El verano, el ocio, los libros y el amor

Amigas por correspondencia
Amigas por correspondencia
7 min readFeb 8, 2018

LUCHI: A pesar de que ya no vivimos veranos con vacaciones de tres meses (en mi caso, el último fue a los 20 y el abril que siguió empecé a trabajar) sigo sintiendo al verano como un paréntesis, como una época separada del resto del año. ¿No te pasa? El verano es un estado al que se ingresa y del que se sale, más que el resto de las estaciones. Por un lado creo que es por la vida social. El calor te da más ganas de estar afuera, te empuja a hacer planes en piletas, a la cosa grupal, a tomar cerveza fría, a no querer meterte en tu casa apenas salís de la oficina. Pero, sobre todo, creo que tiene que ver con la relación con el cuerpo. En invierno el cuerpo está como anulado. Salís de la ducha y te vestís lo más rápido posible. Te mirás menos, tenés más contacto físico con las texturas de la ropa que usás que con tu piel. En verano, tu cuerpo está ahí todo el tiempo, transpirás, te mirás los lunares, te analizás, olés el olor a cloro, lo ves cubierto por una capa blanca de sal si estás cerca del mar. Es más fácil tener un recuerdo sensorial del verano (del invierno, en cambio, la huella es más emocional, todo más para adentro). Y la primavera y el otoño, cuando para el cuerpo todo está bien, todo es bienestar, son como el ph neutro, el agua a temperatura ambiente o que el termómetro te mida justo 36.5.

En las estaciones neutras sos dueño de tu propio tiempo, las condiciones están dadas para que tomes todas las decisiones. En verano, no. O al menos es mi excusa para pensar que está bien tirarse un poco a chanta, permitirse mayores dosis de vagancia, como llegar a tu casa del trabajo y tirarte a ver capítulos viejos de How I met your mother hasta que te de hambre.

Estoy leyendo poco. Por un lado, junto a un montón de gente más, estoy leyendo un canto por día de La divina comedia. Me encanta la movida de la lectura colectiva. Es un recordatorio de que internet todavía puede ser un lugar genial. Reúne algunas de sus mejores cosas: la naturaleza colectiva, la construcción de conocimiento entre muchos, el hecho implícito de que es más fácil atravesar tareas difíciles si lo hacemos juntos. Algunos de mis Virgilios -los que me guían y me hacen entender mucho más de lo que podría si leyera sola- son Karina Galperín, Santi Llach, Humberto Ballesteros y, claro, el ideólogo de todo esto, Pablo Maurette.

Para contrarrestar la empresa dantesca (por primera vez cuando uso ese adjetivo sé exactamente a qué me refiero) voy leyendo muy de a poco I remember nothing: and other reflections, uno de los libros que reúnen ensayos y notas de Nora Ephron ❤ El que más me gustó hasta ahora es este que habla sobre su relación con el periodismo.

¿A vos cómo y en qué te encuentra el verano?

TAM: ¡Hola Luchi! Ja siento que hace mucho que no hablamos y por eso saludo aunque no suelo abrir estos mails saludando. Me hubiera re gustado coparme con lo de la Divina Comedia, no lo hice porque las primeras dos semanas de enero no estaba y después ya me dio fiaca ponerme al día. Me encanta por todos lados, como vos decís. Leer es difícil, concentrarse es difícil: me parece super saludable obligarse a hacerlo con la presión grupal. La gente lo hace con el running, con las dietas, para terminar la tesis, ¿por qué no para leer? Creo que a veces no es tan clara la diferencia esa entre placer y obligación: me doy cuenta con la actividad física, procrastino un montón pero una vez que lo hago me hace super bien. Con la lectura me parece que pasa parecido: lo colgás, pero en el fondo sos mucho más feliz haciendo eso que mirando Facebook sin fin en el teléfono.

Yo estuve afuera la última quincena, y coincido con todo lo que decís sobre el invierno, aunque no soy imparcial: ODIO EL INVIERNO. El invierno requiere trabajo y organización, al menos para mí: ordenarse para comprar todo en un solo viaje de super y no tener que andar saliendo. Llevar mucha ropa y no perderla. Pensar elaboradas comidas calientes. Debatirse por horas sobre si ir o no a tomar algo con amigas con el frío que hace. No, no y no. A mí me gusta el verano que no requiere ningún esfuerzo. O no sé si ninguno, pero menos. Te ponés todos los días el mismo short y alguna remera, resolvés la cena con dos verduritas y helado, buscás excusas para caminar por la calle en lugar de evitar ir a lugares. Al menos yo lo vivo así. Y por supuesto, clima de vacaciones: la gente organiza salidas los días de semana, se toma cerveza a cualquier hora, ¿cómo no amarlo?

El otro día almorcé con una amiga y su hija adolescente y le pregunté si ella se estaba aburriendo. Las dos se rieron, parece que no, pero yo me re aburría los veranos tan largos en la secundaria. Con mis amigas nos reíamos de que ya no sabíamos que hacer. Todos los días tomábamos un helado, íbamos a un café, mirábamos tele, ya no sabíamos en qué gastar el tiempo; por supuesto no teníamos redes sociales (sí messenger e internet, pero claramente no es lo mismo). Yo en ese momento pensaba que qué absurdo, tener tanto tiempo junto, cuando después durante el año estaba reventada: es una forma poco orgánica de dividir el tiempo. Pero hoy extraño mucho esa sensación de aburrirse, de tiempo sobrante. Y no solo la extraño: creo que era super necesario para el desarrollo intelectual y emocional tener todo ese vacío para pensar. De hecho me da pena que ya casi no paso tiempo mirando el techo: siempre estoy haciendo algo, aunque sea zapping de redes sociales, o tele de fondo, o “algo”. Está bueno el ocio creativo, hacer talleres, leer, todo, pero la verdad también era re productivo no hacer nada de nada. Muchas de las cosas que hoy pienso sobre cualquier cosa las forjé así, en esos momentos.

Actualmente estoy leyendo poco también, pero me enganché con un libro que me regaló mi novio para Navidad: Los trabajos del amor, de Moira Weigel. Como sabés, y como tal vez ya sepan muchos de leer este newsletter, me interesan muchísimo todo lo que sean las dinámicas de las relaciones sexoafectivas, y este libro hace como una historia de eso: como pasamos del sistema de las “visitas” que recibían nuestras abuelas de sus pretendientes al sistema de las “citas” al sistema de “lo que sea que haya hoy”. Lo que me doy cuenta que me interesa de este tema, a medida que leo, es que muchas cosas que pensamos que son espontáneas o que son personales son en realidad el resultado de fuerzas históricas, de relaciones económicas y materiales, de construcciones culturales viejas y nuevas (y también por supuesto de muchos azares). No solemos pensar así en el amor: parte de la construcción occidental del amor tiene que ver con cierta idea de “originalidad”, ¿no? A nadie le gusta pensar que está repitiendo esquemas y que su historia no es única e irrepetible. Pero bueno, todos somos menos únicos e irrepetibles de los que nos gusta pensar. El libro está super bien escrito y me gusta mucho el enfoque, que está como en ese lugar justo entre ser optimista y pesimista. No es nostálgico: como cualquier libro de historia bien investigado deja bien en claro que esa idea de “antes todo era más romántico y mejor” es un invento del presente. Pero tampoco tiene esa otra cosa super “profuturista” que a veces me aburre también, “todo lo que venga va a ser mejor”. Y, no sé, hay que verlo. Me falta un poco para terminarlo pero ya lo recomiendo un montón.

LUCHI: Es re un invento del presente la idea de que tuvo que llegar Tinder para que el amor pierda su carácter romántico. En algún momento el ¿derecho? ¿acceso? al amor romántico fue hasta una conquista. Al menos esa es mi conclusión sobre las novelas de Jane Austen. Lizzy Bennet es heroína (o adelantada, o libre) porque no acepta que el matrimonio sea solo una transacción económica y de estatus sino que quiere estar con alguien que le cierre, que le guste de verdad. Quizás después el amor romántico se convirtió en el discurso dominante y ahora es una conquista parar la moto y analizar ese discurso, pensar en esas relaciones en términos como los del libro que estás leyendo (¡que me dan re ganas de leer también!)

Cuando trabajaba en Para Ti, hubo un verano en el que escribí una serie de notas sobre películas románticas (Casablanca, Titanic, Lo que el viento se llevó, The Notebook, When Harry met Sally y Los puentes de Madison). La gran línea de discusión compartida por todas esas películas es la tensión entre amor romántico, pasional, transformador y inevitablemente efímero, a lo Titanic, y el amor racional, compañero, tierno y duradero -spoiler alert: en Los puentes de Maddison Meryl Streep se queda con su marido y no se va con Clint Eastwood-. Fue un gran verano, claramente. Un verano en el que pensé mucho.

El verano es un estado mental. Esa es la conclusión de todo esto que venimos diciendo, ¿no? Los veranos eternos de la adolescencia, el tiempo para pensar, el ocio necesario. Estoy de acuerdo con vos y no admiro para nada el discurso workaholic de “te mandé un mail de laburo a las 12 la noche, no paro de trabajar, bla”. Me parece demodé y al menos yo no trabajo ni pienso bien en esa lógica. Yo necesito tener la cabeza en blanco cada tanto. Necesito un verano cada tanto.

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