nominales que Donald Trump ganó la presidencia de los Estados Unidos, la brecha con Clinton fue cerrada (46.1% a 48.2%).

Las encuestas, incluso las más prestigiosas, señalaron que Donald Trump era percibido como un hombre desagradable por los estadounidenses; quizá estuvieron en lo cierto. Pero ese hombre obtuvo prácticamente la mitad de los votos en las elecciones de 2016, lo cual no es poca cosa. Sean o no desagradables los métodos de Trump para hacer política y expresarse de los demás, lo cierto es que esto no hizo que un sector casi mayoritario de la población dejara de votar por él; tampoco las acusaciones por parte de los demócratas de una presunta alianza con el gobierno de la Federación Rusa. O los estadounidenses valoraron otras virtudes de Donald Trump, o es precisamente el lenguaje duro y frontal de Trump parte de su gancho político, como de hecho ya habían sugerido las mismas encuestas en 2016.

Desagradable, pero irreverente; un hombre que dice lo que quiere decir y que no se preocupa por los buenos modales. Un hombre cuyas opiniones son genuinas, sinceras y naturales. Esa es la noción que un sector de los estadounidenses ha tenido — y sigue teniendo — de Donald Trump. ¿Están los estadounidenses cansados de la represión sistemática que, a través del lenguaje, ha ocurrido con la corrección política? ¿Estamos ante la presencia de un contramovimiento que rechaza la corrección política?

Aunque sobre esta cuestión ya han sido publicados estudios cualitativos y cuantitativos muy interesantes, todavía en el plano de la psicología social las investigaciones en la materia se encuentran en fase temprana y exploratoria. Las implicaciones de esto deben ser analizadas por los educadores y legisladores en el ámbito comunicacional; más allá de fomentar el respeto y la inclusión, la actual orientación de la corrección política podría estimular el surgimiento de tendencias totalitarias al no calibrar de la forma más adecuada la regulación de la libertad de expresión. Cada vez se hace más énfasis en la necesidad de estudiar, con mayor rigurosidad, la resistencia a la corrección política como uno de los factores que explicaría la popularidad de líderes como Trump.

Es necesario reflexionar sobre la aplicación actual del código de corrección política. Uno debe expresarse del prójimo con respeto; reconocer su realidad como persona humana que es parte de un colectivo, cuyos derechos deben respetarse y salvaguardarse. Pero existe una frontera muy delgada entre la acuñación de nuevos términos, el uso de eufemismos y la distorsión de la realidad, en los niveles lógico, ontológico y epistemológico. La comunicación ciudadana se ha restringido y quizá esa no sea la mejor vía para fomentar la inclusión y la tolerancia.

Entre las emociones, los sentimientos, los pensamientos y el lenguaje existe una estrecha relación multidireccional, en el marco de un sistema integral de retroalimentación. La sobrelimitación de los términos que públicamente se pueden usar sin ofender colectivos y la castración comunicacional del sujeto, que no siempre dice lo que piensa y se ve forzado a reprimir lo que siente, son realidades que deben llamar nuestra atención y ser analizadas con mucho cuidado. La crítica constructiva y el debate quizá deberían prevalecer sobre la censura comunicacional. Aunque puedan estar equivocadas, las personas tienen la necesidad de expresar lo que piensan, sienten y opinan. Puede ser peligroso insistir en suprimir ese derecho fundamental.

Las personas fanáticas suelen ser inseguras y tienen una visión unilateral de la realidad. A nivel cognitivo, el fanático se caracteriza por un pensamiento dicotómico que le impide ver más allá de su dogma o ideología. En muchos casos, el fanático tiene una visión escatológica que le permite reducir la incertidumbre y obtener mayor seguridad y estabilidad emocional. Además, esta reduce y/o anula cualquier necesidad de trabajo intelectual.

La corrección política tiene que ser reformulada y replanteada. Es probable que estemos llegando a un punto en el que sea casi imposible emitir opiniones sin herir la susceptibilidad de los demás. La cultura de lo políticamente correcto ha llevado a que muchas personas sientan miedo de hablar. Ese no es el camino; puede llevar a la radicalización de aquellos que sienten que no tienen espacio para expresar sus ideas sin ser etiquetados y señalados, a veces de forma errónea, imprudente y descontextualizada. En la tarea de buscar que nos expresemos con respeto los unos de los otros, también debemos aprender un poco más de tacto a la hora de dirigirnos a los demás. A veces, sin la intención real de ofender, muchas personas terminan siendo agredidas por expresar sus opiniones. Esto no debe convertirse en una nueva tiranía.

La cultura de la corrección política está fomentando el extremismo y lo seguirá haciendo hasta que no reflexionemos sobre nuestras actitudes, especialmente, y aunque pueda resultar irónico, a la hora de exigir ¡respeto e inclusión!. La lista de términos que pueden ser considerados ofensivos ha crecido de forma significativa y acelerada en los últimos años, lo cual dificulta ponerse al día con la cuestión. Además de recomendar reemplazar con expresiones eufemísticas los términos gordo, pobre y rico porque pueden ser ofensivos, algunas guías del lenguaje políticamente correcto recomiendan no usar el término “American” (en sentido de estadounidense, nacionalidad). Más allá del significante y el significado, también hay que evaluar el contexto. Es probable que a algunos se les esté yendo la mano con esto.

La comprensión de nuestras preferencias políticas es un asunto tan complicado como la misma atracción sexual.

Las fuentes relevantes de consulta sobre el tema también se encuentran, a lo largo del texto, en forma hipervínculos.

Nota: La noción que se tiene de corrección política ha cambiado muchísimo a lo largo del tiempo, como también ocurrió con los términos populismo, fascismo, democracia, etcétera.

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Vicente Quintero

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