La Lista Negra

Aglaé
Aglaé | Stories
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4 min readMar 27, 2018
Photo by Ali Yahya

Prólogo

Carol estaba recostada sobre el único sillón de su departamento después de una muy larga semana en Zacatecas, donde trabajaba para el Departamento de Investigaciones Nacionales. Desde hacía aproximadamente dos años, se preguntaba todos los días si valía la pena lo que estaba haciendo, rastreando asesinos seriales y encontrándolos solo para que éstos, al final, se salieran con la suya, ya fuera suicidándose, en la sala de inyecciones o en un cuarto de manicomio. Cada caso era más frustrante que el anterior, muchos eran casi iguales, gente de mediana edad, con un pasado espantoso, que se habían convertido en monstruos llenos de odio y resentimiento, disfrazados de psicopatía. Cuando era universitaria, se imaginaba estudiando a estos energúmenos con la intención de ayudarlos a cambiar, de hacerlos miembros productivos de la sociedad. Pero cada vez que tenía a uno de estos seres humanos frente a sí, más se preguntaba qué de humano tenían, más se convencía de que ninguno de ellos realmente estaba interesado en cambiar. Y, sin embargo, el pensar que después de atrapar a estas personas, muchas otras dormirían más seguras, parecía suficiente motivo para continuar, por ahora.

Su celular sonó. Tenía el brazo sobre los ojos y con excesivo pesar utilizó el otro brazo para alcanzar su pantalón y contestar.

— Topaz — contestó, con la voz más pesada que un yunque.

— Te acabo de enviar unos archivos — se oyó la voz de su jefe en el auricular, saltándose los buenos días deliberadamente — . Es de un caso en Puebla, creo que te va a gustar.

Carol torció la boca. ¿Por qué demonios habría de gustarle un caso? ¿Quién en su sano juicio podría disfrutar un trabajo como el suyo?

— Bien — respondió cortante y colgó el teléfono.

Se levantó con cadencia y caminó al escritorio donde tenía la computadora. Abrió el correo electrónico y descargó los archivos adjuntos. Con la cabeza recargada sobre la mano, y los ojos a medio abrir, recorrió con flojera la información, notando que tenía poco o nada de sentido. Continuó leyendo con un poco más de detalle hasta que algo captó su atención.

— Esto tiene que ser una broma — aseveró, casi enfadada de que le hicieran perder su tiempo.

Se levantó y puso la cafetera a trabajar. Se dio un veloz regaderazo y se puso el traje de la semana anterior, no lo había mandado a la tintorería pero, a su juicio, todavía daba para un par de usadas más. Se sirvió el café en un termo, tomó su computadora y partió.

Cuando llegó a la estación, sólo la mitad del equipo había llegado y había un muchacho desconocido acaparando el cañón para hacer una presentación. Se veía desaliñadón, pero los enormes lentes le daban un poco de aire inteligente. Carol sólo pensó que así eran los jóvenes de hoy. Los demás agentes llegaron con la misma cara que ella y se sentaron cada uno alrededor de la mesa de la sala de juntas, listos para adentrarse en un caso más.

— Buenos días, mi nombre es Gerardo Serrano, soy becario del departamento de investigaciones preliminares — dijo el joven, sin obtener respuesta alguna, así que algo nervioso prosiguió — . Bien, bueno… es un placer también… en fin… ¿alguno de ustedes está familiarizado con las series de animación? — la sala quedó en completo silencio — . Sí, me imaginé… Bueno, verán, hay una en particular donde aparece una libreta y personas, cuyo nombre sea escrito en ella, morirán.

Los agentes se miraron entre sí, un par de ellos haciendo muecas.

— Hijo, será mejor que vayas al punto — indicó el jefe de Carol.

— Bueno, sí. Ok, bueno… el caso es que, durante los últimos 4 años se han suscitado una serie de asesinatos que aparentemente no tenían relación entre sí, hasta que encontramos esto.

El joven proyectó en la pantalla una serie de fotografías de una libreta desgastada que contenía una serie de nombres de personas, con fechas y descripciones de sus muertes.

— ¿Dónde encontraron esa libreta? — preguntó uno de los agentes.

— No tenemos la libreta, estas fotografías fueron encontradas en un foro de fanáticos en internet. No habíamos relacionado los nombres de las víctimas con esta lista, porque los buscadores no podían leer estas imágenes.

— Un momento — interrumpió Carol — . La lista que tenemos cubre unos 11 asesinatos, en esas fotografías hay más de 20.

— Así es — dijo el becario — . Y las fechas de los asesinatos faltantes, aún están por suceder.

— Continúa, Serrano — ordenó el jefe.

— Bien, bueno, hicimos el diagrama relacional de todas las víctimas, y pudimos descubrir que coinciden en haber estudiado o trabajado en dos escuelas en particular y un lugar de trabajo. De manera que pudimos deducir quién es la persona que aparentemente se une a todas las otras.

— ¿Y? — preguntó otro agente.

— Bien pues, quiero hacer notar primero una cosa: estas imágenes han estado en el foro desde antes de que empezaran los asesinatos y, salvo por un par de días, no han fallado en cumplir su profecía — hizo una pausa dramática, evidentemente emocionado — . Y, segundo, la persona que parece estar en el meollo del asunto — cambió su postura y respiró hondo, luego dijo con aire solemne— ha estado dos metros bajo tierra desde hace poco más de 3 años.

La sala entró en un incómodo silencio. Todas las muertes de las víctimas habían sido completamente distintas, no había manera de relacionarlas con un asesino serial debido a la falta de patrón, salvo sus nombres en las hojas fotografiadas de una vieja libreta.

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