Sobre las cosas que nos enojan
TAM: El otro día pensaba en esto que decías de “las cosas que nos enojan” cuando vi el documental One of Us, que está en Netflix, sobre tres personas (dos chicos y una chica) que “salieron” de una comunidad jasídica judía en Nueva York. No sé cuánta de la gente que recibe el newsletter sabe esto de mí, alguna vez he escrito sobre el tema y no es algo que oculte, pero yo me crié en una familia ortodoxa, lo que se llama “ortodoxia moderna”. Deben haberse cruzado en el Once a la gente como mi familia, y si no, presten atención la próxima: somos más fácilmente detectables en verano porque usamos ropa que la gente normal no usaría en verano. Usamos en teoría ropa “moderna”, de jean, pero ni pantalones ni mangas cortas: mucho pollera de jean con twinset manga tres cuartos, digamos. Los varones usan kipá pero no sombrero. Hablo en primera persona por hablar, por supuesto que ya no llevo esa vida, y mi caso no es como el de los chicos de la película: tanto porque mi comunidad era menos extrema como por el hecho nada menor de que yo me fui de ese mundo junto con toda mi familia, no me tuve que pelear demasiado (un poco sí, pero no demasiado) con nadie. Irse solo, como muestra la película, es de titánico a imposible.
Miro muchos documentales en Netflix aunque la mayoría sean bastante malos como documentales. Con esto quiero decir que la mayoría parece responder a una especie de template, no es que piensan en un formato que funcione particularmente bien para el universo que quieren contar, están pensados más como contenidos periodísticos que como obras de arte. Igual los miro porque a mí me interesa casi cualquier cosa que pase en el mundo. Pero este me pareció que además se salía del template. Hay gente hablando a cámara y esas cosas inevitables pero también, por el tipo de tema, hay tomas raras, momentos raros. Se cuentan tres historias, una de dos varones y una de una chica, y en el caso de la historia de chica se ve que le tuvieron que dar o poner una cámara para filmarse en su casa (supongo que en los otros también, pero ese es el más notorio), para que se vieran las amenazas que le hacía la comunidad y especialmente la familia del marido. Ahí aparece entonces una cosa desprolija y artesanal pero también aterradora: un poco por el contenido pero también por esos planos es como si estuvieras viendo una película de terror, o un thriller. Hay una sensación de suspenso real en esa historia. Esos son los documentales que más me gustan: los que logran generar esa intriga, los que se arman como narraciones de ficción.
Y bueno, te decía, cosas que me enojan: no sé si viste el documental, pero una cosa evidente, la primera, es lo mucho más difícil que es ser mujer que ser varón. Las historias de ellos son intensas también pero nadie dudaría que la de ella es la peor. Pero lo que pensaba es que, más allá de la connivencia con la ley (es evidente, mirando la película, que los rabinos están entongados con la justicia para que la chica no pueda ver a sus hijos si deja de ser religiosa), me enojan un montón las desigualdades de origen. No solamente nacer mujer, sino también nacer pobre, o nacer en una familia de extremistas religiosos. Se habla mucho de la globalización, pero la mayoría de la gente todavía muere geográficamente muy cerca del lugar de donde nace. Desde que soy chica, también por haber nacido en una familia muy religiosa, pienso en qué tremendo el hecho de que la familia que nazcas determine absolutamente todo sobre vos, o casi todo. Salir de una familia extremista es una cosa rarísima; salir de pobre, igual de raro (aunque pobres, encima, hay muchos más). Es tremendo pensar que en el siglo XXI la libertad es una cosa rarísima, un lujo para pocos. Yo no sé qué tan claro lo tiene la gente que nació en una clase media laica, que es la mayoría de la gente que yo frecuento. No quiero ser pesimista, entiendo que se supone que en términos globales el mundo está cada vez mejor en muchos parámetros, pero me impresiona. Lo veo también en el CBC, donde doy clases: me angustia mucho cuando veo que los chicos que vienen de casas más complicadas, empiezan a flaquear temprano porque tienen que trabajar y llegan con mucho sueño, o no llegan a estudiar, o directamente fueron a peores colegios y no entienden las cosas en el tiempo que tengo para explicarlas. Hay casos de excepción que me emocionan mucho, tuve un par este año, pero son eso, excepciones. Y es injusto que tengan que esforzarse el cuádruple que los vagos de colegio bueno que se sientan en la última fila a hacer la suya y aprueban porque pueden estar dos semanas tranquilísimos levantándose a las 11 para estudiar. En fin.
Espero que tengas algo más alegre :) ¿Vos qué anduviste haciendo?
LUCHI: Vengo a traer cualquier cosa menos alegría. En las últimas semanas, vi One of us, leí Maus todo entero y estoy por la mitad de Leer Lolita en Teherán, una novela autobiográfica de la iraní Azar Nafisi en la que cuenta cómo fue ser profesora de literatura -y mujer, y humana, bah- durante la revolución islámica. Cuenta, por ejemplo, cuando le prohibieron dar clases sin velo -y después directamente estar en la calle sin velo- y sobre el grupo de lectura clandestino que armó con algunas alumnas, de ahí el título. No fue a propósito que me metí con todo ese extremismo junto, en todo ese horror. A Maus, por ejemplo, simplemente lo encontré barato en Bookdepository y cuando llegó a casa lo empecé a hojear con la idea de leerlo más adelante, pero no pude parar hasta que lo terminé, sólo con algunos recreos necesarios para cosas como ir a trabajar.
Sobre las cosas que me enojan de lo que muestra One of us: todo. Pero, en particular: que en sociedades democráticas -en este caso, la estadounidense- un grupo religioso no sea alcanzado por las reglas que pone la justicia (por lo que contás sobre el juicio por la tenencia de los hijos de la mujer, que además está absolutamente desprotegida por el Estado, por la sociedad, ante los abusos de su marido). Y lo que más me llamó la atención, me dejó pensando: la necesidad que tienen los tres protagonistas, una vez que abandonan sus comunidades, de pertenecer a algún otro grupo con márgenes precisos (hay una escena en la que el más joven de los tres está en una iglesia evangélica, por ejemplo). Todos buscamos alguna pertenencia, pero los que crecimos sueltos, en comunidades con reglas y moral y todo pero límites más difusos, la encontramos en formas más líquidas, vamos de acá para allá y también estamos bien un rato solos.
Sobre tu vida en una familia ortodoxa, te haría mil preguntas pero no sé cuánto te gusta o te molesta hablar sobre eso. La pregunta a la que siempre le doy vueltas cuando me cruzo con una mujer ortodoxa -o musulmana que usa algún tipo de velo, por ejemplo- es qué piensan sobre las que vamos con las piernas al aire. Una cosa es vivir en una comunidad amish y casi no cruzarte con gente que no sea como vos, pero, ¿qué piensa una adolescente ortodoxa cuando me ve a mí en calzas volviendo de pilates o saludando a mis amigos hombres con un beso en la calle? Quiero decir: yo pienso que ellos están equivocados (no la adolescente, pero sí su madre y su padre). Lo pienso de una manera explícita y tajante. Claro que no tienen razón en que está mal tener sexo antes del matrimonio, en que no hay que mostrar los brazos y otras cosas así de extremas. Están equivocados. ¿Ellas o ellos me ven a mí y piensan que yo la estoy pifiando groso con mi forma de vivir, que estoy arruinando mi relación con la eternidad? ¿O el imperativo moral sólo aplica para ellos mismos?
Después, por otro lado, pienso: si mañana alguien viniera a la oficina con toda la panza al aire a mí me parecería mal. Me haría mil preguntas sobre por qué me parece mal, y quizás en el futuro ya no me parezca mal. Pero, mañana mismo, me parecería mal. Me acuerdo de una charla que escuché en un cumpleaños en la que una chica criticaba a otra chica por usar tanga en la pileta. La bombacha de la bikini que usa la que hablaba solo tiene tres centímetros más de tela que la que usa la criticada. La reserva moral a veces mide tres centímetros de lycra. El lugar que me interesa, tanto para enojarme como para fascinarme, es el lugar en el que el extremismo se cruza con “la normalidad”. El lugar que me interesa, bah, es la normalidad.
El fin de semana vi otro documental que, aunque no está online y ya no lo dan en cines, necesito que veas para lo hablemos acá y invitemos a hablar también a su autora, Melisa Liebenthal (Melisa, si alguien te llega a reenviar esto, tiranos una soga). Se llama Las lindas y habla sobre cómo es ser la no linda en un grupo de lindas. Habla, en realidad, sobre cómo es ser mujer y crecer. No son historias extremas. Uno de sus méritos es que se mete con la normalidad (la normalidad de la clase media alta en Argentina, claro, pero siempre hay un recorte). Una de las protagonistas cuenta que cuando eran muy muy chicas, jugaban al semáforo (verde es un abrazo, amarillo beso en el cachete y rojo beso en la boca, creo que era así) y que ella, como era del grupo de las lindas, daba rojos. Sentía que eso era lo que tenía que hacer por ser una de las lindas. Cuando ya son un poco más grandes, cuando se desarrollan, los padres empiezan con todos unos discursos terribles (y, sobre todas las cosas, ¡normales!) sobre el cuidado que tienen que tener. “Hacete respetar”, le dicen, y ella lo baja a “no doy más rojos”. Bueno, y así miles.
En Maus, One of us y las lecturas terribles sobre extremismos en las que por alguna razón me metí, es más fácil saber donde está el mal, viene encapsulado, no se mezcla. En Las lindas es distinto. Es como cuando hacés un bizcochuelo marmolado y ya se mezclaron las dos partes en el bowl. Ni siquiera hay algo que se llama “mal”. Hay muchas cosas confusas dando vueltas, como en la vida.
TAM: Ja, es graciosa tu pregunta, y voy a mezclar la respuesta con algo de lo que vos decís: a veces, de afuera, cuesta pensar en las personas que viven en esas comunidades como distintas entre sí, teniendo sus individualidades. No es solo un problema nuestro: cuesta porque las personas que viven en comunidades extremistas hacen esfuerzos explícitos por ser todos iguales, vestirse igual, actuar igual, pensar igual. Pero por suerte eso es imposible. Muchas de las chicas religiosas que ves por la calle sencillamente te ignoran, no tienen ninguna opinión sobre vos: en su mundo no existís. Otras, las más convencidas, te tendrán lástima porque no pertenecés al pueblo elegido y no tenés las obligaciones y los privilegios que ellas tienen. Y un tercer grupo, seguramente, tiene curiosidad por tu vida. La mayoría no sabe lo suficiente sobre cómo es tu vida como para tenerte envidia, pero a algunas seguro les intriga, a un nivel más o menos consciente.
Pensaba en esto que decís del bizcochuelo marmolado. Yo odio el relativismo total y preferiría que estas comunidades tan cerradas, así como son, no existieran: los argumentos del estilo “la sociedad occidental capitalista también oprime a las mujeres”, como si fuera todo lo mismo, solo pueden ser emitidos por gente que no entiende nada de nada y a la que nunca le pasó nada, como los que piensan que la opresión es igual para las blancas y para las no blancas o para las pobres y las ricas. Dicho esto, todo es más complejo y más sutil de lo que parece. En la casa de mi mamá en el Once vive un matrimonio ortodoxo que me cae muy bien con todos sus hijos: sé el nombre de ella, no el del marido, no me lo acuerdo, pero él también me cae muy bien. Ella es muy copada: es super ortodoxa, ni siquiera cae dentro de “ortodoxa moderna”, pero siempre tiene mucha curiosidad sana por mi vida, me encuentra, me pregunta, me felicita cuando le cuento que escribo o que vivo sola, lo mismo con mis hermanas. No juzga (al menos no parece) ni muere de envidia ni nada, lo piensa como “ah mirá, gente distinta, qué divertido”: yo me considero super abierta y me cuesta ser así de abierta con gente tan distinta como yo de ella. Ella trabaja como maestra en una escuela de judía. Se fueron a vivir un tiempo a Israel y se volvieron después, y ella contaba que no se adaptaron y que ella se re aburría, que allá no trabajaba y a ella le gusta su trabajo, su familia y sus amigas; yo he visto mil chicas laicas que se enamoran de un tipo que vive o se tiene que ir a vivir del otro lado del mundo, dejan todo sin pensar dos veces aunque no estén convencidas y no se animarían a decir “volvamos”, o ni siquiera a reconocer ese fracaso al volver, y a reconocer que les importa tener su universo, que no pueden dejar todas sus cosas por un marido. Ella lo cuenta abiertamente y también se lo dijo a él, y eso me parece un montón. Un poco por eso él me cae bien aunque hable poco, intuyo que tiene ser un copado. Y además tuve una vez un encuentro con él en el ascensor muy gracioso. Él estaba leyendo un texto en hebreo y de pronto me pregunta “disculpame, ¿vos sabés qué es esto?”, señalándome una letra. “Sí, es una zain, yo leo hebreo”, le contesté medio molesta, y el tipo sonrío y me dijo “ya sé que lees hebreo, pasa que no tengo los anteojos y no sabía si era una zain o una vav, por eso te pregunto”. Me dio risa que yo di por hecho que él estaba mansplaineándome y me estaba haciendo una pregunta de par. Nada, yo sé que suena a pavada, pero ahí empecé a pensar que de cerca todo es más difícil.