Reflexiones en torno a “Human Acts” de Han Kang

Catalina J. García
Adjetivo
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4 min readMar 16, 2020

Existe una ciudad al suroeste de Corea del Sur que se llama Gwangju. Está lejos de Seoul, la capital. En mayo de 1980, los ciudadanos de Gwangju — junto a los de otras ciudades - se unieron para exigir democracia después de que su antiguo dictador fuera asesinado y otro dictador estuviese instalándose en su lugar. Como suele pasar, las manifestaciones eran lideradas por jóvenes, entre quienes se contaban muchos universitarios pero también muchos escolares que con dificultad estaban entrando en la adolescencia. La reacción del gobierno frente a las manifestaciones en Gwangju fue enviar militares y dispararles a todos. Literalmente a todos. La brutalidad fue preferida y premiada, potenciada por la mentira de que estas manifestaciones estaban siendo instigadas por espías comunistas de Corea del Norte. Sin importar edad o género, los heridos fueron rematados y los sobrevivientes encarcelados, torturados y/o violados. Hasta el día de hoy no existe consenso en torno al número de personas asesinadas pero cifras internacionales lo estiman entre 1.000 y 2.000 personas. Muchas personas aún se encuentran desaparecidas. Muchos cadáveres fueron quemados ilegalmente, otros enterrados, otros lanzados al mar.

Este es el contexto en el que se desarrolla “Human acts” de Han Kang. Pero hay mucho en todo esto que suena terriblemente familiar.

Yo solo quería empezar a leer literatura coreana. Investigué en busca de recomendaciones. Han Kang es una autora que suena mucho últimamente porque su novela “La vegetariana” tuvo mucho éxito, pero no me tincaba empezar con ese libro. Llegué a “Human acts”, me pareció interesante y le di. Grande fue mi sorpresa cuando, al leerlo, me di cuenta de que es espantosamente contingente para alguien que viva en Chile.

“Human acts” es contingente porque Chile también carga con la herida de una dictadura y violaciones a los derechos humanos que todavía no tienen responsables, pero también es contingente porque las narraciones de represión, violencia y brutalidad hacen un eco espantoso en el actual comportamiento de carabineros.

Mientras leía, además de sobrecogerme con el horror absoluto que experimentan los protagonistas de este libro, no podía dejar de pensar en todas las personas que han experimentaron esto mismo acá: familiares, vecinos, familiares de amigos, etc. Pienso en personas que todavía no tienen respuestas. Pienso en personas que todavía tienen que soportar a otras personas que pública e impunemente defienden un régimen semejante. Igual de espantoso fue pensar que actualmente, ahora mismo, marzo del 2020, existen agentes del estado de Chile ejerciendo este mismo tipo de violencia de forma impune a plena luz del día, a quién sea. Si quisieran, los pacos podrían pillarme cualquiera de estos días en la calle y sacarme la chucha. No les pasaría nada.

En el último capítulo de “Human acts”, citando a una persona que fue torturada, Han Kang describe los efectos de este tipo de brutalidad como los que tiene la contaminación por radiación:

“La radioactividad permanece por décadas en los músculos y huesos, causando que los cromosomas muten. Las células se vuelven cancerosas. La vida se ataca a sí misma. Incluso si la víctima muere, incluso si su cuerpo es cremado, dejando nada más que restos de huesos quemados, la sustancia no puede ser aniquilada” (p. 215).

Han Kang ocupa esta analogía para hacer una reflexión sobre Gwangju, la que también es su ciudad natal, pero mientras leía yo apliqué la analogía al contexto de Chile y me pareció terrible y precisa: una vez que la brutalidad militar y policial se desata, sus consecuencias no se pueden eliminar. Jamás. No importa cuántos años pasen. Incluso si este país tuviera la decencia de realmente dar con todos los responsables de las violaciones a derechos humanos tanto actuales como pasadas, incluso si esos responsables fuesen condenados, incluso si se prohibiera por ley defender la dictadura, sería imposible perdonar y olvidar. Pienso en el video de la escolar a la que los pacos le rompieron la boca y los dientes, hace muy poco. Pienso en su respiración agitada y sus gritos de miedo y dolor mientras le chorrea la sangre por la cara. Ni siquiera es un asesinato. Ni siquiera es tortura. Aún así ¿cómo se le podría pedir perdón a esa niña? ¿Cómo se le podría pedir perdón a los familiares de esa niña? Esta niña, al igual que todos los niños que han sido violentados en poblaciones, va a crecer y estaría en todo su derecho de odiar de por vida a quienes le causaron ese daño. Esa niña, esos niños, esas personas, tienen derecho a transmitir el horror de su experiencia. No se pueden perdonar ni olvidar los asesinatos. No se pueden perdonar ni olvidar los ojos reventados. No se puede perdonar ni olvidar absolutamente ninguna de las actuales (ni pasadas) violaciones a derechos humanos que están ocurriendo en este país. Jamás. Y así, los efectos de la brutalidad permanecen como la radiación y no se puede hacer nada al respecto. Pedir que se detenga es un sinsentido y una falta de empatía inmensa.

No sé si tengo mayores conclusiones después de terminar el libro. Creo que sólo quería compartir las reflexiones que me generó. Creo que es un libro terrible y hermoso. Me sorprendió la solemnidad y el respeto con el que estaba escrito (y traducido). Me sobrecogió la empatía que se logra con los personajes. Me fascinó su estructura redonda: que en sus distintos capítulos se narren historias independientes pero que están delicadamente unidas. Me gustó su carácter político.

Pero no puedo dejar de pensar en lo terrible que es que una masacre que pasó en 1980 en Corea del Sur todavía se sienta tan cerca acá.

Nota: el libro todavía no existe en español y eso me produce mucha tristeza y bastante contrariedad por el privilegio que tengo de poder leerlo en inglés, pero mi esperanza es que, dada la popularidad de la autora, sea cosa de tiempo para que se traduzca.

Edit: Error. El libro existe en español. Se llama “Actos humanos” y es publicado por Editorial Rata.

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