¡Hola Eva! Kiosko, un refugio físico para la imaginación editorial

Zona de Desgaste
15 min readAug 28, 2018

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Eva Posas, editora y fundadora de Pabellón Editorial Kiosko

En esta entrevista Bruno Enciso, Adriana Kong y Sandra Sánchez, integrantes de Zona de Desgaste, platican con Eva Posas de Fundación Alumnosmx sobre Pabellón Editorial Kiosko. El proyecto consistió en una exposición en donde se presentaron piezas a partir de libros de artista y en un espacio arquitectónico en el que se realizaron actividades que desbordaron el imaginario editorial de “libro-lector”.

Kiosko logró seducir a la comunidad artística de la Ciudad de México convirtiéndose en un referente de producción editorial donde los roles (curador, editor, artista, lector) se abandonaron a favor de una experiencia colectiva que hizo sentido no a una teoría elevada a verdad, sino a diversos intereses y necesidades locales.

Zona de Desgaste: ¡Hola Eva! Gracias por recibirnos. Empecemos por escuchar cómo fue la curaduría del Pabellón Editorial Kiosko.

Eva Posas: Kiosko fue un proyecto curatorial que invitó a artistas y a diversos agentes a reaccionar en torno a las publicaciones a través de sus propios procesos creativos. El proyecto está basado en reflexiones artísticas personales y a nivel colaborativo.

Kiosko partió de un espacio temporal de reunión, una isla ficticia en donde el verbo publicar era el tesoro. A través de Kiosko se publicaron performances, imágenes, instalaciones, piezas e intervenciones. Entre ellas, el Pabellón Editorial, que consistió en una intervención arquitectónica. En ese sentido consideramos que publicamos un refugio físico para la imaginación.

ZD: ¿Podrías contarnos sobre los artistas que presentaron piezas en la casa y sobre lo que sucedió en el Pabellón Arquitectónico?

EP: Kiosko está basado en una parte teórica y narrativa, casi poética, que es Especies de espacios de Georges Perec. A partir de trabajar y desmenuzar el texto, diseñé Kiosko como la experiencia de un recorrido: una manera de dibujar el espacio de la casa de la Fundación que inicia desde la calle Alumnos, en el número 47. El lugar tiene un halo casi secreto, es un espacio que de principio es público pero no visible o atractivo desde fuera. Intentamos redibujar el espacio como un espacio editorial. Buscamos transformar el territorio literal y físico en uno más abstracto, imaginativo y atractivo desde fuera.

Carmen Huízar, recibía a todos con un rótulo en la entrada que decía “PROHIBIDO ATAR LAZOS EN ESTE LUGAR”. Escogí a Carmen por un libro que hizo que lleva por título No hagas caso a los malos mexicanos, en él descontextualiza ciertos comentarios de ciudadanos mexicanos en el muro de Facebook de Peña Nieto. Ella trabaja temas de lenguaje con un enfoque feminista. Si bien es una artista muy joven, es sumamente consciente de cuestiones de género, sobre todo en el ámbito del arte contemporáneo. Tiene una colección de frases que se ha encontrado en espacios religiosos, ésta frase la leyó fuera de un ex-convento.

Lo que hace Carmen es descontextualizar las frases para llevarlas a otros espacios. La frase en el rótulo se refiere al comercio ambulante y a los mercados, pero nos parecía interesante utilizarla en un contexto de arte contemporáneo. Hablar de “afectividad” se ha vuelto una muletilla dentro del lenguaje; más allá de significar algo, se ha convertido en una discursividad aprendida y absorbida dentro del ámbito artístico. La pieza en Kiosko también alude a las dimensiones afectivas que se encuentran en el desarrollo profesional del campo artístico. La gente que visitaba Alumnos muchas veces no se percataba de que era una pieza, por otro lado quienes sí se preguntaban sobre ella eran los vecinos.

Posteriormente, al abrir la puerta de la casa te encontrabas con una pieza de Rodrigo Hernández. Quizá fue la más desapercibida, pero tenía algo muy poético y bonito. Consistía en una alfombra mojada que se camuflajeaba con el piso de la entrada. Al caminar a través de ella se mojaba la suela de tus zapatos y al salir de la alfombra se imprimía una huella de los pasos que dabas. Además de ser un juego performativo sobre el paso del tiempo y el espacio como impresión, aludía a motivos presentes en la práctica de Rodrigo. A él lo seleccioné por su libro I am nothing en el que concreta su práctica a partir de una frase de la novela Missing person de Patrick Modiano. El texto de Mondiano y la pieza de Hernández expresan una preocupación por la falta de permanencia. La novela inicia con la frase “I am nothing”.

Si volteabas hacia el segundo piso de la casa veías una bandera, a manera de banner, casi pronunciando que ésta era la isla del tesoro. Se trataba de una pieza de Luiso Ponce, una bandera blanca con una frase que decía “El futuro no se ve”. Esa frase la sacamos de una publicación de Luiso, un ejercicio visual acerca de la ansiedad general sobre el futuro, el éxito, los logros y la anticipación.

Los mismos artistas fueron perfilando ciertos augurios. Trabajaron no sólo como artistas sino como Moiras que empezaron a tejer un hilo a partir de sus intervenciones.

Al entrar a la casa observabas que había un hilo recorriendo todo el lugar, un dibujo de cobre de Manuela García, artista colombiana. El hilo subía la pared, bajaba, entraba por un cuarto, salía, volvía a entrar a otro, recorría, llegaba a las escaleras y otra vez regresaba. Era un dibujo hecho de cobre que al mismo tiempo conectaba todos los espacios. El movimiento iba marcado por una ligera carga eléctrica que conducía el mismo metal.

A mí me gustaba pensar que era la energía de la casa, el latido del corazón, una manera de sentir las pulsaciones y la energía de este lugar. Para sentir la energía de la carga necesitabas hacer tierra, poner un pie en el piso, una mano, alguien tenía que hacerlo. En ese sentido, en cuanto dinámicas del gremio artístico me pareció muy fuerte, ya que genera dinámicas que, sobre todo, requieren de humildad. La pieza de Manuela derivó de Lo atómico de la retina y el sol, un rompecabezas que hizo en conjunto con Joshua Jobb a manera de libro de artista. El rompecabezas está hecho de la foto del momento en el que se descubrió el uranio, la energía detrás de la bomba atómica. Es inevitable pensar en la energía y al mismo tiempo en lo destructivo que hay detrás de ella.

Luiso Ponce es artista y diseñador guatemalteco. Mucha de su práctica está en el diseño gráfico, una disciplina en la que yo también tengo mucho interés. A partir de El futuro no se ve decidimos hacer impresiones visuales dentro de la casa. Entrando a un cuarto se podía ver un vinilo de ruido visual y entrando a la biblioteca podíamos ver otra imagen formada por pixeles. Pensamos en el ruido visual como la traducción de la ansiedad que produce el futuro, no de un temor, pero sí de una ambivalencia sentimental.

Regresando a la casa, sigue Alan Sierra quien es artista de Sonora y también curador, más que curador pienso en él como artista y escritor. Lo seleccioné a partir de una intervención en un proyecto que se llama Días de Campo. Platicando con él y respondiendo a cómo podríamos traducir los ejercicios de diálogo que se dan en la publicación a una intervención en la casa, decidió participar con un avance de su siguiente publicación: un dibujo y un texto.

Ambos estaban en una esquina, en una hoja que casi flotaba entre una pared y otra, transformando y evidenciando la casa como un espacio editorial o como éste otro “librote”, en donde las paredes abren y cierran capítulos, historias y momentos. La hoja en una esquina señalaba y requería del espectador una manera diferente de relacionarse con su cuerpo, con la obra y con la casa. Te tenías que parar frente a la hoja y soplar a los lados, utilizando gestos corporales, para poder leer el texto. Al final lo que hay detrás de todo Kiosko es la relación de tiempo-espacio y cómo se conjuntan a partir de un proceso de edición.

En el comedor nos encontramos con Ana Navas, una artista venezolano-ecuatoriana que trabaja temas de piratería y falsificación desde una manera desenfadada y divertida. Es a partir de la publicación Un cocodrilo falso puede hacerte llorar lágrimas reales que seguimos desenredando y expandiendo temas como la falsificación, las copias, las réplicas, la reapropiación de marcas y la piratería. En ese tiempo estaba haciendo una residencia que le detonó ideas con ese mismo interés. Recordó que una vez entró a un McDonalds y vio en las paredes una réplica rarísima de un cuadro de Lucio Fontana colgada en la pared con un marco de aluminio muy elegante y moderno. A partir de este incidente decidimos hacer una réplica para llevarla al espacio más kitsch de la casa de Alumnos: la cocina.

Finalmente nos queda Paloma Contreras, también artista mexicana. Ella trabaja sobre todo temas políticos de la historia de México y su estado actual. Lo que hizo fue recrear un “noticiero del miedo”, un set de televisión que es una especie de escenografía escultórica o una escultura escenográfica. Presentó un performance a manera de transmisión donde existía una relación con el espectador y con los cuerpos.

Por otro lado, el set iba acompañado de una serie de pequeñas esculturas que adornaban la estantería de la biblioteca y que de cierta forma interactuaban con sus contenidos. Teníamos desde pequeñas caricaturas en plastilina de Carlos Salinas de Gortari, féretros, ratones… una serie de artimañas que establecían un diálogo con las publicaciones de la misma biblioteca. Su intervención fue una manera de platicar con otros de sus proyectos anteriores como Fidel Velázquez no está muerto y con su publicación Las Botas de Hule Precioso. Al final es una cosa de caricatura política expandida.

Esas eran las intervenciones en la casa que fueron comisionadas a partir de Kiosko. La idea era expandir las publicaciones a partir de una serie de reglas espaciales que al mismo tiempo eran reglas espacio-metafóricas. Al momento de publicar un espacio quizás lo vuelves un espacio especial, ¿y qué pasa cuando señalas a un espacio como un espacio especial?, las esquinas y las paredes van a estar ahí, pero intervenirlas implica una nueva relación. En ese sentido es una cosa muy sensorial, de experimentar y de dejar sentir. Todo era muy sugestivo, nada tenía una mediación directa en el sentido de encontrar el espacio a la fuerza; cada quien podía encontrar las intervenciones a partir de su intuición.

Después, de la casa salíamos al jardín para toparnos con la intervención más evidente, ya con la idea de que todo se trataba de intervenir el espacio pensándolo como publicación. Estaba el jardín, muy verde, con una extraña elevación: de repente el jardín crecía y se iba hacia arriba como una rampa al cielo.

Esa elevación en el jardín era el Pabellón Editorial de Kiosko. Fue diseñado por Adrián Ramírez Siller, Pedro Ceñal Murga y Roberto Michelsen Engell, ganadores de la convocatoria pública que buscaba diseñadores para el Pabellón. Ellos entendieron muy bien que queríamos jugar con la idea del espacio arquitectónico del Kiosko como una estructura física pero también como un área de juego para la imaginación. Un lugar que reuniera publicaciones de todo tipo, porque además de sus acepciones arquitectónicas y de su utilidad como escaparate de mercancías editoriales, la palabra “kiosko” tiene una carga de espacio público muy importante. Desde ahí queríamos dar a entender que publicar es volver algo público, congregar gente, facilitar un encuentro.

Como ellos lo plantearon, los límites del pabellón editorial de Kiosko son difusos e irreconocibles. El pasto sigue la plasticidad del suelo del terreno en una prolongación del mismo y se eleva para terminar en una cuesta de escala apabullante. Es importante remarcar que el pabellón era una prolongación y no una interrupción porque eso es lo que Kiosko buscaba. No era un corte ni de presencia ni de esencia, no era un monumento ni un elefante blanco, era más bien un trabajo desde una política de lo sutil que permite que otras cosas sucedan. Levantar el jardín era un gesto que buscaba enaltecerlo para generar en él un espacio contemplativo donde se encontraran las distintas partes del proyecto. La intervención arquitectónica buscaba posibilitar activaciones performáticas específicas como presentaciones, exhibición de obra y de libros, talleres, conciertos y performances. En general buscamos que fuera un lugar de convivencia: un espacio lleno de lugares.

ZD: Podrías contarnos como se establece la relación entre tu lugar como editora, que se asocia directamente con las publicaciones impresas, como curadora, más asociado al acompañamiento de obras visuales y plásticas, y gestora, como alguien que trabaja para materializar el proyecto y que en este caso se vinculó con muchos otros agentes y proyectos. ¿Cómo te sientes después de esta deambulación?

EP: Para responder a eso es importante pensar en Kiosko como un proyecto de larga preparación. En ese sentido creo que fue el resultado de concretar y madurar muchos de mis intereses dentro y fuera de la fundación. Al final los intereses personales y los profesionales siempre están permeándose unos a otros.

Manuela García, una de las artistas que intervino la casa, me dijo un día que ella veía en Kiosko “el proyecto de una lectora” y se me hizo muy bonito pensarlo desde ahí. Yo en realidad estudié letras alemanas; por formación, no tengo ninguna relación directa con el arte contemporáneo. Fue quizás una saturación de la literatura la que me llevó al mundo de lo visual y a involucrarme en proyectos de otro tipo. De alguna manera, Kiosko me permitió notar que nunca dejé la lectura, de admitir que me encantan las letras. Kiosko fue una excusa de leer los espacios y las publicaciones para luego generar re-lecturas que condujeran a nuevos espacios. Un ir y venir entre los lenguajes textuales y visuales que permitieran expandir las maneras de comunicarse con otras personas. Al principio con los artistas y los arquitectos, pero luego con todo el público. Editar es hablar con la gente, conocerla, leerla; una labor interpretativa pero también creativa. Leer a otras personas es también una manera de escribir.

Desde que estoy en la fundación he trabajado en el programa editorial pensando que las publicaciones son otra manera de experimentar con los contenidos y de re-pensar la práctica artística. No busco generar catálogos o anuarios de registro, más bien abordar las publicaciones como otra área de creación. Las publicaciones no son sólo los objetos, no es sólo texto o imagen en un cúmulo de hojas de papel impreso. Pueden ser seminarios, residencias, libros de artista, talleres, muchas cosas. Son pretextos, detonantes, objetos performáticos que siembran provocaciones. De ahí el lema de Kiosko: Publicar provoca, que nos devuelve a la idea de que publicar es volver algo público y entrar en contacto con la gente.

Es ahí donde se difuminan los límites de qué fue esto. Hablando de lo curatorial, implica también una aproximación muy distinta a la que se está acostumbrada en México, donde no es sólo un acompañamiento sino la ejecución de un quehacer artístico, un proceso productivo. En ese sentido, Kiosko fue también una forma de escribir, sin escribir, un proyecto en donde puse en juego mi manera de entender lo editorial. Pudimos enunciar un espacio vivo donde se conectan muchas narrativas, algunas muy claras y otras completamente inadvertidas, sin ninguna jerarquía en específico. El proyecto se conecta con la política de lo sutil de la que hablábamos antes, porque son pequeños gestos los que inyectan de vida al espacio y llenan de fuerza su publicación.

Buscamos que el Pabellón siempre estuviera vivo, no sólo como un complemento a las narrativas expandidas de los artistas en la casa sino que todo el tiempo albergara convivencia. Las narrativas podían venir de mí pero era mucho más rico escuchar las de otras personas que pudieran aprovechar el espacio con distintos fines. Fue por eso que tuvimos como residentes comisionados a Galería Progreso y a los RRD, además de otros tantos que se fueron sumando en el proceso. Me gustaba la idea de que la provocación de publicar el espacio me llevara a compartirlo con otras personas que tenían sus propias ideas, cederles la batuta.

ZD. ¿Qué cambió entre lo que imaginaste que sucedería en Kiosko y lo que realmente pasó?

EP. Hay algo muy importante que quiero agregar. En todo este proceso Diana Cantarey fue mi cómplice. Si bien en Kiosko articulé lo que he trabajado por años, me gusta pensar que logré contagiarle el entusiasmo que me provocaba para comenzar a soñar juntas. Si Kiosko se trataba de construir un refugio para la imaginación, ese refugio empezó con una compañera y esa compañera fue Diana.

Un momento clave para la planeación del proyecto tuvo que ver con el I Ching. Diana está interesada en lo esotérico y un día en que le pedí ayuda, ella propuso leerle el I Ching a Kiosko. Salió la figura 45, la figura de la reunión, fue fuertísimo. Hicimos unos rotafolios en los que desarrollamos varias ideas a partir de la lectura; la reunión apareció como una forma de hacerle frente a la disolución. Sin querer nos encontramos con lo que estábamos buscando.

Les voy a leer lo que dice el número: “esta figura habla de lo sereno, el lago, lo receptivo, la tierra. Hay reuniones naturales y artificiales y son en torno de algo, son de los hombres. Alrededor de ofrendas sinceras y celebraciones. Las épocas de reunión exigen grandes obras y producen un legado. Lograr una gran reunión necesita de perseverancia para lograr éxito y también de sacrificios porque hay una amenaza de desbordamiento”.

El aporte del I Ching nos emocionaba muchísimo: nos emocionaba quiénes iban a ser partícipes, nos emocionaba cómo iba a funcionar ese punto de encuentro. Cuando alguien nos decía que quería participar nos poníamos muy contentas. Provocamos una isla, un terreno neutro, un territorio plural. Esto fue parte de la teoría detrás de Kiosko.

Aunque Kiosko funcionó muy bien, también nos encontramos con el sacrificio que el Iching mencionó. Las jornadas de trabajo eran muy largas. Manejamos el barco, a veces contra tormenta. Fue un esfuerzo agotador, tanto físico como mental y emocional.

Lo hermoso fue lograr un punto de encuentro con otras personas, con nueva gente, llegaron 4 100 personas en tres meses a visitar el proyecto. Literalmente llegamos a los corazones de muchos. Logramos crear un refugio.

ZD. ¿Kiosko tendrá una segunda parte? ¿Qué sucederá con el Pabellón?

EP. Idealmente la estructura arquitectónica se va a donar a un colectivo para que siga su vida como punto de encuentro y energía. Lamentablemente eso también implica una serie de percances institucionales y burocráticos. Necesitamos que el gobierno de la localidad de Ecatepec se involucre. Compartirlo es otra batalla. En realidad lo que no tenemos es el predio. Ojalá suceda.

Por otro lado, no habrá una segunda edición de Kiosko. En el espacio que ocupa el Pabellón se va a construir un nuevo espacio cultural, complemento de la fundación. Es importante saber decir “empezó y acabó”.

ZD. Vamos a extrañar Kiosko porque hay pocos proyectos que funcionan como lugares de encuentro que reciben a otros proyectos, permitiéndoles un desarrollo autónomo de sus actividades.

EP. Las instituciones deberían permitir proyectos que no necesariamente respondan a su misma agenda. Qué mejor forma de tener una pluralidad de visiones que abrir el espacio, eso es más interesante que sólo enfocarte y centrarte en una línea de trabajo.

Pero muchas veces no se ve así, por ejemplo, un comentario que recibí fue que hubieran deseado que las intervenciones en el Pabellón no fueran de agentes emergentes sino de artistas de alguna institución más consagrada. Se vale tener esa postura, pero precisamente por enfocar la atención en mentes jóvenes, es que se pudo construir un pabellón de arquitectos jóvenes. Si mi intención hubiera sido propiciar un Pabellón para personajes consolidados, habría sucedido otra cosa.

Kiosko, como espacio para la contemplación, también nos permitió observar lecturas de nuestra sociedad, tanto de manera global como de manera local.

Agradecemos a Eva Posas por la entrevista.

Las fotografías pertenecen a Eva Posas, a excepción de la primera que forma parte del archivo de Zona de Desgaste.

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Written by Zona de Desgaste

Colectivo de arte contemporáneo y filosofía con sede en CDMX

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