La importancia de crear

Alessandra Pereyra
AA-batteries only
Published in
4 min readOct 3, 2015

Tuve la oportunidad de aprender a programar cuando era joven.

Programar era un momento mágico entre dos seres, uno basado en carbon y otro hecho de silicio. Cada línea escrita te llevaba a la siguiente, y esta a otra más. Diez o veinte más, y habíamos creado algo que veíamos reflejado en la pantalla, como dos cómplices llevando una obra de teatro, autor y actor, trabajando a la par.

Me enamoré totalmente de crear usando código. Cuanto libro de programación que encontraba era devorado; cuanta clase donde poder practicar era seguida con atención. Y más importante aún, todos aquellos que conocía que amaban programar también, sentían la misma vocación, el mismo cariño a moldear subrutinas y crear juegos, algoritmos o cualquier resultado que podamos imaginar.

Y fue entonces que ingresé a la Universidad y la realidad me golpeó.

Caminos distintos

Ingresar a la Universidad a estudiar una carrera de Software significaba mucho para mis expectativas. Compartir mi amor por la tecnología ya no con una o dos personas, sino convivir cinco años con una promoción completa que sería tan buena como yo, o mejor.

De conocer sus historias, los lenguajes que habrían aprendido o tal vez inventado. De escuchar a profesores que abrirían el día con discusiones, y que elevarían el arte de programar con retos y que me ayudarían a crecer con ellos.

Y sin embargo, luego de unas horas de empezar el primer día, me encontraba con que la realidad era distinta: me di cuenta que era un intruso entre un grupo de artistas que no amaban el arte.

Veía muchos compañeros que habían llegado a la carrera por obligación; algunos habían aprendido a usar alguna aplicación de Ofimática, o simplemente, no tenían claro que hacer, y usarían la primera oportunidad para cambiar a otra carrera o línea de trabajo.

Conforme seguía mi carrera, veía cómo los cursos de programación eran entre los más olvidados por mis compañeros, quienes los veían como temas poco importantes, que solo debían ser estudiados para un examen, y donde comprar trabajos de terceros para presentarlos como propios no solo no era mediocre, sino parte de gerenciar tu tiempo y recursos.

Mientras más lejos estabas de una computadora, era mejor.

Y con eso, obviamente, no pretendo imponer la idea que aquellos que gestionan y no tocan código son inferiores a los que sí, sino mas bien comentar que ese camino, es solo eso, un camino que algunos pueden optar, pero no todos.

Y ese era un gran problema. La Universidad presentaba una única opción. Un camino de crecer como profesional, y ese camino empezaba por ser programador, nada más como primer peldaño. Un peldaño del que tenías que apresurarte a dejar lo antes posible y ascender. De olvidar el código y hacer más análisis y diseño y pensar que los de abajo eran recursos y tú, un gerente, eras eficiente mientras más te alejabas.

Y veía, con más desazón, a todos asentir y unirse cual culto a ese pensamiento. Los programadores estaban abajo, para solo ejecutar lo que los de arriba mandaban. Que si querías ganar dinero, tu lugar era ser analista, jefe o gerente y no alguien que crea código. En esencia, más Porter y menos Tanenbaum.

El foco era no crear (porque eso lo hacen otros), sino ejecutar, hacer algunos diagramas en UML, realizar mares de documentos y artefactos y pasar la página, dirigir el siguiente proyecto y seguir ascendiendo, que la labor de hacerlos realidad era trabajo de otros.

El futuro no parecía muy brillante entonces.

Una de las mejores cosas que me pasaron en ese momento fue terminar mi carrera y continuar trabajando. La experiencia me hizo entender que lo que había aprendido no era exactamente erróneo, pero tampoco una verdad absoluta, ni la única existente.

Conocí más personas que habían crecido profesionalmente, y seguían siendo programadores. Publicaban libros, creaban productos increíbles, empresas geniales, y habían encontrado que el dinero no era exactamente algo separado de su profesión, ni el crecimiento profesional inverso a la cantidad de código que creaban.

Era, simplemente, una línea de carrera alternativa. Otro camino del cual casi ningún profesor había mencionado, y sobre el que ninguna clase me había preparado.

Hoy

Casi diez años tras egresar, encuentro con tristeza en experiencias de amigos y conocidos, que esta realidad no ha cambiado mucho. Las Universidades continúan enseñando una forma única de crecer, de decirte que el perfil que buscan no son los de un programador, sino del que los gerencia, llegando incluso a ignorar cuando gente brillante pasa por sus aulas al medirlas por conceptos retrógradas.

Tenemos mucho que hacer todavía para cambiar eso y tal vez reconocer el problema nos ayude a lograrlo.

Debemos contar más de lo que hacemos, y mostrar que no hay uno, ni dos ni tres, sino cientos de caminos profesionales, adaptados a lo que cada uno desea hacer, y lo que le llene más. Que existimos aquellos que aman programar y pueden hacerlo por todo el tiempo que quieran, y llevar una carrera extremadamente rentable.

Que programar te enseña a crear, y no es el último peldaño de una pirámide, sino más bien los ladrillos que la construyen, y viven tanto en la base como en lo más alto.

De no hacer eso, nuestro futuro peligrará. Cuando otros crean y solo consumes, tu realidad se vuelve lo que otros han planeado, y perdemos nuestra capacidad de generar, criar y hacer crecer nuestra propias ideas.

Dejemos de ser un país lleno de artistas que no aman el arte. Tal vez encontremos que tenemos más de éste del que pensábamos.

--

--

Alessandra Pereyra
AA-batteries only

Products Builder. Problem solver. Loves reading, writing and a good wine. Writes when the time is right.