Emilio Azcárraga, un terremoto y los cachirules

Apuntes de Rabona
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4 min readJul 18, 2016

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Por Rodrigo Palacios (@ropalaciosv)

Lo que hace algunos años era un monopolio hoy es un duopolio, pero fuera de eso, su esencia no ha cambiado. Los dueños tienen el mismo apellido y siguen la misma lógica: en un pueblo de jodidos, televisión para jodidos. Con ellos al frente, el negocio de vender aire se hizo sumamente rentable. La televisora hecha para que se sientan orgullosos los pobres de México. Vendedora de aspiraciones: siempre como nos gustaría ser, jamás lo que somos.

Emilio Azcárraga Milmo vivió la vida con la intensidad del que no cree en la eternidad. O más bien, de quien cree que la eternidad existe sólo para él. Se codeó con seis presidentes, y cuando cada uno de ellos escupía la luz de la verdad, todo se transmitía por su televisora. Donó millones para sus no especificadas causas, y la única deuda que contrajo fue de honor. Televisa era más una oficina de presidencia que un medio de comunicación. Emilio se sentía inmortal y era intocable. Al final de su vida tenía graves problemas de páncreas, pero aun así no llegaban a compararse con su enfermedad de poder. Mujeres, divorcios. Drogas, hospitales. Dinero y más dinero.

Con dureza e ironía lo relata Fabrizio Mejía en su libro Nación TV: Emilio no usaba reloj, el tiempo era para los mediocres. Había hecho una imagen del México imposible donde los pobres que vivían en botes de basura eran simpáticos, las cantantes sin voz eran exitosas, los escotes son horario estelar y el futbolista promedio es promesa internacional. La maldición de toda televisora es que nunca termina, siempre sigue y sigue, aún en las madrugadas, como la luna eternamente encendida.

En 1983 se anuncia que México, Televisa y su Estadio Azteca serían la sede de la Copa del Mundo. Derechos internacionales de televisión, patrocinios, publicidad, boletos. Se venía un festín. Pero dos años después pasó en México la única cosa que debe recordarse: un terremoto dejó en escombros la capital y mató a miles de personas. La idea del negocio millonario se tambaleaba, como la tierra.

Telefonazo a Guillermo Cañedo:

“Convence al Presidente de que este terremoto debe tomarse como una oportunidad para, qué se yo, exaltar las ganas, el esfuerzo, la determinación para salir adelante. Que no sea joto, este Mundial se inaugura en el Azteca”.

Paréntesis: Guillermo Cañedo participó en una de las mejores invenciones para el futbol mexicano: una subdivisión de regiones, hecha para competir únicamente contra países del Caribe y Centroamérica, jugar contra defensas carpinteros y porteros pescadores. Una región con forma de burbuja en la que nos autonombramos gigantes. Llamémosle CONCACAF.

Así, con una ciudad aún devastada, Miguel de la Madrid se paró en el estadio Azteca para la inauguración de México 86. Histórica rechifla y mentadas de madre de ocho minutos. Y es que el pueblo inconforme siempre ha estado, pero pocas veces se digna a manifestarlo.

Que el Mundial no se haya ganado tampoco importó tanto. La mano de Dios y el barrilete cósmico –la jugada de todos los tiempos–- sirvieron para opacar la euforia revolucionaria. A veces los goles ayudan a silenciar la protesta, a olvidar la inconformidad.

Urgía ganar otro campeonato aunque fuera juvenil, alargar la distracción. Y en este país gana quien arranca con ventaja, y para arrancar con ventaja hay que hacer trampa. ¿Quién se va a dar cuenta si falsificamos unas actas de nacimiento?

El escándalo de los cachirules. (Según Fabrizio Mejía, la palabra “cachirulo” fue un invento de Televisa para apelar a la niñez a partir de vestir a adultos como niños). Descalificados para Italia 1990. El Tigre Azcárraga y millones de dólares sin ganar. No de gratis somos para el resto del mundo el lugar del camino chueco y de los tratos por debajo de la mesa. En 1988 el grosero fraude electoral –con Televisa como silencioso cómplice–- y ahora esto. El pueblo y las reglas están hechos para pasarles por encima.

Televisa es un mago de la mentira –y hablo de Televisa como si fuera una persona, porque en el fondo lo es–. Nos ha engañado, no somos tan buenos como nos lo ha hecho creer. La buena: aún queda gente al frente que cree que el deporte, la pasión y el espectáculo son lo más importante. La mala: los hilos los maneja muy poca gente. La peor: les importas un carajo.

Posdata: Azcárraga estuvo rodeado de mucha gente a lo largo de su vida, quienes cuentan sus anecdóticas frases. Ésta es mi favorita:

“Si la dignidad de alguien se opone al interés de Televisa, que chingue a su madre la dignidad”.

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