Encuentros con Escritores

Invitados YellowPen
Ácidos Literarios
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4 min readJun 3, 2022

Ester M. Gozalo

Dicen que lo primero que escribe un aspirante a escritor, suele ser autobiográfico, por ende, escribir sobre uno mismo, cuando ya se lleva un tiempo en esto, debería de resultar fácil. Pero es que yo nunca escribí sobre mí misma. Nada de lo que escribo es autobiográfico; solo desvaríos de alguien que se aburre soberanamente.

Escribir debería de ser y es, en mi caso al menos, una manera de escapar de la realidad, un billete de ida a esas vidas que nunca viviremos. A los viajes que mi maltrecho estómago nunca me dejará realizar.

Mi afición por escribir comenzó de niña, en esa edad en que aún no sabes que, si eres de barrio obrero y clase media/baja, la palabra escritor no cuenta como oficio, ni siquiera poniéndole la ansiada coletilla de «profesional» de la que tanto debaten en los grupos de pseudo-escritores de Facebook. En la que, si no querías contar mentiras, lo mejor era plasmarlas en un papel en forma de intento de novela.

Gané algún concurso escolar y mi profe escribió en mi anuario que de mayor sería escritora, pero dudo que nadie se fijara en eso más que yo. Eran otros tiempos.

Muchos recordarán como iba eso: Tú y tú Olivetti, folios recortados por la mitad para imitar el tamaño de un libro, libretas llenas de tachones porque aún no existía el pilot que borra, solo el Replay de Paper maté que rompía el papel al tratar de borrarlo, y miles de intentos inacabados de novela, poemas sin métrica y desvaríos adolescentes. Hasta que se acaba la escuela, te llega la edad del pavo (de la que jamás me arrepentiré), y acabas en una fábrica haciendo zapatos once horas al día y sin contrato laboral. ¿Ah, que no te ha pasado? Entonces no vivías en Elche en los años ochenta.

Retomé la escritura mucho después, cuando la vida me dejó, había vivido “mi aventura universitaria tardía” como yo la llamaba, y, sobre todo, cuando me lesioné el cuello de tal modo, que perdía las palabras que quería decir. Pensé que escribir historias me ayudaría a encontrarlas, pero nunca imaginé que me engancharía de esta manera.

Escribo romance. Sí, ese género tan criticado y menospreciado por quienes creen que solo lo suyo es literatura seria. Lo escribo porque es el género que me nace, que me hace vibrar. Igual como lectora que como escritora.
Porque es un género que me permite moverme por todos los demás.

Una historia de amor puede darse igual en la Grecia antigua que en un apocalipsis zombi. Puede cambiar el rumbo de un país o salvar la vida a quien la lee. El amor mueve muchas cosas, no solo montañas ni partes pudendas.

Publiqué mi primera novela titulada “Estrellita” en el año 2021. Sí, fui de las que necesitó una pandemia para decidirse, por aquello de que era ahora o nunca. Es una novela LGBT subidilla de tono, pero porque la trama se prestaba a ello. O eso le dije a mis papás para que no me dijeran nada. (45 años tengo). En fin, que Estrellita es una novela romántica preciosa que trata el tema de la homofobia desde una perspectiva histórica. No ha tenido una gran difusión (soy escritora, no publicista), pero sí muy buenas críticas por parte de quienes le dieron una oportunidad. Y en este año, 2022, publiqué mi segunda novela “Disonancia” Amor en formato inyectable, con la que me presento por primera vez a los Premios literarios de Amazon (PLA).

Disonancia es una distopía futurista, también romántica, por supuesto, con un trasfondo de demanda social, como es mi estilo, ya que abarca el tema de la violencia de género en tono de denuncia, pero siempre desde la ficción. Disonancia ha sido un claro ejemplo de que con una historia de romance puedes criticar el sistema, demandar ayuda para las víctimas de violencia, escribir ciencia-ficción, viajar al futuro al mismo tiempo que te paseas por los años 80. Puedes tener instintos homicidas hacia un personaje y gritarles a otros por mensos.

Todo eso y mucho más puedes hacerlo escribiendo romance y creo que por eso me gusta tanto.

Además de todo lo anterior, de ser mamá, esposa, bailarina de madera, tener ansiedad y no saber caminar con tacones, organicé una antología de relatos para ayudar a la asociación de autismo de la que soy miembro de la junta, en la que participaron varios autores. Eso me hizo aprender mucho sobre el proceso de montaje y publicación, y fue una experiencia enriquecedora donde conocí a otros escritores estupendos con los que mantengo una linda amistad. Pero eso es otra historia.

No soy una escritora famosa ni aunque me pegue la dichosa coletilla de “profesional” en la frente, pero Mitchel Altez me invitó a participar en YellowPen y a escribir este artículo, cosa que le agradezco enormemente.

Espero que lo paséis bien por aquí y conozcáis a esta panda de gente interesante, ácida y con pelos de colores, que, por casualidad, también escriben.

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