#8: Una pregunta existencialista + un libro + una obra de teatro + una película

Amigas por correspondencia
Amigas por correspondencia
6 min readSep 26, 2017

LUCHI: Volví de mi semana de vacaciones. En mí, los viajes funcionan como momentos para hacerme preguntas sobre cómo vivo y cómo quiero vivir. Es como cuando estás haciendo un dibujo, enfrascada en el detalle, y frenás y te alejás y mirás la hoja. O cuando le ponés CTRL S a un documento que estás editando para ver cómo está quedando. En los viajes uno tiene más tiempo para hacerse preguntas, claro, y también dispone de ese tiempo de una manera distinta que en la rutina. En los viajes uno puede hacer medio lo que quiere, bah. No lo digo desde un lugar hippie de “qué horror cumplir horarios”. Nunca tuve la fantasía del bar en la playa ni mucho menos. Pero sí me sale preguntarme cuánto se parecen “lo que quiero hacer con mi tiempo” con “lo que hago con mi tiempo”. La distancia entre ambas cosas no debe ser muy grande, porque la nube de optimismo en la que vuelvo envuelta de los viajes nunca está compuesta de la intención de hacer cambios radicales sino de postulados fáciles de cumplir, como pasar más tiempo al aire libre y cosas así.
En la misma línea, los viajes siempre me generan la pregunta: ¿cómo sería mi vida si viviera acá? El escenario puede ser desde una mega ciudad hasta un pueblo de cien habitantes (en ese último caso, me suelo imaginar editando el diario local: muy Rory Gilmore en su etapa más patética).

Últimamente, estoy un poco obsesionada con la idea de cómo vivimos. Sobretodo desde que vi, por recomendación de mi amiga Lula, que básicamente se dedica a preguntarse cómo elige vivir la gente (que puede elegir), el documental The human scale, sobre urbanismo. A través de casos concretos –desde cómo Copenhague llegó a ser una de las ciudades con mejor calidad de vida en el mundo hasta el desastre de tráfico y polución que está sucediendo en Daca, la capital de Bangladesh– la película va tocando los principales dilemas a los que se enfrenta la vida en las ciudades hoy. En un momento, tocan el caso de Christchurch, una ciudad de Nueva Zelanda que quedó destruída por un terremoto y contaba con los recursos para parar y decir: “bueno, ¿cómo la reconstruimos? ¿Como era antes o hacemos otra cosa?” Una de las cosas que hace el arquitecto estrella que diseñó el proyecto en la película es darles legos a unos nenes, pedirles que se construyan a ellos mismos (para evitar la perspectiva Dios), que piensen en las cosas que les gusta hacer y que construyan el centro de la ciudad alrededor. (Igual después llegó el gobierno nacional, le vetó el proyecto al municipal y se puso a hacer otro que no incluía las opiniones de los vecinos).
Mi última reflexión sobre el tandem “viajes + cómo quiero vivir”: para definir si una ciudad me gusta, el criterio que uso es si es caminable o no. Nunca sabía bien cómo explicar a qué me refiero con “caminable” –no es una cuestión de distancia, es más una cuestión de la proporción de las veredas y la calle, de que para cruzar de un barrio a otro no tengas que atravesar una autopista o algo así– pero ahora lo entendí: me gustan las ciudades a escala humana.
En fin. ¿Cómo vivís y cómo querés vivir? (Preguntas imposibles en venganza de las preguntas imposibles que me dejaste el jueves pasado).

TAM: Jaja, creo que lo lógico es responder que “vivo mal”, pero en pos de la vanguardia casi que lo reivindico. Igual, no vivo tan mal, pero como muchas chicas de mi edad y estrato social leo mucho sobre “vivir bien” y eso me da la sensación de que estoy muy lejos. Como harinas y dulces prácticamente todos los días, no logro hacer toda la actividad física que me gustaría (y eso que mi aspiración es modesta: con lograr ir las 2 veces por semana a mi entrenamiento corporal sin faltar jamás un mes entero me conformo), duermo poco, no me organizo bien con mis horarios, no me saco el pijama para trabajar, me olvido de pagar el monotributo y cada 6 meses tengo que meter plan de pagos, me atraso con los trámites del título, en fin, podría seguir para siempre. En algún momento me di cuenta de que gastaba más tiempo y malasangre (concepto imprescindible) en torturarme por estas pavadas que lo que realmente me hacían mal, ¿se entiende? Ahora intento leer todas esas cosas sobre vivir bien como literatura, como sociología, para saber cuáles son las utopías de moda (lo mejor sería dejar de gastar tiempo en esas cosas, pero la verdad me cuesta). Mi aspiración sobre cómo vivir ahora, básicamente, es que cada vez me importen menos las cosas que no son importantes: ya tengo más ganas de que me deje de importar ser flaca que de ser flaca, por poner un ejemplo fuerte.

En esta misma línea sí tengo un deseo sobre cómo vivir bastante intenso: estar menos pendiente de internet y del celular. Por supuesto que no puedo hacerlo al 100% por laburo, como la mayoría de nosotros, pero lo hago mucho menos de lo que debería. Les recomiendo, igual, si tienen este mismo problema de ansiedad y adicción, que hagan esto que hago yo: al menos un par de horas por día, unas en las que no estés esperando ninguna respuesta urgente, poner una app que te bloquee las redes sociales. Yo ahora que tengo Windows uso una que se llama Cold Turkey, cuando tenía una Mac usaba Self Control. Casi todas funcionan parecido, en el celular o en la compu: te bloquean los sitios que vos elijas por la cantidad de horas que vos elijas. No te podés arrepentir, no se arregla ni siquiera eliminando la aplicación. No tiene que ser en un rato de ocio, lo hago incluso cuando estoy trabajando para no distraerme y me doy cuenta de que, aunque suene rarísimo, es más relajante trabajar sin distracciones que estar abriendo Facebook cada tres minutos. Te descansa el cerebro. Alguna vez leí que el multitasking, tal como en general lo entendemos, nos suele hacer bastante mal, aumentar el estrés y cansar mucho (acá). Hoy creo que eso es lo que más me gustaría dejar de hacer para vivir mejor.

Estoy muy copada con el libro Piletas, de Félix Bruzzone, en el que cuenta su vida como piletero (algunas de las columnitas salieron en Sábado, el suplemento de La Nación, y otras las publicó en Facebook pero algunas yo no las había visto nunca) y vi también una obra muy linda el fin de semana pasado, El mar de noche, del dramaturgo este que les había dicho, Santiago Loza. Es un monólogo de Luis Machín que por supuesto es un genio absoluto. Les recomiendo igual hacer algo que yo no hice: llegar muy temprano y ponerse primeros en la cola. Es una obra para ver en primera fila, porque todo lo que pasa sucede literalmente en la cara de Machín. También fui a El Cultural San Martín y vi una película de 1990 de Abel Ferrara, El rey de Nueva York, con Christopher Walken, muy divertida y muy recomendable el plan en general. La sala es linda, pasan cosas copadas y el clima está bueno, más “familiar” que ir a un cine de cadena que a mí que de a ratos soy misántropa me da alergia. Pasó de hecho una cosa muy graciosa: cuando empiezan los créditos mi novio me dice “che, esta no es la película” (yo honestamente no sabía bien qué veníamos a ver), “es Donnie Darko esto”. Un par empiezan a murmurar hasta que un señor de 50 se paró y dijo “voy a ver a quién le aviso, se equivocaron de película”, y otro le gritó “pero que dejen esta” y cuando volvió “más te vale que sea buena eh”. Por supuesto que toda la sala se descostilló de risa y nadie se conocía con nadie, me pareció muy tierno todo.

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