#14: Para qué sirven los museos, el arte y otras preguntas para días de lluvia

Amigas por correspondencia
Amigas por correspondencia
7 min readNov 8, 2017

LUCHI: Estoy en estado de romance con todo lo que tenga que ver con museos, pero también con una pregunta: ¿por qué vamos a museos? ¿Qué onda con eso?
Todo esto motivado por a) el curso de historia del arte y, sobre todo, b) un proyecto de trabajo relacionado con los museos nacionales (con sus sitios web, en particular).

La semana pasada fui a la inauguración de la muestra de Miró en el Bellas Artes. No tengo nada original para decir, más que salí con ganas de volver a ir un día cualquiera con menos gente (eso tampoco es original).

Mientras salía, y aunque a esa hora el museo ya estaba cerrado para el público, me colé en algunas salas vacías de la exposición permanente (es aleatorio, pero esta vez lo que más me trajo fueron los cuadros de Cándido López sobre la guerra del Paraguay).

Existe ese sentimiento raro, de encantamiento, de tiempo fuera del tiempo. Existe -o percibimos que existe- el aura de las obras de arte, acompañada por la iluminación, el color de las paredes, el olor a museo (sí, ¿no?, existe el olor a museo).

A pesar de todo esto, me pregunto por el sentido de esa separación entre vida cotidiana y obras de arte. Ya sé: las obras que están en museos suelen ser carísimas y ese debe ser uno de los motivos para tenerlas encerradas ahí. También: es una forma de que lo que antes era de acceso privado ahora sea de acceso público. Pero, y a pesar de que para mí la belleza es un valor en sí mismo, y que sea bello es motivo suficiente para que algo exista, me vuelvo loca con la imagen de Florencia durante el Renacimiento, por ejemplo, de las obras sueltas por ahí, cuando el arte recién empezaba a ser separado de su valor utilitario (contar la Historia y contar la historia que cuenta la religión).

También me pregunto estas cosas cuando viajo. Siento que para conocer una ciudad tengo que estar en la calle la mayor parte del tiempo posible, pero también hay placer en meterme en un museo un rato (pero nunca un día entero).

Una vez me contaste que con Euge se habían propuesto ir todos los fines de semana a un museo distinto. ¿Cómo fue la experiencia el tiempo que duró? ¿Qué cosas te llamaron la atención?

TAM: Jajaja nos duró ponele que tres fines de semana seguidos el plan con Euge, que es mi novio para el resto de la gente que nos lee, de ir cada fin de semana a un museo distinto. Lo disfrutamos mucho. Fuimos al MNBA, al Fernández Blanco y al MAMBA, si no recuerdo mal. Yo no tenía un muy buen recuerdo de ir a museos porque mi mamá nos obligaba a ir de chiquitas y a quedarnos durante horas; ella era profesional y no venía del mundo “de la cultura” y suponía que era importante que nos quedáramos mucho tiempo ahí. Lo mismo cuando viajábamos, lo bueno de los museos era que eran lugares seguros donde tener pendejos correteando en ciudades desconocidas. Pero yendo ahora de grande con la libertad de irme cuando tengo ganas los disfruté mucho, especialmente por la cuestión del silencio y de tener que estar atento a lo que te rodea. Uno ya rara vez hace eso (o sea, levantar los ojos del teléfono) a menos que lo esté haciendo deliberadamente, como cuando estás de viaje. Así que ir a un museo se parece mucho, para mí, a estar de vacaciones. Igual la vez que más disfruté un museo fue cuando fui a la obra que montó Analía Couceyro en el MNBA sobre textos de El nervio óptico de María Gainza. Alguna vez hablamos de ese libro, que para mí es de los mejores que se publicaron en Argentina en la última década, así sin dudar lo digo. Para el que no lo leyó, es una mezcla de autobiografía con historia del arte: ella va contando historias suyas y también historias de grandes artistas y grandes cuadros, muchos de los cuales están en museos de la ciudad y particularmente en el Bellas Artes. Ahora lo estoy releyendo y me doy cuenta que no aprecié en las primeras lecturas las descripciones hermosas que hace de los cuadros: es un ejercicio de escritura genial describir un cuadro, y ella lo hace muy bien, es muy genial cómo usa las imágenes para producir cosas, cómo te da la suficiente información para que puedas imaginarte algo sin quedarse solamente en eso, en los datos. Ybueno, Analía Couceyro, que es una actriz genial, armó una obra en el que ella era una guía de museo que te iba llevando por diferentes cuadros en el MNBA donde esperaban actrices que hacían monólogos sacados del libro (la adaptación la hicieron Couceyro yGainza juntas). Fue es-pec-ta-cu-lar. Si se vuelve a hacer andá, vayan todos.

Y lo del arte y la vida, bueno, yo no sé mucho de historia del arte, pero sí sé que la definición de las vanguardias pasa justamente por ahí: las vanguardias artísticas querían la fusión del arte y la vida. Yo de chiquita pensaba también mucho en eso, ¿qué importa si la obra de arte se gasta? ¿Tan importante es que la puedan disfrutar las generaciones futuras? ¿No sería mejor que estén todas tiradas por ahí y que duren lo que duren? Hasta sería poético que duren lo que duren. Por supuesto que no se puede y entiendo que los pensamientos vanguardistas ahora son considerados medio naif; ya a nadie le importa tanto fusionar al arte con la vida. Por un lado si alguien viene y te dice que quiere vivir una vida artística e interesante te va a parecer un idiota, muy probablemente; por otro, tengo la sensación (pero esto quizás es mi sensación) que cada vez menos artistas esperan que su arte sea transformador. Yo no los culpo: la función social del arte también parece haber quedado mucho más relegada que en otras épocas. Pienso por ejemplo en los escritores, que es un mundo que conozco más: antes la gente conocía a los escritores famosos, salían en las revistas junto con los cantantes y las modelos. Ahora eso es impensable, y no solo en Argentina. La gente consume medios, consume series (muchas de las cuales son arte, seguro), pero mi sensación es que el “arte” es un consumo de minorías, quizás incluso más que en el siglo XX (la literatura seguro, otras disciplinas sé menos). Entoncces si vos decís que querés cambiar al mundo, el mundo te va a decir “no hagas arte, hacé algo que a alguien le importe”. Y los artistas se resignan a hacer sus cosas sin que le importe a nadie. No sé. Yo no pienso eso porque hay libros que me siguen cambiando la vida y películas y canciones que me siguen emocionando y haciendo más feliz. Pero entiendo que en ese sentido debe haber mucha desesperanza.

LUCHI: Ay, qué lindo ese libro de María Gainza. Me encantaría ahora agarrarlo y leer algunas páginas, pero está guardado en una caja en la casa de mis padres (avatares de mi mudanza).

El arte no es un consumo de minorías porque no queda una persona sobre la faz del territorio nacional que no haya movido al menos un pie con Despacito. Es una chicana demagoga lo que acabo de decir -y entiendo que te referís al arte, entre muchísimas comillas, culto- pero me parece interesante pensar la vuelta que da el arte popular. A pesar del siglo XX y las vanguardias, desde el sentido común recién trazamos la línea entre entretenimiento y arte cuando la obra se separa, justamente, de su sentido utilitario.

Cuando en Historia del Arte estábamos viendo Gótico, el profesor nos hizo escuchar esta canción (no encuentro en YouTube la versión que nos hizo escuchar, que era del grupo Ghotic Voices y era mil veces más linda que esta). En ese momento, era música popular, con un sentido únicamente utilitario y no contemplativo: se usaba en celebraciones populares, en la calle, se bailaba, como Despacito. Creo que hoy, separado de ese sentido, nadie dudaría en llamarlo arte (bueno, juro que a la de Gothic Voices nadie duraría). Estoy leyendo Cultura Mainstream. Cómo nacen los fenómenos de masas, porque quizás venga a Argentina Frederic Martel, su autor, y quizás lo entreviste y justamente se pregunta por dónde trazamos la línea entre entretenimiento y arte (más bien, cree que a la hora de estudiar a las industrias creativas no hay que trazarla).

Coincido en que cambió la función social del arte, o al menos la de sus grandes instituciones, como el rock. Hoy el rock hace canciones lindas para escuchar en terrazas, ya no tiene (ni puede tener) la épica que tuvo en los 60s, los 70s, los 80s y hasta los 90s. Me pregunto si esa épica -de denuncia y de querer cambiar el mundo- no estará hoy en algún otro lado, como en los chicos que se juntan a rapear en una plaza, o en alguna movida todavía más emergente que ni siquiera conocemos todavía.

PD. Me encanta la anécdota de estar horas obligada en el museo de chiquita! Me hace acordar de una cosa que dice Seinfeld en el especial que sacó este año (está en Netflix): “Cuando tenés 5 y te aburrís, no podés soportar el peso de tu cuerpo. Me acuerdo de ir al banco con mis padres… y me tenía que acostar en el piso, como, ‘Mamá, perdón, pero no hay nada que pueda hacer. Este lugar es tan aburrido que no puedo estar parado’. Creo que la adultez es eso: la adultez es la habilidad de estar totalmente aburrido y permanecer de pie”.

TAM: Sí, supongo que es verdad. De la movida del freestyle soy fan y tiro este final solamente para que quede claro que tenemos que hablar de ella en un futuro no muy lejano. Le voy a decir a Mica Ortellli, que nos hizo nuestra playlist de nacimiento y es experta.

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