#9: Sobre leer y escribir poesía, con Silvina Giaganti como invitada especial

Amigas por correspondencia
Amigas por correspondencia
9 min readOct 4, 2017

LUCHI: El primer hito de mi relación con la poesía: en séptimo grado nos pidieron que escribiéramos un poema para mandar a un concurso provincial. Sobre mi propio poema, recuerdo dos cosas: que incluía la palabra “congoja”, porque supongo que para mí la poesía era algo donde había que usar palabras difíciles, y el gesto de sorpresa de la profesora de lengua mientras leía la palabra “congoja”. Sobre los de mis compañeros, esto: una chica había transcrito una canción de Rebelde Way. No se lo dije a la profesora pero se lo comenté a ella. Me dijo que tenía razón y que se iba a animar a escribir uno propio. Transcribió otra canción, también de Rebelde Way. No le dije nada.
Fast forward a muchos años después: en el taller de Santiago Llach, Silvina Giaganti lee sus poemas. Quiero decir: vos, Sil, leés tus poemas. Es mi primer contacto real con la ingeniería de la poesía. Trabajamos tus textos de una manera diferente que los de los que escribimos prosa. La discusión es palabra por palabra. El sonido específico de un par de sílabas puede convertirse en un tema de debate. La poesía ya no es para mí un lugar donde hay que poner palabras difíciles, sino un trabajo artesanal. Me imagino a los poetas trabajando con una lupa, con guantes blancos de látex, encorvados sobre una pieza muy chiquita, cuyo resultado se presenta para el lector como los trucos de magia: el chiste es que no vemos los hilos.
A pesar de todo esto, y el placer que me produce, no tengo incorporado el hábito de leer poesía. Últimamente sí leí, por ejemplo, y me encantaron muchísimo, libros de Luis Chaves, Santiago Llach, Marina Mariash y el tuyo, Tam. Y espero el tuyo, Sil, que sale en octubre, ¿no?
Les pregunto a ambas: ¿Por dónde me recomiendan seguir? ¿Cómo se empieza a leer poesía? ¿Cómo se empieza a escribir poesía?

SILVINA: La verdad es que no sé si puedo “defender” los poemas que escribo, dando cuenta de algún tipo de ingeniería con la que trabajo. Tampoco sé si necesitan ser defendidos, están para leer, y, en todo caso, para generar algún tipo de emoción o reflexión, dos reacciones que, como lectora, me gusta que aparezcan combinadas.
Te decía que que no sé si puedo dar cuenta de algún tipo de ingeniería con la que trabajo en el momento de escribir. Por caso, no creo elegir los temas, más bien se me imponen. Son los grandes temas que una baja a partir de su propia experiencia y asimilación de esa experiencia: la madre, el padre, la infancia, el amor, las amigas, los viajes, los animales, los lugares que fundaron experiencia, lo que se termina, lo que empieza.

Sí escribo prestando mucha atención a lo que quiero decir y a cómo quiero decirlo, un ideal que por fortuna no se cumple porque de cumplirse no sé si tendría motivos para seguir escribiendo.Escribo tanteando, agarrando una parte y dejando ir otras, iluminando una secuencia y silenciando otras. Lo que queda afuera es insumo para seguir escribiendo. Eso es lo que más me gusta de escribir: no poder decir todo.

Creo que escribo para fijar un momento, para que la fugacidad de ese momento quede registrado. Y a su vez trato de escribir desde la incertidumbre, desde lo provisional de lo que me pasa en ese momento.
Coincido en que los poemas se trabajan de una manera diferente a cómo se trabaja la prosa. En un poema hay menos elementos, es como una casa más vacía, y entonces lo poco que hay se ve más. Por eso se trabaja palabra por palabra, línea por línea. Porque lo que se dice compite mucho con lo que no se dice. A veces siento que la poesía está más cerca del silencio que otros géneros. Entonces hay que justificar porqué decidimos escribir un poema en vez de no hacerlo, en vez de optar por no decir nada.
Me fui de mambo creo, pero sí, es un trabajo artesanal y que requiere lentitud y paciencia, atributos que disfruto mucho y trato de amplificarlos a otras partes de mi vida. Por ahí a la hora de escribir puede salir como un espasmo, pero al momento de corregir está toda esa escena, Lucila, que decís sobre lo artesanal, la lupa, el guante de látex.

Alguna vez me preguntaron qué libro de otros autores produjeron en mí el efecto que me gustaría producir en otras personas. Y en general respondo con prosa. Respondo con Patricia Highsmith, John Fante, Richard Ford, Sylvia Molloy, Michael Chabon. En un ranking de toda mi vida, claramente leí y sigo leyendo más prosa que poesía. Más allá del placer de leer por leer, el placer máximo, creo que leer prosa colabora a que si una escribe poesía lo haga de forma menos solemne. Y si una escribe prosa, leer poesía colabora a entender la relación interna que hay entre las palabras, las diferentes cosas que se pueden hacer con las palabras.

No creo que sea necesario leer poesía como se lee, por poner un ejemplo, filosofía, donde los problemas modernos los vas a entender más si conoces cuáles fueron los antiguos y medievales, cómo se encaraman unos a otros.

Se puede empezar a leer poesía por cualquier lado. De lo último que leí y que más me gustó puedo nombrar una antología de poesía coreana contemporánea que se llama 19.459 KM, que editó Bajo la Luna. También estuve leyendo a una poeta argentina que me encanta que se llama Mirta Rosenberg. El arte de perder y Cuaderno de oficio, que es una combinación de poesía y reflexión sobre la poesía. Una reflexión nutritiva, no agobiante ni baja línea. Estuve leyendo a Mary Oliver, una poeta norteamerica viva que es inmensa. Una editorial chilena tradujo Dog Songs, que son poemas/homenaje a todos los perros que tuvo, una hermosura. De hecho lo seguí comprando para regalar. Y a Anne Carson, una canadiense que viene siendo desde hace unos años la escritora que más leo, a la que no pude soltar más desde que leí Eros el Dulce Amargo, un ensayo sobre el deseo, con muchas referencias a los antiguos, especialmente a Safo, otra poeta tremenda. En junio estuve de viaje y conseguí un librito de ella traducido que se llama El ensayo de cristal que me volvió loca. Te recomiendo con fervor todo esto.

LUCHI: Me gusta mucho la enumeración que hacés de los grandes temas. Yo, en conversaciones donde me salen frases tipo “a fin de cuentas toda la literatura es sobre” suelo decir: los padres, la muerte, el amor, el dinero. Me gusta que la tuya sea original (¡los animales!), pensada (los lugares que fundaron experiencia), exhaustiva (lo que se termina, lo que empieza). También todo lo que decís sobre la relación con el silencio, la competencia entre lo que se dice de lo que no se dice, la posibilidad de optar por no decir nada.
De tu poesía (y aprovecho y insisto con tu libro: ¿sale en octubre? ¿Dónde lo consigo?) siempre me llamó la atención el gesto de nombrar, de construir a través de la materialidad concreta: el jengibre para el mate, una remera en una escena de sexo y/o amor, esas cosas. Supongo que tiene que ver con lo que decís sobre fijar un momento.

SILVINA: Coincido con vos, el dinero también es uno de los temas de la literatura porque es uno de los grandes temas de la vida: cómo te financias, quién paga las cuentas. Los temas de la literatura son más o menos los de la vida, aunque escribas ciencia ficción, no importa.Y cómo te financias la propia escritura es uno de los temas ¿no? qué tengo que negociar para poder escribir todos los días un rato, o porqué puedo hacerlo, gracias a qué. De hecho cuando leo una novela y no aparece el tema dinero o mundo del trabajo, me da la sensación de que flota en una irrealidad, que hay algo que no se está diciendo.

En los poemas que estuve trabajando en los últimos tiempos aparece el tema dinero de forma bastante directa, desde sugerir el paisaje económico del que provengo, los trabajos que tuve y que tuvieron mis padres, lo que gano (lo digo en dos poemas, sí), y la manifestación de la incertidumbre por el futuro.
Sí, el dinero es todo un tema. Me acuerdo que hace unos años hasta me compré un libro sólo porque su título era Dinero. De Martin Amis es. Todavía no lo leí.

Hablar de la publicación del libro que escribí me da una vergüenza parecida a ganar más que las dos jubilaciones juntas de mis padres. Pero ahí va. El libro se llama Tarda en apagarse, entró a imprenta hace unos días y en unas semanas va a estar en librerías. La editorial por donde sale es Caleta Olivia y lo vamos a presentar a fines de octubre en Casa Brandon.

Eso que decís de los poemas, de la intención de nombrar una materialidad concreta, no lo advertí hasta hace poco, cuando un amigo poeta, a quien le dí a leer el libro, me lo mencionó. Me comentó que le parecía asombrosa la relación establecida con los objetos materiales, el disfrute y el placer por los objetos de consumo. Pero no consumo en un sentido aspiracional o de prestigio social sino de disfrute y placer por los objetos cotidianos.

Es bastante así, lo que dice él y lo que decís vos. No soy muy consciente en el momento que escribo cuántas cosas digo a través de los objetos. Sí siento que la relación que establezco con las cosas de lo cotidiano es menos alienada que la relación que a veces armo con otras personas o con una relación romántica. Digamos que las cosas, una raíz de jengibre, una remera, un gin tonic, son más estables que los vínculos y que las personas que armamos esos vínculos. También es una celebración, mostrada de forma lateral, no directa, de la comodidad con la propia soledad. Me copa mucho estar sola y me divierto mucho conmigo. La paso bien, me entretengo. Leo, me pruebo ropa, como fruta, me cocino, me hago té, paseo a la perra. Me concedo mucho tiempo a mí misma, y en esa temporalidad establezco una relación intima con las cosas cotidianas.

Me quedé pensando en las preguntas que hacías al principio ¿Cómo se empieza a leer poesía? ¿Cómo se empieza a escribir poesía? Creo que lo principal es no dejarse intimidar por la poesía. Hay algo construido alrededor de la poesía que le atribuye un carácter intimidatorio. He dado clases mucho tiempo, en varios formatos: taller de escritura, aula universitaria, y cada vez que aparece la poesía la expresión es de “esto no tiene que ver conmigo”, “esto es algo muy elevado”, “no estoy en condiciones de entender la poesía”, Obviamente esto le juega bastante en contra a la poesía misma porque genera una distancia, con la consecuencia de que parezca un género al que tiene acceso poquísima gente.

TAM: A mí me gustan mucho los libros de poemas que son medio como novelas, por eso me encanta Sharon Olds. Sus libros se tratan o sobre su madre, o sobre su padre, o, como el último, sobre su divorcio. Creo que el género “poemario” (más que poema) permite agarrar un tema difícil, uno de estos “grandes temas” que decía Sil, y tratarlo sin intentos que suenen totalizantes o exhaustivos. Es como que la poesía tiene una cosa fragmentaria que para mí la acerca mucho más a la experiencia vital que otros géneros que juegan más con el artificio del principio y el final, del orden, de la idea de una totalidad que empieza y termina. Paradójicamente creo que a mucha gente la poesía le suena más “artificial” que otros géneros.

Yo leo mucha más poesía de la que escribo, y se lo recomiendo a los lectores y escritores de prosa. Dos clásicas para mí imperdibles sin Sylvia Plath y Emily Dickinson (y Emily tiene mucho sobre animales). Los Pequeños Poemas en Prosa de Baudelaire también todavía me parecen increíbles. No estoy descubriendo nada pero Walt Whitman y E. E. Cummings también se van a poder leer por los siglos de los siglos. Más acá en el tiempo y la geografía, Fabián Casas, Martín Gambarotta, Cecilia Pavón, Marina Yuszczuk y, así muy muy cercano, el último libro de Rosario Blefari, Antes del río, que es una belleza.

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