Soft Machine de Ricardo Pereira, una lección de honradez literaria.

Walter Meléndez
4 min readMar 20, 2023

Decía Raymond Carver, en el prólogo de Para ser novelista y a propósito de su autor, John Gardner, quien había sido su maestro de Literatura Creativa en la Universidad de Chico, California, que entre los valores que éste defendía destacaba la honradez. Para Carver, el novelista, el escritor, debía poseer mucha honestidad: las palabras y los sentimientos tenían que ser auténticos, pues si el escritor no creía en lo que estaba diciendo, difícilmente otra persona podría creerlo.

No extraña encontrar numerosas páginas escritas para inquietar al público denunciando problemas sociales. Sin embargo, existe una notable diferencia entre quienes utilizan la literatura como un panfleto de denuncia, crudo y directo, y a veces parcelado por datos y sucesos grandilocuentes; y quienes hacen obras literarias, que sin claras intenciones interpolan juicios y denuncias entre la felicidad que conlleva leer una buena historia. Nos acercamos a los libros, muchas veces, para leer una historia; para vivir la fantasía de un sueño complaciente y estimulante; y esperamos percibir la sinceridad, la honradez, del escritor a quien entregamos nuestra propia imaginación.

Cualquier comentario sobre una obra literaria tendrá siempre algo de subjetivo. Creo que la transparencia con la que están escritos estos cuentos de Soft Machine hace que sean singularmente atractivos. La construcción y el orden de estos cuentos son un mecanismo planificado que hace eco en los lectores avezados, sensibles, y en quienes intentamos adentrarnos a cuchilladas en la insondable ficción. La fantasía y la realidad se mezclan sin caer en exabruptos de principiantes. Una lograda paleta de colores se degrada a medida que avanzamos y nos adentramos a la realidad desde la irónica fantasía que burla las trampas de lo hermético, del esnobismo, y se enturbia con imágenes claras y potentes de plena humanidad.

Todas las historias de este libro son dignas de leerse. Cada una posee ese tan buscado efecto de eternidad que en el lector más sensible se convierte en un remanente de intriga, una zozobra feliz y un merecido respeto. La longitud se equilibra con un logrado efecto de intensidad. El orden fluye a un ritmo que animan a la curiosidad lectora, pues es el trabajo serio y esmerado de quien cultiva la imaginación.

En estos cuentos el horror es una herramienta para conectar con la injusticia social, con acontecimientos que más de alguno de nosotros ha tenido la mala suerte de vivir. La podredumbre de la sociedad es el telón de fondo; exhibe, desde una mirada experimentada, un panorama ilimitado de violencia que se ironiza como la más trivial de las rutinas. Y es que parece que es así como todos esos miles de ojos inevitables de todas las generaciones salvadoreñas miran la sangre que se ha derramado desde el principio: como un espejo que refleja sus rostros.

El buen humor y la inocencia aderezan a los personajes de auténtica humanidad, de comportamientos naturales, sin los artificios pretenciosos de quienes buscan impresionar; estos personajes están creados para estrechar un lazo de intimidad con el lector, ese viejo sentimiento de camaradería que muchos tenemos con nuestros héroes o villanos.

Aquí no hay prisas, no hay arrebatos de tiempo. Esta colección de cuentos no es un performance más, tampoco un experimento: es el trabajo planificado y ordenado de un escritor que ha hecho sus propios descubrimientos, que ha trabajado, que valora el oficio, y que ha educado su oído a la prosa y entendido los mecanismos de la ficción; ha logrado, tanto elaborar creaciones fantásticas, como convertir lo vulgar y lo corriente en auténticas piezas literarias, y ha esto podríamos llamarlo Arte.

Este libro no busca el reproche ni la denuncia. Estas historias se sitúan a distancias abismales de la panfletaria lucha de dignidades. Lo que hay aquí es un patente sentido de respeto por hacer un trabajo de calidad, por encontrar el efecto perfecto, el ejercicio más preciso. Pues la consagración de las causas, la búsqueda del compromiso esta relegada al descubrimiento del lector, a lo que no se explica. Pues el buen cuentista sabe que no debe dar explicaciones.

En estos tiempos de lo grotesco, en donde me uno a las millones de opiniones que pululan por ahí, la mía, igualmente con honradez, apunta que R. Pereira ha logrado sostener la visión de lo absurdo regalándonos el placebo, el sueño vivido que todos queremos experimentar cuando abrimos un libro. Este libro de cuentos es una lección de honestidad, para lectores y escritores. Para los que se quejan de la actual calidad literaria en El Salvador, Soft Machine podría ser un interesante punto de partida donde comenzar una nueva búsqueda en esta nueva constelación de escritores salvadoreños que se alzan en un panorama para nada clasificable.

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