Escribir es traumático

Leto Gaete
Ácidos Literarios
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3 min readNov 5, 2023

porque nos vuelve inmortales.

Tenía 17 años cuando pisé el consultorio de la psicóloga.
Siempre fui rebelde, huraña, antisistema e idealista.
Mi padre decía que eran todas las características de un artista.
Cuando le preguntaba de cuál rubro, me decía que posiblemente iba a ser una escritora alcohólica.
Casi, casi acertó.

Pues sí, tuve mi periodo de escritora a base de aperitivos. (Imágenes de Pexels)

Luego de varias crisis de conducta, me llevaron al psicólogo.
Eran tiempos extraños, en un país más extraño aún. Paraguay nunca se caracterizó por ser avanzado en Salud Mental pero la profesional que conocí abrió esa veta artística que hoy me mantiene viva, cuando mi destino era ser una simple ama de casa.
Las dos primeras sesiones no hablé nada. Sólo me concentré en los libros de la sala. Escuchaba su paciente voz monologando sin cesar. Era el año 1998.

“Ya que te gusta escribir te cedo mi estudio para que lo hagas. Exprésate allí ”

Su estudio era una oficina pequeña, con cuadros abstractos y algunos libros más. Libros indecentes, podría decirse.
Había literatura erótica, libros censurados de la dictadura, libros cuestionando el cristianismo, filosofía de Niesztche. Los 45 minutos de terapia sirvieron para curiosear esos libros y… mirar de reojo una vieja máquina de escribir.

Y de la nada, comencé a escribir. (Imagen de Pexels)

Había estudiado de jovencita dactilografía por lo que una máquina de escribir me era conocida. Me senté con una idea que naufragaba en mi mente: mi abuso sexual.

Estaba en plena adolescencia y mi despertar sexual era tardío y repleto de inseguridades. Mi sobrepeso, mi verborragia y mis ideas delirantes sobre la humanidad no me hacían la candidata perfecta para el amor.

Las siguientes sesiones se convirtieron en mi primer libro. Mis experiencias personales están contadas por historias de amor, de violencia, de fantasía. Sin darme cuenta, hable de mí, de mi vida interior y de mi dolor.

Escribir es un extraño proceso de revivir lo que deseamos matar en la memoria. Transcribirla en un papel es darle la vida que le negamos; entonces, leer y releer estas líneas nos recuerdan que somos los protagonistas de los traumas que nos obligamos a olvidar.

Sí, escribir duele. Porque nos hace ver quiénes somos, por dónde estuvimos y hacia dónde pretendemos ir.

Escribir es vernos desde donde no deseamos. Desde nuestras más absolutas miserias para largar al mundo todo la basura que nos dio.

Escribir es doloroso porque transmuta. Modifica en los finales que crea, lo que por dentro nos mataba, convirtiendo esa muerte en una resurrección tan inverosímil como magnífica.

Sí, ser artífices de nuestra propia memoria y reproducirla en arte, dándole vida, nos rescata cada día de caer en el olvido.

Y el olvido, el maldito olvido es el verdadero acto final del ser humano. Porque aún en la muerte, encendemos velas a nuestros ancestros, recordando de dónde venimos y hacia dónde deseamos avanzar.

Escribir nos vuelve ridículamente inmortales, sea escribiendo el peor cliché juvenil con todos los errores posibles, o elaborando la prosa más emotiva y elegante de un ermitaño.

Lo importante es ser recordado, el por qué… ya es un detalle sin importancia.

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Leto Gaete
Ácidos Literarios

Escritora. Artista Plástica. Mamá por elección. Compañera de un charrúatomamateamargo. Tarotista y médium.