Capítulo 3. El juego, exposición teórica

El análisis infantil se centra en el juego del niño, pues es a través de éste que el analista busca la comunicación con el niño. Si bien es cierto, el psicoanálisis se ha convertido en una forma muy especializada de juego al servicio de la comunicación consigo mismo y con los demás. Para asignar un lugar al juego, Winnicott postula la existencia de un espacio potencial entre el bebé y la madre.

Para entender la idea del juego resulta útil pensar en la preocupación que caracteriza el jugar de un niño pequeño. El niño que juega habita en una región que no es posible abandonar con facilidad y en la que no se admiten intrusiones. Esa zona de juego no es una realidad psíquica interna. Se encuentra fuera del individuo, pero no es el mundo exterior, así, el niño reúne objetos o fenómenos de la realidad exterior y los usa al servicio de una muestra derivada de la realidad interna o personal. Sin necesidad de alucinaciones, emite una muestra de capacidad potencial para soñar y vive con ella en un marco elegido de fragmentos de la realidad exterior. Al jugar, manipula fenómenos exteriores al servicio de los sueños e inviste a algunos de ellos de significación y sentimientos oníricos.

Hay un desarrollo que va de los fenómenos transicionales al juego, de este al juego compartido, y de él a las experiencias culturales. El juego implica confianza, y pertenece al espacio potencial existente entre (lo que era al principio) el bebé y la figura materna, con el primero en un estado de dependencia casi absoluta y dando por sentada la función de adaptación de la figura materna.

La excitación corporal en las zonas erógenas amenaza a cada rato el juego, y por lo tanto el sentimiento del niño, de que existe como persona. Los instintos son el principal peligro, tanto para el juego como para el yo; en la seducción, algún agente exterior explota los instintos del niño y ayuda a aniquilar su sentimiento de que existe como unidad autónoma, con lo cual el juego resulta imposible (cf. Khan, 1964). En esencia el juego es satisfactorio. Ello es así cuando conduce a un alto grado de ansiedad. Existe determinada medida de ansiedad que resulta insoportable y que destruye el juego. Se puede decir que el juego llega a su propio punto de saturación, que corresponde a la capacidad para contener experiencias.

Teoría del juego

El niño y el objeto se encuentran fusionados. La visión que el niño tiene del objeto es subjetiva, y la madre se orienta a hacer real lo que el niño está dispuesto a encontrar. De igual manera, el objeto es repudiado, reaceptado y percibido en forma objetiva. Este complejo proceso depende en gran medida de que exista una madre o figura materna dispuesta a participar y a devolver lo que se ofrece. Ello significa que la madre (o parte de ella) se encuentra en un “ir y venir” que oscila entre ser lo que el niño tiene la capacidad de encontrar y al mismo tiempo, ser ella misma. Si puede representar ese papel durante un tiempo, entonces el niño vive cierta experiencia de control mágico, es decir, la experiencia de lo que se denomina “omnipotencia” en la descripción de los procesos intrapsíquicos (cf. Winnicott, 1962). La confianza en la madre constituye entonces un campo de juegos intermedio, en el que se origina la idea de lo mágico, pues el niño experimenta en cierta medida la omnipotencia. Todo esto tiene estrecha relación con el trabajo de Erikson sobre la formación de la identidad (Erikson, 1956). Winnicot lo denomina “campo de juego” porque el juego empieza en él. Es un espacio potencial que existe entre la madre y el hijo, o que los une.

La etapa siguiente consiste en encontrarse solo en presencia de alguien. El niño juega entonces sobre la base del supuesto de que la persona a quien ama y que por lo tanto es digna de confianza se encuentra cerca, y que sigue estándolo cuando se la recuerda, después de haberla olvidado. Se siente que dicha persona refleja lo que ocurre en el juego.

Posteriormente, el niño se prepara para la etapa que sigue, consistente en permitir una superposición de dos zonas de juego y disfrutar de ella. Primero, por supuesto, es la madre quien juega con el bebé, pero cuida de encajar en sus actividades de juego. Tarde o temprano introduce su propio modo de jugar, y descubre que los bebés varían según su capacidad para aceptar o rechazar la introducción de ideas que les pertenecen. Cuando los niños juegan tiene que haber personas responsables cerca; pero ello no significa que deban intervenir en el juego.

Ejemplos

. Edmund, de dos años y medio

La madre fue a consulta por sus propios problemas y llevó a Edmund con ella. Este permaneció en el consultorio mientras el analista conversaba con ella. A los dos años y cinco meses, Edmund empezó a tartamudear, después de lo cual dejó de hablar “porque el tartamudeo lo asustaba. “En sus momentos más no-verbales Edmund se muestra más apegado a mí, más necesitado de contacto con el pecho real, con mi regazo real.” En la época en que empezó el tartamudeo había comenzado a pedir, pero volvió a la incontinencia junto con el tartamudeo, a lo cual siguió el abandono del habla. La madre comentó que de pequeño había rechazado todo, salvo el pecho, hasta que creció y pasó a usar una taza. “No acepta sustitutos”, dijo, queriendo decir con ello que había rechazado el biberón, y el rechazo de los sustitutos se convirtió en un rasgo permanente de su carácter. Ni siquiera su abuela materna, a quien quiere mucho, es aceptada del todo, porque no es su verdadera madre. Al momento del juego, Edmund toma un cordel y parecía preocuparle un extremo de éste que se veía con claridad, pues el resto era una maraña. A veces hacía un ademán, como si “enchufara” el extremo del cordel, como el de un cable, en el muslo de su madre. Era preciso observar que si bien “no aceptaba sustitutos” usaba la cuerda como símbolo de unión con su madre. Resultaba claro que el cordel era a la vez un símbolo de separación y de unión por medio de la comunicación, como lo veíamos en el capítulo anterior.

Winnicot refiere que Edmund habría podido jugar de la misma forma sin que hubiese nadie presente para ver o recibir su comunicación, en cuyo caso quizás habría sido una comunicación con alguna parte de su yo, el yo observador. Pero en ese momento, Winnicot estaba presente, reflejaba lo que sucedía y de ese modo le otorgaba una cualidad de comunicación.

  • Diana de 5 años

Diana, al igual que en el caso de Edmund, sólo acompañaba a la madre a sesión.

Diana tenía un hermanito con déficits cognitivos y con deformación congénita del corazón. La madre había ido a estudiar el efecto que ese hermano le producía a ella misma y a su hija Diana.

Diana comenzó a jugar con los juguetes que encontró en el consultorio, tomo a un osito y de pronto Winnicot, comenta: “ ¡Le oí decir algo! “ Ella se mostró muy interesada. “Creo que necesita alguien con quien jugar”, y le habló del corderito lanudo que encontraría si buscaba en el otro extremo de la habitación. En el juego decidió que los dos animalitos eran sus hijos. Se los metió bajo las ropas, como si estuviera embarazada de ellos. Al cabo de un período de embarazo anunció que nacerían, pero que “no serán mellizos”. Dejó muy en claro que el cordero nacería primero y el osito después. Cuando terminó el nacimiento acostó a sus dos hijos recién nacidos en una cama que improvisó en el piso y los tapó. Primero los puso separados, uno en cada extremo de la cama, pues de lo contrario dijo, reñirían, podían “encontrarse en el medio de la cama, bajo las sábanas, y pelearse”. Luego los puso a dormir pacíficamente juntos, en la cabecera del lecho improvisado. Cabe mencionar que el padre de Diana refiere que le gusta más cuando se parece a una adulta en pequeño. En este material puede verse un tironeo hacia la maduración prematura del yo, una identificación con la madre y una participación en los problemas de esta, nacidos del hecho de que su hermano está enfermo.

Referencia

Winnicott, D. W. (1971). Realidad y juego (1ª Reimp. 1987). México: Gedisa

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