Sobre correr

Manuel Morato
Aire Libre
Published in
5 min readDec 7, 2015

Post originalmente publicado en Aire Libre

Empecé a correr hace alrededor de 5 años. Al principio fue solamente para hacer algo de ejercicio y estar en forma. Por lo mismo, corría distancias cortas. Poco tiempo después, correr trascendió el plano de la vanidad y empecé a sentir cómo correr me hacía sentir menos estrés, me hacía sentir ligero y luego que simplemente me hacía sentir feliz. Esto fue cuando estaba estudiando la carrera universitaria, en Guadalajara.

Luego un buen día, no pude resistirme al reto de intentar correr desde mi casa hasta un punto definido pero distante en la ciudad. El reto ya no fue correr durante una cierta cantidad de tiempo, ni contar las vueltas a algún parque o pista, ni tampoco tener un cuerpo atlético. El reto comenzó a ser llegar a ese punto, a como diera lugar. Corrí de mi casa a casa de mi novia de esa época, de mi casa a la universidad y de mi casa a casas de otros amigos que vivían no tan cerca. Así descubrí que correr se disfruta exponencialmente más cuando se logra romper con la monotonía de la ruta y se aprovecha la actividad para ver los paisajes de camino desde otra perspectiva.

Agarrando ritmo.

Posteriormente corrí mi primera carrera de 10k, y la verdad es que la sufrí como los grandes. No tenía idea de cómo administrar mis fuerzas y mis energías. Para el kilómetro 5 sentía que mis pulmones iban a explotar y me enfurecía al ver que señores de 50 y 60 años me rebasaban sin problemas. No obstante, aprendí la lección y comprendí que correr no solamente es abalanzarse a toda velocidad como caballo, sino que más bien es un deporte estratégico que se puede ir comprendiendo cada vez mejor.

Un tiempo después, dejé Guadalajara, pero no dejé de correr. Correr evolucionó nuevamente para mí y se convirtió en un medio de exploración que me permitió experimentar intensamente los nuevos lugares en los que viví y los que fui visitando. Corrí por los embarcaderos y a lo largo de los puentes de San Francisco, por el campus de Stanford, por la mezcla de modernos rascacielos y antiguos templos de Seúl, Corea del Sur, por los diferentes barrios y palacios imperiales de Tokio, Japón, por los cielos contaminados de Shanghai en China, por el oasis urbano de Central Park en Nueva York, por las playas y paraísos de República Dominicana, y por un sin fin de bosques, colinas, cerros y ciudades a lo largo y ancho de México. Correr me abrió las puertas a un mundo en el que se disfruta explorar como un niño y en el que se disfrutan las cosas y vistas más sencillas.

Correr libre.

Fue así como correr se convirtió en una parte ya fija de mi vida. Llegó un punto en el que ya no pude vivir sin correr. Cada vez que sentía el estrés o acelere de la vida diaria acumularse en mis hombros y en mi mente, surgía en mí la necesidad de ponerme los tenis e ir a sacar todo a través de esa receta deliciosa de aceleradas zancadas, sudor en las sienes, viento fresco en mi cara y variedad de paisajes.

Después de un tiempo fuera, llegó el momento de regresar a México. Decidí que mi nuevo hogar en mi país sería su capital, la tumultuosa pero magnética Ciudad de México. Tengo que decir que el DF ayudó a llevar mi actividad de correr a niveles sin precedentes. Si hay algo que aprendí en este lugar, es que es una ciudad de corredores apasionados que disfrutan aprovechar la extensión y belleza de sus calles para recorrerla gustosos y ágiles lo más frecuentemente que sea posible. En el DF conocí personas que me hicieron entender el correr como una pasión incendiaria. Con esas personas descubrí que puedo correr distancias realmente largas a pasos genuinamente fluidos. En otras palabras, descubrí que puedo explorar nuevos lugares y paisajes de manera exponencial, y esto se ha convertido en una adicción.

Por todo esto, corrí mi primer maratón en la Ciudad de México. Tenía que ser ahí, no podía ser en otra ciudad. Y así fue. Después de correr 42 agonizantes kilómetros por sus alargadas calles, crucé la meta tambaleándome en el Estadio Olímpico Universitario. Fue lo más difícil que había hecho en mi vida hasta ese momento, pero valió toda la pena. Todas esas corridas por la mañana y toda esa disciplina de comer bien y de no tomar ni salir mucho de pronto se fusionaron y cobraron todo el sentido del mundo en ese momento de haber cumplido la meta. Aunque estaba deshidratado y profundamente adolorido y cansado, disfruté ese momento como pocos otros. El DF me enseñó entonces que yo podía correr un maratón.

Frente al Estadio Olímpico Universitario.

Sin embargo, no solamente me enseñó que puedo correr un maratón. Me enseñó también que en realidad puedo hacer lo que se me pegue la gana, pero que hacerlo tiene un precio que hay que pagar y que otorga equilibrio a esa ecuación. Para correr grandes distancias y para ver todos esos lugares impresionantes, necesariamente hay que dar mucho a cambio. Quien está dispuesta o dispuesto a pagar este precio, acaba obteniendo recompensas indescriptibles. Eso es lo que hace que valga tanto este esfuerzo.

Tan sólo 5 semanas después de haber corrido el maratón de la Ciudad de México, corrí el maratón de Chicago, mejorando considerablemente mi tiempo y mi desempeño, a pesar de no haber entrenado tanto como debía. Habiendo logrado dos maratones en 5 semanas, me dispuse a perseguir una nueva meta: correr un ultramaratón, o en otras palabras, una distancia considerablemente más larga que un maratón.

#OwnedChicago

Decidí que sería en un lugar que tiene un especial valor y significado para mí: mi estado natal de Sonora. También decidí que lo haría al lado de las personas más importantes de mi vida: mi familia. Los detalles de esta aventura se los platicaré en un siguiente post dedicado exclusivamente a eso.

De entrada solamente les digo que tiene que ver con correr por una costa singular al lado de un mar profundamente azul, con una cultura puramente preservada a través de los siglos que vive semi-intacta en medio del desierto, y con un equipo de locos que creen irracionalmente que todo es posible si se colocan las piezas (y las piernas) correctamente.

Pronto más sobre el Proyecto Sonora (AL–01).

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