Hace nueve años que no trabajo en “el mundo del cine” pero he de decir que en todo este tiempo he sido plenamente consciente de cómo, de forma sutil pero progresiva, la experiencia de ver una película en una sala de cine ha ido siendo cada vez menos satisfactoria a pesar de los supuestos beneficios en definición y calidad de imagen y sonido que se le supone a la proyección en digital. En los últimos años he interpuesto quejas en diferentes cines por la pésima calidad de las proyecciones, no ya pensando en que un artículo de lujo como es una entrada de cine debería garantizar un producto de calidad, sino por el mero hecho de que, como aficionado al cine -y a los cines- y como espectador, merezco una proyección que me permita disfrutar de una de mis pasiones con tranquilidad, sin estar pensando en si no está bien calibrado el color, o si el formato no es el correcto, o si el foco está mal o si la lámpara está funcionando por debajo de su rendimiento para alargar su vida útil.
No creáis que voy a hacer una defensa a ultranza de la proyección clásica en película por encima de la digital, ese es otro tema también con mucha miga del que podríamos debatir largo y tendido. No, pero sí he de defender el inestimable y poco reconocido oficio del proyeccionista, un trabajo nada sencillo, que requiere de años de formación y que, a pesar de lo que muchos pensarán, es harto complicado.
Pero ya veis, en ocasiones, cuando el avance de la tecnología supone un ahorro para el empresario y ello, además, coincide con una época en la que los derechos del trabajador son dinamitados por políticas que favorecen la explotación, todo se traduce en precios caros y servicio y calidad de producto baratos.
La automatización de las proyecciones nos ha traído hasta aquí, multisalas con un solo proyeccionista que se tiene que ocupar de todas las máquinas donde antes había dos o tres. No solo eso, en algunos casos los operadores veteranos han sido sustituidos por otros sin la formación necesaria y en otros, aún peor, diferentes trabajadores de la sala (barra, taquilla…) son obligados a dejar momentáneamente sus funciones para subir y “pulsar el botón”.
Obviamente, no quiero generalizar, tengo perfectamente localizados los cines en los que se me garantiza una proyección de calidad, pero echo de menos los tiempos en los que la propia empresa de exhibición se ocupaba de que la calidad de su producto fuese lo mejor posible por que entendía lo que significa ir al cine.
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