Apostar por la banca

Apuntes de Rabona
Apuntes de Rabona
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5 min readJul 11, 2016

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Por Diego Andrade

“El mundo entero se lee en la profundidad móvil de las diferencias…” Gilles Deleuze.

¿Cuál es la posición más difícil en el futbol? La respuesta suele ser subjetiva. Normalmente se dice que es el portero porque vive solo y es siempre el héroe-villano de la película, o el medio volante porque es el que más corre y más se desgasta o el contención porque es el que más rápido tiene que pensar para organizar el juego…

Considero que la posición más difícil es aquella que nadie quiere jugar, aquella que tanto jugador como técnico temen: la banca.

Ser suplente y jugar desde la banca (pues también se juega al futbol desde ahí) ha perdido su real valor.

¿Quién quiere permanecer sentado viendo el baile sin poder sacar a bailar a la princesa?

Cuando a uno le toca la banca, y peor aún, la de todo el partido, nace un sentimiento de nostalgia acompañado de frustración. Ver surgir en otro compañero el protagonismo siempre es un golpe para el ego. Se hace hasta lo imposible para que el partido pase desapercibido, como si uno no quisiera que existiese, como si lo único digno sería olvidarlo y regresar a las demás actividades.

Esta sensación no es propia de los jugadores, a cualquier entrenador también se le atraganta la banca. Ver a tus jugadores entrenar y esforzarse día con día por un lugar en el once titular es duro, más cuando en tus hombros cae la responsabilidad de determinar quién saldrá al campo y recibirá las miradas y quién se jorobará hasta el banquillo usando pants y sudadera.

A cualquiera le duele ver de lo que son capaces los futbolistas cuando el miedo de ser una incógnita los invade. Fomentados por una competitividad atroz, hay algunos que incluso buscan lesionar al compañero con tal de ganarles un lugar en la cancha.

Re-aprender a jugar desde la suplencia es algo que nos ha enseñado la recién finalizada Eurocopa, donde la calidad, la frescura y el brillo vino varias veces desde los sillones laterales y no desde lo ya mandado al campo. Sino pregúntenle a Éder que resolvió la fiesta para Portugal. Lo anterior lo escribo sin seguir ningún discurso que fomente la mediocridad o la falta de impulso, sino todo lo contrario.

Jugar desde la banca es entender que desde ahí se puede transformar cualquier proceso del equipo. Captar esto es propio de los buenos entrenadores; aquellos que han abandonado el pensamiento jerárquico, aquel que le dice que entre los jugadores o entre sistemas de juego existe una jerarquía, una relación piramidal, y adoptan un pensamiento rizomático y saben que pensar en la banca es pensar la fuerza, los modos y grados de intensidad que podrían expresarse en la substancia: en el partido, y así, cambiar su curso.

Es un dato conocido que Guardiola busca siempre equipos con pocos miembros activos. 16 jugadores que estén al cien y que se mantengan dentro de una frecuencia y un ritmo que no permita que se pierda el estilo de juego o que entre algún desencanchado por ahí. Utilización de la suplencia no como una opción perdida u obligatoria sino como posibilidad de mejorar el desempeño del esquema táctico.

Porque el partido no tiene centro, no hay punto de partida ni de llegada; en cualquier momento y con cualquier circunstancia puede nacer el milagro que transforme la contienda y la gire a su favor.

El entrenador tiene que saber que el partido es como la historia: puede y pudo pasar de otra manera, no es lineal ni llana, sino que todo lo contrario, es un territorio de mil mesetas sobre el cual nunca está dicha la última palabra. Ahí están los técnicos geniales, los verdaderos creadores conceptuales de funcionamientos colectivos contra los cuales no hay antídoto.

El futbolista que por ciertas circunstancias pasa algún tiempo sentado o calentado más de treinta minutos desde la banda debe (si es que el fin último es el equipo) entender que un acontecimiento propio puede cambiar el partido; buscar la expresión de la diferencia, de sus únicas capacidades que harán que gire el encuentro.

Y no sólo creer que dentro del campo el jugador afecta al equipo sino en todo momento. ¿Se acuerdan de por qué fue Pepe Reina convocado al Mundial de 2010 con la selección española? En un emotivo documental que relata el triunfo de España en Sudáfrica (Informe Robinson), se muestra como el veterano portero sabe perfectamente que no jugará ni un minuto del torneo y que no fue convocado para eso, sino para realizar otras funciones que encajan con lo ordenado por Vicente del Bosque y con su personalidad: unir el vestidor, darle cohesión al equipo en momentos difíciles, motivar a sus compañeros, estudiar a los rivales y aportar su experiencia y talante. Como si fuera poco.

Lamentablemente, muchos jugadores hacen todo lo posible y trabajan para jugar como juega el titular de su posición; para entrar en el gusto homogéneo y uniforme de un técnico. Corre y haz la misma carrera y no intentes algo tuyo, algo propio. Regreso a Éder. Si el entrenador le pide que intente dar un pase de rabona como Quaresma, Éder se nos fractura, pero si le pide que según sus características físicas peleé balones por arriba, retenga la pelota y si puede dispare al arco de media distancia, entonces es posible la diferencia.

Se equivoca rotundamente (no sólo el futbolista) si busca afirmarse en la identidad, en la homologación, o ya de perdida y como último recurso, en la analogía. ¡Hay que afirmarse en la diferencia! Ser distinto y aceptarse es afirmar el mundo de las fuerzas, el devenir de las potencias. Saber que muchas veces sólo se necesita confianza del entrenador hacia el jugador, pero sobre todo, confianza autorreferencial.

Saber que yo soy grado expresivo de potencia; pura intensidad. Por mi cuerpo atraviesan posibilidades que sólo yo puedo actualizar, nadie más. El equipo no es una suma de individuos, es un grado intensivo donde se expresan las potencias; la belleza de la multiplicidad.

No por nada se dice en la jerga futbolera que la banca es el revulsivo, o debería serlo. Claro está, la misión más difícil del técnico es hacer que en un equipo todos sean titulares y, al mismo tiempo, todos suplentes. Expresar de forma repetitiva la diferencia y que esta devenga (siempre y esencialmente diferente) en la cancha; es el desgarramiento de los límites, es la utopía futbolística consumada: la verdadera revolución.

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