EL CAZADOR DE ORGASMOS (o haciendo cuentas hasta el alba)

Yola Prieto
17 min readJul 23, 2015

--

7 de marzo de 2015. El trayecto hasta el corazón de Brooklyn es un intercambio furioso de mensajes de texto. Son pasadas las nueve y esta noche aburrida de sábado se ha convertido en una aventura. No me ha dado ni tiempo de hacerme las uñas. Improvisación en estado puro. Sólo entonces me doy cuenta de que no tengo ni la menor idea de cómo se llama mi interlocutor. Tengo su teléfono, se que vive en Brooklyn Heights, poco más. Y eso que llevamos mandándonos mensajes desde mayo del año pasado…

De camino a Brooklyn, arreglá pero informal.

En concreto, su primer mensaje llega el 1 de mayo. Directo a la yugular. Referencia sexual obvia. Y vaya, no me van los rollos casuales pero las fotos de mi exótico interlocutor me hacen cuestionarme si debo hacer una excepción: morenazo, con estilo, sonrisa picarona, cuerpo de gimnasio sin excesos, ojos ligeramente rasgados a raíz de alguna mezcla genética interesante… Vamos, de los que no te entran todos los días. ¿Qué hago? Dudé unos segundos. Bah, contesto. Total, no tengo nada mejor que hacer.

Y claro, pasa lo que pasa. La conversación se va poniendo más que picante, gráfica. El tipo no oculta sus cartas contra el pecho, me muestra su repóquer en la primera mano. ”Me gusta escuchar el gemido ahogado de una mujer antes de llegar al orgasmo. Ese jadeo sin aliento es el sonido que más me gusta en el mundo”. ¡Zasca! Literal. Yo en el trabajo, alucinando pepinillos, la imaginación desatada y el corazón a mil por hora. Pero no. Mira guapo, estás como un queso de Burgos y sé que lo voy a lamentar pero me parece que voy a tener que pasar. Mi diabla interior me grita al oído “¡TONTA, TONTA, TONTAAAAA!” mientras su angelical homóloga me da palmaditas en la espalda por mi alarde de autocontrol.

Angelito y Demonio, primer asalto.

La conversación se alarga semanas. Insistente el tipo. Los intercambios cortos y aislados, iniciados siempre por él. En el último se tira a la piscina, halaga mi energía sexual “cruda y obvia” a pesar del “medio estéril” por el que nos comunicamos. Y yo que pensaba que me estaba cortando un pelo y haciéndome la dura. ¡Este tipo me lee entre líneas! Pero el angelito sigue empecinado en que no. Y es que no. Así que llega Julio (el mes, no el Iglesias) y él se rinde. Y yo me olvido. Hasta el famoso sábado…

Este no es el Julio que se presentó… pero el interfecto poseía una mezcla genética similar.

Es un sábado raruno de finales de invierno. Mi agenda social está totalmente desértica. Así que me monto una sesión de spa casera y, mientras me relajo en la bañera, abro “OKStupid” en el teléfono. Veo que Leonardo, mi último lío, ha borrado su perfil. Entonces es cuando me entra una necesidad imperiosa de salir. Y tiene que ser hoy. Me tengo que quitar a Leo de la cabeza como sea…. Me tropiezo primero con su rostro en blanco y negro, recortado el perfil contra un vagón de la línea E, el pelo oscuro y sedoso ligeramente largo, la mirada concentrada, la mandíbula perfecta. Diabla jodía, cómo sabías que me iba a perder la curiosidad. Su primer órdago se me ha quedado vibrando en el subconsciente.

Mi agenda, demostración visual.

Casi segura de que no va a contestar, le mando un mensaje corto. Al grano. Estoy todavía en la bañera, meditando si lavarme el pelo.

– Sé que te he rechazado antes pero hoy me encantaría jadear para ti.

La contestación no tarda ni tres segundos.

– ¿Virtualmente o en persona?

– Como prefieras.

– Prefiero en persona. Sin duda.

– ¿Dónde estás?

– En Brooklyn. Puedes venir aquí o ir yo a Manhattan. Vives en Manhattan, ¿no?

– Mejor voy yo para allá.

Salgo de la bañera precipitadamente y me pongo a correr por la casa. ¡Hay que arreglarse en tiempo récord! Banda sonora en mi cabeza :

Menos mal que voy yo a su casa porque estoy dejando el apartamento como si hubiera pasado el huracán Katrina.

– ¿Vienes a mi casa directamente o nos tomamos una copa?

– No, salimos. El arte de la seducción no está muerto. ¿Quién sabe? A lo mejor tenemos cero química.

– Sinceramente lo dudo.

– Dame una dirección, cojo un taxi.

Intercambiamos teléfonos. Me ajusto los vaqueros, cambio de top tres veces. Me pinto el ojo. Labios rojo pasión. Me calzo las botas dando saltitos por el pasillo. Vibración.

– ¿Estás ya en el taxi?

Acelerada para alcanzar el ascensor… el coche me espera. Y entonces me da. Escaneo mi memoria. Reviso los mensajes antiguos. Nada. ¿Cómo se llama este tío?

– No tengo ni la menor idea de cómo te llamas.

– Lo sé.

– ¿Me lo vas a decir?

– Me gusta no saberlo.

– Llevo una cadena con mi inicial.

– Yo las llevo bordadas en mi ropa interior.

Cuando me bajo del coche enfrente del local, me pega una bofetada de frío helador. Sin embargo, estoy sudando a mares… pufff. ¡Este hombre tiene más peligro que una caja de bombas!

Tómense varias de estas, ponganse en una caja…. y más o menos.

Entro en el bar. Camino hasta el fondo sin verlo. Doy la vuelta de vuelta haciendo el paseíllo hacia la puerta y, junto a barra, una mano me agarra del antebrazo. Me voy a dar la vuelta para soltarle una fresca al maleducado que me ha pegado el tirón cuando me choco con su mirada rasgada y su sonrisa picarona. Un ligero acento británico en el saludo. No se ha afeitado, lleva unos vaqueros que han visto mejores días… pero ese brillo en los ojos y esas mejillas con las que casi te puedes cortar me están volviendo loca desde el primer segundo.

Los primeros compases de la conversación me revelan a un individuo divertido e inteligente. Hace una broma sobre mi inicial (“Y! why?”) jugando con el sonido de la letra y con la partícula interrogativa “por qué” mientras que en mi cabeza soy como Sherlock intentando descubrir lo que esconde una desnudísima Irene Adler…

https://i2.wp.com/38.media.tumblr.com/a9f15e087bdeeea0396ea1ce524ea41c/tumblr_inline_nq2sqhfPOt1rpvccz_500.gif

Cámbiese esta linda señorita por un caballero de ojos rasgados.

Y es entonces cuando le asigno el apelativo “Question Mark”. Desde ese momento, su nuevo nombre es “signo de interrogación”, esperando que se pique lo suficiente para decirme su verdadero nombre. Pero nada, no cae. La conversación sigue por derroteros ligeros y divertidos, aunque debo confesar que hay un “nosequé” en este hombre que me desconcierta. La mujer segura que sé que soy se queda un poco parada en su presencia. Quizá porque no sé por donde van los tiros… todavía.

Mi primera copa de vino desaparece en un abrir y cerrar de ojos y decidimos tomar una segunda copa… Aunque el Sr. Interrogación quiere catar y no precisamente el vino. Hace ademán de acercarse a la barra pero, pensándolo mejor vuelve hacia mí y me planta un beso que es casi como un mordisco. Y entonces no tengo ninguna duda. Lo que va a venir después va a ser épico. Lo que no me imagino en ese momento es que va a ser matemáticamente épico. Pero me estoy adelantando…

Y después del tercer orgasmo, camino de la inmortalidad…

La copa la despachamos en pocos minutos y me comenta que tiene otra botella de vino esperando en su casa. Mi amigo desconocido ha calculado al detalle hasta la localización del bar porque solo tenemos que cruzar la calle para llegar a su piso. En la primera planta, un hermoso salón con una modernísima cocina abierta y una estantería repleta de libros se abre en forma de L a un espacio habilitado como despacho con un enorme monitor de la marca de la manzanita. Un pasillo se pierde en la lontananza, probablemente hacia el dormitorio. Pero Sir Question Mark se ha tomado mi comentario sobre el arte de la seducción a conciencia y me acomoda en su cuarto de estar mientras pasea su prieto trasero prácticamente imperceptible bajo los vaqueros rotos hasta la cocina. Allí, abre una botella de vino tinto, sirve dos copas y se acerca a sentarse a mi lado en el moderno sofá.

La porción británica de su sangre se transluce en el ligerísimo acento y su aire de Mr. Darcy con camisa de cuadros (no mojada) y barba de tres días. El ADN asiático se diluye en sus facciones pero, aun así, parece un tigre moviéndose en su territorio, seguro y elegante. Me tiene hipnotizada y un poco apabullada, ligeramente incómoda. Me siento casi un ápice vulgar.

El tigre…modo hipnosis.

Un segundo después aparece la pipa de marihuana. Ya notaba yo cierto olorcillo en el ambiente a pesar de las velas aromáticas… Mis años de neohippy fumeta por Amsterdam quedan lejos ya y me gustaría evitar una peligrosa calada a toda costa. Pero la hierba me pone terriblemente… cachonda. Y necesito desinhibirme. Llegados a este punto, cualquier argumento es válido. Dos caladas y dos sorbos de vino después dan el pistoletazo de salida y en menos de 5 minutos somos un enredo de miembros en el sofá. Las botas y los calcetines se quedan en el salón… mis vaqueros yacen en el pasillo… cuando toco la cama me quedan solo las braguitas. Él, sin embargo, sigue vestido de la cabeza a los pies.

La escena del sofa, versión china.

“Injusto”- digo juguetona. “¿Qué dices?” — una sonrisa traviesa le baila en los labios. Sin contemplaciones, agarra mi brazo derecho y con un hábil movimiento, saca una esposa de velcro y me la ensarta en la muñeca. Me agarro a la cadena que la une a la cama y repito la palabra muy despacio: IN-JUS-TO. Su sonrisa ahora es más pronunciada. En la media luz del dormitorio, su hermoso rostro pertenece a una raza indefinida. A ratos es claramente asiático, a veces parece totalmente occidental… en ocasiones, parece un indio americano con aires de granuja.

“¿Qué has dicho?” Me miro, le miro a él y simplemente vocalizo la palabra prohibida con mis labios. Con parsimonia, sujeta mi pierna exponiendo el interior del muslo y me da una palmetada con la mano abierta. La quemazón se transforma en una caricia y vuelve a besarme. Su mano se desliza a mi entrepierna. Arqueo la espalda dejándome llevar en la oleada de placer, alzando el brazo que me queda libre. Con la misma destreza, oigo el velcro aprisionando mi otra muñeca… mientras yo susurro en su oido mi protesta. Mi muslo arde un segundo… “¿He oido bien? ¿Qué dices?” Nos enzarzamos en un juego de protestas, preguntas, cachetes, besos y caricias… La última prenda que todavía llevo puesta desaparece entre protestas que reciben su correspondiente castigo. Este tira y afloja es un partido de tenis en el que el resultado, desde luego, no va a ser “love” pero no por ello carece de encanto. Yo intento no ceder en mis quejas pero la sonrisa del muy bribón es irresistible. Además, estoy puesta hasta las trancas, drogada perdida de endorfinas… y marihuana.

“Nothing but love”

Todo da igual. Estoy disfrutando…. en algún momento indefinido noto el velcro en uno de mis tobillos. He desistido en el empeño de que se quite la ropa y me entrego a sus manos. Sus dedos de virtuoso me tocan con tal maestría que nuestra discusión previa es un vago recuerdo disuelto en la música que arranca de mi cuerpo. El placer es dulcemente insoportable… y parece que esto va para rato porque uno, dos o tres orgasmos no van a bastar. El Cazador de Orgasmos sin embargo no puede quejarse. Mi coño es una verdadera mina. Y los jadeos, ese sonido ahogado que tanto le gusta, no deja de hacer su aparición desde el momento en que pone sus manos sobre mí. Su rostro sigue cambiando con la luz, con un gesto entre la concentración y el más puro y absoluto júbilo. Tras el competente pizzicato y a mi petición, introduce sus dedos en mi boca y puedo paladear mi propio sabor, salado y primario… Su arte lo merece, Mr. Interrogación. Esta usted verdaderamente para chuparse lo dedos (o chupárselos, ya puestos).

¡Rico, rico!

A esas alturas, su camisa habia tomado alas y volado a algún rincón del dormitorio. Al ver su cuerpo esculpido al contraluz, sin un gramo de grasa y con una piel que prometía el mismo tacto que la crema montada al paladar, mis ataduras se convirtieron en una prisión insoportable. Porque si hay algo que me obsesiona tocar, sentir una piel sedosa resbalando entre mis dedos. Un bellísimo ejemplar masculino, el “maestro del eterno orgasmo” que estoy deseando tocar… y eso que nos debemos de estar aproximando a la decena de descargas… exclusivamente por mi parte. Pero a este catedrático del placer el sabor de mis besos ya no le vale y se lanza a catar el producto de sus esfuerzos digitales… directamente en el plato en el que se sirve. Por lo general, las mañas de otros individuos en este departamento suelen dejarme total y absolutamente fría. Pero estamos ante un verdadero portento de la técnica. A este paso, mañana no voy a poder sentarme. ¡Madre del amor hermoso! ¿Qué narices está haciendo con la lengua?

Y entonces, ocurre. Estoy en medio de la mejor comida de coño de mi vida, un verdadero festín para mis sentidos…. y, sin venir a qué ni a cuento, me entra la neura. Las hormonas desatadas y la marihuana han creado un cóctel letal en mi cerebro y ahora, en este mismo momento, se me dispara la adrenalina y me posee el más total y absoluto ataque de pánico. El aire se carga, mis músculos se tensan, empiezo a revolverme nerviosa. En mi cabeza, terribles escenarios se desatan. Porque, al fin y al cabo, ¿qué se yo de este tío? Me tiene aquí atada, a su total merced… ¿Y si saca un cuchillo y este no es solo el mejor sino el último polvo de mi vida? ¿Y si la que acaba siendo una desconocida en estado cadáver en un descampado soy yo?

– ¡Para! ¡Para! ¡PARAAAAA!

¡Socorrito!

– ¿Estás bien?

Me quita el velcro de una muñeca en menos de medio segundo. En sus ojos se lee genuina preocupación. La otra porción del segundo la utiliza para presentarse.

– Me llamo Mark… ¿Y tú eres?

La situación es surrealista total. De repente esto se vuelve una presentación formal en toda regla. Vamos, que no me da la mano porque la derecha sigue atada a la pata de la cama. Y el beso en la mejilla nos lo ahorramos también, ya puestos. Al fin y al cabo, llevamos más de 45 minutos intercambiando fluidos. Vamos, que hace menos de medio minuto, este caballero estaba enterrado hasta las orejas en mi “miel”, en plena demostración en vivo de la famosa canción de Raimundo Amador. Mientras, estoy casi al borde del ataque de risa. Le he estado llamando “Question Mark” durante casi toda la noche y ahora resulta que, quitando el “Question“, obviando la “pregunta”, Mark es su nombre.

– Yo me llamo Yolanda. Pero puedes llamarme Yola.

Pronuncia mi nombre. El acento no me molesta como otras veces. Al fin y al cabo, estoy desnuda y el todavía lleva los pantalones puestos…. tengo que elegir mis batallas.

– ¿Quieres que acordemos un safeword?

Para “vírgenes” en el tema, un “safeword” es una palabra previamente acordada por los participantes en una sesión de BDSM que obliga a la persona dominante a detener cualquier actividad que esté llevando a cabo en ese momento sobre el sumiso.

– Sí, mejor. ¿Qué tal milkshake?

– ¿Milkshake? ¡Vaya palabra rara!

Lo que no le quiero contar es que la palabra en cuestión tiene su historia porque tras las presentaciones oficiales y la conversación… ¡Me están entrando otra vez ganas de marcha! Así que, en menos de cinco minutos, mi muñeca está “envelcrada” de nuevo y allí estoy, jadeando a todo jadear.

Y volvemos a las andadas….

Un par de asaltos más tarde, Mark finalmente se deshace de sus vaqueros. El cinturón vuela a un rincón. En su ropa interior no puedo ver inicial de ningún tipo pero se vislumbra una erección considerable. No es que yo me fíe de los estereotipos pero, desde luego, esa parte de su anatomía tiene más que agradecer a la madre de la Gran Bretaña que a sus raíces orientales. El hombre está técnicamente y físicamente dotado. Es más, cuando se quita los impecables calzoncillos negros, descubre una de las pollas más perfectas que he visto en mi vida. Bajo la poca luz del dormitorio, se vislumbra un instrumento suave, perfectamente terso, de una largura y un grosor considerable sin llegar a la monstruosidad. Y lo mejor es que el instrumento está intacto. Sí, intacto, cosa rara por estas latitudes en las que todas las pollas están circuncidadas.

Observo los manejos con todo el interés que le puedo dedicar considerando que vuelvo a tener un par de hábiles dedos felizmente colocados entre mis piernas y que, liberado mi pie de su atadura, tengo las caderas alzadas en volandas unos cuatro palmos por encima de la superficie del colchón y estoy al borde del siguiente precipicio de placer. Llegados a este punto llevamos ya bastante más de una docena de orgasmos, más de 100 minutos dale que te pego…. El orgasmo es tan intenso que, por una milésima de segundo, sólo existe una dulcísima e irrefrenable ola que me arrastra a la inconsciencia. Cuando mi generoso trasero finalmente se posa en las sábanas me doy cuenta de que están totalmente empapadas. Mark ha conseguido arrancar con sus artes una de las eyaculaciones femeninas más espectaculares de la historia, un halago que solo reservo para las ocasiones más especiales y los amantes más expertos. Tan perdida estaba yo en las sensaciones de mi cuerpo que no me he dado cuenta hasta notar la sábana mojada. Puedo oír la risa ahogada cuando me pregunta al oído como me he sentido y yo le contesto que esta última explosión ha sido tan intensa que ha borrado todo alrededor y me ha dejado totalmente en blanco.

Uno, dos, tres…. ¡explosión!

Mi respuesta le agrada, casi tanto como la húmeda ovación que le ha dado mi vulva y la recompensa es esa tersa polla cuya dureza se insinúa en mi muslo… Pero antes hay que devolver el favor y él se coloca estratégicamente para, sin librarme de los cepos en mis manos, dejarme probar el sabor de su suculento aparato. Vamos, que una servidora, a pesar de la postura, le hace una mamada como Dios manda. Y ahora, el que jadea es él.

La mamada, sin embargo, es un mero trámite, como el condón que sale de vete a saber dónde… y una vez puesto el chubasquero, me la mete hasta el fondo y sin contemplaciones. Mi coño está tan sensible después de la sesión de calentamiento que llego al orgasmo en cuestión de segundos. Este hombre es una bestia de la naturaleza, me está matando en un solo polvo cual cucaracha, el plural no le hace falta. Tras unos minutos dándole al misionero, oigo el velcro crepitar de nuevo y, sin sacarla, me encuentro sentada sobre sus muslos, las manos finalmente libres para sentir su sedosa piel, una verdadera delicia al tacto. Abrazo su cuerpo con piernas y brazos y él me empala con su miembro que siento como una hoja candente de puro deleite, siguiendo el baile coordinado de nuestras caderas, entrando y saliendo hasta que vuelvo inevitablemente a correrme. Mi cuerpo ha cogido el ritmo y no puede parar, responde a todos los estímulos sin pensárselo, saltando de orgasmo en orgasmo como una mariposa de flor en flor.

Volando voy, volando me vengo.

Pero todavía le toca correrse a él y para ello, me penetra por detrás como un campeón. El último orgasmo no es el más intenso y él se retira para terminar el trabajo por su cuenta. No hace falta mucho, tan solo unos segundos. Mientras observo atentamente a este increíble espécimen humano frotar su magnifica polla, una ducha de semen caliente y abundante salpica mi pecho y en su garganta se pierde un gemido ahogado, eco de mis jadeos previos.

Para mi sorpresa, después de una rápida limpieza, Mark no es de los que se dan la vuelta y se quedan sopa, algo que quizá esperaba dado que este polvo ha sido verdaderamente maratoniano. El caso es que tiene ganas de conversar. Me pregunta cuándo supe que íbamos a follar, yo le dije que después del primer beso. Él me confiesa que lo supo mucho antes, aunque yo creo que me está chuleando. “Ha sido muy divertido” dice, mientras hacemos el post-mortem del polvo histórico de la noche.

Tras una pausa, me frota la espalda y me pregunta cuantas veces me he corrido. Y yo, de verdad, he perdido la cuenta. Así que él se pone a hacer la cuenta de la vieja:

– Dos veces cuando te he atado la primera mano, tres cuando la segunda, uno cuando… Eso hacen seis… Dos cuando te he hecho el cunnilingus, otros dos después de chuparme los dedos la segunda vez y los dos cuando tenías el culo en volandas, además del que te ha hecho empapar la cama… Más de doce… Tres cuando te has sentado encima mío, cuatro cuando te he penetrado por detrás… ¡Joder, te has corrido más de veinte veces, Yola! ¡Eres la campeona de los orgasmos!

– La próxima vez los contamos de verdad…

– Pongo el despertador temprano y mañana por la mañana empezamos otra vez.

Momento Barrio Sésamo: contando con mi amiguito.

Agotadísima después de semejante sesión, la sola idea de dedicarme a las matemáticas de buena mañana me daba una pereza total y absoluta, entre otras cosas porque los números nunca han sido santos de mi devoción. Pero la perspectiva de mantener mi condición de medalla de oro “orgasmística” bien valía una lección de aritmética aplicada. Así que, con una sonrisa, me quede frita pensando que un sueño reparador me daría las fuerzas suficientes para afrontar cualquier reto númerico-orgásmico probablemente igual o más épico al de aquella noche. Porque a calculadora de placer… ¡no me gana nadie!

(Ésta es una historia basada en hechos irreales de la vida. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Ningún chino, británico, profesor de matemáticas, cazador de orgasmos o de animales salvajes ha sido maltratado en la redacción de este texto, más bien al contrario. La autora, por su parte, se haya en el proceso de traducción del mismo para poder ganar una dura sesión adicional de investigación y dar más irrealismo si cabe a una posible segunda parte. Les mantendremos informados. )

©Yola Prieto

Relacionado

Esta es una historia que forma parte del blog de Wordpress “50 Polvos de Lola”. Nos podeis seguir en Medium (Lola Mento y Yola Prieto), Facebook, Twitter e Instagram.

Originally published at 50polvosdelola.wordpress.com on July 11, 2015.

--

--

Yola Prieto

Residente en Nueva York, multiorgásmica y fantástica a mis “treintaymuchos”. Escribo relatos erótico-festivos en el blog de mi amiga Lola Mento.