El osito de peluche como objeto transicional

Cuando un niño juega, no sólo podemos observar que se deshace del aburrimiento, también vemos que a través del juego representa diversos acontecimientos de su vida, incluso si se tratan de situaciones que le resultaron desagradables o dolorosas, hay una transformación de los eventos a objetos de juego. El juego, por lo tanto, es una forma privilegiada de expresión infantil que le procura placer y una descarga de energía pulsional acumulada.

Winnicott(cita) nos habla de objetos y fenómenos transicionales para explicar el juego del niño, ubicando así la actividad lúdica en un espacio entre el mundo interno y el mundo externo, entre la fantasía y la realidad del niño.

Obedeciendo al principio del placer, el niño a través de actividades prelúdicas busca sustituir las excitaciones provenientes de la madre, evitando el displacer que le genera cuando esta última no está presente. Posteriormente, las actividades prelúdicas pasan a ser actividades lúdicas cuando se constituye el principio de realidad y la relación madre-hijo se puede representar y/o escenificar con un tercer objeto, un juguete.

“El prejuguete se convierte en juguete cuando, con el mismo valor que el cuerpo materno y el Yo corporal, toma lugar como elemento terciario en el espacio y en el tiempo de su relación” (Campoy, 1997).

De esta manera, el niño pasa de un estadio de indiferenciación entre el yo y el no-yo a otro donde emplea el objeto transicional y simboliza la relación con la madre, dando lugar a la primera posesión no-yo.

Winnicott señala que el juego se desarrolla en una zona que no se encuentra en la realidad psíquica ni en la realidad externa del niño, sino en un espacio intermediario al que llamó espacio potencial.

Para asignar un lugar al juego postulé la existencia de un espacio potencial entre el bebé y la madre. Varía en gran medida según las experiencias vitales de aquel en relación con esta o con la figura materna, y yo lo enfrento a) al mundo interior (que se relaciona con la asociación psicosomática) y b) a la realidad exterior (que tiene sus propias realidades, se puede estudiar en forma objetiva y, por mucho que parezca variar según el estado del individuo que la observa, en rigor se mantiene constante) (Winnicott, 1971/1993).

Dentro de este espacio potencial se introduce el objeto transicional, símbolo que permite al niño la separación con la madre y, al mismo tiempo, el reencuentro con ella. Ejemplos de objetos transicionales pueden ser la cobijita, el osito de peluche, el carrito, etc., mismos que son dados por la madre o figura materna, los cuales adquieren un gran significado para el niño.

La madre tiene la tarea de otorgar al niño una dependencia gradual que le permita reconocer la realidad. Respecto a esto Winnicott menciona que “un niño no tiene la menor posibilidad de pasar del principio del placer al de realidad, o a la identificación primaria y más allá de ella, si no existe una madre lo bastante buena” (Winnicott, 1971/1993).

La madre que satisfaga de manera adecuada las demandas y necesidades del niño, creará un sentimiento de confiabilidad en él, una oportunidad de ser representada, simbolizada en objetos transicionales, y con esto, el niño comenzará a reconocer, a aceptar la realidad y a dar cabida a su verdadero yo.

Cuando el vivir se da solamente como una adaptación y acatamiento al mundo se origina el “sí mismo falso” o “falso self” (fuera del núcleo central del yo), cuyo objeto es la adopción y no el vivir creador. La “confianza” en la madre permite al niño gozar de experiencias basadas en una unión de la omnipotencia de los procesos psíquicos y su dominio de lo real (manipulación de objetos, etc.) (Campoy, 1997).

Resumiendo, Campoy (1997) menciona cuatro fases en el desarrollo del juego descritas por Winnicott:

1. Hay una fusión entre el niño y su objeto. El bebé tiene una visión subjetiva del objeto y la madre se esfuerza en otorgar realidad a lo que su hijo está dispuesto a hallar.

2. Hay una percepción más objetiva del objeto que depende de la existencia de una figura materna en condiciones de participar y devolver lo que se le propone.

3. El niño puede “encontrarse solo en presencia de alguien”, el niño juego confiado en una presencia interna que recuerda después de haberla olvidado.

4. El niño permite la superposición de dos zonas de juego y obtiene placer de ello. La madre es la primera interlocutora lúdica que inicialmente adapta su actividad de juego al bebé, para más adelante incorporar su propio estilo de jugar al reconocer que el niño tiene capacidad para aceptar o rechazar la introducción de ideas que le pertenecen.

Referencias:

Campoy Aranda, T. J. (1997). Un programa de intervención desde una perspectiva psicodinámica: la hora de juego kleniana. Jaen: Universidad de Jaen.

Winnicott, D. W. (1993). Realidad y Juego. Recuperado de http://www.terras.edu.ar/biblioteca/16/16TUT_Winnicott_Unidad_4.pdf

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