canto del aliado
los hombres le han temido al incorpóreo
porque invoca la muerte
la frecuenta sin incendiarse
se sumerge en la morada de las sombras
y retorna al mundo sin laceraciones.
hay quienes le han visto deambular
en formas distintas a la humana:
recorre selvas y barrancas
mirándolas desde sus ojos de ave.
cuán cerca vuela de la espesura de los truenos
repta por la hojarasca
ruge en las encrucijadas.
los hombres escuchan cómo ronda entre las grietas
porque desde la cueva presenciaron
la transformación del hombre en animal:
bastaron una piel y un cráneo para convocar al espíritu
y arrojarlo a la espuma incandescente, en la intemperie.
desde que el hombre le temió a la muerte
y comprendió que no era la última morada
las bestias han sido aliados de los incorpóreos:
mudos testigos y pretextos de sí mismos —contrapartes esquivas
y recintos dispersos de garras y pezuñas.
los incorpóreos recorren el mundo en fiera sombra
bifurcados en lobos/osos/jaguares.
es sencillo distinguir al incorpóreo transmutado
de una bestia prisionera del instinto:
aquél siempre llevará en la piel
la contundencia de lo insondable.