Un día extraño…

anicienta.
anissettes
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4 min readNov 14, 2010
© PARIS.18 BY MOUMINE. DEVIANTART 2009.

Para iniciar el martes pasado de mi tan querido noviembre, ese día tan especial en que se conmemora y dedica a José de Letrán, estuve con náuseas, escalofríos y mareos, casi a punto de desmayar (consumo elevado de glucosa en la última semana). Repasé los apuntes del curso de ética y me emocioné con el examen final, como siempre y a mi pesar, tal cual Hermione Granger. Me fue excelente, terminé antes de lo esperado.

Salía del salón de clases cuando le vi, en donde siempre le veo. No puedo negar, que aunque me guste tanto y le ame tanto, se veía horrible. Odio su nuevo corte de cabello. Se ve horrible y atemporal (pero es él y es lo que me encanta). Traté de no ponerle atención y me dirigí a un rincón, cualquiera, a leer.

Empecé la rutina lectora (es que no puedo estar en el mismo sitio mucho tiempo, menos aún con gente) en las mesas de las afueras de la cafetería. Un capítulo de mi libro predilecto El prisionero de Azkaban. No contaré nada acerca de lo que leí.

Luego me encontraba en el laboratorio revisando correos y leyendo felicitaciones, todavía. Salí a leer a las banquitas del estacionamiento, luego subí a la biblioteca. Eso estuvo muy bien para el clima gélido de doce grados… un rato de calor para el corazón. Salí hacia las rampas, y las horas no pasaban. ¿Dos capítulos menos o dos capítulos más? Y así estuve dos horas, de las bancas a las gradas, del estacionamiento a las mesas, del baño (sí, leo en el baño) a la biblioteca, hasta que por fin marcaron las nueve y veinte de la mañana.

Subí por la rampa, dibujando como siempre, las serpientes de colores a rayas y círculos, con estrellas y libélulas. Claro, las dibujo en mi mente hasta que se vuelven realidad. Corren por todo el suelo inclinado y por las bajas paredes seccionadas, que llevan del piso uno al tres. Llegué al taller de costura…

Sobrepoblación de estudiantes, telas y retazos por aquí y por allá, gritos acá y máquinas murmurando trrrr por doquier y sin descansar. Nueve y media. Todos seguían allí, y como es natural, salí (no soporto, de nuevo les cuento, cuando más de diez personas se reúnen en un lugar encerrado). Estaba allí, afuera, contemplando las frías nubes y el cielo gris, las aves cantando y dos mariposas de brillante color naranja que pasaban revoloteando. Le recordé, y de nuevo le lloré. Sin querer una lágrima, dos, tres, basta. Regresé a clase, y volví a salir. Nadie se retiraba de sus ocupaciones.

Nueve cuarenta y ocho, encontré una máquina libre y empecé la faena del examen final: un vestidito. Todo iba perfecto, acabados estupendos, tensión excelente, y la música de treinta años atrás, en mis oídos justo en su nivel de volumen ideal. Todo bien hasta que escuché la voz autoritaria de esa mujer que me llamaba.

-Ana Belén, sus trabajos y su álbum…- dijo con desprecio.

Se los entregué y me reprendió con disgusto, pues no lo tenía completo. Reconozco mi falta y que el no entregar dos costuras por despistada, no es un pretexto. Sus frías y dolientes palabras aún resuenan en mi cabeza.

-¿Qué voy a hacer contigo?-añadió la profesora con cinismo.- Tienes cero en todo. De nada te sirve ser más inteligente.

-Pero es que no pude…- añadí en vano, con el terror en las venas.

-Cero, enviaré un mensaje a tu coordinadora. Era requisito y lo sabías.

-… sí, pero…

-No, no es cierto nada de lo que me digas. Te pondré cero en todo aunque me entregues el resto. No tienes derecho a examen final, te lo digo de una vez. No… -añadió de repente- mejor te pongo la mitad de la nota y me traes todo el jueves, y si no, ni vengas que no te quiero volver a ver.

Me retiré, en silencio, con lágrimas en los ojos, intentando contenerlas en vano. Me senté de nuevo a coser justo cuando una buena amiga preguntaba… No pude responder, le sonreí, y me dediqué a coser. Todo salía mal: puntada torcida, tensión muy apretada o muy floja, y así. Me retiré de clase diez minutos antes cuando escuché mi nombre en su voz nuevamente.

- … a Ana Belén, se comió el mandado, yo a ella le expliqué y no hizo el favor de contarles. Ya no hay que volver a confiar en ella, para que lo sepan… bueno chula, cuéntame como vas con…

Lloraba de rabia, pues días antes ofrecí ayuda por correo electrónico, y nadie dijo nada. Supuse que estaba claro. Pero como siempre, soy la bruja mala del cuento.

Fui al baño a llorar, a esconderme de todos. Cuando por fin pude salir, algo más tranquila, choqué con él en el pasillo. El corazón se me quiso explotar, pero no lo hizo gracias al cielo. Me sonrió (con esa sonrisa tierna que tiene sólo para mí) y yo, con los ojos rojos llenos de lágrimas, me limité a devolverle la sonrisa tímidamente y continué mi camino.

Me escondí en el segundo piso, una llamada telefónica de un excelente amigo, y allí venía de nuevo él, como siguiéndome por naturaleza, como queriéndose acercar. Pasó dos veces. A la segunda, regresó y machucó suavemente mis pies con los suyos. Yo sentada en el piso y él de pie. Quise abrazarle, pero se fue. Seguí llorando hasta que se me olvidó el dolor, y mi mente, recorriendo con los dedos su nombre escrito en el frío metal.

Las lágrimas alejan al dolor y consuelan acompañando hacia el sueño, ese donde ríen ambos enamorados, ese donde gozan todos los involucrados.

P.S.: Dos días después recibí la noticia de mi vida: podría terminar el examen, con evaluación completa, y al finalizar la clase, cuando nos despedíamos de la terrible profesora, me llamó y en un susurro distante, pero cálido, me dijo: Serás una gran diseñadora.

Originally published at http://anissettes.wordpress.com on November 14, 2010.

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